sábado, agosto 15, 2020

"La huida", de Sam Peckinpah

La extraordinaria química actoral que demuestran Steve McQueen como Doc y Ali MacGraw como Carol en esta cinta, trascendió el celuloide y dio lugar a un sonado romance extradiagético, una bomba rosa para el papel cuché de la época, en la que el público suspiraba inerme frente al glamour y el erotismo que de manera innegable desprendía la pareja. Ella se divorció del famoso productor Robert Evans y él de la bailarina filipina Neile Adams. Tanto Evans como Adams habían sido un sólido e influyente impulso para la carrera cinematográfica de sus respectivos cónyuges, pero nada de eso importa cuando llega el momento de la huida.
Con el inconfundible sello de autor de Sam Peckinpah se perfila poderosa esta clásica historia de ladrones de bancos, basada en la novela del aún más clásico y poderoso escritor Jim Thompson, y, ante todo, en aquellas tramas canónicas de parejas criminales lanzadas a una fuga desesperada: la odisea habitual de cruzar la frontera mexicana y alcanzar la arcadia feliz para cualquier delincuente que posea una maleta llena de fajos de dólares. Road movie criminal, por tanto, llena de situaciones de escapada imposible, cercos policiales interminables y emboscadas de colegas de profesión ávidos por quedarse con el botín, parte del mismo formado por la propia Carol.
Mac&Mc, MacGraw y McQueen, surgiendo airosos de cualquier callejón sin salida en el que se metan, sin perder ni un ápice de elegancia natural a pesar de que su última aventura les haya llevado a esconderse en un camión de basura: la carga de adrenalina del guion de Walter Hill, tan sensual como peligrosa, no abandona la cinta en ningún instante y conforma una película de culto que desmiente a Kavafis: no siempre lo mejor está en el viaje: Ítaca espera al sur del río Grande y la felicidad bien puede encontrarse en el descanso del alma.

miércoles, agosto 12, 2020

"Sonrisas de una noche de verano", de Ingmar Bergman

No hace mucho que terminé de leer la autobiografía de Woody Allen, ese famoso libro publicado este año y que lleva por título "A propósito de nada". Famoso y esperado, ya que debía ser la ocasión propicia para que el director neoyorquino contara su parte de la historia: la versión personal de las amargas vicisitudes sentimentales que estallaron a partir de su ruptura con la actriz (y gran actriz, por cierto) Mia Farrow, después de que esta tuviera conocimiento de que su novio mantenía relaciones amatorias con su hija adoptiva: no, no la hija adoptiva de Allen, la hija adoptiva de Farrow: para enterarse bien del asunto Woody Allen le dedica al tema aproximadamente la quinta parte del libro, aportando suficiente claridad al espinoso asunto como para dejar claro que se trata de un caso cerrado. Años oscuros de linchamientos mediáticos e indefesión internauta vivimos, me temo. Pero seguro que habrá quien sostenga lo contrario, quien proponga que las autopistas de la información son sendas justicieras y que llegó la hora del castigo del impune. Años oscuros y además ingenuos.
En particular del libro me interesa más el camino artístico del que para mí es uno de los grandes genios vivos del Séptimo Arte y, en ese sentido, en cuanto a descubrir decisiones, inquietudes, intereses, influencias, en cuanto a desgranar los porqués y los cómos, el libro resulta sensacional: Woody al desnudo: gran Woody. Casualmente, la primera película en la que contó con Mia Farrow fue "La comedia sexual de una noche de verano", del año 1982, y no podrá negar el cineasta de Brooklyn que esa cinta guarda gran parecido argumental con la que encabeza esta entrada, "Sonrisas de una noche de verano" de Ingmar Bergman. Allen se fue a rodar al campo: Siempre había querido hacer una película que rindiera homenaje a los placeres y la belleza del campo. No me pregutéis por qué. Yo odiaba el campo. Pero la idea de combinar magia y música de Mendelssohn me resultaba atractiva. Puede que sí, que odiara el campo, pero no cabe duda de que amaba el cine de Bergman.
Ambas películas son comedias, las dos presentan a parejas de personajes acomodados, de época victoriana, y emplean un fin de semana campestre, para, apoyándose en la pasión de las cálidas noches estivales, desemparejar y emparejar de nuevo, mezclar la baraja y extraer del mazo nuevas combinaciones que parecen más acertadas, más románticas, más de "amor verdadero", que dírian el pirata Roberts y la princesa Buttercup. Allen echará mano del realismo mágico para conjugar sus arcanos mientras que Bergman, maestro insuperable del cine pero que a la comedia se dedicó poco, no podrá disimular su dominio del retrato de emociones profundas del ser humano, ofreciendo en su película un abanico irrepetible de situaciones afectivas: del platonismo más inconfesable hasta los amores más abiertos e irrefrenables: polvos de amos y de criados, arriba y abajo, no hay clases sociales si la líbido aprieta, y todos felices mientras el estado químico del enamoramiento irracional aparte cualquier borrasca del horizonte. "Maridos y mujeres" es la última película que Mia y yo hicimos juntos, sentencia Woody. La última, sí. Y no creo que la vuelva a contratar.

