miércoles, diciembre 26, 2007

"Zulú", de Cy Endfield, y "Amanecer zulú", de Douglas Hickox

En 1879 se produce la llamada Guerra Anglo-Zulú, que enfrentó en tierras sudafricanas a los nativos zulúes con los soldados invasores del ejercito británico. El Imperio Zulú contra el Imperio Británico. El primero tenía aproximadamente la extensión de Portugal: el segundo era bastante más grande. El 22 de enero de aquel año, en la batalla de Isandlwana, el ejercito zulú arrolla a los ingleses. Y aunque la cifra de muertos no llegará al millar, será la gran derrota de su etapa colonial, la más inesperada, la que quedará anclada en la memoria. La mayor potencia bélica de su tiempo, superada por un ejercito armado con escudos de piel de vaca y lanzas de hierro: tecnología del neolítico contra armas automáticas. Subestimar al enemigo es un mal camino (Annual, Pearl Harbour, Vietnam) y el zulú no era precisamente un adversario menor. Formaba una infantería temible, bien organizada (no era una marea humana que se lanzaba sin más contra el enemigo: usaban tácticas de tenaza como las que dieron la victoria al cartaginés Anibal en Cannas contra los romanos o al mariscal soviético Zhukov en Stalingrado o Berlín contra el ejercito nazi), de gran fortaleza física y dispuestos a lavar sus lanzas con las sangre del enemigo. Su fiereza en el combate y la violencia de su carga podría deberse, también, a que sólo podían casarse los guerreros que demostraran su valor en el campo de batalla: demasiada tensión añadida. 25000 zulués arrasaron a 1000 casacas rojas pero, el mismo día de la victoria de Isandlwana, otros 4000 zulués no fueron capaces de vencer a 139 soldados que defendían la misión de Rorke's Drift, demostrando que Isandlwana iba a ser una excepción y que el rifle Martini-Henry del ejercito británico, bien utilizado, podía repeler cualquier ataque (un disparo de esta arma de gran calibre podía matar a un hombre, al que iba detrás y herir al siguiente: armas de destrucción masiva en pleno siglo XIX). Esas escenas, ancladas en la memoria cinematográfica, de los soldados disparando por secciones, una disparando y la otra recargando, conteniendo la carga del enemigo. Lo veías el sábado después de comer, en la televisión, casacas grises en pantallas de blanco y negro, y luego a la calle, con la emoción aún en la retina, a jugar a eso. Juegos de guerra que no dieron para más: nunca entendí la aversión al juguete bélico. Nos pasamos la infancia con el índice estirado y gritando ¡pam, pam! y luego la mayoría evitábamos el servicio militar como si fuera la peste e intentábamos librarnos por objetores de conciencia o inútiles o excedentes de cupo o insumisos: lo que fuera con tal de no ir. ¡Mili KK!. Pasó a la historia, afortunadamente. La guerra la vencieron los ingleses y el Imperio Zulú también pasó a la historia.
En "Amanecer Zulú" se representa la batalla de Isandlwana y en "Zulú" la de Rorke's Drift, aunque esta última fue rodada quince años antes. Cy Endfield es el guionista de ambas. "Zulú" fue un gran éxito, para eso presentaba el episodio heroico, y supuso el salto a la fama de Michael Caine. Tiene el aroma de las películas de aventuras que retratan la era colonial como "Beau geste" de William Wellman o “Gunga Din” de George Stenvens, pero también de algunas clásicas del genero western, cuando la caballería acudía al rescate, como en "Fort Bravo" de John Sturges. "Amanecer Zulú", a pesar de contar con Burt Lancaster y Peter O'Toole entre sus protagonistas, no es tan buena como la anterior y fue rodada en 1979 para aprovechar la conmemoración de la batalla de Isandlwana.
Buena sesión doble de cine. Para el interesado en estos temas recomiendo el excelente libro "Zulú", de Carlos Roca. De ahí ha salido la mayoría del texto de esta entrada.

sábado, diciembre 22, 2007

Exposición. Obras de la Academia Cibeles

Artistas sin complejos. Aunque puede que todo sea fruto, precisamente, de un complejo o sentimiento interno, de una compulsión que nos empuja a superar las barreras, las limitaciones, la mediocridad cotidiana que domina nuestra existencia: engañar al destino con un pincel en la mano. Alimento para el ego. O quizá, simplemente, sólo queramos matar el rato. El resultado queda expuesto al juicio público, a la implacable crítica del pueblo soberano, si bien la mayoría de los testigos mentirán chantajeados por alguna candorosa afinidad sentimental con el autor. Las mentiras piadosas. Sean bienvenidas.
El café "El Alcaraván" representa la nostalgia de la vida universitaria. Tantas tardes de invierno pasadas apoyados en el mármol de sus mesas, junto a un piano mudo y las láminas de Escher planeando sobre nuestras cabezas. Promesas de amor eterno entre carpetas repletas de apuntes y tazas vacías que un monedero exiguo, implacable, no permitía que se volvieran a llenar: todos los sueños: los rotos y los que no. Si alguien me dijera entonces que al cabo de tantos años un cuadro mío colgaría de sus míticas paredes... Aunque sea por unos pocos días: aunque fuera por unas horas.
Gracias a Aurora que me animó, a Rubén que me llevó y a Chema que me enseñó.

