miércoles, julio 21, 2021

"El agente topo", de Maite Alberdi

Un documental acerca de una ficción que es realidad: el documental es el medio, la ficción es Sergio convertido en espía infiltrado y la realidad, cruda, la aporta una residencia de ancianos: lugar que siempre despierta sospechas: casa de retiro que a la vez es hospital, que a la vez es manicomio, que a la vez es cárcel: la mezcolanza de condiciones de sus habitantes despierta escalofríos al nuevo, huésped voluntario, que contempla de primera mano las posibilidades vitales que se puede encontrar en un futuro cercano: demencia, incapacidad, hastío. Y la más temida: la soledad. El abandono del que lo fue todo y ahora sólo es un estorbo: trastero, chatarrería, muladar. Instituciones que quizá traten estupendamente a sus inquilinos, que intenten cubrir con esmero y dedicación sus necesidades, sus males, sus tristezas, pero que lo único que no pueden enmendar es la traición familiar que Sergio, el topo, muestra con la certeza de la verdad desnuda. Cría cuervos, Azarías.

domingo, julio 18, 2021

"Nomadland", de Chloé Zhao

Contemplo los campamentos que aparecen en la película, esos llanos desérticos urbanizados con furgonetas, caravanas, remolques, tiendas de campaña, viviendas ajadas pero móviles, siempre listas para la huida inesperada, donde sus habitantes lucen indumentarias improvisadas, desgastadas por el uso, se alimentan de conservas y acuden al trueque para cubrir las carencias de su utillaje, y me pregunto si no estaré viendo a los supervivientes de un apocalipsis zombi, género cinematográfico que está hasta en la sopa en los últimos años y que aparece cuando menos te lo esperas. Y es posible que no me falte razón.
Desheredados de la fortuna o, más bien, apartados del dios único de la religión "consume hasta morir". Pero la muerte no llega, morirse puede llevar años y años y hay que tirar para adelante aunque ya no se tenga edad para dormir al raso o al frío o al calor, para realizar trabajos físicos que parecían que habían quedado para estudiantes que querían ganarse unas perras durante el verano, para trasladar el cuerpo dolorido al siguiente curro de temporada que pueda mantener la falta de esperanzas: la campaña navideña de Amazon y el Pay them more! del presidente Joe Biden: tiempos modernos.
La directora Chloé Zhao y la ubicua protagonista Frances McDormand encarnando a Fern (han ganado todos los premios posibles con este filme) retratan una, a priori, dramática situación de callejones vitales sin salida, pero lo hacen de un modo tan benévolo (en ocasiones, excesivamente sentimental) que parecería que los realmente afortunados han sido los pobladores de esa tierra de nómadas. Sostenía el famoso antropólogo Marvin Harris que el estado de migración continua es el propio de la especie humana, el impulso innato inserto en nuestro material genético, y que el sedentarismo impuesto durante el neolítico, un hábito social contra natura. La belleza indiscutible de los grandes espacios abiertos norteamericanos terminan por apoderarse y empoderar definitivamente la estética del celuloide y refrendan el mensaje salvífico de la cinta: la última esperanza es el retorno a la naturaleza: Thoreau, Rousseau o San Francisco de Asís, ya lo sabían.
No sé si fue el poeta Byron el que dijo aquello de que cuanta más gente conocía, más quería a su perro. La bondad y caridad sin límite que asaltan a Fern durante su particular odisea ("Nomadland" no deja de ser una road movie, de la tercera edad, eso sí, sector en la que se topa por arriba con ejemplos mayúsculos como "Nebraska" de Alexander Payne o "Una historia verdadera" de David Lynch) resultan tan reconfortantes para el espectador, que sin duda desea lo mejor para la esforzada vagabunda, como sospechosas de verismo para cualquiera que viva en estos tiempos egoístas y codiciosos, faltos de empatía y de caridad, ausencias del ánimo y del espíritu que menoscaban las posibilidades altruistas de la condición humana y que me temo que no distinguen a ricos de pobres.

