jueves, junio 30, 2016

"Jauja", de Lisandro Alonso

Jauja es una palabra capaz de hacer que masas de europeos cruzaran el Mare Tenebrarum al final de la Edad Media para llegar a América, la misma palabra mágica que provoca en nuestros días que otras masas, con otro punto de origen, se arrojen ahora al mar Mediterráneo para llegar a Europa. Jauja no como símbolo de la codicia de riquezas, si bien uno es libre de fantasear en su mente con los cuentos de la lechera que desee. En el siglo XV, como ahora, la codicia podía tratarse simplemente del ánimo de comer cada día, de sobrevivir a una jornada más. Las emigraciones que han trazado la senda de la humanidad desde sus inicios, nunca fueron por gusto.
Un western. Las tribus de indios de las praderas raptaban a los hijos de los pioneros: también la conquista del Lejano Oeste fue detrás de Jauja. En "Dos cabalgan juntos" de John Ford, una de las escenas más trágicas de la película, y de todo el género que Ford completó con obras maestras, fue la que muestra el linchamiento por parte de los colonos del joven al que se llevaron los comanches cuando era un niño y que una vez devuelto a los "civilizados" emigrantes europeos se muestra indomable. El retorno a lo salvaje es un camino de ida sin vuelta, pero que fascinaba a todos aquellos que habían saltado un océano con la cama de la abuela y la biblia a cuestas: sepultar cualquier vestigio de civilización y retornar a la caverna, demoler la cultura, el pensamiento, y recurrir al instinto como fuente natural de supervivencia. Joseph Conrad y "El corazón de la tinieblas". "Jauja" tiene su propio Kurtz, un tal Zuloaga, un nombre que en la película se invoca con tanto temor como admiración.
Los hijos, una fuerza aún mayor que la de Jauja. Odiseas antiguas y modernas llevadas a cabo para asegurar el bienestar de la descendencia: el impulso genético de la perpetuación de la especie, el sentido único y certero de la vida. Todo el tiempo está conectado: el pasado se hace presente, el futuro nos sale al encuentro. Cada acción deja su huella: el descubridor clavaba su estandarte en la arena de la playa y transformaba el mundo, pero no la Historia, la Historia no cambia, la Historia sucede, sucedió, y volver la vista atrás y contemplarla es un modo eficaz de no volver a cometer los mismos errores, esos que cierran círculos, esos viciosos.

lunes, junio 27, 2016

"Maps to the Stars", de David Cronenberg

Las guías turísticas de Los Angeles deben incluir, obligatoriamente, información sobre el lugar donde viven sus vecinos más famosos: más estrellas que en el cielo, como se titulaba aquel programa cinéfilo que presentaba Terenci Moix: more stars than in heaven, como presumía, seguro que con razón, la Metro Goldwyn Mayer en sus años dorados: Clark Gable, Greta Garbo, Judy Garland, Mickey Rooney, Katharine Hepburn, Spencer Tracy, James Stewart,... Desde sus inicios la industria del cinematógrafo se percató del tirón que los protagonistas de sus películas ejercían sobre legiones de espectadores que los contemplaban arrebatados: Rodolfo Valentino, inventor de las fans desmayadas. El imaginario popular atribuía al actor o a la actriz, esforzados trabajadores del séptimo arte, las virtudes que interpretaban en sus personajes: valor, romanticismo, heroísmo, seducción, bondad sin límites. Y los grandes estudios se empleaban a fondo para que el telón no cayera fuera de la sala de cine, para que el glamour se perpetuara noche y día, sin dejar al descubierto las debilidades intrínsecas a cualquier fábrica de sueños. Que sueños son.
De vez en cuando algún director mira hacia el ombligo de la profesión, tira de la manta y expone la cara oculta, esa que las autopistas de la información han convertido en un territorio transitado: fichas policiales, caras sin maquillar, sobredosis, clínicas rehab, cirugías estéticas salvajes. Lo peor de todo, el olvido: caducadas estrellas infantiles exprimidas hasta la última gota y esquizofrénicas estrellas antiguas locas por que las dejen secas otra vez. El precio de la fama abona terrenos de demencia, de confusión mental disparada hacia la violencia, lugares en los que David Cronenberg se mueve como un pez en el agua. Como un tiburón, en realidad.