jueves, diciembre 29, 2011

"Le Havre", de Aki Kaurismäki

Le Havre es una ciudad que se encuentra en la costa de Normandía, donde desemboca el río Sena: puerto de mar, puerto fluvial, punto de contacto entre civilizaciones desde tiempos remotos. El día anterior de ir a ver esta película al cine también anduve por Le Havre, por las mismas calles, aunque ningún barco aparecía en esta ocasión sino que era el tren uno de sus protagonistas: "La bestia humana" de Jean Renoir y un asesinato con billete de ida y vuelta, escrito sobre caminos de hierro. La casualidad suele encadenarme películas sin que mi voluntad tome parte, acaso mi subconsciente, pero en esta tirada las opciones de la cartelera eran "Le Havre" y "El topo" (la última de Tomas Alfredson, su siguiente largometraje después de la extraordinaria "Déjame entrar": habrá que ver "El topo") y mi acompañante decidió: destino Le Havre.
Aki Kaurismäki realiza un cine sobre náufragos: forasteros en una tierra ajena que es cualquier territorio urbano industrial, anónimo e inhóspito. En el Mediterráneo hay más partidas de nacimiento que peces: una persona sin identidad no puede ser expulsada. Un contenedor lleno de inmigrantes ilegales como aquellos que aparecían en "In this world" de Michael Winterbottom: mercancía no declarada, pasajes para una odisea despiadada. Pero el espíritu de los fotogramas de Kaurismäki suele escapar del drama tremebundo. Los bajos fondos, los barrios portuarios, los arrabales míseros y marginales, colmados de óxido y desconchones y poblados por individuos patibularios de los que invitan a cambiarse de acera: callejones de los milagros que resultan ser oasis: el extraño es acogido sin reservas, como ya sucedía en otra del director, "Un hombre sin pasado" (Kati Outinen era su protagonista femenina y repite en "Le Havre": es una pena no haber visto "Le Havre" en versión original para haber disfrutado del dejo francés de la actriz finlandesa, que parece que es uno de los puntos peculiares de la película y que se ha visto lost in traslation: una pena).
El humilde limpiabotas Marcel Marx (André Wilms, una gran actuación; viendo la película pienso que su cara me suena de "Europa Europa" de Agnieszka Holland pero con 20 años menos, claro, y así es: el soldado Robert), transeúnte de bordillos, husmeador de zapatos deslucidos, y héroe de esta historia: el que quiebra el destino. En su misión se verá asistido por un inesperado ángel benefactor: el frío comisario Monet (Jean-Pierre Darroussin) que aparece donde debe y con un infalible don de oportunidad.
Diálogos con un sentido del humor sorprendente, cualidad de comedia agridulce que suele ser evitado por otros cineastas europeos afines a las tramas de realismo social (por nombrar algunos: Ken Loach, por supuesto, o los hermanos Dardenne o el último Thomas Vinterberg). Hay esperanza, nos dice el director finés, y al ser humano le queda mucho por decir.
Y por decidir.

domingo, diciembre 25, 2011

"Feliz Navidad, Mr. Lawrence", de Nagisa Oshima

Feliz Navidad, Mr. Licantropunk, alguien escribió hoy: la más cinéfila de las felicitaciones navideñas: la más obvia pero eso no es ningún demérito: la más oportuna.
David Bowie y Ryuichi Sakamoto (también se puede ver en la cinta a Takeshi Kitano en uno de sus primeros papeles de renombre) representan una pasión imposible, como aquella de "Portero de noche", de Liliana Cavani: la víctima y el verdugo y ¿quién le dio vela al amor en este entierro? Pero Ryuichi Sakamoto, gran compositor, actor ocasional, no quedará sólo en la retina por aquella película: quedará su melodía, inconfundible, vibrando en el aire de la memoria de celuloide.
Encontré su música unida a otras imágenes, las que pongo al final de esta entrada, imágenes que además extrajeron del recuerdo otra película inolvidable, "La balada de Narayama", de Shohei Imamura. "Feliz Navidad, Mr. Lawrence" y "La balada de Narayama" son del mismo año, de 1983 (la de Imamura se llevó la Palma de Oro de Cannes), y son de las que hay que ver.
Feliz Navidad, a todos.


Springtime with Obaachan - Japan from Andy Ellis on Vimeo.

miércoles, diciembre 21, 2011

Teatro. "eBook", de Spasmo Teatro

Los tiempos avanzan que es una barbaridad. El viaje de la letra: de sus formas y de sus soportes. Las paredes de las cuevas, las tablas de arcilla, los papiros, los pergaminos, el papel y, por último, un espejo que no es para mirarse: una ventana para asomarse. El eBook, ese invento portentoso al que no logro acostumbrarme, al que ni siquiera intento acostumbrarme. Sí, tengo un eBook: un regalo de mi cumpleaños. Gracias, gracias. Lo tengo dentro de una funda de terciopelo negro para que no se raye, para que no se constipe; tapado igual que el palantir de Saruman, que Gandalf cubrió con su capa para que Peregrin Tuk no mirara el ojo de Sauron. Ay. Pero miento, bellaco. En realidad sí lo uso: resulta que también se puede utilizar para ver películas ¡qué maravilla! (una pantalla de 7 pulgadas, por supuesto insuficiente excepto si, como es el caso, se usa para ver una serie de televisión moderna -"Forbrydelsen" se llama, muy buena- de esas en las que el plano que más se utiliza es el primerísimo: la imagen contemporánea se captura para llevar en el bolsillo: los directores de fotografía deben reconvertirse a miniaturistas). Sin embargo para leer no, para eso no le he visto la gracia al chisme. Reposa apagado junto a montones de otros libros que, tentadores cantos de sirena, avanzan promesas esperanzadas en los nombres de sus lomos y en las ilustraciones de sus cubiertas. Libros que están diciendo léeme. Libros como fetiches.
La compañía teatral Spasmo está formada por cinco actores, cinco hombres que, a pesar de su juventud, llevan casi dos décadas subiéndose a los escenarios. Eran aquellos "Los Colegas de la Vega", unos niños que hacían maravillarse al público que acudía (acudíamos) al mítico "Café Teatro de la Vega", aquel espacio cabaretero y genial que animaba como pocos el panorama teatral salmantino. Empezaron imitando pasajes de las actuaciones del grupo "Tricicle" y ahí siguen, instalados en la pantomima humorística, provocando carcajadas incontenibles con su tremenda habilidad gestual: ingenio, cachondeo y una puesta en escena fantástica. En su obra "eBook" realizan una desternillante panorámica de la historia del libro a lo largo de los siglos. Embrollan las mencionadas etapas tecnológicas (del grabado rupestre al chip) con invitados delirantes: mamuts, momias, cocodrilos, cristos descendidos, científicos locos... Una gran función, una estupenda tarde de teatro.
Y el aforo no está lleno, pero merecería estarlo. Será que no sale el rey León o Bob Esponja o no es un musical de esos que están de moda. Será eso. Si Spasmo se acerca a su ciudad no desaprovechen la ocasión. Y, por supuesto, lleven a los niños: la risa provocada sin palabras no tiene edad.

sábado, diciembre 17, 2011

"The Artist", de Michel Hazanavicius

Este semana viajé a Madrid y me encontré con Tom Cruise. Al emerger por la escalerilla de la estación de Callao (los túneles de Metro son como agujeros negros o túneles de gusano o huecos en el árbol en los que te adentras para teletransportarte y, en el caso de plaza de Callao y un transeúnte provinciano como yo, de repente aparecer en otra dimensión) me di de bruces por sorpresa con el bueno de Tom, que andaba por allí vendiendo coches: Tienes que ir a ver "Misión inverosímil nosecuantos" que es una película maravillosssssa, me susurraba al oído el actor, sonriente como un gato de Cheshire, estirándose en medio de la multitud que se agolpaba junto a él para secuestrarlo en píxeles o arrancarle un garabato: cantos de sirenas comedoras de placenta. El cine es promoción, es negocio. ¡Enséñame la pasta!, gritaba Cruise en "Jerry Maguire" de Cameron Crowe. El cine siempre se ha hecho para ganar dinero.
Así que si el cine se mide en recaudaciones y la mejor película es la que cuesta más pasta y más se vende (un millón de consumidores no pueden estar equivocados, sentenciaría Don Drapper) ¿por qué ir a ver "The Artist" en vez de "Misión imposible IV: Protocolo Fantasma"?
Como ya sabrá cualquier aficionado al cine que esté pendiente de las novedades cinematográficas, "The Artist" es una película muda y rodada en blanco y negro. En realidad ese es su mayor valor promocional, las dos características que parece que mejor la definen comercialmente, una rareza técnica en el panorama de estrenos de la cartelera: una excepción realizada con lo que hace un siglo era la norma. Ese valor, sin embargo, puede ser un lastre más que un reclamo para la taquilla, pues en la actualidad parece que la única excusa razonable para invertir dinero en una entrada es que la proyección sea en 3D: ¿muda y en blanco y negro? Me la descargo y ya te cuento, si eso... Pero ir a una sala de cine a ver "The Artist" tiene el valor añadido de realizar un viaje en el tiempo: sentarse en una butaca de la platea y experimentar los mismos estímulos sensoriales que percibía un espectador de cine de hace 100 años.
Los avances técnicos siempre se han llevado por delante profesiones y puestos de trabajo, transformados en el siguiente eslabón de la cadena evolutiva: Al Jolson en "El cantor de Jazz", de Alan Crosland, abrió sus labios pintados de blanco y el pianista de la sala de cine se convirtió en un par de bafles. La trama de "The Artist" podría ser la de "El crepúsculo de los dioses" de Billy Wilder si aquella obra maestra hubiera terminado con Gloria Swanson y William Holden bailando claqué en vez de con la policía sacando (bueno, en realidad así empieza) el cadáver de él de la piscina. El mensaje de "The Artist" es nítido: adaptarse o morir. Y no importa el medio, sino el mensaje. Esta cinta es cine sobre cine, un sueño sin fin.
La pareja de actores protagonistas es extraordinaria: Jean Dujardin y Bérénice Bejo realizan un remedo brillante de pantomima gestual (la pantomima en el cine: el Pierrot interpretado por Jean-Louis Barrault en "Los niños del paraíso" de Marcel Carné) que pone significado a lo que era la interpretación durante el periodo del cine mudo: menos es más y los diálogos son una verborrea innecesaria: el gesto, la expresión y los movimientos, en cambio, son fundamentales. El reparto se completa con caras muy conocidas como John Goodman, James Cronwell o Penelope Ann Miller. En cuanto a la historia, una de amor, esas que durante décadas han colmado las plateas de público. Y los pañuelos, de lágrimas.

