domingo, marzo 28, 2010

"El escritor", de Roman Polanski

"The ghost writer" es su título original: el negro literario que aporta los textos mientras otro, el de la portada de la pretendida autobiografía, pone la firma al final del tocho y la dedicatoria al principio: supongo que en ocasiones ni siquiera esto último. Pero en esta historia hay además otro escritor fantasma, uno que aparece muerto en una playa gris al principio de la cinta y que estaba asistiendo a Adam Lang (Pierce Brosnan: ¿habrá visto Polanski alguna vez aquella serie llamada "Remington Steele"? Paralelismos evidentes entre personajes de ficción), ex-primer ministro británico, en la elaboración de sus memorias. Para sustituirle y terminar el libro se contrata a otro escritor especialista en libelos bestseller (Ewan McGregor viajando a... ¿Estados Unidos? Pues seguro que el director no le acompañó: los créditos del final hacen pensar que el mar que se ve en la película es el mar del Norte) que tendrá que adentrarse en el manuscrito ya elaborado para obtener una versión que sea de interés al público: no sabe hasta qué punto lo va a conseguir.
Los personajes de Adam Lang y su mujer Ruth (Olivia Williams) son un reflejo más que casual de las figuras de Toni y Cherie Blair, pero las motivaciones que muestra la película para justificar las causas por las que el mandatario británico acompañó a George Bush en su felonía de Irak parecen descabelladas. O no. Porque la película, basada en la novela "El poder en la sombra" de Robert Harris, desgrana la trama con tal precisión y elegancia que por qué no pensar que si Bush no era más que una marioneta tonta manejada por poderes ocultos (o no tan ocultos) otro tanto podía suceder al otro lado del Atlántico con su homólogo inglés: el trío de las Azores eran la versión chunga de Triki, Coco y Gustavo de Barrio Sésamo: unos monigotes con el brazo del titiritero metido por el culo.
Ewan McGregor hace recordar a antiguas actuaciones del propio director, como cuando encarnó a Trelkovsky en "El quimérico inquilino" y el pisito de París con sus secretos y sus vecinos enigmáticos transformado en esta ocasión en la residencia de retiro de un político, o a Alfred de "El baile de los vampiros", un investigador por accidente, atrapado en el ojo del huracán. De cualquier modo, obra maestra del polaco, que se llevó el Oso de Plata al mejor director en el último festival de cine de Berlín, un premio que no recogió por estar en arresto domiciliario. Y ya puestos a elaborar conspiraciones más allá de la duda razonable: el repentino interés en meter a Roman Polanski entre rejas (treinta años pasan desde que fue cometido el delito: tiempo de sobra han tenido para trincarlo, digo yo, que esconderse no se ha escondido mucho y ahora ya tiene 76 años: demasiado viejo para el talego), ¿será debido a que se ha puesto a filmar temas políticamente escabrosos, como recientemente le ha pasado a Jafar Panahi? Eso me vino a la cabeza al salir del cine. Qué tontería. ¿Verdad?

sábado, marzo 20, 2010

"Pauline en la playa", de Eric Rohmer

Cuanto más adulto mayor es la hipocresía: la edad produce egoístas mezquinos y la sinceridad o el idealismo de la juventud se diluyen como un azucarillo en una infusión amarga. En la película se presentan tres estereotipos de amantes masculinos entre los que Pauline puede escoger (lo mismo que ya hizo el director en "Cuento de invierno", aunque en aquella los elegidos eran completamente diferentes: director de creatividad infinita pero además en el cine de Rohmer se encuentran conexiones entre todas sus películas), tres posibilidades que la irán decepcionando sucesivamente: Sylvain, el adolescente impulsivo y cándido manipulado para que sus buenas intenciones malogren sus opciones; Pierre, el antiguo novio de Marion, la bella prima de Pauline, celoso y resentido que aún no ha reconducido su pasión al refugio del cinismo y del olvido y que piensa en recuperar el amor perdido sin ser consciente de que tiene más recuerdos que posibilidades; Henri, el maduro divorciado que dispara a todo lo que se pone a tiro, que disfruta más con la cacería que con el sabor de la presa cobrada, un adicto a las noches largas que abren la cama y a las mañanas efímeras que cierran la puerta. Sucesión de engaños, de embrollos, de devaneos veraniegos sin mayor trascendencia: la playa es el territorio en el que todo esta permitido, liberación del ánimo, captura de recuerdos con los que alimentar el invierno parisiense.
Personajes que hablan abiertamente de sus sentimientos, ideas que los actos desmienten, pero el diálogo es incesante, casi teatral pero pronunciado con absoluta naturalidad. Marca de autor, de gran autor.

