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sábado, agosto 18, 2018

"Coco", de Lee Unkrich

La semana pasada tuvimos ocasión de visitar en Madrid la exposición "Disney: el arte de contar historias" que estará alojada hasta el mes de noviembre en el singular edificio conocido como CaixaForum. Allí el visitante se puede dar un jugoso paseo cronológico por la historia de los estudios Disney, con la oportunidad única de contemplar detenidamente estupendos originales de los dibujantes de la marca: esa estética inconfundible. Además, podrá dejar caer la mirada por diversas proyecciones de fragmentos de películas vistas muchas veces pero que no por ello dejan de atraer la atención. De Blancanieves a Frozen, de la acuarela y el acetato a la tableta gráfica y el archivo digital, la factoría de dibujos animados fundada por Walt Disney (y su menos conocido hermano Roy) se acerca al siglo de edad en un asombroso estado de forma: poderosa y ubicua.
Después de alumbrar en 1937 el primer largometraje de animación de la historia del cine, "Blancanieves y los siete enanitos", Disney dominó la taquilla con sus famosos clásicos hasta el estreno en 1967 de "El libro de la selva", coincidiendo con el fallecimiento (o criogenización, quién sabe) del ínclito Walt. Ahí se inicia un período de menor éxito en la pantalla grande que concluye con "La sirenita" de 1989, gran taquillazo mundial al que sigue una década de esplendor con títulos como "La bella y la bestia", "Aladdin" o "El rey león". A finales de los 90 la creatividad languidece y las formas de producción de siempre, esos ejércitos de dibujantes y entintadoras (la división de sexos en la profesión se muestra con claridad en un pequeño documental que se puede ver en la exposición, un cómo se hizo para "Blancanieves y los siete enanitos") no resultan rentables. "Tiana y el sapo" del año 2009 será el último largometraje Disney realizado con las técnicas tradicionales de la compañía.
Para aquel entonces, las grandes producciones estadounidenses de dibujos animados tenían un nuevo amo. En 1995 los estudios Pixar estrenaron "Toy Story". Su presupuesto fue de 30 millones de dólares y en su producción intervinieron un centenar largo de animadores. Por comparación, "El rey león" de 1994 costó 45 millones de dólares y dispuso de un equipo 8 veces mayor. Había nacido una nueva forma de realizar largometrajes de animación, había tenido éxito comercial y suponía un gran salto técnico que no iba a tener vuelta atrás, sino que iba a enseñar el camino a seguir para todos los demás. La puesta en escena tridimensional facilitaba alcanzar lo nunca visto en animación: nuevas posibilidades: texturas, iluminación, escenarios, movimientos, ángulos de cámara: nuevas historias. Y aunque Disney y Pixar fueran compañías asociadas desde el nacimiento de la firma del flexo saltarín, no tardó en producirse la absorción total: el ratón Mickey ha devorado en los últimos años diversas marcas icónicas, compañías punteras que fueron propiedad de personajes innovadores en el mundo del negocio del ocio como Steve Jobs (Pixar), Stan Lee (Marvel) o George Lucas (Star Wars). Sin embargo, hay que reconocer que ha sabido digerir la comilona y, sin duda, asegurarse el sustento para el futuro.
Pixar ha brillado tanto en las vanguardistas técnicas de animación empleadas como en la factura de los guiones de sus películas, cuajando un buen puñado de historias originales y repletas de momentos emocionantes: la saga "Toy Story", "Wall-E", "Ratatouille", "Up", "Del revés". También ha producido cintas prescindibles, como la saga "Cars", por ejemplo, hitos funestos que presagiaban una posible deriva hacia la mercadotecnia fácil en vez de hacia el mérito artístico. "Coco" reafirma el segundo camino, extrayendo una trama vitalista de donde menos se puede esperar, de un relato apoyado en el culto a los muertos que aún se lleva a cabo en las sociedades más tradicionalistas, aquellas en las que el clan, el vínculo de la sangre, mantiene todavía una importancia capital. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, es la proclama de pragmatismo que define al mundo moderno. El Día de Todos los Santos y la visita a los cementerios queda hoy en día reservado para abuelas melancólicas. Estaría bien que las obligaciones religiosas que hace apenas cuarenta años asfixiaban la vida pública, hubieran sido sustituidas por un vigoroso impulso científico-racionalista, pero cualquier esfuerzo intelectual es denostado en nuestros días: ahora los altares se alzan para dar culto al triunfo de la mediocridad y de la ignorancia, de lo políticamente correcto y de los iletrados políglotas. No molestarás, es el único mandamiento. Y, ante todo, no molestarse: indolencia y desprecio. El tiempo descreído que vivimos está ocupado en su mayoría por un ateísmo perezoso que huye de cualquier dilema existencial, que puede ser uno tan simple como creer en algo o no creer en nada. Y a saber cuál de las dos opciones es la mejor.