viernes, diciembre 09, 2011

"Mad Men"

¿Cómo ponerse trascendente comentando este culebrón sofisticado? ¿Qué se puede aportar para denotar que en esta serie hay algo más que lo que aparece a primera vista, algo más allá de su machismo trasnochado, sus envidias y celos, sus cuernos y desamores, sus secretos y mentiras? ¿Qué tiene de bueno "Mad Men" que justifique haber pasado más de cuarenta horas delante de una pantalla?
El personaje central es Don Drapper (Jon Hamm), un hombre sin pasado, surgido de la miseria de la Gran Depresión y que, encarnación del Sueño Americano, consigue ser el profesional más valorado de su sector: colocar tu apellido en letras grandes en la fachada del edificio de tu oficina: socio de la firma: el macho alfa. Todas las agencias publicitarias de Madison Avenue codician el talento de Don Drapper, su poder de seducción y de persuasión, su aspecto varonil, de galán hollywoodiense, que envuelve a una mente creativa y sensible, capaz de cierres poéticos en las reuniones con los clientes, la última palabra que encandila sin remedio: discurso y presencia. Pero, apuntalado su currículo en la falsedad de su nombre prestado, el ídolo es endeble, siempre al borde del abismo, oscilando en el vacío agarrado al gollete de la botella de whisky, a salvo mientras el pitillo que cuelga de sus labios no se consuma. Siempre cambiando de cama: hay quien busca el amor de una mujer para olvidarse de ella, para no pensar más en ella, escribía Borges en "Los teólogos". El hombre moderno es un pelele a merced del viento, nos indica el resto del reparto masculino de "Mad Men". Sólo Drapper rompe su destino.
A pesar de las críticas que "Mad Men" ha recibido por su visión machista (hay que situarse en la época, los años sesenta, y pensar en nuestras madres o abuelas: a la sazón, así debían ser las cosas y la ambientación lograda en "Mad Men" es extraordinaria), resulta que la mayoría de papeles interesantes son los de las protagonistas femeninas. Betty (January Jones), la esposa de Don Drapper, Barbie (tal que Don sería Ken: los reyes del baile) del modelo housewife, tan inmadura como bella, anclada a su condición de mujer florero engañada una vez tras otra por su marido que, encima, no es quien dice ser: doblemente engañada: engaño bipolar: carne de psicoanalista.
Joan Holloway (Christina Hendricks), matrona de oficinistas, poderosa Afrodita, venus de Willendorf, la mejor propaganda de Sterling Cooper junto a Don Drapper, pero a lo largo de las temporadas (cuatro) de la serie, muestra su evolución de puro objeto sexual a exponente de sensatez y carácter: el personaje de Betty palidece poco a poco en "Mad Men" a la vez que el de Joan brilla con fuerza creciente.
Y Peggy Olson (Elisabeth Moss), alter ego de Don, reverso femenino, también con un secreto inconfesable, también surgida de la nada, símbolo de mujer trabajadora que se abre paso derribando barreras: desde la mesa de la secretaria hasta el despacho de la redactora creativa, un tránsito que estaba vetado, que causaba asombro y desconcierto en un ecosistema que no sabía que estaba en extinción: la ausencia de mujeres en puestos de trabajo de calidad, como también son inéditas esas plazas para los que no son de raza blanca (el único negro que trabaja en la compañía es el ascensorista); el machismo absolutista y la falta de preocupación ecológica; el consumo abusivo de alcohol e ilimitado de tabaco en el horario laboral, al que se le suma alguna siesta que otra en el tresillo del despacho. Quizá esas señas de identidad perduren en la actualidad pero desde luego ni es obvio ni es aceptable y son factores perseguidos y demonizados. No, ya no se puede fumar: quién se podía creer algo semejante.
La publicidad: capitalismo y propaganda: Rockefeller y Goebbels. Generar necesidades para crear demanda.  Un desodorante para que las mujeres caigan a tus pies o una crema facial fuente de la eterna juventud: Hubo la civilización ateniense, el Renacimiento... y ahora la civilización del culo, proclamaba una voz en off en "Pierrot le fou" de Jean-Luc Godard. Vender humo que se desvanece una vez que el dependiente te devuelve la tarjeta de crédito. La publicidad son las alfombras lustrosas debajo de las que se esconde la basura: el eslogan es el aceite lubricante de la maquinaria económica, el pistón de la jeringuilla del consume hasta morir. Sólo por asomarse a ese mundo (felicidad en lata: el amor lo inventó un publicista para vender más medias) de máscaras y anzuelos, de señuelos y oropel, merece la pena ver "Mad Men".

Para echar una ojeada detrás de la valla publicitaria:
Proyecto Squatters

lunes, diciembre 05, 2011

"Submarino", de Thomas Vinterberg

Cuando veo en la biblioteca pública la caratula del DVD de esta película, película que me han recomendado, pienso que se trata realmente de una de submarinos. En el cartel aparece un tipo de aspecto nórdico, rubicundo, barbudo, con un tatuaje en su mano izquierda que parece un símbolo de la armada rusa o alemana: un tipo duro que está echando un pitillo y que puede encajar sin mayor problema en la ilación de mis previsiones: un capitán Nemo, vaya. "La caza del Octubre Rojo" de John McTiernan, "Das Boot" de Wolfgang Petersen, "K-19" de Katryn Bigelow, "Marea roja" de Tony Scott: grandes ratos de cine observando el mundo a través de un periscopio.
Tres hermanos y una madre alcohólica. Los tres niños, uno de ellos un recién nacido, sobreviven en el abandono etílico, el olvido miserable de la adicción a la bebida: la madre ausente que sólo vuelve de vez en cuando para dormir la borrachera en el suelo de la cocina y salir corriendo a la mañana siguiente, sin mirar atrás, sin un miserable beso en la frente, sin el menor atisbo de conciencia (esta ausencia absoluta de instinto maternal se antoja increíble, demasiado irreal o exagerada, pero ¿quién sabe? Nos engañamos pensando en que hay extremos inalcanzables a los que decimos adiós con la mano una vez sobrepasados). Un hermano muere y los otros dos no, los otros dos deberán crecer, convertirse en hombres y decidir si continúan la saga de padres irresponsables, infanticidas, drogadictos, vivir como delincuentes marginales, o si, por el contrario, esa cadena se puede romper y esa herencia maldita, traumas imborrables que sólo desaparecen durante un rato en el fondo de una botella o de una jeringuilla, caen en el olvido para siempre. Resurgir, vivir.
Es la primera película que veo del director Thomas Vinterberg. Tendría que ver "Celebración", aquel hito fundacional del Dogma 95, movimiento cinematográfico efímero pero que sirvió para sacudir el amodorrado panorama del cine europeo, un manifiesto donde Vinterberg fue primer firmante junto a la mucho más famosa firma de Lars Von Trier. "Submarino" es una película de las que se pueden clasificar como realismo social, aunque en este caso sea un realismo algo sobreactuado. Tragedias familiares, drogas, violencia, marginación. El día a día en los bloques de protección social, una cotidianidad "animada" por sí misma pero a la que se le disparan unos buenos golpes de efecto que apuntalen el drama, golpes sórdidos e impíos, que sacudan sin clemencia el espíritu del espectador. En el panorama del realismo social cinematográfico europeo no hay nada como los hermanos Dardenne, esos directores belgas que realizan un cine desposeído, sin alardes, de una naturalidad sorprendente (hace un par de días he visto "El hijo" y me quedé sin palabras ante la actuación impresionante de su protagonista Olivier Gourmet). Pero este "Submarino" no está nada mal, hay que reconocerlo. Eso sí, me he quedado con las ganas de escuchar, Contramaestre, ordene inmersión inmediata.

