domingo, septiembre 26, 2010

"Fast Food Nation", de Richard Linklater

'There is shit in the meat!', es la rima apocalíptica que pronuncia el jefazo de una cadena de ¿restaurantes? Demasiada E. coli en el cuarto de libra con queso: si la gente se muere después de comerse una hamburguesa, la cifra de ventas puede descender de modo alarmante. Cuando metes prisa en las cadenas de despiece, hay ocasiones (a diario) en las que al destripar una ternera se cometen errores y se mezclan la carne y la... mierda. No vas a parar por esas menudencias, so pusilánime. Acelerar la producción implica relajar las normas. Qué más da si tienen mierda si luego la parrilla va a matar todas las bacterias, sugiere Bruce Willis en uno de los cameos más sorprendentes de la cinta. El ejecutivo que vende veneno se enfrenta a grandes dilemas morales pero no hay nada mejor para acallar la conciencia que pasar una Visa Platino por las ranuras del alma.
Hace unos años leí el libro "Fast Food", de Eric Schlosser, un estudio alimenticio esclarecedor y terrorífico que servía para dar una cruenta respuesta a la famosa pregunta ¿sabemos lo que comemos? Me fue muy útil para amargarles la sobremesa a las amistades, contándoles algunas de las cosas que aparecían en el tocho. Pero además el libro tenía la virtud de que iba más allá del simple anecdotario sensacionalista hasta conseguir profundizar en los orígenes de un sistema de consumo y de vida que trasciende a todos los ordenes de la economía y del que las hamburguesas y los macdonalds no son más que una de las caras más visibles y por tanto más atacadas. El sistema fast food es, simplemente, cuántos centavos por kilo ganamos: el beneficio es lo que manda y todo lo demás es secundario: las leyes sólo sirven para proteger a las corporaciones y exponer a los ciudadanos
"Fast Food Nation" es la película que surge del libro, una dramatización en la que aparecen algunos de los temas que expone el ensayo (muy recomendable, lectura reveladora) en el papel. Un directivo (Greg Kinnear) de la empresa Mickey's (la comida rápida y los personajes de los dibujos animados: marketing despiadado) viaja a una inmensa factoría cárnica de Colorado a descubrir de dónde procede tanta mierda. En la cinta se introduce el tema de los espaldas mojadas, mano de obra de bajo coste y escasamente formada, que son los que apuntalan en esencia el falso bienestar del capitalismo: más por menos: chicanos pobres para engrasar la máquina, mercancía humana de usar y tirar. Inmensos corrales donde se hacinan miles de cabezas de ganado engordadas con piensos transgénicos que esperan su turno para el matadero: las escenas más sangrientas de la película, por supuesto, por eso se llama matadero (para hacerse una idea se puede echar un vistazo, no apto para estómagos sensibles, a este documental del año 1949, "Le sang des betes", de Georges Franju: la verdad detrás del entrecot). También tienen su lugar en la historia un grupo de estudiantes concienciados, ecologistas cándidos, que quieren liberar a las pobres vacas de su cruel destino (entre esos muchachos aparece la cantante Avril Lavigne, icono de la juventud que quiere ser rebelde a través del consumo, el desaliño de marca y la MTV: el mundo está lleno de mensajes confusos) y, cómo no, los jóvenes trabajadores del fast food de la esquina, esos chavales vestidos de amarillo y negro y con gorra visera uniformadora, a los que no conviene hacer enfadar si no se quiere un regalo personal (Paul Dano en una de las escena más perturbadoras del film) acompañando a los pepinillos.
Círculos rojizos de carne plastificada se deslizan por una cinta transportadora infinita. Unas gotas de aroma de carne recién hecha que engañen al cerebro y ¡a comer! Buen provecho.

