domingo, enero 31, 2021

"Lux Æterna", de Gaspar Noé

A Gaspar Noé le persigue una escena, quizás la más famosa de su filmografía, aquella en la que, en la película "Irreversible", se retrata con crudeza una violación en un solitario paso peatonal subterráneo, secuencia interpretada además por Monica Bellucci, incuestionable sex symbol del cine europeo: polémica sobre polémica. Y, sin embargo, es "Irreversible" una película realmente buena, un extraordinario ejercicio de arquitectura cinematográfica que se puede ver lastrado porque para el recuerdo sólo queden esos sórdidos y violentos fotogramas. A Noé se le adjudicó instantáneamente el puesto de vigente "niño terrible" del cine francés, y lo peor que puede hacer un buen director de cine con esas simplificaciones es intentar sostenerlas como sea.

"Lux Æterna" resulta ser un mediometraje generado en colaboración con la marca de moda Yves Saint Laurent, un germen de campaña publicitaria que se pasó de anuncio comercial y que no alcanzó la dimensión de película canónica: si todo este rollo se monta para vender ropa carísima, el malditismo y la rebeldía quedan de lado, me temo. El metraje a mí me recordó a esas proyecciones extrañas que se ven en los museos de arte moderno, trabajos personales que suelen renunciar al argumento para potenciar la puesta en escena y, ante todo, el aspecto visual de la obra. En ese sentido "Lux Æterna" tampoco llega a ningún lado. Se propone como un guion de metacine, de nuevo poniendo en tela de juicio la autoría de los filmes, un triángulo maldito entre director, productor y guionista al que se añade, como en "Lux Æterna", el puesto de director de fotografía (seguro que alguna película ha sido realizada por ese "best boy" que aparece en muchos créditos y que nunca he sabido a qué tareas se dedica, a parte de ser un chico estupendo, eso sí). Múltiples citas incrustadas de directores como Godard, Dreyer o Buñuel e insertos de fragmentos de la cinta muda "La brujería a través de los tiempos" de Benjamin Christensen. Pues eso, metacine: cine alrededor del cine.

Mi única incursión en el mundo de la actuación tuvo lugar como intérprete menor en la obra de teatro "Proceso, anatematización y quema de una bruja en un ensayo general", de Ramiro Pinilla, drama en el que la representación de un juicio de la Inquisición española termina con la actriz principal, no la bruja, ardiendo en una pira bien nutrida de alcohol de quemar con el que empapamos un montón de algodón: los efectos especiales en la droguería del barrio. El trasfondo de aquel argumento se centraba en el periodo de la Transición, era fuertemente político, y la ejecución de la bruja suponía un mensaje de represión de la libertad recién alcanzada: el casting enloquece y es el autor el conducido al holocausto: ¡Vivan las caenas! Charlotte Gainsbourg, símbolo libertario del cine moderno, será la que termine en la hoguera. O quizás lo sea el espectador, aturdido por pantallas dobles que cuentan tramas paralelas imposibles de seguir y, sobre todo, al borde de la epilepsia fotosensible por tanta luz de discoteca restallando en su retina. El director de fotografía, ese golpista que en cuanto le dejan meter mano se convierte en dictador.

domingo, enero 24, 2021

"Un condenado a muerte se ha escapado", de Robert Bresson

Sostenía Robert Bresson que con la invención del cine sonoro se había logrado introducir, al fin, el silencio en el cine. Así, sostenía además Robert Bresson que en "Un condenado a muerte se ha escapado", probablemente su mejor película junto a "Pickpocket", el gran fallo había residido en añadirle una banda sonora extradiagética que acompañara a la trama, un grave error, sostenía Bresson, y ello a pesar de que la partitura estuviera firmada por Wolfgang Amadeus Mozart. Sostenía muchas cosas Robert Bresson, tantas que escribió un libro con todas ellas, sus aforismos, un compendio singular titulado "Notas sobre el cinematógrafo", que he leído como debe hacer cualquier cinéfilo aplicado, y que constituye una intransitable colección de sentencias extrañas que, sostenía Bresson, constituían la innegociable metodología que aplicaba a su obra. O no.

Francia ocupada. En Lyon, el teniente Fontaine (François Leterrier) es interrogado (antes de que empiece el metraje) en el tristemente célebre Hotel Terminus, sede local de la Gestapo, y desde allí es conducido a la no menos triste fortaleza militar de Montluc, breve viaje en el que el intrépido Fontaine ya llevará a cabo su primer intento de huida. Las memorias de André Devigny, héroe de la Resistencia, son respetadas para el rodaje de su evasión, otra entrada para un género, el de las prisiones y sus fugas, que siempre se disfruta: la imaginación, la improvisación, la tensión. Robert Bresson, cineasta zen, que pasó dieciocho meses en un un campo de concentración alemán durante la Segunda Guerra Mundial y que, por tanto, conocía bien las condiciones de vida de un prisionero de guerra, transforma al espectador en el condenado: el actor despojado, un hueco libre apto para la inmersión, para que el observador se convierta en el personaje y experimente sus sufrimientos y sus esperanzas. Retoque de lo real con lo real. Películas lentas donde todo el mundo galopa y gesticula; películas rápidas donde casi nada se mueve. Genio y figura este Bresson. Gran película.

domingo, enero 17, 2021

"Palabras para un fin del mundo"', de Manuel Menchón

El año pasado fue el año de Benito Pérez Galdós o el de Ludwig van Beethoven, pero también fue un año de Miguel de Unamuno y Jugo, como lo fue el anterior: todos los años parecen ser el año de Unamuno. Si en 2019 su figura protagonizó una de las películas destacadas de la temporada, "Mientras dure la guerra" de Alejandro Amenábar, el documental "Palabras para un fin del mundo" de Manuel Menchón vuelve a subir a la palestra pública los aspectos más controvertidos de los últimos capítulos de la biografía del eterno rector de la Universidad de Salamanca.

El director Manuel Menchón ya había dedicado un largometraje a Unamuno, la cinta "La isla del viento", poniendo el foco en sus días de destierro en Fuerteventura durante la dictadura del general Primo de Rivera: Miguel de Unamuno era un genio sobrado de genio (la primera vez que se encontró con Ramón del Valle-Inclán, otro genio iracundo, en la Carrera de San Jerónimo, siendo presentados por Pio Baroja, tuvieron que separarlos para que no se liaran a bofetadas). Sus ideas y, ante todo, su prestigio internacional (el régimen nazi alemán maniobró para impedir que le fuera concedido el premio Nobel), eran un botín codiciado por cualquier bando: tener a Unamuno en la foto aportaba una pátina de lustre y legitimidad.

Pero el intelectual salmantino nacido en Bilbao (los charritos nacemos donde nos da la gana) era mal compañero de viaje: demasiado crítico, demasiado rebelde, demasiado lúcido: A veces callarse es una forma de mentir, meditaba el filósofo en su mortal proclama del 12 de octubre de 1936. Demasiado incómodo. Menchón aborda, en una exposición de las circunstancias tan sentimental en su estética como bien argumentada en su fondo, la cuestión del fallecimiento de Don Miguel: el famoso olor a zapatilla quemada, ¿fue por causa natural o inducido por la "Causa General" que el golpe de estado del 18 de julio articuló desde su nacimiento y prolongó durante cuarenta años? Unamuno muerto pero nunca enterrado, referencia certera para inconformistas testarudos y pensadores letraheridos.