martes, noviembre 29, 2011

"La guerra ha terminado", de Alain Resnais

Hace poco que falleció Jorge Semprún. La mayoría le recordará como escritor. Su época de fama y fulgor novelístico, fueron los años 70: premio Planeta del año 1977 con su obra "Autobiografía de Federico Sánchez". Muy conocida fue también su trayectoria política: Ministro de Cultura entre 1988 y 1991 y, mucho antes de eso,  dirigente comunista en el exilio (el narrador clarividente de "La guerra ha terminado", película del año 1966, anuncia el paso probable de la clandestinidad al gobierno de una nación cuando triunfan las revoluciones: Felipe González debió haber visto la película y quizá le quiso hacer una jugarreta al destino con uno de los mayores símbolos de la lucha antifranquista). Y siguiendo hacia atrás en esa trayectoria aparece Semprún prisionero del campo de concentración de Buchenwald, donde fue a parar por ser miembro activo de la resistencia francesa (además de por ser hijo de un destacado republicano) durante la Segunda Guerra Mundial: rojo partisano.
Y también fue guionista de cine: intelectual completo, una figura que no abunda. Esa faceta cinematográfica podría ser la más desconocida en España, pero sin duda fue un guionista de éxito: dos nominaciones a los Oscar, la primera por "La guerra ha terminado" y la segunda por "Z" de Costa Gavras. No está nada mal.
En "Autobiografía de Federico Sánchez" (alias que oculta la identidad secreta del militante del PCE: nombres falsos para ocultar a indeseables del estado dictatorial que, sin embargo, nunca renegaron de su país sino que lucharon por él arriesgándolo todo), el escritor, aparte de poner de vuelta y media (venganza impresa e impresionante: ¡vaya repaso!) a Santiago Carrillo y a otros dirigentes del partido comunista de principios de la década de los sesenta que provocaron la expulsión de Jorge Semprún y de su compañero Fernando Claudín de la cúpula del partido por considerarles elementos disidentes (Semprún criticaba la realidad ilusoria que se había fabricado un movimiento de resistencia que, anclado a terroríficos traumas estalinistas, era incapaz de actuar según demandaba la situación social española y se esperanzaba en falaces convocatorias de Huelga Nacional Pacífica que, seguida mayoritariamente por el pueblo, lograse derrocar al dictador: nunca llegaba, nunca llegó: se murió él solo y no hubo más), aparte de eso, digo, retrata cómo era la vida ilegal del clandestino: de camarada en camarada, de panfleto en panfleto, de reunión en reunión. Planes y más planes para llegar a ninguna parte. Pasaportes falsos y vigilancia policial. Controles fronterizos y redadas por sorpresa. Captura y fusilamiento, como el de Julián Grimau."La guerra ha terminado" se puede considerar la puesta en imágenes de algunas de aquellas aventuras de Federico Sánchez. Sin duda será fiel reflejo de aquel ambiente, de aquellos años oscuros.
Alain Resnais, cineasta de la memoria, coloca los fotogramas en el álbum de recortes de la lucha antifascista desarmada mientras que Ives Montand, formidable protagonista de "El salario del miedo" de Henri-Georges Clouzot o de la mencionada "Z" de Gavras, será Federico. O Diego. O Domingo. O Carlos: múltiples nombres como cajas de muñecas rusas. Jorge, al fin.

sábado, noviembre 19, 2011

"El vientre de un arquitecto", de Peter Greenaway

Los vientres de las estatuas suelen pasar desapercibidos al paseo despreocupado de los turistas, más atentos a los rostros congelados, a la posición de los brazos, al sexo obsceno. Vientres tapados por una toga o esculpidos como un mosaico de azulejos: más fáciles de modelar con la habilidad de la maza y el cincel que con el sudor del ejercicio físico. Ni al turista ni al escultor le obsesionan los vientres de las estatuas. Por otro lado, la mirada del visitante sí se detiene en las cúpulas situadas en lo alto de los antiguos edificios públicos, cúpulas grandes como estómagos abultados de antiguos senadores romanos reposando boca arriba (estómagos agradecidos, en cualquier caso). Teatros de grades aforos, monumentales coliseos, amplias plazas: generosas barrigas redondas. El arquitecto de cualquier época es un artista preocupado por la forma y un profesional ocupado en el espacio: estética y funcionalidad, frente a frente, pero el que logre conjugarlas triunfará. El vientre es la estancia más grande del cuerpo humano, el centro de gravedad que proporciona estabilidad al resto del edificio y que le da de comer: una casa sin cocina no es más que una habitación de hotel prescindible, fugaz, temporal, mientras que el hogar (donde se hacía el fuego) siempre estaba en la cocina. Así que un arquitecto no puede ignorar el valor de la panza. ¿No se dice que para conocerse a uno mismo hay que mirarse el ombligo? Si lo contemplas demasiado rato puedes llegar a pensar que ese ombligo es el ombligo del mundo.

Un famoso arquitecto estadounidense, Stourley Kracklite (Brian Dennehy en el que sin duda sera papel estelar dentro de su magnífica carrera, apuntalada como secundario de carácter) y su esposa Louisa (Chloe Webb; esta actriz había pegado fuerte en su película anterior interpretando a Nancy Spungen, al lado de Gary Oldman, en "Sid y Nancy" de Alex Cox: cult movie)  viajan a Roma. Él es un experto en la obra de otro arquitecto, Étienne-Louis Boullée, arquitecto francés del siglo XVIII, y va a ser el encargado de organizar una gran exposición alrededor del tal Boullée: diseños megalómanos de raíz neoclásica, repletos de geometría y volumen, de columnas y de esferas: diseños de ciencia ficción: diseños que inspiraron la arquitectura nazi de Albert Speer.

Quizás la tensión de llevar a cabo la tarea sea excesiva, quizás lo sea la comida italiana o quizás el origen de todo esté en tener una esposa joven y bella, pero al arquitecto le duele mucho el vientre. Hipocondría clásica entre las ruinas de una civilización extinta, restos como huesos clavados en la tierra, piedras que atestiguan un desmoronamiento lejano, un derrumbe del tiempo, como el propio cuerpo corrompido por la enfermedad del espíritu, por la edad que ahoga la ilusión y pulveriza las esperanzas. A Kracklite le afectan las historias que escucha de antiguos personajes, padeciendo los síntomas que llevaron a aquellos a la tumba: si al emperador Augusto le envenenaron los higos que le ofreció su esposa Livia, Kracklite vomita los que cenó esa noche; si Boullé murió por un cáncer de páncreas, los dolores de Kracklite deben tener exactamente el mismo origen. Kracklite arrastrándose borracho sobre su vientre: exponer y morir.

Peter Greenaway muestra de nuevo su devoción por el arte (escultura y arquitectura en esta ocasión), la anatomía y el exceso. La película está rodada en Roma así que los espectaculares ambientes barrocos típicos del director, se apuntalan esta vez en la propia geografía urbana de la capital italiana. Y, cómo no, una banda sonora excepcional. El guión es lo que no me acaba de convencer en esta película, y tampoco sabría decir el porqué. Me parece que no es un guión redondo... como un vientre.

martes, noviembre 08, 2011

"El árbol de la vida", de Terrence Malick

Hace unas semanas, cuando se estrenó en los cines de España "El árbol de la vida", fue noticia de telediario que muchos espectadores se marchaban de las salas al poco de haberse iniciado la proyección. De la última que yo recordaba algo parecido fue de "Anticristo" de Lars Von Trier, así que por asociación se podía pensar que en "El árbol de la vida", además de su igual condición de película premiada en Cannes ("El árbol del la vida" con mejor suerte: se llevó la Palma de Oro de este año), también se podía encontrar el celuloide crudo, torturado y algo gore (pero genial) que arrojó a la platea el director danés en aquella ocasión y que hacía fácil la decisión de algún estomago sensible de abandonar el patio de butacas. ¿Tendrá "El árbol de la vida" mutilaciones genitales que hagan insoportable la visión de la pantalla? ¿Atravesará Brad Pitt su pierna con el eje de una rueda de afilar?
Después de haber visto "El árbol de la vida", la única explicación posible es que una plaga de síndrome de Stendhal asuela la nación, quién lo iba a decir: empacho de belleza. Nuestras mentes, abotargadas e incapaces para la pausa, aptas sólo para el zapping más frenético, no resisten la contemplación continuada de algo tan hermoso y huyen aterrorizadas en busca del mando a distancia.
La primera hora de película la paso completamente hipnotizado: la imagen y la música como un péndulo que atrae toda atención. La cinta comienza con un drama desolador, irreparable, una perdida destructora: culpar al dios sanguinario y vengativo, ese en el que se han depositado todas las esperanzas y que devuelve dolor e incomprensión. Pero ¿existe ese ser todopoderoso, esa fuerza creadora? Terrence Malick se pone a buscarlo: el ya famoso capítulo del falso documental, que se puede entender como una coartada del director para alejar cualquier sospecha de creacionismo o, todo lo contrario, una alegoría de diseño inteligente (en el estupendo cómic de Marjane Satrapi titulado "Pollo con ciruelas", -un título curioso que quiere significar lo mismo que "El sabor de las cerezas" quería decir para Abbas Kiarostami- aparece una cita del poeta iraní del siglo XII Omar Khayyam, que me parece apropiada al tema: los astros no han ganado nada con mi presencia aquí y su gloria no aumentará cuando yo desaparezca. Y pongo a mis dos orejas por testigo de que jamás nadie ha podido decirme por qué me han hecho venir y por qué me harán partir). Más allá de cualquier interpretación religiosa, se trata de mostrar un proceso, un paso a paso que conduce al final de la búsqueda, donde se alcanza un hecho certero: la madre es dios. Y probablemente el padre sea el demonio...
Con "La delgada línea roja" Terrence Malick logró uno de los mejores filmes bélicos de la historia del cine mediante un ejercicio de introspección sobre cada uno de los personajes que aparecían en la película: asomarse a sus pensamientos. Ahora el fin es el mismo pero logrado de una forma mucho más simple aunque la propuesta sea más arriesgada: interpretaciones que en gestos y miradas deben rimar con el poema visual desplegado a su alrededor. El pasaje de "La delgada línea roja" que más se parece a "El árbol de la vida" será sin duda aquel en que Jim Caviezel desertaba en una isla del Pacífico: el paraíso en la tierra, como sería después representado en la siguiente película de Malick, "El nuevo mundo".
Ahora ese paraíso lo traslada el director a los años 50, a los años de su infancia. Juegos infantiles de descubrimiento: la fragilidad de la vida y la gratuidad de la muerte: de recibirla, de causarla. La educación recta frente al amor fraterno y la transgresión de la norma como pecado imperdonable: padres con mala conciencia, hijos con recuerdos desgraciados. Caminos tortuosos que quieren ir hacia fines elevados pero ese es un dilema que sólo concilia la madurez, etapa vital que aporta la condición de ponerse en el lugar que el otro ocupó antes que tú. Y así una generación tras otra.
El final no me gustó, esa ilusión trascendente de reencuentro (no sé si ensoñado o post mortem: el agua como espacio de tránsito, puerta de entrada a otras realidades, o reunión familiar junto a la laguna Estigia; quizás no me gustó porque no lo entendí) que me pareció totalmente innecesaria.
Y por cinco minutos que faltan, no es plan salirse del cine.

