domingo, febrero 28, 2021

"The Assistant", de Kitty Green

En octubre de 2017, el movimiento #MeToo alcanzó un impulso mediático extraordinario al hacerse públicas las acusaciones de abuso sexual contra el todopoderoso productor cinematográfico Harvey Wenstein, fundador en los años setenta, junto a su hermano, de Miramax (en honor a sus padres, Miriam y Max), empresa peliculera que fue en su día emblema del cine independiente y que terminó distribuyendo algunos de los mayores taquillazos de las últimas tres décadas.

Y precisamente una película independiente será la que se introduzca en el despacho neoyorquino del presidente de esa compañía cinematográfica de la que usted me habla, para mostrarle al espectador lo que sucedía allí antes de octubre de 2017, en el intervalo temporal estirado más allá de cualquier convenio laboral razonable de un interminable día de trabajo, un lunes cualquiera del invierno, blue monday seguro, en el que la secretaria directa del tirano innombrable, déspota womanizer, dictador caprichoso, se debate entre su empleo y su conciencia, interpretada magistralmente y de forma ubicua por Julia Garner, aquella intrépida hillbilly de la notable serie "Ozark".

La virtud de la cinta estará en dejar lo peor para el fuera de plano: rumores y maledicencias para prácticas inmorales que parecían verdad y que resulta que lo eran: puertas cerradas y reservas de habitaciones de hotel para la hora del almuerzo. Harvey Wenstein pena los estragos que produjo en forma de acoso, agresión o violación a docenas de mujeres, con una condena de veintitrés años de presidio, pero la película amplía el foco para denunciar de modo incontestable prácticas de abuso de poder que se consideraban naturales, obvias e incluso necesarias para todos los que rodeaban al depredador y miraban para otro lado mientras la empresa proporcionara puestos de trabajo y beneficios: pacto mefistofélico de silencio que es uno de los aspectos más repugnantes del escándalo. Wenstein fue la primera pieza de un dominó imparable: el Efecto Wenstein, ola descontrolada que alcanzó a empresas, organismos y gobiernos de todo el mundo y que ha llevado a considerar la reforma de códigos de conducta e incluso penales de muchos países, una ola que aún no ha parado y a la que le queda mucho territorio por anegar.

domingo, febrero 07, 2021

"Bajocero", de Lluís Quílez

Durante los años setenta y ochenta del siglo pasado, se hicieron múltiples películas, muy violentas, en las que un héroe (o antihéroe) en solitario, un campeón invencible heredero de los míticos guerreros griegos, combatía el mal con pocas palabras y muchos disparos: el ánimo sacrificado de poner orden en el mundo, de equilibrar el fiel de la balanza más allá de consideraciones morales o contratos sociales ilustrados. En esa tendencia cinematográfica de gran éxito y popularidad, se puede considerar como título primordial del género a "Harry el Sucio" de Don Siegel, con el inspector de policía Harry Callahan, interpretado por Clint Eastwood, impartiendo la justicia que a una parte de la ciudadanía, harta de corrupción y recovecos judiciales, le parece tan obvia como necesaria: la transformación del servidor de la ley en su intérprete: el funcionario público que aparta los legajos que le estrujaron la retina cuando estudió las oposiciones y que juró defender cuando le dieron una placa. Adiós a todo eso. Recuerdo que a esas películas muchos críticos les ponían la etiqueta de "cine fascista", un epíteto, el de fascista, que se sigue empleando con la misma ligereza en la actualidad, hasta diluir su significado. En cualquier caso, solía tratarse de cine policiaco muy entretenido en el que siempre había un momento en el que el espectador, expectante, se preguntaba si el justiciero de turno sería capaz de apretar el gatillo: el ángel o el diablo, cada uno sentado en un hombro. De poli bueno a poli malo sin necesidad de dos actores y en un viaje sin retorno.

"Bajocero" (no entiendo la necesidad de esta redacción errónea para el título) es una película española cuyo protagonismo está ocupado por el Cuerpo Nacional de Policía: atendiendo al éxito reciente de la serie "Antidisturbios" de Rodrigo Sorogoyen, sólo cabe decir ¡Más madera! El traslado nocturno e invernal de unos presidiarios de un penal español a otro dará lugar a un buen thriller, tan bien realizado como estupendamente actuado, una película que da lustre a las películas de acción rodadas en España. Esa cuerda de presos la compone un catálogo diverso de estereotipos criminales, seis ejemplos de identificación simple: el rumano violento, el inmigrante lumpen, el contable corrupto, un yonqui fuera de época, el viejo chorizo nacional y, para cerrar este grupo salvaje patrio, el delincuente juvenil. El ladrón bueno, el ladrón malo: ¿a quién le ofrecerá redención el guionista y a quién condenará irremediablemente? Sin duda, será un reflejo de lo que la propia sociedad detenta en la actualidad cual masa rencorosa y atemorizada, atribulada por los brutales crímenes y las horrendas violaciones que han arrasado los noticieros de los últimos años. Sin comentar nada más para que el que no haya visto la película tenga ocasión de reflexionar sobre lo escrito, solo queda añadir que esta película no hay quien se la crea: imposible que Javier Gutiérrez, con su altura, hubiera pasado las pruebas físicas para acceder a la Escuela Nacional de Policía de Ávila (Abulae in caelo inmotum lumen). Aunque, claro, hace nada interpretó a un entrenador de baloncesto... La magia del cine.