lunes, agosto 02, 2010

"Toy Story 3", de Lee Unkrich


Anoche pasé frío y me desenamoré un poco.
Anoche pasé frío y fui poeta.
Anoche, mientras mi carne se helaba
y mi alma en mi cuerpo se escondía,
vi como mi amor para ti
era un juguete pasado ya de moda que ya nada valía.
Cualquier amanecer echarán
al viejo juguete de mi amor a un carro de basura,
y alejándose en la amarga soledad
oirá al carretero dar palos a su mula
que todo se lo da por un poco de paja
y, a veces, pochas uvas.
Y estaré allí donde ya nada vale nada
hasta que algún día una dulce gitanilla,
con mocos y pecas en la cara,
limpie con su manga grasienta
la suciedad que la sociedad pegó a mi alma;
y volveré a ser un juguete reluciente de amor y de alegría.

"Juguete de amor", Manolo Chinato

En los últimos años no hay verano en el que Pixar no dé una alegría cinematográfica: hace tres "Ratatouille", hace dos "Wall-E", el año pasado "Up" y ahora de nuevo una sonora campanada. La compañía del flexo saltarín se inició en la animación informatizada hace ya quince años con el primer "Toy Story", las aventuras de Woody y Buzz Lightyear que ahora ven estrenada la tercera parte de una saga que ha mantenido una frescura envidiable y nada fácil de lograr: que se lo pregunten al pobre "Shrek", buque insignia de la otra gran compañía competidora en esto de los dibujos animados blockbuster, Dreamworks: el ogro verde es sacado de nuevo de la ciénaga y arrastrado a una cuarta parte (se anuncia la quinta) que no he visto pero lo que he leído en la crítica no son ciertamente elogios. A Pixar, por lo visto en los últimos años, no le ha pasado factura su compra por Disney en el año 2006, ni mucho menos: parece que se mantiene el alto nivel de creación (si funciona no lo toques, no lo vayas a romper) y a cambio el ratón Mickey renueva su colosal zoológico de criaturas, ya un tanto acartonado, con el catálogo Pixar, mucho más cool, y amplía su merchandising con las enormes posibilidades que ofrece una película basada, precisamente, en juguetes.
¿Quién no ha hablado con un juguete cuando era un niño? ¿Quién no le ha puesto nombre a un muñeco y ha apoyado su imaginación en ese objeto para formar una historia, una aventura? "Toy Story 3", al igual que sus antecesoras, lleva a la pantalla los cuentos que cualquiera ha podido pergeñar en su infancia, rodeado de un montón (tambores redondos de detergente Colón llenos de cacharros) de muñequitos o piezas de construcción, en una tarde anodina tirado en el suelo de la habitación, en el balcón de casa, en la arena del parque: la ilimitada producción de fantasía que desechamos inconscientemente al cumplir años y que nunca volveremos a poseer. Juguetes rotos que nunca se tiraban porque un camión sin ruedas puede ser un barco o un geyperman cojo puede ir volando a todas partes. Cualquiera que haya jugado alguna vez, podrá identificarse afectivamente con el trasfondo sentimental de "Toy Story": juguetes abandonados en esta ocasión: los guardas, los regalas o los tiras, que ya eres mayor para estas cosas.
Pero la clave del éxito de la saga reside en hacer que las aventuras de este heterogéneo grupo de cachivaches sean tan emocionantes y espectaculares como si estuviéramos viendo al mismísimo Indiana Jones en vez de a Woody el sheriff de trapo: situaciones límite, de escapatoria imposible, de las que la panda de juguetes logra salir a base de amistad, sacrificio y, por supuesto, trabajo en equipo combinando las habilidades intrínsecas de cada cual: de perros muelle a señores Patata desmontables. En "Toy Story 3" una guardería de niños se convierte en la más atroz prisión de Alcatraz y un vertedero de basuras puede producir un clímax dramático tan intenso como el de Terminator a punto de caer en la fundición (esa escena donde los martillos golpean el yunque de la banda sonora mientras la cinta transportadora se dirige sin piedad hacia el incinerador... fantástica). Entre otros nuevos personajes tenemos a Ken, el amigo de Barbie, carne de psicoanalista. También aparece un oso amoroso que puede ser tan implacable como Don Vito Corleone o un Nenuco desechado haciendo del matón más fiero. Vaya, tiene buena pinta.
Y encima en el cine en verano está uno tan fresco.