martes, noviembre 01, 2011

"Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio", de Steven Spielberg

Le preguntaron a una niña que salía del cine de ver "Tintín y el lago de los tiburones" de Raymond Leblanc, película de animación de principios de los años 70, si le había gustado la película. Ella respondió que sí, que le había gustado mucho, pero que la voz de Tintín era diferente en los libros.
La voz es la clave. La voz es el diálogo que el lector establece con el personaje, un diálogo entre unos ojos que contemplan y un objeto inanimado lleno de letras y dibujos: la mente del que lee, su fantasía, su capacidad de reconstruir la idea plasmada por el autor en las páginas, producen una experiencia emocional única, un recuerdo de una vivencia ajena inventada, que será almacenado como propia. Si además esa voz se coloca cuando el lector es aún un niño, la impronta será indeleble: la voz que escuchaba la niña será diferente porque habrá algo con lo que comparar.
Así, los espectadores que vayan a ver la última de Steven Spielberg pertenecerán a dos categorías: los que lleven la voz y los que no: los del segundo grupo no tendrán el menor problema y disfrutarán de una entretenida película, una producción de animación de gran calidad. Mejor aún: la esperanza de que les guste mucho y de que se animen a leer los álbumes de Tintín o a regalárselos a sus hijos. En cuanto a los del primer grupo, si logran acallar la voz, si a los cinco minutos de iniciada la proyección dejan de realizar comparaciones, también podrán gozar del espectáculo. La cuestión puede ser si Spielberg tenía dentro la voz o no cuando se emplazó a realizar esta cinta. Él sostiene que sí, incluso afirma que obtuvo la bendición de Hergé para el asunto (también dice que en su día se compró toda la colección de Tintín y que, aunque estaba en francés, fue perfectamente capaz de seguir los argumentos por lo que veía en las viñetas: ¡vaya!, Spielberg puede que tenga dentro la voz, sí, pero también puede ser que lo que tenga dentro sea ¡la voz de Astérix!).
Aparte de las voces (de Tintín, de E.T., de George Lucas o de quien sea: oigo voces: espero que no) que el director de la película escuche, queda claro su respeto por el personaje en la adaptación que ha realizado (como ejemplo cercano de lo que no se debe hacer, señalar el destrozo hollywoodiense que se hizo de las historietas de otros eminentes belgas, "Los Pitufos").
Adaptar: Modificar una obra científica, literaria, musical, etc., para que pueda difundirse entre público distinto de aquel al cual iba destinada o darle una forma diferente de la original.

Adaptar Hergé a Spielberg: lo que significan "Las aventuras de ..." para su creador, traducidas a lo que significan "Las aventuras de ..." para otro creador. Y de esto, de lo que es la idea de aventura para Steven Spielberg, huelga decir nada. De entrada la banda sonora es de John Williams, de modo que si cerramos los ojos es muy posible que Tintín aparezca con un látigo. En este punto lo que se tiene es una lucha de voces: la del voraz lector de cómic y la del incansable cinéfilo, voces que ojalá juntas sumaran pero que no tiene por qué ser así. Mientras no resten... ¿mejora Spielberg a Hergé? ¿le aporta algo? Dinero a sus herederos y a sus propios bolsillos. Poco más. O nada en absoluto (como el milagroso 3D: ya he visto varias en este formato y aún no he conseguido descubrir las bondades del tema; a esto se añade la estética videojuego que empieza a dominar en los mainstream: en el pasado era al revés, los videojuegos salían de las películas, pero ahora parece lo contrario).
La historia que se cuenta en "Las aventuras de Tintín: el secreto del Unicornio" es una mezcla de los argumentos de "El secreto del Unicornio", "El cangrejo de las pinzas de oro" y "El tesoro de Rackham el Rojo", cogiendo lo que ha apetecido de una o de otra hasta lograr una trama aceptable: adaptación libérrima, en todo caso. Que se usen varios álbumes para cuajar un guión tiene su lógica: yo, siendo muy conservador en la estimación de tiempo, tardaba media hora en leer uno: tres para una película de hora y media: salen las cuentas. Además, esta película va a ser la primera entrega de una trilogía, previsión de futuro que supongo que dependerá de lo bien que se porte la taquilla estadounidense. En ese país, donde aún no se ha estrenado la película, los tebeos con las aventuras del joven periodista belga son bastante desconocidos, pero los nombres de Steven Spielberg o Peter Jackson (productor en ésta y anunciado director de la siguiente) son suficientemente potentes para atraer público a las salas. Eso y un marketing brutal, faltaría más.
¿Tintinmanía a las puertas? Quizás, pero me temo que no se va a concretar en aumentar los millones de lectores que ha tenido la colección durante décadas. Ese rédito del pasado ya está implícito en el nombre que aparece en el título: Tintín.

lunes, octubre 31, 2011

"Margin call", de J. C. Chandor

Esta noche o la de mañana (noche de difuntos) muchos buscarán una película de terror con la que celebrar su particular Halloween: celuloide eviscerado que consiga meternos el susto en el cuerpo. El catálogo del género es inmenso y no habrá grandes problemas para encontrar un título que produzca desasosiego en nuestro sueño nocturno.
Y si de eso se trata, de desvelo y angustia (dice Bécquer en "El monte de las animas": Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día!: lectura corta muy recomendable para la noche del 31 de Octubre), "Margin call", sin emplear ni una gota de ketchup, ni un grito desgarrador, ni una puerta chirriante, ni una amenaza en la sombra, será una opción nada desdeñable. "Margin call" es el instante que sumió a millones de personas en la desesperanza y la ruina, instante que se prolonga hasta la actualidad.
Un analista de una poderosa compañía estadounidense de inversiones (no aparece el nombre de esa compañía en la cinta, no se menciona en ningún momento; habrá que adivinar cuál, pero no parece muy complicado hallar ese homónimo en el mundo real) descubre una noche que los modelos numéricos en los que se basa su "inteligencia" contable tienen un pequeño error, de modo que la valoración de los activos de la empresa es, en fin, no todo lo veraz que debería ser. Traducción: las hipotecas subprime son una mierda y estamos al borde de la bancarrota. De madrugada, con la debida nocturnidad y alevosía, los altos ejecutivos de la empresa se reúnen mientras el resto del mundo duerme, acuden raudos en sus helicópteros y limusinas a la llamada que anuncia la tormenta, el fin del baile: la fiesta terminó. Dos opciones: intentar amortiguar las consecuencias para que el problema no se extienda a escala global o poner en consideración únicamente el propio interés, salvar los muebles en la medida de lo posible, colarle a las demás compañías los activos "tóxicos" y provocar eso que se llama una "crisis de confianza": la economía mundial en el arroyo. La solución al dilema será muy sencilla: que os den a todos: aún nos siguen dando y no dejarán de hacerlo. Lo más alarmante es que esta decisión última parece proceder de una única persona dotada de un poder absoluto, un individuo que no está dotado de conciencia y sí de una voracidad sin límites: el vampiro o, en este caso, el bankiro (magistral Jeremy Irons, el punto exacto para el mal disfrazado de gentleman). 24 horas que estremecieron al mundo, parafraseando el título de la novela de John Reed aunque, a diferencia de aquella, no se encontrará en esta trama ni una pizca de épica o de romanticismo (se puede ver "Reds" de Warren Beatty para saber más acerca de John Reed, perseguidor de revoluciones).
La película describe muy bien (al director novel J. C. Chandor convendrá no perderle de vista en sus siguientes obras) el ecosistema de la empresa moderna, selva de depredadores, un entorno donde abunda la traición y escasea la lealtad (en eso me recordó bastante a "El método" de Marcelo Piñeyro: con qué facilidad cambiamos el honor y la honestidad por la esclavitud de la nómina). La deshumanización absoluta en pos de un incremento de la gráfica de beneficios, de un porcentaje en las ganancias, de un aumento de sueldo: dinero a gastar en un cúmulo de lujos estúpidos y vacuos. Cambiar valores por valores (los morales por los bursátiles) dejando bien claro que no hay elección: ¡enséñame la pasta!, como se decía en "Jerry Maguire" de Cameron Crowe. Las reglas del juego no admiten variación y el casino no cierra nunca. Hagan sus apuestas.
Mucho miedo, ya te digo.

jueves, octubre 27, 2011

Clint Eastwood y Antònia Font

No, no es el nombre de una nueva (o antigua) novia del californiano.
Ni tampoco es ese que sale en la foto detrás de él, no, que ese es Morgan Freeman, el que sale en "Sin perdón" o en "Invictus" o en "Million Dollar Baby".
Do you know? Maybe.


Dentro del disco "Lamparetes", el último trabajo del grupo Antònia Font, se encuentra este tema (melocotonazo, como diría Ángel Carmona, el presentador de “Hoy empieza todo” en Radio 3, donde descubrí esta canción: programa matutino imprescindible, sí, como la película de Bertrand Tavernier del mismo título).
Pop cinéfilo.


Qui dubta d´en Clint Eastwood
mirant el Gran Canyon del Colorado,
niguls allargassats i vermellosos
i al cel se penja una estrella i se fa de nit.
I en Clint només il·luminat per sa foganya
s´encen es puret i guarda un secret,
i guisa un conillet a la llauna.

S´adorm, somia trens i mercaderia,
en indis Cheyennes damunt una colina
a sa llum de sa lluna.
Se desvetlla, s´aixeca, orina i no té son,
i pensa... va quedar de western, cabrons,
ja voreu quan s´inventin es cinema!
És pura peresa i tira per sa carretera cap a Denver.

