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viernes, marzo 14, 2014

"Her", de Spike Jonze

Cuando alguien se adentra en los estudios de Inteligencia Artificial, uno de los paradigmas de la materia con los que se encontrará, será el conocido test de Turing: una persona lanza una serie de preguntas a un ordenador y a un ser humano, sin saber quién es quién, y al final de la prueba debe ser capaz de discernir cuál de los dos es la máquina. Si no es así, si el ente cibernético es indistinguible, se podrá afirmar que presenta un comportamiento inteligente y que, por tanto, es un artefacto inteligente. La inteligencia, esa desconocida. A los cinéfilos o a los lectores de Philip K. Dick, les sonará mucho más el test de Voight-Kampff, aquel ataque de preguntas que Rick Deckard lanzaba incansable hacia la fría Rachael con la esperanza de ver aparecer unas mejillas encarnadas, las respuestas ruborizantes que apenas lograban una leve vibración en la profunda pupila de Sean Young, suficiente señal, sin embargo, para condenarla al ocaso forzado de los replicantes. Samantha, la protagonista de "Her", anula el test de Turing, más aún, salta desde el puesto de jugador al de juez: será el humano el que tendrá que atestiguar que se encuentra al nivel de la máquina.

Se echa de menos una cara que adosarle a la voz de Samantha, pero esa característica incorpórea es ineludible a la condición de partida de la película: enamorado de una charla a ciegas, línea caliente que termina con el chico arrodillado y con un anillo de compromiso delante del teléfono, el amor que no entra por los ojos, sino por el oído: el ansia de ser comprendido, de escuchar un carácter alegre y abierto al que no le cueste empatizar con nuestras inquietudes. A Joaquin Phoenix, encarnando al sensible Theodore, le resta la carga notable de sacar adelante él solo (dar la cara en muchos primeros planos, una cara y una aspecto hipster -como el que presentaba en "I'm still here" de Casey Affleckque marca tendencia: vayan buscándose unos pantalones con la cintura a la altura del sobaco) la extraña trama amorosa que se desarrolla en la película, porque si Samantha fuera de carne y hueso la película se quedaría en comedia ñoña y tontuna, pero al no ser así, el filme provoca curiosidad en el espectador además de invitarle a determinadas reflexiones.

La infantilización forzosa de la sociedad tecnificada, una sociedad aséptica incubada en una atmósfera higienizada y después embotellada al vacío, el espacio cómodo que provoca la parálisis frente al compromiso, la incapacidad de afrontar una vida real en la que es imposible predecir y controlar todas las variables y el terror a padecer las conmociones emocionales de una relación sentimental. El individualismo como efecto falso e impostado del consumo, qué paradoja, de masas. "Her" me recuerda mucho (pero muchísimo, con las debidas desemejanzas, por supuesto) a "Tamaño natural" de Luis G. Berlanga: la ardorosa muñeca hinchable era la compañera ideal para Michel Piccoli, pero al igual que Samantha evoluciona en sus cualidades humanas, la muñeca de Piccoli termina poniéndole los cuernos y provocando un turbio crimen pasional por desinflamiento súbito. Ay, triste estampa ser rey de la creación. Si Berlanga y Rafael Azcona anticipaban el guión de Spike Jonze con cuarenta años de adelanto, se puede entender que algunas de las imágenes futuristas que adornan "Her" no lo son. De hecho prefiguran un futuro cercano, a pocos años (o meses) de distancia. Andamos por la calle entre presencias espectrales que únicamente fijan su mirada en el cristal de la palma de su mano (espejito, espejito), inmunes al entorno, a la vida en derredor, caminantes de frenopático que hablan solos, se ríen solos, absortos en la charla de sus dedos, conversación dirigida a una persona que quizás se siga llamando amigo, el viejo amigo al que ya nunca se ve, o se trate de uno de esos amigos presentados por el monopolio sentimental que están imponiendo las grandes corporaciones de Internet. La siguiente evolución del capitalismo será el capitalismo afectivo. Cómprese usted el amigo perfecto, la novia perfecta, el hijo ideal.
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