martes, agosto 04, 2020

"La isla de las mentiras", de Paula Cons

En muchas de las producciones actuales de cine español, resulta apabullante la enorme cantidad de organismos públicos que aparecen al comienzo del metraje (uno tras otro, breves segundos para cada membrete oficial, que a ningún espectador se le escape lo comprometidos que están con el cine nuestros políticos, ¡viva la cultura... o lo que sea!). Una retahíla interminable de siglas y composiciones heráldicas asociadas a una geografía concreta, de mayor a menor, desde la nación hasta la última pedanía implicada en el rodaje, pasando por la comunidad autónoma, la diputación provincial, la mancomunidad de municipios, el ayuntamiento local o parroquia rural que sea menester. Y uno se pone a temblar pensando en que en cada escudo que ha contribuido de alguna forma al filme (aunque sea no cobrando la ORA a los vehículos de los películeros), haya habido detrás un secretario "de algo" con ínfulas artísticas exigiendo que su pueblo aparezca chulo en los fotogramas, a ver si vienen más turistas.
Ese devaneo malintencionado ocupaba mi mente después de contemplar una producción tan errática y contradictoria como esta "La isla de las mentiras", perezosa hasta en la creación de un título que tuviera algo más de lustre. Pretendido thriller que agosta la intriga criminal al poco de comenzar la trama y que apoya el conflicto principal en la secular codicia de los despojos de un naufragio para los habitantes de costas peligrosas para la navegación: cualquier cinéfilo habrá disfrutado y descontado en mayor medida ese recurso argumental con la canónica "La posada de Jamaica" de Alfred Hitchcock. Nada nuevo en las orillas atiborradas de pecios.
En cuanto al retrato de las penurias sociales y económicas que empujaron a millones de campesinos españoles a cruzar el Atlántico a principios del siglo XX (mi abuelo entre ellos, un viaje fabuloso para ojos nacidos en la sierra de Salamanca, que embarcó en el Ferrol y alcanzó Buenos Aires para trabajar en un rancho ganadero cercano a Rosario: una aventura de ida y vuelta extraordinaria) se queda en la semblanza de diversos tópicos que la película misma no tarda en anular: tan pronto se habla del sempiterno analfabetismo de las clases bajas, como se nos presenta a las mujeres de la isla manejando la prensa con soltura; tan pronto se quiere criticar la servidumbre al villano marqués decimonónico, como se destaca que en aquel páramo estéril no les falta de nada a sus pobladores, María dixit. El simbolismo forzado de la hoz homicida, de los pies descalzos pero sólo en los encuadres cercanos a los pies del noble, de los pobres incapacitados para amar a no ser que se comporten como animales de cuadra: recursos patéticos para denuncias posmodernas.
A Galicia siempre, en cualquier momento, nowhere fast!, mar vivo, tierra adorada, a la que la idea del retorno se encuentra constantemente unida, más allá de leyendas negras y películas olvidables.