Se podría establecer un paralelismo malintencionado con otro éxito reciente del cine bélico, "El francotirador" de Clint Eastwood. Si en aquella el homenajeado era Chris Kyle, francotirador del ejército estadounidense desplegado en Irak, que presumía de haber segado 255 vidas con su rifle de precisión, en esta el protagonista es otro soldado del mismo ejército, Desmond Doss, cuyo logro es totalmente contrario al de Kyle: salvar a 75 hombres heridos durante la campaña del Pacífico de la Segunda Guerra Mundial, heridos entre los que se encontraban varios japoneses: el ángel exterminador frente al ángel de la guardia. La victoria moral, por tanto, se la apuntaría Mel Gibson al elegir un guion que ensalza al héroe desarmado, y quizás también al haber cuajado un filme bélico emocionante, si bien Clint Eastwood ya dejó esa parcela bien cubierta cuando realizó "Banderas de nuestros padres" o, sobre todo, "Cartas desde Iwo Jima".
Desmond Doss era objetor de conciencia, el primero que recibiría la Medalla de Honor, máxima condecoración del ejército de Estados Unidos. Pertenezco a una generación de objetores de conciencia, así que el término me resulta familiar, lo mismo que insumisión o prestación social sustitutoria: lo que fuera con tal de no pasar un año en blanco (o en azul, o en verde, o en caqui, según el destino que tocara) realizando el servicio militar: los buenos van al cielo, los malos al infierno y los regulares a Melilla. La principal objeción al asunto era la pérdida de tiempo: lo de servir a la patria no merece la pena ni mencionarlo, no sea que me caiga la de Trueba. Teniendo en cuenta los motivos usuales para objetar, el caso de Desmond Doss resulta aún más llamativo: él quería ir a la guerra, como todos los jóvenes de su pueblo, pero sin tocar un arma ni por casualidad. Sus profundas convicciones religiosas y algún que otro trauma infantil, avalan el comportamiento. ¿El objetor nace o se hace? Las justificaciones, tal y como aparecen en la película, resultan un tanto peregrinas, pero existe un documental realizado en el año 2004, "The Conscientious Objector" de Terry Benedict, centrado en el caso, donde el propio Doss, ya octogenario, relata sus vivencias junto a otros camaradas del ejército. Ese documental reafirma todo lo que Mel Gibson mostrará en su cinta, con las consabidas licencias cinematográficas, por supuesto (al final de la película se incluirán varios extractos del documental mencionado, apuntalando varias escenas de la película, las proezas del soldado Doss, que aunque resulten increíbles habrá que pensar que son ciertas).
No resulta fácil declarar "Hasta el último hombre" como una de las películas que engrosarán la lista de filmes antibelicistas. Debe serlo, pues no se ahorran vísceras y sangre, marca de fábrica del director Mel Gibson desde que arrojara hemoglobina a la pantalla en su oscarizada "Braveheart". Los desastres de la guerra quedan sobradamente retratados en amputaciones y gritos de dolor, el fotograma sucio de fango y metralla en el que Desmond Doss realizaba su labor con una generosidad inverosímil. Pero a la vez hay una posición que tomar, un acantilado de la isla de Okinawa arrasado una y otra vez por la artillería, tomado una y otra vez, a la carga, por la infantería estadounidense, y una y otra vez reconquistado por los fieros defensores japoneses. El heroísmo que atraviesa el celuloide ya no es sólo el misericordioso de Desmond, sino que el ardor guerrero esperable también tiene su lugar en la cinta: hazañas bélicas para una buena película de guerra. El pero se colocaría en un cierto abuso de escenas coreografiadas que desarrollan la acción de forma artificiosa, combates cuerpo a cuerpo con mensaje subliminal: si la "fantasmada" no aparece en lo de salvar vidas, en lo de quitarlas se podría buscar.
Buena película de Mel Gibson, otra vez, actor metido a director que ha demostrado, desde su primera película, tener un excelente ojo para colocar detrás de la cámara y redaños de sobra para tirar del carro. Además, un reparto acertado: Andrew Garfield, el último Spiderman, ajustando con candor élfico la personalidad del buenazo Doss, y un elfo verdadero, Hugo Weaving, cambiando de registro para encarnar al demasiado humano padre del héroe. Sí, Mel Gibson, ese bocazas borracho, es capaz de hacer buen cine (apunten esta para los premios Oscar), abordando temas con los que se podrá estar de acuerdo en parte o en nada (el trasfondo religioso de "Hasta el último hombre" es de aúpa), pero al que no se le puede negar la habilidad para llevarlos a cabo. No sé dónde he oído que está preparando la secuela de "La Pasión de Cristo"...