lunes, julio 12, 2021

"Operación Camarón", de Carlos Therón

Hace unos días tuvimos ocasión de asistir a una charla sobre la figura de Luis García Berlanga, cineasta del que este año se cumple el centenario de su nacimiento. El acto, moderado por el periodista Jesús Ruíz Mantilla, contaba con la presencia del excelente actor Miguel Rellán y el no menos excelente director de cine Manuel Gutiérrez Aragón. Entre anécdotas o meditaciones o revelaciones de gran enjundia sobre el carácter o el trabajo o la vida del eximio director valenciano, apareció también el tema de la crisis actual del cine español y de cómo la celebración berlanguiana (adjetivo que figura en el diccionario español gracias a la propuesta del académico Gutiérrez Aragón) había despertado el interés del público por revisar obras maestras del pasado en blanco y negro, como lo son "Plácido" o "El verdugo": interés por el pasado, que no por el presente de nuestro cine. La producción cinematográfica española de los últimos años destaca en títulos olvidables, de consumo fácil, sobre todo en comedias banales, veraniegas, como lo eran aquellas españoladas de la época del destape setentero, pero sin destape. El profeta de este rentable y abundante condumio fast food es sin duda Santiago Segura, que, desde unos inicios bien bizarros, se ha pasado al humor blanco del cine para todas las edades: otra cosa no, pero visión comercial no le falta.

En esta racha se inserta la muy publicitada (cualquiera que haya seguido la Eurocopa por televisión se habrá dado cuenta) "Operación Camarón": ubicuidad del título a cargo de la cadena televisiva que participa en la producción. Y ese es uno de los puntos calientes en el apreciable demérito de calidad artística del séptimo arte nacional en los últimos años: rentabilizar el producto a toda costa, apartando sin rubor la menor intención de que las neuronas del espectador activen una mínima sinapsis de su cerebro. Sin embargo "Operación Camarón", a diferencia de muchos otros títulos de los que ni quiero ni puedo acordarme, tiene un pase: reparto de notable vis cómica, con nombres como Julián López o Natalia de Molina (que atesora dos premios Goya), buen ritmo, rodaje solvente (qué bien se le dan a los nuevos directores españoles las escenas de acción), capacidad de intriga, diálogos acertados y, ante todo, duración ajustada a una canónica hora y media de proyección. Nada mal, en fin.

jueves, julio 08, 2021

"Luca", de Enrico Casarosa

Me quedaré con la incógnita de saber (no pienso buscarlo) si esta película ha sido patrocinada por Piaggio, fabricante de la moto Vespa, genuino icono del motor italiano, al menos del más popular, desde que se presentó al público en 1946. Y fue no menos icono, al igual que el también nacido en Italia Seat 600, del Desarrollismo español iniciado a finales de los años cincuenta (en una Vespa cabían tres adultos, como nos enseñó Vicente Aranda en "Camina o revienta": Eluterio Sánchez "El Lute" y dos compinches desvalijando una joyería madrileña: un ladrillo y una motocicleta para escapar de la miseria secular española: más cornadas da el hambre). La pasión desbordada que demuestran por la "avispa" con ruedas los evadidos del piélago Luca y Alberto, tritones marinos anhelantes de secano y asfalto, es sin lugar a dudas el leitmotiv de la trama.

Un cartel muestra a la anterior pareja que más hizo por promocionar las ventas mundiales del vehículo: Gregory Peck y Audrey Hepburn conduciendo una a la vera del Coliseo romano. Ese fotograma ilustrado de "Vacaciones en Roma" de William Wyler aporta una pista sobre el carácter de "Luca": no se homenajea la identidad (o al cine italiano, como he escuchado en alguna parte), sino a ese cine que ha hecho de Italia un tópico para turistas. Y para dejar bonito el panfleto de agencia de viajes, el territorio representado en "Luca" es el litoral de Liguria recorrido cada año por miles (o millones) de turistas en el periplo conocido como Cinque Terre: fotos maravillosas extraídas a codazos por saturación de móviles apuntando a multitud de caretos selfi que arruinan la belleza del paisaje (Portorrosso se denomina el pueblo donde trascurre la aventura terrestre de Luca, topónimo imaginario que es muy parecido a Monterrosso, uno de los pueblos más visitados en esa zona de la costa italiana, aunque parece ser que el nombre en realidad es un homenaje a la película de animación "Porco Rosso" de Hayao Miyazaki, homenaje, a su vez, a la aviación italiana).