I un home tot sol no sempre se basta,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
I un home tot sol se tuda i se cansa,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.

Arriba, dos homes se li atraquen i l´investiguen.
Volen saber on és en Morgan Freeman,
que és es negre de Million Dollar Baby:
Do you know? Maybe.

Dissimula, se´ls mira, 
desenfunda com un llamp i els liquida.
Escup i se caga en sa seva vida,
sempre en es punt de mira d´es sèptim de cavalleria,
o de gringos foragidos, o de xèrifs corruptes
a cases de putes, o de xinos drogaditos a Gran Torino.
I Clint, què vols? Encara ets en el segle denou.
Fa un any que no te dutxes,
i això només són quatre casutxes de mort.

I un home tot sol no sempre se basta,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.
I un home tot sol se tuda i se cansa,
qui dubta avui en dia d´en Clint Eastwood.

lunes, octubre 24, 2011

"Bird", de Clint Eastwood

Un recital de jazz: una reunión de bailarines de San Vito, de adictos al mal de Parkinson, enfermos imaginarios que con sus pies, con sus manos, con el tembleque de todo su cuerpo sentado frente a un escenario, acompañan un temblor rítmico del que es imposible escapar. Garitos en penumbra, fábricas de humo, oscuras cuevas de nigromantes que convocan dioses ancestrales mediante notas sincopadas. El magnetismo que desprenden los clubes nocturnos con música en directo debe estar anclada en algún recuerdo genético de la cueva prehistórica: todos escuchando al brujo: el aquelarre, la misa, el templo, el ritual, el vudú. Un Birdland en la calle 52 en honor del saxofonista: un Birdland en cada ciudad de Estados Unidos, soñaba él (hasta en Salamanca hay uno, local ya histórico que lleva casi tres décadas abierto).
Charlie "Bird" Parker es el conjurador del encantamiento, ese hechizo implacable: el bebop. Encorvado sobre su saxofón como si quisiera esconderlo, protegerlo con su corpachón sudoroso, inmóvil, una máquina de soplar que parece impulsar el movimiento vertiginoso e inverosímil de los dedos. Un negro, un gordinflón, un alcohólico, una pesadilla para la puntualidad, un yonqui lunático, carne de manicomio: un tipo capaz de cambiar la historia de la música popular (Miles Davis presumía de haberlo hecho: tres veces): un saxofón que dejó de sonar con sólo 34 años. Una vida desgraciada, un colmo de infortunios salpicado por noches de genialidad (como se ve en la película, ni siquiera la policía le dejaba tranquilo; contaba William S. Burroughs en "Yonqui" que en los años cuarenta la pasma acosaba constantemente a los drogadictos, el último eslabón de la cadena del vicio, para no tener que ir hacia arriba, hacia la arandela que sujetaba la cadena al techo: un suculento sobre a fin de mes en la taquilla del piesplanos). Las drogas y el jazz: Chet Baker, Billie Holiday, otros de los más famosos, de los más geniales. Pero muchos otros, en mayor o menor medida, con mejor o peor suerte. Quién fue el abstemio, quién pasó de meterse nada. Trabajo nocturno en locales rebosantes de oferta. Quién no probó nunca.
Después de dirigir y protagonizar "El sargento de hierro" y de haber encarnado por última vez al inspector Harry Callahan en "La lista negra" de Buddy Van Horn, Clint Eastwood deja su fusil para rodar un alarde de sensibilidad artística: el melómano que se esconde detrás de la Magnum 44. Como se menciona en la biografía del cineasta escrita por Patrick McGilligan, esta sería su producción más elegante, más arriesgada y menos comercial. Aún así Eastwood (famoso tacaño) desecharía previsiones de beneficios y sería consecuente con sus pasiones, prestando sus fotogramas a desertores del swing y de este modo lograr enfocar una de sus mejores películas, la vida privada de Charlie Parker, un papel que parece hecho a medida del actor principal, Forest Whitaker, y donde serán protagonistas (junto al ineludible acompañamiento musical) las adicciones del artista y su tumultuosa relación con su esposa Chan (Diane Venora). La noche y el hogar, que se llevan de pena.
La noche mágica del jazz.

lunes, octubre 17, 2011

Homines.com


Ampliación del campo de batalla.

Desde el portal web de arte y cultura Homines.com tuvieron la gran amabilidad y la feliz idea de enviarme una invitación para colaborar con ellos. Feliz idea porque, por supuesto, estas cosas le hacen a uno feliz: espero que les haya gustado el artículo que les he mandado: Abbas Kiarostami y su "Copia certificada". Y así debe haber sido, debe haberles gustado, porque lo han publicado hoy. Muchas gracias.

Aunque ahora quede un poco mal decirlo (auto-publicidad) realmente merece la pena darse una vuelta por Homines.com, una web llena de contenidos interesantes: literatura, cómic, fotografía, historia del arte, arte contemporáneo, exposiciones, etc. Y cine, claro.

sábado, octubre 15, 2011

"El hombre leopardo", de Jacques Tourneur

Hace un momento le comentaba a Kinezoe que Andréi Tarkovski, el magistral director ruso (un día tengo que dedicarle una entrada a alguna de sus películas pero cómo describir en palabras la belleza inmensa de sus fotogramas sin caer en la blasfemia y ser castigado por ello: como en "La vida de Brian" de Monty Python: lapidado por pronunciar el nombre del dios supremo), sostenía que en el día a día apenas nos damos cuenta del color del que son las cosas: el color es un artificio prescindible, un adorno, y lo que realmente cuenta es la luz o la ausencia de ella. Al blanco y negro volvemos, entonces, por necesidad. Una y otra vez, a revisar clásicos, apuntes primordiales, y entre todos los maestros de las sombras Jacques Tourneur era uno de los mejores.
"La mujer pantera", "Yo anduve con un zombie" y "El hombre leopardo". En dos años realizó tres obras maestras del cine fantástico y de terror para el sello RKO. Las dos primeras más mágicas: la brujería y el mito. La tercera más mundana: el asesino en serie, pero también buscando lo exótico (y lo tópico: bueno, más bien topicazos: de los hispanos o mexicanos, como se prefiera: castañuelas y procesiones), la raíz ancestral y chamánica. Además, si "La mujer pantera" rondaba de noche por las piscinas, ahora "El hombre leopardo" se oculta en los cementerios: más terrorífico aún si cabe, aunque la escena aquella de la piscina era de las que te quitaban las ganas de volver a darte un chapuzón para el resto de tus días...
Asesino por imitación (que será cazado -nunca mejor dicho- con indirectas: como Gila a Jack el Destripador). El intelectual interioriza su fascinación por el objeto de su estudio, por la bestia salvaje, asimilando su esencia animal: la pureza de la violencia desnuda, pero confundiendo la lucha por la vida, la muerte por necesidad, con la satisfacción del impulso asesino.
¿Cuáles son las fuerzas que condicionan el comportamiento humano sumiéndolo en la locura del psicopata social?
En 1979 Brenda Ann Spencer, una chica de 16 años, se puso a disparar con un rifle, desde su casa de San Diego, contra un colegio cercano: dos muertos y nueve heridos. Después de ser apresada, cuando le preguntaron que por qué había cometido esa barbaridad, ella contestó: I don't like Mondays. Bob Geldof se enteró de la tremenda "coartada" de la muchacha y compuso la canción por la que The Boomtown Rats, su banda, será siempre recordada (y si no, vean "The Commitments" de Alan Parker: ya tendrían que haberla visto).
All the playing's stopped in the playground now
She wants to play with her toys awhile
And school's out early and soon we'll be learning
That the lesson today is how to die
And then the bullhorn crackles
And the captain tackles
With the problems and the how's and why's
And he can see no reasons
Cos there are no reasons
What reasons do you need to die
A mí me gusta una versión lenta (lentísima: una canción de cuna prácticamente, aunque la original ya era una balada en sí misma; o casi) del tema, que hizo Tori Amos, versión que aparecía en uno de los capítulos (no recuerdo cuál) de "El ala oeste de la Casa Blanca", una de mis series favoritas (Martin Sheen for president!).
Tell me why...