sábado, septiembre 18, 2010

"La cuarta fase", de Olatunde Osunsanmi

Mi amigo Antonio Vallano, extraordinario ojo fotográfico pegado al cuerpo de un incansable trotamundos, me mencionó este título hace unas semanas. Más bien me lo lanzó, como una provocación cinematográfica. Peor aún, como una advertencia: a él mismo se le notaba el escepticismo (mezclado con sorpresa) a la legua. Pues hala, que no se diga.
Encuentros en la cuarta fase, que al parecer son los chungos. Steven Spielberg dejó claro que la tercera fase era una catarsis interestelar, un encuentro entre civilizaciones lleno de esperanza (más adelante nos haría desear encontrarnos con un marciano rechoncho y cabezón al abrir el armario de la habitación: ese E.T. adorable) y de buenas intenciones. Y para ello nada mejor que elegir a François Truffaut como el director de "orquesta" que lanzará al espacio cinco notas musicales inolvidables. Ese lenguaje, el musical, era una elección más que acertada de idioma universal. El director de "La cuarta fase", Olatunde Osunsanmi, decide (toma ya) que los extraterrestres hablan sumerio. Mal empezamos. Los amantes del género UFO han buscado durante décadas pruebas de la existencia de sus amigos verdes en la arqueología, miles de pruebas agarradas por los pelos: como las teleplastias (un saludo a ese gran teleplasta, Iker Jiménez) de Belmez o las nubes del cielo: cada cual ve lo que quiere ver. El tal Osunsanmi parece tan convencido de lo que muestra en pantalla, que en el arranque de la película Milla Jovovich aparece en plan Hitchcock advirtiendo al espectador de la tremenda realidad que va a presenciar (cardiópatas abstenerse) y que la ficción estará aderezada con trozos de filmación verdadera de las tristes aventuras de la Dra. Abbey Tyler, psicóloga abducida y enloquecida. Y ahí está lo peor de la cinta, esas pretendidas grabaciones reales de cámara de vídeo que lo único que hacen es alentar el tufillo fake de la historia. Incluso el director de la película aparece entrevistando, a lo Michael Moore, a la desgraciada doctora, jugándose y perdiendo por completo su ¿credibilidad? cinematográfica: si intentas convencer al espectador con tanto ahínco, asegúrate de que en Imdb no va a aparecer el nombre de la actriz que interpreta a la "verdadera" Tyler. Para falsos documentales ya tenemos el de la caída de Joaquin Phoenix en las drogas y el rap, película que aún no se ha estrenado ("I'm still here" de Casey Affleck, estupendo actor que por lo oído no se le debe dar nada mal la dirección) pero que seguro que está muy bien.
En fin, que la cosa se queda en un par de sustos de sacarte el corazón del pecho en una película más de conspiración gubernamental sobre asuntos OVNI, terror de visitantes de dormitorio (esta noche toca arroparse hasta la cabeza), con una pareja protagonista totalmente desaprovechada (la mencionada Milla Jovovich y Elias Koteas) y un recuerdo de nostalgia por mi parte al añorado Mulder. La verdad sigue estando ahí fuera. A ver si la encuentra alguien.

jueves, septiembre 09, 2010

"El silencio de Lorna", de Jean-Pierre y Luc Dardenne

Un drama anónimo, de actualidad, de esos que aparecen en la prensa de tanto en tanto. Un titular que nos llama la atención pero del que nos cuesta imaginar las circunstancias, la situación vital de sus protagonistas. Ponerse en el lugar del otro es una tarea ardua para esta masa social-adormecida, indolente y cruel, que juzga desde su sofá sin haber visto más que una noticia de treinta segundos en el telediario nocturno: parte de una historia. Parte mínima.
Los hermanos Dardenne, estos belgas acaparadores de premios, vuelven a sorprender contando lo cotidiano, lo que le sucede a ese vecino del que ni siquiera sabemos el nombre y que miramos con desconfianza: el infierno es el otro. Cuando hicieron "Rosetta" (extraordinaria y desgarradora película de una chica que lucha con todas sus fuerzas por salir del mundo marginal que la tiene atrapada sin remedio, una cinta llena de frescura y de ritmo) en el año 1999, premiada con la Palma de Oro de Cannes, lograron que el gobierno belga descubriera que algunos de sus habitantes tenían un serio problema: en el año 2000 se aprueba la Ley Rosetta que protege el salario de los jóvenes. Cine conmovedor, social, esclarecedor. Abre los ojos.
"El silencio de Lorna" tiene un guión excelente, lleno de barrancos y de atajos que lanzan al espectador a puntos de la trama donde debe volver a encontrarse, descubrir dónde se halla, situar la brújula encima del celuloide y, atento a cualquier pista, reconducir la historia. Giros bruscos, pequeños saltos en el tiempo, que demuestran que la continuidad en un metraje se puede alcanzar llenando el cubo de basura de fotogramas innecesarios. Fantástica película.
Leo lo escrito y me doy cuenta de que no he desvelado nada de lo que sucede en la pantalla. He dudado si contarlo todo, como un prisionero atiborrado de suero de la verdad, pero es que a mi no me gusta que me cuenten estas películas. Sí, cuanto menos se sepa, mejor.