jueves, marzo 18, 2010

"Johnny Guitar", de Nicholas Ray

Juanito Guitarra contra el chico bailón: más parece un concurso de talentos que la rivalidad entre indómitos pistoleros. Western atípico de vaqueros enamoradizos, románticos, y doncellas de hierro: mujeres de armas tomar, mujeres al borde de un ataque de nervios: se rebaja la masculinidad de ellos para resaltar el poderío de ellas. Emma Small (interpretada por Mercedes McCambridge en una de las mayores exhibiciones de mala leche que se haya visto nunca en una pantalla) de luto riguroso, con una cartuchera alrededor de la cintura vestida de negro, es el viejo orden, la rica ganadera y banquera que quiere mantener sus privilegios a toda costa y que arde de celos y de odio por Vianna (Joan Crawford, diva de carácter: su duelo interpretativo en "Johnny Guitar" hacer recordar al que mantuvo en "¿Qué fue de Baby Jane?", de Robert Aldrich, con Bette Davis: enemigas íntimas), que sentada al piano con su traje blanco de pureza, parece desmentir a la antigua prostituta del ferrocarril que ha levantado su negocio en medio de la nada y que representa al progreso, a la segunda oleada de pioneros que va a encontrar su sitio en el far west. A toda costa.
Western atípico en sus personajes y en su genial factura, pero con temas del western clásico. Un western más: no, uno de los mejores.

domingo, marzo 14, 2010

Campaña internacional por la liberación del cineasta iraní Jafar Panahi

El mundo del cine solicita la puesta en libertad del realizador Jafar Panahi, arrestado el pasado lunes por la noche en su casa de Teherán por la policía del régimen iraní. Junto a él, han sido encarcelados su mujer y su hija, los también directores de cine Mohammad Rasulov, Mahnaz Mohammadi y Rokhsareh Ghaem-Maghami y el operador de cámara Ebrahim Ghafari.
El motivo del arresto de Panahi, firme partidario del líder de la oposición Mir Hossein Moussavi, es el documental que en estos momentos estaba realizando sobre las protestas que estallaron el pasado mes de junio como consecuencia de las polémicas elecciones que dieron por vencedor a Mahmud Ahmadinejad. Panahi no obtuvo la autorización para rodar las escenas de este documental en la capital iraní.
Ya el pasado verano Panahi fue arrestado junto a su mujer e hija por participar en la conmemoración de Neda Agha-Soltan, que murió durante una manifestación.
No se han hecho esperar las protestas ante este arresto por parte de todos los estamentos del mundo del cine, como la Federación Europea de Directores (FERA), que exige su inmediata puesta en libertad.
Cineuropa ha lanzado una campaña para recoger firmas de los lectores que deseen apoyar esta iniciativa. Para ello, manda un correo electrónico a cineuropa@cineuropa.org con nombre, apellidos, ciudad y país.
The French Society of Film Directors SRF started a petion to ask for the immediate release of Jafar Panahi. You can sign the petition on SRF website: http://www.la-srf.fr/index.php?tpl=petitions&cat_code=PET&doc_courant_id=3069
(Fuente: www.cineuropa.org)

"El globo blanco", de Jafar Panahi, en Licantropunk

sábado, marzo 13, 2010

"Carretera asfaltada en dos direcciones", de Monte Hellman

También podría ser mítica porque los papeles del conductor y el mecánico de ese Chevrolet gris del 55, un cuatro latas dopado de caballos hasta el techo, están encarnados por los músicos James Taylor y Dennis Wilson: espíritu hippie y hedonismo existencial. Película lenta que apoya su trama en el culto a la velocidad, paradoja que sin duda propició la incomprensión de la taquilla. Pero aquí está el paso del tiempo para poner cada cosa en su sitio y darle a esta película el reconocimiento merecido: road movie, cult movie. La civilización usamericana del siglo XX se expandió sobre cuatro ruedas. Pistones y petróleo para moverlos. Cuando los soldados estadounidenses desembarcaron en las playas de Normandía, se sorprendieron de que los nativos tuvieran automóviles y salas de cine: los franceses tuvieron que explicarles la paternidad de ambos inventos. Motor y celuloide como propagador eficaz del american way of life. Ya no hace falta que el obrero viva a tiro de piedra de la fábrica porque puede (debe: hay que vender más coches, hay que vendérselos a los mismos que los fabrican: hay que crear la necesidad, para mantener la esquizofrenia del consumo febril) coger el coche cada mañana para ir a trabajar: prohibido caminar: la obesidad es signo de riqueza. Los núcleos de población se extienden en inmensos suburbios de interminables hileras de casitas, todas iguales, todas separadas, con valla blanca, trocito de césped y mástil para la bandera (ver la casa de Walt Kowalski en "Gran Torino" de Clint Eastwood: película de la nostalgia por una industria automovilística en extinción). Todas iguales: reminiscencias comunistas en el seno del capitalismo. El coche termina siendo imprescindible, como un segundo hogar. Así que se inventa el centro comercial dotado de un gran aparcamiento, y el cine que se ve sin salir del coche y el restaurante en el que te atienden bajando la ventanilla. Y el cierre del comercio tradicional, la crisis energética y el fast food: todo va junto. Deprisa, deprisa. El chevy del 55 debe seguir en marcha a toda costa: si se para se muere, como si se tratara de un tiburón blanco. Y da igual hacia donde, porque el asfalto es el hábitat único y tiene dos direcciones, para poder elegir. Competir con otros coches para sacar pasta para arreglar el coche, para llenarlo de gasolina y seguir conduciendo. El movimiento continuo en nómadas de la era postindustrial, que buscan competiciones en las afueras de los pueblos igual que los indios de las praderas buscaban las zonas de pasto del bisonte americano. El conductor y el mecánico, la pureza nihilista de su camino, encuentran su contraste en el dueño del Pontiac GTO, el personaje interpretado por Warren Oates (actor de culto), un piloto fanfarrón y mentiroso que envidia la despreocupación juvenil y libertaria de los chicos del Chevrolet. Una chica, una autoestopista (Laurie Bird), será la única que amenace con quitarles las llaves del contacto. Punto muerto. El fotograma final arde como un meteorito atravesando la estratosfera.