miércoles, octubre 12, 2011

"Tiempos modernos", de Charles Chaplin

Charles Chaplin creó el primer personaje cinematográfico que sería conocido en todo el mundo, un icono universal: hasta en el último confín del planeta será identificable la figura blanquinegra del sagaz vagabundo ácrata (decía John Lennon que The Beatles eran más famosos que Jesucristo: puede ser, aunque la certeza de esa comparación resultará sin duda más probable en el caso de Charlot). Su talento como actor era indiscutible: rey del slapstick, de la comedía muda, dotado de una expresividad y una facilidad de movimientos que lo convertían en un vehículo infalible para transportar sentimientos y generar emociones: hacer reír a cualquiera, ya sea chino, salmantino o esquimal: se reía mi abuelo, se partían de risa esta tarde los niños y, algún día, quizás, se reirán mis nietos. Pero su enorme figura cinematográfica no se limitaba a ponerse delante de la cámara, si bien esa faceta es tan poderosa que ante el gran público puede parecer que no hay nada más. Fue director y guionista de la mayoría de las películas en las que aparece y productor y compositor de casi todas las que realizó a partir de los años 20. Un cineasta completo, por tanto, cine de autor, cuyo nombre se debe colocar junto al de otros gigantes contemporáneos como Ernst Lubitsch o Fritz Lang.
"Tiempos modernos" es su primera película sonora: en realidad es una mixtura entre mudo y sonoro (como sucedía en "Vampyr" de Dreyer: tiempos modernos para todos, para el cine también): se mantienen los carteles con los diálogos y el sonido sólo está presente en la música, en algunas voces que salen de radios o de altavoces de las fábricas (y de una pantalla: la videoconferencia, presente en fotogramas de los años 30) y, sobre todo, en una canción que canta Charlot (porque esta película es una de Charlot, del mítico y clásico, con su bombín y su bastón, por supuesto) hacía el final de la cinta: la conocida melodía de Je cherche après Titine pero con letra chapliniana: un pasaje que es una lección absoluta de vodevil, el género en el que despuntó el joven Chaplin, en Londres, antes de saltar, años después, al celuloide. Saltar el charco y asaltar la Historia del cine (y, practicamente, fundarla: recuerdos primordiales de la memoria cinematográfica común).
"Tiempos modernos" se puede tomar como la cara divertida de "Metrópolis" de Fritz Lang, que era mucho más dramática, colosal, trascendente. Pero la sátira del capitalismo de producción que se desarrolla en "Tiempos modernos" es igualmente implacable y desgarradora, con la virtud añadida de que el mensaje se trasmite por la carcajada, una línea al pie de un placer al alcance de todos: no lo pienses ahora pero te ríes cuando en realidad deberías echarte a llorar, ay. Bittersweet. El trabajador esclavo de los índices de productividad, del miedo a perder el empleo, de la tarea monótona y de la jornada eterna anclado a la cadena de montaje: huelga y represión: estrés y depresión. Las taras congénitas de un sistema esquizofrénico que permanecen aún sin cura, tantas décadas después. El director británico sería posteriormente acusado de comunismo, una acusación que, atendiendo a su filmografía y a su postura pública, le preocupó más bien poco. O nada. En 1952 salió de Estados Unidos y las autoridades de aquel país le prohibieron el regreso (tenía poderosos enemigos: Hoover, McCarthy: seguro que estos también se troncharon en el cine alguna vez -o muchas- viendo una de Charlot). Que les den, debió pensar. Chaplin murió en Suiza en 1977.
Pero no sólo hay humor y denuncia en "Tiempos modernos". En el caminar horizontal y saltarín del enamoradizo mimo se cruza, como en tantas otras ocasiones, una chica: la mirada intensa de Paulette Goddard (como después sucedería en "El gran dictador"). Una huerfanita desvalida: su mayor debilidad.
Y si hay que cantar se canta.

martes, octubre 04, 2011

"El niño", de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Una pareja de jóvenes, Bruno (Jérémie Renier, excelente actor, un habitual de la filmografía de los hermanos Dardenne) y Sonia (Déborah François; junto a Renier logra una actuación magnífica en esta película) han tenido a su primer hijo. Él es un maleante, el cabecilla de un pequeño grupo de delincuentes (toque Oliver Twist) juveniles, que malvive con las ganancias de vender objetos robados o, si la ocasión lo requiere, mendigando por las calles. Obtener dinero como sea y derrocharlo en la satisfacción inmediata del deseo consumista, tal y como marca una sociedad con una escala de valores descabellada: un buga molón, una chupa guay. La ilusión de alcanzar una vida distinta, un nivel establecido sobre estereotipos vacuos de felicidad publicitaria. Y también sobre la falsa idea de obtenerlo sin dar un palo al agua ya que, como se observa en la película, el trapicheo es una actividad en la que no se para en todo el día. En "Rosetta", la primera Palma de Oro de Cannes de estos cineastas, conseguida en 1999 ("El niño" es la segunda, ganada en 2005), la protagonista pretendía salir del arroyo trabajando duro. En "El niño", no: cualquier chisme es válido como moneda de cambio, cualquier negocio es bueno si aporta un beneficio económico. Cualquier cosa vale y mejor no pararse ante barreras éticas (así será también en su siguiente obra, "El silencio de Lorna": el de los Dardenne es el cine de los desposeídos, de los marginados, la basura blanca, los que no pueden escapar de su destino, habitando eternamente los arcenes del próspero mundo occidental).
Bruno empuja el carrito del bebé, con decisión y ceguera, contando el dinero como la lechera del cuento. Pero el ascensor está estropeado. Hay que coger al niño, el pequeño Jimmy, recién nacido de nueve días, para subir por las escaleras de un edificio. Las caras de los bebés se borran, rostro en mutación semanal, y el furor de su llanto también desaparece, pero lo que permanece siempre anclado en la memoria es el recuerdo de su peso en tus brazos. Tus manos en sus axilas, toda tu atención en la punta de los dedos, calibrando con exactitud la tensión necesaria para sujetar sin apretar, para recoger y no dejar caer. Esos pocos kilos de carne tibia y relajada, esos dedos arrugados que se aferran a los tuyos con una fuerza inesperada. Coger a un niño en brazos es la firma de un pacto que dura hasta la muerte, una promesa leal de protección y sacrificio, de cariño sin límite. Ya nada será igual.
Decía Federico Luppi en "Martín (Hache)" de Adolfo Aristarain:
No es quererlo, es peor. Es mucho más fuerte. Si tuvieras hijos no haría falta decírtelo. No es joda cuando uno dice que es capaz de dar la vida por su hijo. Tenés miedo, no se puede controlar, tenés miedo a que le pase algo, querés estar siempre con él para cuidarlo. Pero vos sabés que no puede ser. No es miedo a que se muera, es miedo a que le pase algo, a que sufra. No podés ni pensar en que se puede morir, te duele pensarlo, te da pánico porque sabés que si... Sabés que si eso llega a pasar... no vas a sufrir ni te va a doler. Te va a destruir. Vas a dejar de existir aunque sigas viviendo. Si se muere te morís con él. Así de sencillo.
Rectificar es de sabios aunque puede ser demasiado tarde. Se han desencadenado consecuencias indeseadas, acciones que no tienen vuelta de hoja: los sabios también terminan entre rejas: giros inesperados: otra marca de la casa. Y no creo que la película sea moralista, pues hay juicios que van más allá de lo social, de lo que la sociedad espera de cada uno, para adentrarse en el terreno de la condición inherente del ser humano, de su esencia. Cine existencialismo.
El final me ha recordado intensamente al de "Pickpocket" de Robert Bresson, una referencia exacta para la trama que se desarrolla en "El niño": la redención. Con referencias así, el resultado tiene que ser extraordinario.

jueves, septiembre 29, 2011

Teatro. "Wishful drinking", de Carrie Fisher

Teatro televisado, teatro a fin de cuentas: un monólogo imperdible para cualquier seguidor de la Fuerza.
En Urban Dictionary, aventuran la siguiente definición para el término:
wishful drinking : the mistaken belief that by drinking until your liver turns to crumbly chalk, things will be better.

En "I'm still here" el director Casey Affleck fantaseaba con la posibilidad de convertir al actor Joaquin Phoenix en un juguete roto, una víctima de la fama, una deslumbrante estrella de cine sumida en el descontrol de las drogas y la paranoia angustiosa de la búsqueda de la propia identidad artística, una pesadilla para sus amigos y familiares: o sea, Joaquin Phoenix hacía de Carrie Fisher: vamos con otra entrega de vidas de santos y personas ejemplares.
Trastorno bipolar, carácter maníaco depresivo, alcoholismo, drogadicción. Rehab y electroshock. ¿Lo traía puesto de casa o todos esos estupendos regalos se los debe a la princesa Leia Organa?
Culpar a Debbie Reynolds y Eddie Fisher, sus padres, actriz y cantante, máximas figuras del show business de los años 50, más preocupados por el escenario y por sus sucesivos matrimonios (y divorcios: cada uno los suyos) que por la educación de sus hijos: perdonados: su sangre es la que corre por tus venas.
Culpar a Paul Simon y Bryan Lourd, marido primero y marido segundo, aunque más parece que en aquel entonces ellos ya eran las víctimas de ella y no lo contrario.
Culpar a George Lucas y, éste sí, sin posibilidad de indulto. El ansia feroz de exprimir hasta la última gota la teta de "Star Wars", su impresionante éxito, poniendo en marcha, como nunca antes (y probablemente nunca después), una enorme línea de merchandising: seguro que puedes alimentarte, vestirte o realizar la mayoría de actividades de tu vida cotidiana empleando unicamente productos que en alguna parte tengan impresos personajes de "La guerra de las galaxias" y, al lado del dibujo, lleven inscritas las palabras © Lucasfilm Ltd. & TM. Y como George Lucas fue pionero en este campo, los abogados de actores de la época no debían estar tan preocupados por el asunto como para incluir clausulas que protegieran escrupulosamente los derechos de imagen de sus clientes: dice Carrie Fisher que cada vez que se mira al espejo tiene que mandarle un par de dolares al cineasta (cineasta, sí, sobre todo como productor; su lista de títulos, de largometrajes, en los que firme como director y que no tengan escenas con espadas láser, se reduce a dos: "THX 1138" y "American Graffiti", ambas de principios de los 70).
Carrie Fisher ya publicó una novela de carácter autobiográfico en el año 1987, "Postales desde el filo", que luego fue llevada al cine, con éxito, por Mike Nichols, con Meryl Streep y Shirley MacLaine (Carrie y su madre) en los papeles protagonistas. "Wishful drinking", de nuevo, otra autobiografía, publicada en el 2008, que ahora es representada por herself en una función teatral muy divertida: bufón de su propia desgracia (o el bufón que se comió a Carrie Fisher: problemas de peso -otro más- que hacen que sea difícil reconocer a la joven chica de las ensaimadas en la cabeza). El sentido del espectáculo estadounidense, la idea de que el show debe continuar y se alimenta de lo que sea necesario, es inigualable. Dicen que para resolver problemas muchas veces lo mejor es airearlos. Pues que no se diga.

