domingo, abril 24, 2022

"El callejón de las almas perdidas", de Guillermo del Toro

En la reciente lista de nominaciones de los premios Oscar aparecía, de cuando en cuando, este título dirigido por Guillermo del Toro (entre otras expectativas, la de mejor película) y ayer, además, surgía la novela en la que se basa la trama, cual seta imprevista, cual tarea no realizada, cual carta del tarot por levantar, en alguna que otra mesa de la recuperada feria del Día del Libro de la Plaza Mayor de Salamanca. Así que, esperando a que diera comienzo la final de la Copa del Rey de fútbol, pensé en darle una oportunidad a la última de del Toro, advertido, eso sí, de que lo último rodado por el cineasta de Guadalajara antes de esto último había sido en gran medida una decepción, más aún, por último, si se ponía en comparación con lo primero que conformaba la carrera cinematográfica de este director, ese "tim burton" mexicano que nos deslumbró en sus inicios y que parece venido a menos. No digas que no te lo dije.

El ecosistema feriante de los Estados Unidos en el periodo de entreguerras, durante los duros años de la Gran Depresión, ha sido retratado por el cine en bastantes ocasiones, siempre tomando la magistral "Freaks" de Tod Browning como arquetipo y referencia ineludible e incuestionable para cualquier producción posterior. Dentro del tsunami de series de televisión que nos sigue inundando se han realizado ejemplos como "Carnivàle" para HBO (dos temporadas de una estupenda serie que fue interrumpida de forma abrupta) o "American Horror Story: Freak Show" de FX, tramas episódicas que abundaban en el muestrario de antiguos fenómenos de feria en blanco y negro a los que se les daba color postmoderno y que continuaban apuntalando sus argumentos en presentar aquel mundo circense y vagabundo como un territorio ajeno, separado de los códigos legales, estéticos y morales que mandaban en el resto del país, y que desde su particularidad misteriosa y arcana también se arrogaba el poder de impartir justicia: la tribu, el clan: leyes ancestrales no escritas que castigaban sin piedad a los infractores.

¿Qué aporta Guillermo del Toro con su película? Nada. Cinta plomiza de excesiva duración en la que para más inri cede la carga del protagonismo a las limitadas capacidades actorales de Bradley Cooper (que también es productor de la película), intérprete que nunca ha logrado emocionarme en lo más mínimo (excepto cuando me aseguro de que se ha llegado al último fotograma del metraje), y que ocupa el rol del forastero en tierra extraña, del que va en la feria como un bulto sospechoso (y, como dice el refrán, cada uno habla de la feria según le va en ella, que, aunque no venga a cuento con nada de lo que estoy escribiendo, no deja de ser una muestra de sabiduría popular y eso siempre viene bien). Guillermo del Toro lleva a cabo el mismo camino de crimen y castigo con el pérfido Stan Carlisle que ya nos enseñó Tod Browning hace noventa años con la no menos pérfida trapecista Cleopatra (la belleza se corrige donde la deformidad es la fuente de ingresos más segura) y le condena en un final que se anticipaba mediada la proyección: el engendro, la bestia dentro de la bella, otra vez. Y el Betis campeón de Copa, ahí lo tienes. Enhorabuena.

miércoles, abril 13, 2022

Diecisiete


http://www.devaneos.com/ensayo/la-fabrica-de-espectros-juan-vico/

Este pequeño Licantropunk cumple diecisiete años y, como de costumbre, la persona que recuerda todas las fechas le hace un regalo, el libro "La fábrica de espectros" escrito por Juan Vico, un ensayo que realiza un recorrido histórico del cine desde sus orígenes y que tiene la intención de servir de acicate al propósito de recuperar la inocencia en la mirada, saturada actualmente por el tsunami audiovisual del mundo cotidiano: recuperar la inocencia y por tanto la capacidad de asombro: reinaugurar la fábrica de sueños.

En estos diecisiete años de trayectoria bloguera ha sido posible apreciar muchos cambios en el desarrollo del panorama cinematográfico, no sólo en cuanto a las maneras de consumirlo, sino también, y no menos importante, en la forma de generarlo, a través de una profunda evolución de las técnicas, los formatos, las temáticas, los encuadres predominantes y el ritmo del relato, transformaciones que a su vez han dado lugar a una nueva conciencia crítica. Y sin entrar a juzgar que esto sea mejor que aquello, lo único que me queda es la voluntad, después de tantos años, de seguir escribiendo de eso. Del cine.

sábado, abril 09, 2022

"Red", de Domee Shi

Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.

O en un panda rojo. O, lo peor de todo, en un adulto. La adolescencia como un truco de magia: paloma transformada en ramo de flores de papel, conejo que entra en la chistera y deviene en montón de confeti de colores. El confinamiento pandémico propició que se encerraran en las casas niños imberbes y que se extrajeran de ellas jóvenes turcos, airados, indómitos e inmortales, unos desconocidos repentinos para los familiares que llevaban un tiempo sin verlos y que habían asistido, expectantes y henchidos de alegría, a los primeros años de su desarrollo. La adolescencia, ese misterio.

Madres tigres. Particularmente las de origen asiático, particularmente las de un vástago solitario (aquella política del hijo único impuesta por la China comunista para controlar su pirámide poblacional desde la más estricta burocracia kafkiana), aunque este fenómeno oriental se haya extendido mundialmente sin reparo alcanzando a cualquier nacionalidad o constitución familiar de las sociedades "avanzadas": el ansia enferma del perfeccionamiento: el miedo irracional al destino: criaturas recién salidas del cascarón a las que se le impone un régimen dictatorial y teledirigido del sobresaliente continuo en cualquier actividad que desempeñen, agostados sus intrascendentes juegos infantiles por un horario cotidiano tan sobrecargado como ineludible: un vigilante implacable e impío, un guardián insomne y enloquecido: Saturno devorando a sus hijos: Medea desatada: hijos, pero del agobio, víctimas tempranas de la ansiedad y de las tendencias suicidas: antes nos asustaban con el hombre del saco, ahora con la probabilidad del fracaso.

Después de que PixarDisney haya enfocado sus últimos éxitos hacia tatuar el valor incuestionable e indestructible (el conservadurismo debe ser un gran rédito económico para la compañía del ratón animado) de la tradición y el clan familiar en el subconsciente de nuestros infantes ("Coco", "Encanto"), en "Red" también se apunta en esa dirección aunque el mensaje resulta contradictorio: pero la amistad: la pandilla, la peña, el grupo: cachorros de distintas camadas que se juntan de manera azarosa, y en muchos casos en contra de la opinión prejuiciosa de sus mayores, y que se salvan unos a otros gracias a la fuerza enorme que produce el sentimiento de pertenencia, de protección mutua entre iguales: matar al padre, esa ley fundamental de la existencia humana, para, con el paso de los años, reconciliar esa situación al ocupar uno el mismo lugar de sus progenitores y, así, cual maldición bíblica, aplicar a tu descendencia las mismas fórmulas viciadas de miedo y codicia que un día padeciste. El padre ha muerto, viva el padre. O la madre.