domingo, diciembre 16, 2007

"La dalia negra", de Brian de Palma

El escritor James Ellroy es un representante auténtico del estilo de novela negra llamado hard boiled: el investigador tiene que patearse las calles, visitar los bajos fondos y machacar a un par de confidentes antes de resolver los casos, ya que sentarse a pensar delante de la chimenea en Baker Street sirve de poco al común de los mortales. Además, adereza sus tramas con los trapos sucios de figuras simbólicas del siglo pasado, siendo uno de los más reconocidos cronistas de la historia unrevealed norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. En este género, mi favorito. Sin duda.
Si tuviera que quedarme con una de las novelas de James Ellroy, probablemente me quedaría con "América", retrato de la situación política y criminal (términos que pongo juntos de forma nada casual) de Estados Unidos en la época del asesinato de Kennedy. El autor describe con destreza y pasión este escenario y los personajes que lo protagonizaron: la desmitificación de mártires automáticos como Martín Luther King o John F. Kennedy por medio de la indisimulada descripción de su licenciosa vida privada; las espeluznantes personalidades de personajes repletos de poder como J. Edgar Hoover, Howard Hughes, Jimmy Hoffa: caricaturas despiadas; el movimiento anticastrista encabezado por nombres de la mafia como Sam Giancana o Jonny Rosselli, que quieren recuperar su lucrativa isla-casino-burdel del Caribe, de la que salieron por piernas en la Nochevieja de 1958. "América" tiene su continuación en "Seis de los grandes", no tan buena como la primera, y falta la publicación de una tercera que conformará su anunciada trilogía americana.
Y alrededor de estos conocidos nombres, algunos legendarios, se colocan otros personajes anónimos característicos de su obra, preferiblemente policías violentos, políticos municipales corruptos, empresarios de negocios turbios y mujeres fatales desdichadas y maltratadas hasta el hartazgo. "La dalia negra" tiene su leitmotif en el asesinato de una de estas chicas malas, arrancada del lumpen por su belleza para terminar muriendo en las cloacas de la alta sociedad. Esta basada en un caso real: en 1947 aparece en un descampado de Los Angeles el cadáver de Elisabeth Short, joven aspirante a actriz, brutalmente despedazado y con signos de haber sufrido tremendas torturas antes de morir. Ellroy construye con maestría el relato de este crimen, presentándolo como la ineludible consecuencia de los vicios enfermizos de una clase social rica y poderosa que se cree por encima de la justicia y que, encerrada en sus mansiones hollywoodienses, ha perdido el contacto con la realidad.
La película tiene, sin embargo, peor suerte que la novela. La otra adaptación cinematográfica que he visto de una novela de Ellroy es "L.A. Confidential", de Curtis Hanson, y me pareció bastante mejor que la de "La dalia negra". Puede que fuera por su magnífico reparto, que representaba fielmente los papeles de los personajes de la novela. Russell Crowe era el perfecto poli malo y Kim Basinger es la foto que sale en el diccionario junto a la definición de femme fatale (apartado rubias). Los protagonistas de "La dalia negra", Josh Hartnett y Scarlett Johansson, no alcanzan el punto cínico y frío característico de un personaje genuino de novela negra, quizá porque son demasiado jóvenes y saludables como para parecer atormentados y de vuelta de todo. Al director Brian de Palma mejor dedicarle unas líneas en otra película de mayor puntuación (un vistazo rápido a su filmografía y se me ocurren media docena, incluida alguna obra maestra como "El precio del poder"). En "La dalia negra" dejará su sello en las escenas de acción a cámara lenta pero abusando innecesariamente del recurso (aquella escalera con cochecito de niño en caída libre de "Los intocables de Eliot Ness" o la muerte de Al Pacino acribillado a balazos en "El precio del poder": la sangre se te congelaba en las venas al contemplar esas escenas). Pues eso, para hablar de Brian de Palma mejor utilizar otra película de más mérito, ya que James Ellroy ha monopolizado esta entrada. Meritoriamente.