lunes, septiembre 26, 2011

"I'm still here", de Casey Affleck

Del "I'm not there" de Todd Haynes al "I'm still here" de Casey Affleck (hubiera sido un título esplendido para una segunda parte de la película de Haynes). De un músico imprescindible, Bob Dylan, que hizo sus pinitos en el cine arrastrado por su popularidad, a un notable actor, Joaquin Phoenix, metido a rapero tristón, a rebufo, también, de la fama conseguida por otros medios. Pero ambas películas tienen poco que ver, no sólo en su calidad y propósitos, biografías noveladas frente a tergiversadas, sino también en que la opera prima en la dirección de Casey Affleck no pasa de ser un reality-celebrity-cutre al estilo de los seriales de la MTV dedicados a Ozzy Osbourne o a Alaska y su nancy anoréxica (no es un insulto, ojo, así se hace llamar el marido en su grupo Nancys Rubias), y pasajes a lo Jack Ass, adornados con brochazos del mundo del hip-hop: estética de televisión para imbéciles, o sea, para todos nosotros. Para el que lo quiera.
Joaquin Phoenix se harta, se cansa de la vida regalada de un actor de éxito, se hastía de la atención permanente de los medios, se avergüenza se las mentiras que adornan sus facultades y de la falta de creatividad a la que obliga tener que representar personajes creados por otros, películas ajenas: el artista mercenario. Hasta aquí hemos llegado. Una decisión trascendente, sin vuelta de hoja: me voy a dedicar a rapear, brother. Si la elección hubiera sido el country, no hubiera sido tan raro: hizo un buen papel como Johnny Cash en "Walk the line" de James Mangold. Y no sería la primera vez, ni mucho menos, que una estrella de cine prueba suerte en la música: promoción automática, ventas aseguradas: una bicoca para cualquier compañía discográfica. Pero no, nada de guitarra y botas de vaquero, a poner poses de tipo chungo, cara de amargado perdona-vidas y a componer rimas de esas que cuando las oyes te dan ganas de romper escaparates y quemar cajeros (¿cómo era aquella teoría de que el rap lo inventó la CIA para que los negros se mataran entre ellos?). A falta de melanina, camuflaje: lupas oscuras, melena greñosa, larga barba vagabunda: el rap de un ZZ Top desaliñado. Parecer otro y por tanto menos creíble aún.
No sé si Joaquin Phoenix será cretense, supongo que no, pero en cualquier caso el dilema que plantea, si lo que aparece en la pantalla es todo verdad o es una gran broma, no parece ser de los que hagan cavilar a futuras generaciones de filósofos. Si un actor declara que no quiere rodar más películas y para dejar constancia de ello una cámara filma todos sus movimientos durante meses, registrando su pretendida caída en la molicie y el descrédito, entonces ya está: quod erat demonstrandum, que decía (en realidad escribía q.e.d.) mi profesor de álgebra después de colmar una pizarra entera con un teorema. Con todo, durante la época del rodaje de "I'm still here" se la pegaron a la mayoría del público: what's up with Joaquin Phoenix?
Casey Affleck y Joaquin Phoenix (por lo que cuenta "I´m still here" son cuñados: pues deben ser como aquellos que llevaba Jesús Quintero a su programa: unos cachondos, en fin) son buenos actores y ojalá sigan haciendo las buenas películas a las que nos tienen acostumbrados. Para chorradas prefabricadas acerca de vidas de famosos, ya tenemos Tele 5. Para el que lo quiera, también.
Ya sabes, Casey: zapatero a tus zapatos. La frase del año...

martes, septiembre 20, 2011

"Jules y Jim", de François Truffaut

Si en el final de "Viridiana" de Luis Buñuel, Jorge (Francisco Rabal), Viridiana (Silvia Pinal) y la criada Ramona (Margarita Lozano) se ponen a echar una partida de naipes (No me lo vas a creer, pero la primera vez que la vi me dije: "Mi prima acabará jugando a tute conmigo"), en "Jules y Jim" el dominó será el protagonista: juegos para embaír el rato en compañía y, como tantos otros, para dos o más jugadores.
Tercera película del beligerante crítico de Cahiers du Cinémajoven turco airado nacido en París. La primera, "Los cuatrocientos golpes", fue un éxito rotundo para el director novel (y esta mañana debatía acerca de las intenciones morales en "Kids" de Larry Clark y me doy cuenta de sus similitudes -que nadie me pegue- con "Los cuatrocientos golpes", cada una en su época generando debate y controversia; pero me voy del tema, estamos con otra de Truffaut, el que quiera leer sobre "Kids" que acuda al número 2 de "La caja de Pandora": publicidad nada subliminal) y la segunda "Disparad al pianista", un completo fracaso: el público esperaba más Antoine Doinel y por el contrario se encontró una de gangsters, un giro inesperado protagonizado por Charles Aznavour. Polemizar, sorprender, hacer lo que nadie ha hecho antes, dejar una impronta indeleble de cineasta apoyándose en otros (en gigantes: Hitchcock, Renoir, Ray, Rossellini, Cocteau, Fuller, etc.) pero innovando a su vez. El perfecto autor.
"Jules y Jim" retoma la senda de llevar gente a la sala contando la historia de dos amigos, uno francés, Jim (Henri Serre), y otro alemán, Jules (Oskar Werner; Truffaut le hará protagonista de otro de sus títulos señeros, "Fahrenheit 451"), dos bon vivant que se lo pasan en grande en plena Belle Époque francesa. En su amistad se cruza Catherine (Jeanne Moreau) y, como decía Aute en su canción "Una de dos": o me llevo a esa mujer o entre los tres nos organizamos, si puede ser. Esta relación inusual (y Truffaut ya puso en pantalla algo parecido en "Disparad al pianista", un tratamiento cinematográfico de las relaciones sentimentales que se aparta de la "normalidad" para adentrarse en sus ramificaciones y que será marca de la causa: más adelante en "La piel suave" o en "La sirena del Mississippi", por poner un par de ejemplos), un tema escabroso para la época (para cualquier época, en realidad), está planteado de forma absolutamente natural: las cosas son como son y no pueden ser de otra manera: aceptación.
Drama tierno, nada cursi, en el que parece que se quiere demostrar que la amistad es un afán más importante y duradero que el amor, un sentimiento menos exigente que la pasión desbordada y ciega, que se agota y lo arrasa todo a su paso. El personaje de Jeanne Moreau posee el magnetismo de la mujer libre, poco dada al compromiso férreo, cualidad ésta que se convierte en un lastre cuando el amante ocasional se enamora de la bella Catherine. Jules y Jim seguirán siendo amigos a pesar de la Gran Guerra, que los coloca en bandos opuestos, a pesar de los celos, de la insatisfacción constante, de idas y venidas. Un lio que vuelve loco a cualquiera, ya te puedes suponer. Y el final, sorprendente.

Jeanne Moreau cantando "Le Tourbillon" en "Jules y Jim" y parando el tiempo

domingo, septiembre 11, 2011

Revista. La Caja de Pandora nº 2 "Especial Drogas"

Segundo número de "La Caja de Pandora", dedicado en esta ocasión a las drogas, el peligroso mundo de los narcóticos, aunque más acertado sería decir que el leitmotiv son las adicciones: las de los que colaboran (colaboramos; felicitaciones a todos los camaradas de la "tripulación" por su excelente trabajo) en la revista: literatura, música, cómic, cine: una publicación de adictos para adictos, para aquellos que se colocan con chutes de celuloide y papel impreso.
Enhorabuena a Crowley, el peor "yonki" de todos ellos, que ha realizado una tarea titánica con el montaje de este segundo número, que duplica la cantidad de páginas del primero, y al que le doy las gracias por haberme permitido meter un par de artículos en esa caja.
Sólo me queda recomendar su lectura (sí, sí, muy bonita pero, hombre, hay que leerla ¿no?) y esperar críticas, palos de todo tipo, para que cada número llegue a ser mejor que el anterior.
La revista se puede descargar desde aquí.

domingo, septiembre 04, 2011

Teatro. "A Ópera dos Tres Reás", de Bertolt Brecht y Kurt Weill

Luis Tosar me recuerda a un Mr. Potato: un cráneo desnudo al que le puedes poner y quitar rasgos a tu antojo (ahora le coloco bigote y patillas, ahora se lo quito; ahora un sombrero borsalino, ahora una barba cuidada; le afeito el escaso pelo o se lo dejo, bien moreno para que parezca más malvado; las cejas pobladas no se las toquéis, que potencian la mirada como pocas cosas) para componer un personaje u otro, para dotarle de un carácter distinto en cada ocasión: no, el aspecto exterior se le cambia, pero la genialidad en la actuación, la expresividad y la voz, unicamente las puede poner él: no hay atrezzo que lo potencie porque sería completamente redundante, inútil. Uno de los mejores actores del panorama nacional, sin duda alguna.
El Centro Dramático Galego recupera la famosa obra de teatro "La ópera de tres peniques" (Die Dreigroschenoper) escrita por Bertolt Brecht, con música de Kurt Weill, y que fue estrenada en Alemania en el periodo de entreguerras, obteniendo un éxito inesperado. Una historia agridulce de lumpen, de criminales, mendigos, putas y policías corruptos, que en aquella dura época de la república alemana que, poco más tarde, elevaría a Hitler al poder, suponía una crítica feroz del sistema capitalista, de sus injusticias y contradicciones. Mackie "el Navaja", el propio Tosar, protagonista inmortal de este drama, despiadado asesino convertido en víctima del sistema y finalmente perdonado en el patíbulo: No seas tan severo en el castigo. Hace suficiente frío, no hace falta más. Fíjate bien, pues en este mundo antiguo el dolor no acabará jamás.
La compañía de teatro dirigida por Quico Cadaval, además de traducir el libreto al gallego, transporta la acción desde el Londres victoriano escogido por Brecht a un lugar llamado Central City (cualquier gran capital occidental, pero, por supuesto, Nueva York) y en vez de situar en el telón de fondo la coronación de la reina, se monta una visita papal: un acto mucho más frecuente y familiar en los tiempos que corren, pero que casi sin querer aumenta el tono transgresor aún más si cabe. Para su representación en el resto del país han pasado los diálogos a castellano y han mantenido las letras de las canciones en gallego: en el Teatro Liceo colocaron un marcador de subtítulos (los que se suelen poner en cualquier ópera) en lo alto del escenario para realizar traducción simultanea y favorecer el entendimiento interregional: bastante superfluo para la mayoría del texto: la afinidad lingüística que no se hubiera producido en la lengua original del drama: imposible el alemán (¿o era impasible el ademán?).
Una puesta en escena excelente que huye de la espectacularidad, pues sobrio debe ser el ambiente de esta historia. Un ritmo sosegado que no impide momentos álgidos de emoción, donde la gran interpretación musical de la orquesta y del reparto será sin duda un punto fuerte de esta obra. Dos horas y media que pasan volando.
El tema más famoso de esta ópera es el primero de todos, Die Moritat von Mackier Messer


