Una de las sensaciones que te deja este documental es la de que en 1929, año de su producción, el lenguaje cinematográfico había alcanzado una madurez plena y, de lo que vino después, se podrían destacar "pequeños" logros técnicos, como serían el cine sonoro o la generalización del color en el celuloide, pero lo esencial ya estaba declarado: Dziga Vertov aporta en "El hombre de la cámara" un catálogo completo del arte cinematográfico, de cómo usarlo y cómo hacerlo, y el testimonio definitivo del abandono de su servidumbre a otras expresiones artísticas como la literatura o el teatro. El hombre de la cámara, el hombre nuevo.
La otra sensación la proporciona el testimonio histórico de estas seis bobinas de fotogramas dedicadas a un día cualquiera en la aún joven Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, un sentimiento imbatible de optimismo y de confianza en el progreso tecnológico y en el futuro de la sociedad industrializada: imágenes capturadas en Moscú, Odesa o Kiev que transmiten una inusitada alegría de vivir, un retrato de la arcadia feliz del comunismo en la que hasta los que duermen en la calle se desperezan henchidos de gloria patriótica. El hormiguero imparable de las grandes ciudades y el brío repetitivo de las cadenas de montaje son una promesa de esperanza: constructivismo y futurismo.
Contrasta poderosamente este antiguo documental con uno de sus más ilustres descendientes "Koyaanisqatsi" de Godfrey Reggio: la misma forma, distinto fondo. Esta película de 1982, demuele las expectativas de "El hombre de la cámara", señalando al progreso que encumbraba Vertov como el causante de todos los males de la sociedad actual: estrés, fastfood, consumismo desaforado, agotamiento vital y, ante todo, el anuncio de la catástrofe climática que ya está entre nosotros. Reggio bautiza su película con un término de la tribu hopi que significa "vida fuera de equilibrio" y transporta la cámara desde la fastuosa belleza natural de las tierras que habitaba aquel pueblo nativo norteamericano hacia los centros más febriles y esquizofrénicos del capitalismo mundial, un alucinante viaje agitado sin reparo por la fantástica banda sonora de Philip Glass: los engranajes de las máquinas de Vertov son ahora grilletes para Reggio. El siglo XX, a toda pastilla. Y en el XXI se detuvo todo. Quién lo hubiera dicho. O filmado.