domingo, diciembre 09, 2007

"Alemania año cero", de Roberto Rossellini

Neorrealismo alemán. Rodada en Berlín durante el verano de 1947, no se gastó en decorados. El cuerpo aún estaba caliente. Ciudad sepultada bajo escombros donde tres millones y medio de cadáveres tienen que volver a aprender a vivir. Muertos cansados, sin vida ni esperanza. No se rinden cuentas, pueblo derrotado que agacha la cabeza porque no supo vencer: la vergüenza es esa, no la derivada de los actos cometidos: el vencido siempre es el asesino, el genocida. Los soldados de la Wermacht, asfixiados de calor en Africa, congelados por el frío en Rusia, supieron cumplir su deber: fueron héroes para sus compatriotas y ahora se esconden de ellos como los topos de todas las posguerras. Discos con discursos del Führer resuenan en la Cancilleria abandonada.
La falta de trabajo, de alimentos, hace de la mezquindad entre vecinos un drama cotidiano; ruina, ruin. La esperanza llega en trenes cargados de patatas. Estraperlo, colas de racionamiento, mercado negro. Los americanos, franceses, británicos, son los reyes de la noche, de los salones de baile donde las berlinesas acuden a venderse por cuatro cigarrillos: veinte marcos al cambio.
La cámara sigue a Edmund, embrión ario abortado antes de madurar: mitad candoroso y mitad maquiavélico. Se cruzará con su inquietante maestro de dedos gelatinosos, repugnante hasta el vómito, como caperucita se encontró con el lobo: la supervivencia a toda costa hace brotar los peores instintos. Edmund lo aprenderá pronto y cometerá el más vil de los pecados, el último crimen del III Reich. El milagro alemán será sin duda la resurrección de Lázaro, aunque a Rossellini tal cosa ni se le pasó por la imaginación. Claro, por eso fue un milagro.

domingo, diciembre 02, 2007

"El mercader de Venecia", de Michael Radford

La trama de esta obra de Shakespeare es sobradamente conocida. Un usurero llamado Shylock, de religión judía, le concede un préstamo al caballero Bassanio. Este, gambitero de escasos recursos económicos y que quiere conquistar a su amada con el dinero del crédito, presenta el aval de Antonio el mercader. Los créditos con intereses estuvieron muy mal vistos durante la Edad Media, suponiendo un conflicto de índole moral y religiosa: el pecado de usura, nada menos. Esa actividad económica era en su mayor parte realizada por judíos ricos de la época que, no teniendo bastante con ser considerados los asesinos de Jesucristo, eran tratados con desprecio por su fama de avaros y codiciosos. Los poderosos, los nobles, la realeza les debían mucho dinero, malgastado en guerras y palacios, así que medidas como los edictos de expulsión promulgados por los Reyes Católicos durante el siglo XV iban un paso más allá de la defensa de la fe, convirtiéndose también en una forma eficaz de cuadrar las cuentas del estado. "The economy, stupid". Siempre lo ha sido.
Shylock no va a pedir ningún interés por el préstamo concedido. Ningún interés en ducados, claro, porque la condición que impone en el contrato es que si al cabo de tres meses no se le ha devuelto el dinero, se quedará con una libra de carne de Antonio. Cobrar en carne, muy distinto a cobrar en especie. En fin, alguno daría un brazo con tal de perder de vista la hipoteca.
"El mercader de Venecia" nunca había sido llevada al cine debido a su patente carácter antisemita. Al parecer está vez no se ha realizado una adaptación literal del texto de modo que no se dieran de arder los cines donde se estrenara la película. No he leído la obra de teatro original así que no sé que cambios se han hecho para rebajar el tono del texto: a mi entender, los judíos no quedan muy bien parados en esta película: el original debe ser tremendo.
Shakespeare está muy presente en el cine moderno, con dos tipos de adaptaciones, unas fieles al original y otras más o menos alejadas. En este segundo grupo se encuentran desde las que sólo cambian la ambientación o la época y mantienen el texto, hasta otras que simplemente representan algún pasaje o están vagamente inspiradas en alguna obra. Por ejemplo, "Ran" de Akira Kurosawa (basada en"El rey Lear"), "Mi Idaho privado" de Gus Van Sant (en "Enrique IV"), "Romeo + Juliet" de Baz Luhrmann (textos de "Romeo y Julieta" en boca de pandilleros de diseño) o "El rey León" de la factoría Disney ("Hamlet" o el cachorro llamado Simba). De las del primer grupo, de las adaptaciones fieles, me quedo con esta y con el "Hamlet" de Franco Zeffirelli (aunque el papel de Hamlet lo hiciera Mel Gibson, ya ves. Las de Kenneth Branagh, por otro lado, no me han gustado). Al Pacino en el papel de Shylock o Jeremy Irons haciendo de mercader, le dan lustre a la cinta y también están muy bien realizados el pasaje del juicio en presencia del Gran Dux de Venecia o los retratos de los típicos enredos románticos del dramaturgo inglés. Buena película.
El director Michael Radford también dirigió "El cartero y Pablo Neruda" y ahora está preparando la adaptación cinematográfica de la novela "La mula", de Juan Eslava Galán. Tengo el libro por aquí pero aún no lo he leído. A ver si lo leo antes de ver la película y, por una vez, realizo una comparación con fundamento.