El cine como refugio, oasis, no sólo por la evasión de la mente, inmersa durante un par de horas en vivencias ajenas, sino con el más prosaico fin de escapar del clima: cualquier excusa es buena para ir al cine, esta asfixiante canícula también. Geoffrey Rush dirigido por Guiseppe Tornatore, dice el cartel, y quizás sea la mejor opción de la cartelera: la mejor oferta, tal cual. En mi caso la balanza se inclina por el actor australiano más que por el director italiano. De Tornatore "Cinema Paradiso", sí, aquella hermosa declaración de amor cinéfilo, nostalgia de espectáculo popular, la magia al alcance de todos. Sin embargo se empleaban unos resortes de conexión sentimental con el espectador excesivamente facílones: tan bella como tramposa. En cuanto a Geoffrey Rush, me ha parecido siempre acertado en sus actuaciones. Desde "Shine" de Scott Hicks, el papel que le dio fama mundial, Oscar de por medio, interpretando a un pianista, genio precoz, obsesionado con la música de Rachmaninov. O cuando mostró la sonrisa borrada, el lado menos divertido del gran Peter Sellers en "Llámame Peter" de Stephen Hopkins, o el éxito reciente de "El discurso del rey" de Tom Hopper. Hasta de pirata fantasmagórico (el capitán Hector Barbossa de la saga "Piratas del Caribe" de Gore Verbinski) está bien este tipo. Toda una garantía, en fin.
"La mejor oferta" construye una relación amorosa dominada por la incapacidad de dos personajes para demoler las barreras que han dispuesto ellos mismos a su alrededor, un caparazón infranqueable al que habrá que echarle mucha paciencia para abrirlo. Rush como Virgin Oldman recuerda a Jack Nicholson en "Mejor... imposible" de James L. Brooks, aquel escritor maniático, Melvin, que configuró el arquetipo cinematográfico de la neurosis. Pero el atildado Oldman tiene una faceta sexual mucho más interesante: el fetichismo de retratos femeninos, obras de arte de todos los tiempos que colecciona compulsivamente. Así, el objeto de su deseo, la joven Claire (Sylvia Hoeks), sería la belleza lánguida de una mujer salida de un cuadro, una madonna renacentista, pálida y distante, el último pedazo de "El jardín de los Finzi-Contini" de Vittorio de Sica: la antigüedad, la decadencia, lo extinto. La pintura toma vida, juntos al fin, un encuentro representado en un ambiente de misterio y decrepitud que contrasta con fuerza con otro de lujo y mediocridad. Vaya, realmente estoy disfrutando esta película.
Si la envoltura que el mundo del arte proporciona a la cinta y a ese amor imposible no fuera suficiente, la trama contiene además una intriga realmente buena, una incertidumbre que se va adueñando del público, que intuye que algo va a pasar, que esta historia esconde una amenaza que se va desentrañando lentamente. Qué será, será. Tornatore (written and directed) opta por una solución tan espectacular como rebuscada, un giro que más que atar cabos conduce al espectador directamente hacia la incredulidad y el desconcierto. Y es una pena. La navaja de Ockham nunca está a mano cuando de verdad hace falta (qué bonita es la sencillez, a veces) y yo para ver espectáculos de trileros prefiero ir los domingos al Rastro. Claro que también habrá a quien le parezca un cierre espléndido. Vean y decidan.