Tras "Coco" Pixar vuelve a asomarse a culturas "exóticas" o, más bien, a sus formas más reconocibles e idílicas por poco profundizadas: paseos ligeros fuera de Estados Unidos, algo muy típico de las producciones de Disney, dando lugar a una comedia amable, espectacular visualmente, con el acostumbrado guion recurrente, por políticamente correcto, que aborda el sempiterno miedo al otro, al extraño, al forastero, al inmigrante, y su consabida aceptación sin barreras al final del folio: historia plana que, a diferencia de los añorados clásicos de la época dorada de la productora cinematográfica del flexo saltarín, no emociona hasta la lágrima. Porque así era.

jueves, julio 01, 2021

"Expediente Warren: Obligado por el demonio", de Michael Chaves

Si hay un cineasta que haya dominado como ningún otro la taquilla del género de terror durante el siglo XXI, ese ha sido, sin lugar a dudas, el director australiano nacido en Malasia conocido por el nombre de James Wan. Genuino rey Midas del cine actual, pone su firma como director, productor o guionista a sagas de singular éxito en esto del grito y del susto como son "Saw", "Insidious" o "Expediente Warren", ingente cantidad de títulos de costes contenidos y recaudaciones formidables. La incógnita reside en saber si existe un sello de autor y, disponiendo de recetas infalibles para el público, dilucidar cuál es el secreto de su éxito.

Particularmente "Saw", su primer largometraje, estrenado en 2004, me pareció un debut sumamente prometedor, cinta dotada de cierta originalidad en su trama y en su puesta en escena y aguerrida en su desenlace: gore pero sin pasarse. "Saw" y su jigsaw o asesino del puzle era atrevida e icónica, y dio lugar a un gran número de secuelas de las que no he visto ni una: la primera me dejó contento así que para qué más. "Expediente Warren", sin embargo, me ha dejado siempre (de esta saga las he visto todas, incluida esta tercera que da título a la entrada del blog y que está dirigida por Michael Chaves aunque James Wan siga vigilante entre bambalinas) una intensa sensación de déjà vu: esto ya lo he visto. El subgénero de casas encantadas con espíritu maligno recorriendo sus pasillos está muy trillado y salvo aportes sorprendentes como el de la película "The Babadook" de Jennifer Ken, tiene pocas novedades que ofrecer.

El ciclo "Expediente Warren" relata las andanzas de dos famosos investigadores de lo paranormal (alcanzaron fama mundial después del celebérrimo caso de Amytiville, otro de los nombres de lustre ligados al cine de terror), Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga), profesionales de esa denostada labor de atrapar duendes: o gamusinos: hazmerreir de escépticos, faro para crédulos. La industria del horror en celuloide se presenta de la mano de Wan como un espectáculo casi para todos los públicos, extirpando la acostumbrada carga sexual del terror para adolescentes (protagonistas beatos y recatados: profunda carga religiosa en el metraje, otro vicio indisimulado del cine hollywoodiense de las últimas décadas) y eludiendo el recurso fácil de abuso en la presentación de sangre y vísceras: casas del terror de las que existen en cualquier parque de atracciones, banalidades posmodernas que justifican el precio de la entrada en una realización cuidadosa que logra que el espectador sea el que deambule por la casa encantada de turno, vigilando, inquieto, los límites del encuadre en busca de la siguiente aparición.

Por otro lado, la tercera entrega, "Expediente Warren: Obligado por el demonio", a la vez que cambia de director modifica un tanto el registro y muestra al matrimonio Warren más intrépido y aventurero visto hasta la fecha, enfrascado en la investigación del caso criminal del homicida Arne Johnson, acusado de asesinar a su casero Alan Bono. Aquel juicio de principios de los ochenta fue el primero de la historia de Estados Unidos en el que la defensa del acusado, asesorada por los Warren y su ansia de notoriedad, alegó la condición de posesión demoníaca para justificar el crimen. El juez rechazó de plano esa argucia fantasiosa del abogado de Johnson, por más que en la película nos quieran convencer, con sobradas escenas de satanismo, exorcismo, encantamiento, maldición, posesión y otras diabluras, de que haberlas haylas. Película basada en una historia verdadera. Y punto.