sábado, septiembre 04, 2010

"Lope", de Andrucha Waddington

 Escritores soldado: la pluma y la espada. El ejemplo más conocido es el de Miguel de Cervantes: el manco de Lepanto, el cautivo en Argel. La biografía de Lope de Vega también da, de sobra, para un relato apasionante: el signo de los tiempos: el imperio sin noche atrae de modo inevitable a legiones de hijos de algo en busca de fortuna, o así lo destaca el lado más llamativo de la Historia, cuando realmente este país no era más que un erial lleno de campesinos harapientos y lo siguió siendo durante siglos. La película arranca con imágenes de campos agostados entre caminos polvorientos iluminados por un sol inclemente. Tropas andrajosas retornan de su última batalla con los bolsillos tan vacíos, o casi, como cuando partieron. Fotogramas arrasados en sepia, cenicientos, recorren calles pedregosas y muestran muros desvencijados de un Madrid imposible de encontrar a no ser en unos espléndidos decorados (los exteriores fueron rodados en Marruecos). La ambientación escapa de dar la imagen pulcra de, por ejemplo, la serie de televisión "Los Tudor": si en "El perfume" de Patrick Süskind se intuye que un viajero en el tiempo que aterrice en una metrópoli de siglos pasados se asfixiaría con el hedor de las calles, en "Lope" no se duda a la hora de enseñar roña y herrumbre: cuadros de Murillo transportados al celuloide como receta segura de fidelidad y verismo.
Elena Osorio, Isabel Urbino. Los nombres de los amores de Lope de Vega resuenan en recónditos rincones de la memoria de la escuela. Cada poeta necesita sus musas y se componen parejas eternas, como Zenobia Cambrubí y Juan Ramón Jiménez, Leonor y Machado o Beatriz y Dante. Así que con detalles de la vida del fénix de los ingenios se puede lograr una buena película, por supuesto, potenciando el lado aventurero frente al intelectual y, finalmente, dejar que el romanticismo domine la escena. Pilar López de Ayala y Leonor Watling, excelentes ambas, actrices consolidadas, encandilarán a Alberto Ammann hacia la pasión arrebatada llena de versos, una elección de protagonista que eleva el grado indómito y seductor del personaje retratado y que apuntala al funcionario secuestrado de "Celda 211" de Daniel Monzón (también aparece Luis Tosar en "Lope" aunque en un papel discreto: no todos los días son fiesta) en una carrera más que prometedora. Y a Andrucha Waddington, este director brasileño que tan bien ha recreado el mundo del teatro en el Siglo de Oro, le seguiremos la pista.

jueves, septiembre 02, 2010

"Conocerás al hombre de tus sueños", de Woody Allen

Una comedía de Woody Allen: un género cinematográfico propio. Una lista que se incrementa anualmente con una cadencia que parece infinita, al menos hasta que la barrera de la edad (o de la muerte que tarde mucho en llegar) se imponga. La lección anual de cine por parte del genial guionista y director.
Comedias de la alta sociedad (de nuevo Londres en vez de Nueva York pero es lo mismo) que por repetidas terminan siendo comedias costumbristas y, como de costumbre, llenas de tics reconocibles. Matrimonios pijos de ínfulas bohemias que asisten desolados al final del amor: el desencanto de la realidad se baja del escenario, emerge del cuadro o escapa del texto: de joven prometedor se pasa a ser una promesa falsa de 38 años. En lugar de psiquiatras, esta vez tenemos astrólogos, médiums, adivinadores, pero las mismas dudas existenciales que provocan el consabido humor de diván marca de la casa, aunque hoy los chistes no sean tan buenos como en otras ocasiones. Será que es una comedia de Woody Allen en la que no aparece Woody Allen: se echa de menos al comediante genuino. Y eso que se nota que el reparto que toque siempre intenta dar lo mejor de sí mismo cuando trabaja con el neoyorquino, pero el resultado es dispar: Josh Broslin no da el tipo ni siquiera cuando enseña la (gran) barriga que ha incorporado al papel: innecesaria transformación denironiana; Anthony Hopkins unicamente deja una buen fotograma cuando se pone amenazante (Clarisssss...) pero la función ya está terminando; Antonio Banderas sigue sin sacudirse del todo su anclada imagen de latin lover y Naomi Watts hace de Naomi Watts (creo que la única vez que la he visto acercarse a un rol cómico fue en "King Kong" de Peter Jackson: lo demás tiende a ser de carácter atormentado). La que está magistral es Gemma Jones en su papel de madre/esposa desnortada: el espíritu del autor se encarna en una divorciada sesentona adicta al esoterismo. Y al whisky, claro.
Destellos. Demasiadas veces escrita la palabra costumbre: se apaga la sorpresa, se mitiga el interés: se obtiene lo que se espera. Queda la sensación del agradable reencuentro con el cine del fiel clarinetista, que no es una sensación menor, pero si alguien ve por primera vez una película de Woody Allen y es esta, por favor, que corra al videoclub y coja, por ejemplo... un montón de ellas.