domingo, marzo 07, 2010

"Shutter Island", de Martin Scorsese

Las últimas películas dirigidas por Martin Scorsese (exceptuando, claro, los documentales rockeros "No direction home" y "Shine a light", dedicados a Bob Dylan y los Rolling Stones, respectivamente) han tenido como protagonista masculino a Leonardo DiCaprio. Su eterna cara de niño ha copado los fotogramas de "Gangs of New York", "El aviador", "Infiltrados" y "Shutter Island" y, según se ha anunciado, es el candidato ganador a interpretar el papel de Frank Sinatra en el biopic que está preparando Scorsese: supongo que no tendrá que cantar o que al menos pondrán un playback de The Voice. Seguro que el director neoyorquino ha visto algo especial en el actor californiano ya que lo ha convertido en su actor fetiche después de cortar con Robert De Niro, su novia de toda la vida, tras el rodaje de "Casino" (mi compañera de platea confundió esta tarde a Elias Koteas con De Niro; la verdad es que estaba caracterizado de forma que era casi irreconocible, pero no, no era el gran Bob: quizás lo confundió con el Frankenstein que hizo De Niro). Y aquella, "Casino", fue su última gran película, el final de su periodo clásico. El resto, a mi entender, no ha mantenido el nivel, no ha vuelto a realizar una cinta que se pueda considerar tan buena como aquellas. "Infiltrados", en algún momento. De cualquier modo "Shutter Island" es la película en la que más me ha gustado DiCaprio, que demuestra tener cierto empaque para interpretar un papel de personaje trastornado, marcado por la tragedia (el empaque lo puede dar la edad, simplemente, al estar más cerca de los cuarenta que de los treinta o puede venir también -es patente- de haber cogido unos kilos: aumenta la presencia en pantalla al llenar el fotograma de forma natural). "Shutter Island" es un thriller psicológico en el que a la trama se le dan más vueltas de tuerca de las debidas. Se embarulla y no se acierta a cerrar el círculo de forma correcta, algo que no importa en absoluto si te llamas David Lynch y tu intención es volver loco al espectador, pero tratándose de Scorsese, no creo que ese fuera su ánimo (a partir de este punto creo que va a haber algún spoiler: avisado queda el lector). Dos detectives van a un manicomio de alta seguridad a investigar la extraña desaparición de una paciente. Enseguida empieza a surgir la sospecha de que en el lugar se están realizando experimentos poco éticos, al estilo de los lavados de cerebro que llevaban a cabo los norcoreanos con los prisioneros yanquis en "El mensajero del miedo", obra maestra de John Frankenheimer (hablando de Sinatra por la puerta asoma) que tiene un reciente remake de Jonathan Demme. Hubiera sido interesante una película que se atreviera a plantear ese tema en el terreno usamericano, desde la óptica de los años 50, en plena guerra fría: no había necesidad de retorcer mucho más un guión que ya ofrecía suficientes subtramas y buenos personajes para realizar una gran película. Pero los que ven conspiraciones por todas partes son carne de frenopático, nos dice la moralina de la cinta, así que la trama gira hacía la caída en la locura de un excombatiente de la Segunda Guerra Mundial que participó en la liberación del campo de concentración de Dachau y que, de vuelta a la vida civil, sufrió una terrible tragedia familiar: lo que sea con tal de impactar al espectador. O al menos intentarlo. Y al final no se sabe con certeza qué es verdad y qué es alucinación, porque para que el pliegue del guión se justifique habrá que negar muchos de los hechos que ocurrieron en la primera parte: el espectador vio fantasmas sin saberlo y no lo sabrá nunca. Supongo que en la novela en la que se basa la película (del escritor Dennis Lehane, el mismo que escribió "Mystic River") la acción fluye mucho mejor, sin los saltos a los que obliga limitarse a dos horas de metraje. Suele pasar. En fin, después de ver esta película sólo me queda clara una cosa: DiCaprio y Sinatra se parecen como un huevo a una castaña.