A mí, en su día, en aquellos tiempos en los que el gran Ivá dibujaba las aventuras de "Makinavaja" en "El Jueves", me gustaba una versión de este tema, de los "Tijuana in blue", que recogía el espíritu de los ripios de Bertol Bretch. Pero claro, la música ya es otro rollo.
¡Cagontó!¡Cuánto tiempo ha pasado! Madre mía...


domingo, agosto 28, 2011

"Super 8", de J. J. Abrams

El toque Spielberg.
Sin quitarle ningún mérito al que figura como director de esta película, J. J. Abrams, que creo que ha hecho un gran trabajo y del que seguro que sus losties encuentran múltiples referencias en esta cinta (yo de "Perdidos" sólo vi hasta que encuentran una alcantarilla -¡escotilla, atontado!- en medio de la selva: me pareció que la historia era demasiado tramposa, que en el guión se iba a meter lo que se quisiera cuando se quisiera y uno no se lo puede poner tan fácil), a mi entender la lista de referentes debe componerse con lo que lleva el sello del productor de "Super 8", Steven Spielberg. Las más evidentes serán "Encuentros en la tercera fase", "E.T. el extraterrestre", "Los Goonies" o "La guerra de los mundos". Pero también "El imperio del Sol". O también "Indiana Jones y el Templo Maldito". O, claramente, "Parque Jurásico". Y después, por supuesto, añadir las películas de zombis de George A. Romero como "La noche de los muertos vivientes" o "El amanecer de los muertos", inspiración fija del cortometraje que se está rodando dentro de "Super 8" (un dato mencionado al principio de la película permite situar con certeza la época reproducida en pantalla: el accidente de la central nuclear de Three Mile Island del año 1979, fecha posterior a los títulos apuntados de Romero: a Romero además se le hace una mención nítida durante los créditos del final: no se levanten del asiento hasta que se encienda la luz de la sala). Porque aquí abunda el metacine: una película dentro de otra película, un homenaje a los modestos inicios de cualquier cineasta moderno que, empuñando una cámara casera de vídeo y con toneladas de ilusión, dedicación e imaginación (y amigos entregados), realiza sus primeros trabajos: inocentes pero totalmente necesarios. Y una película lleva a otra película: el pequeño rodaje de una de terror encadena con una superproducción de ciencia ficción: así se empieza pero así puede que termines. "Super 8" resume a un cineasta que siempre dejó entrever influencias del cine de género, de serie B, de aventuras, de marcianos, la formación de una conciencia cinematográfica que eclosionó en una de las carreras más intensas y lucrativas del séptimo arte. El rey Midas de Hollywood busca sucesor, mejor dicho, Hollywood lo busca, y J. J. Abrams se postula como candidato. Si el primero miraba al cine de treinta años antes, el segundo también lo hace: sólo hay que fijarse en algunos de sus títulos como "Star Trek", "Misión Imposible 3" o "Monstruoso", ese Godzilla postmoderno. O ahora "Super 8". Pero el toque no se hereda, se tiene o no se tiene y me temo que no se lo dan a cualquiera.
Los niños en el cine de Spielberg. Niños disfuncionales, niños con problemas, niños que no encuentran su lugar, niños solitarios, enamoradizos, imaginativos, niños a los que ha visitado la muerte en su familia, niños que encuentran la salvación en salas de cine de sesión continua, fábrica de sueños. Pero niños que valoran la amistad y la lealtad por encima de todo, con una infinita capacidad de adaptación: niños que pueden establecer contacto con lo extraño, que no sucumben al pánico porque la infelicidad es un hecho cotidiano. Cuando eramos niños veíamos a esos niños y nos gustaba lo que veíamos, nos emocionaba y nos alentaba, ya que ante la peor situación emergía lo mejor de cada cual y todo era posible. Hasta salvar a esa chica y que se enamorara de ti (salva a la animadora, salva al mundo). Y las tramas eran un tanto simples, melodramáticas, maniqueas, pero con mucho sentido del humor, épica, emoción y un ritmo trepidante: dar un respingo en el asiento y aplaudir al final de la proyección con la adrenalina por las nubes. La Aventura. Un cine repetible porque "Super 8", collage impresionante y maravilloso, es precisamente eso, un collage, y todo lo que aparece en la pantalla evoca a otra parte. No se está construyendo un cine nuevo, no se está haciendo historia, sino que la historia se repite en sus contenidos y en sus formas. Y funciona.
Ves esas bicicletas corriendo a toda pastilla en "Super 8" y estás deseando que echen a volar.
El disfrute del espectáculo del cine, sin más: ese es el toque. "Super 8" lo tiene.

martes, agosto 23, 2011

"I'm not there", de Todd Haynes

No está allí. No está en Heath Ledger, Christian Bale, Richard Gere, Cate Blanchett, Marcus Carl Franklin o Ben Whishaw, distintos trasuntos más o menos sorprendentes y acertados que interpretan al cantante de Minnesota en esta cinta. No está en la estupenda caricatura que dibujó Tomás Serrano y que encabeza esta entrada. Tampoco está en sus canciones o en las películas en las que ha aparecido. Ni en sus conciertos multitudinarios, ni en sus ruedas de prensa bordes, ni en los telediarios de las tres, ni en Internet. Todo eso sólo es la forma en la que Bob Dylan ocupa la mente del espectador a través de sus oídos y su retina. Es la imagen que proyecta, una interpretación que cada cual posee del personaje y que, necesariamente, será incompleta y por ello falsa. O no cierta del todo.
Todd Haynes emplea alegorías para exponer las distintas facetas de Robert Allen Zimmerman, retazos de su vida y de su personalidad. Cada alegoría encarnada por un actor distinto: personajes paralelos interconectados: Bob Dylan poeta, compositor genial, cantante folk, cristiano converso, estrella del rock, esposo infiel y padre de familia poco dedicado, idólatra imitador de Woody Guthrie o actor en películas de Sam Peckinpah. Pero si no se conocen previamente algunos detalles de su biografía será difícil comprender algunas escenas de la película: su relación con Joan Baez y Allan Ginsbeg, sus inicios en el Village neoyorquino, su ascendencia judía, el accidente de moto o, su pecado más imperdonable para sus primeros fans, su electrificación: enchufar su guitarra y formar un grupo fue una de las traiciones más sonadas de la historia del Rock y uno de los puntos de inflexión vitales destacados en la película: I ain't gonna work on Maggie's farm no more, toda una declaración de intenciones, y Pete Seeger intentando cortar el cable con un hacha en el festival folk de Newport del año 1965. También este salto artístico era clave en "No direction home" de Martin Scorsese, biopic documental sobre Dylan que abarca desde su nacimiento hasta finales de los años 60 y que es muy recomendable para lo que indicaba antes: conocer de forma fehaciente mucho de lo que en "I'm not there" son sólo metáforas (en "No direction home" aparece, entre otros, Joan Baez despachándose a gusto con su colega: ¡vaya repaso!).
Dylan no estaba allí y a uno le puede dar la impresión de que salió huyendo: himnos trascendentes que se asientan en masas ansiosas del encuentro con conciencias mesiánicas, de lideres espirituales, de autenticidad desinteresada. Y para el compositor de los temas no eran más que canciones, rimas improvisadas en una máquina de escribir. El resto, su escucha e interpretación subjetiva, lo aporta el subconsciente del auditorio: embelesado y cautivo: flotando en el viento. No es extraño entonces que la metamorfosis hacía un volumen mayor, un giro tachado por muchos de puramente comercial, trajera consigo el abucheo constante durante la posterior gira británica: ¡Judas traidor! Pero la fiera acosada se revuelve y le pide a sus músicos que le den más caña: os jodéis, público desagradecido, que esto es lo que va a haber a partir de ahora: Like a rolling stone, así quiero ser, salvaje como Mick y Keith, enrollado como John y Paul, empastillado y pasota y no un corderito manso de canciones de misa como Peter, Paul and Mary (un trío inquietante en cualquier caso). Quiero ser cool, babe, quiero ser Cate Blanchett travestida y no Christian Bale circunspecto.
Quizá la alegoría más acertada sea la de Richard Gere revisando a Billy "el Niño", antiguo pistolero ahora oculto, avejentado y con gafitas: soliviantar al pueblo contra Pat Garrett, convertido éste en pérfido terrateniente (por cierto, el narrador en "I'm not there" es Kris Kristofferson, otro cantante metido a actor pero con muchas mejores dotes para fabricar fotogramas: "Pat Garrett y Billy the Kid" de Sam Peckinpah, mítica, frente a James Coburn, con participación del propio Dylan y Knockin' on Heaven's Door en la banda sonora: pocas películas como esta), para luego escapar en un vagón de ganado sin haber rematado la faena disparando al malvado entre ceja y ceja. No. Ser la inspiración pero no la solución.
¿Dónde está Bob Dylan?
Pues a esta hora suele ir a echar la partida al café de debajo de su casa con unos jubilados. Eso o se ha ido a tocar a algún lado, que a la fama y a la pasta aún no les dice que no, qué va. Genio y figura. Así que según. Por ahí andará.