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lunes, septiembre 10, 2012

"Amor bajo el espino blanco", de Zhang Yimou

¿Una seña de autor reconocible en las películas de Zhang Yimou? El uso del color, un uso intenso que rebosa de los fotogramas: sus inicios en el cine fueron como director de fotografía. Y entre los colores posibles a incorporar en la paleta, el rojo, sin duda. "Sorgo rojo", su opera prima como director, o "La linterna roja", dos de sus películas más famosas, incorporan el color hasta en el título y no por casualidad. En "Amor bajo el espino blanco" el tono encarnado apenas pincelará el celuloide: los frutos del espino blanco, que maduran rojos porque es un árbol regado con la sangre de los mártires de la revolución; la chaqueta de ella, que es de un rojo vivo para romper con la uniformidad asfixiante de un régimen totalitario; la sangre de él, un símbolo poderoso para tender lazos indisolubles y para romperlos después. El rojo escapa de la paleta y sin embargo lo inunda todo: la China Roja, la China Comunista, la China de Mao y su Gran Revolución Cultural: persecución política, estrangulamiento material y, mucho peor, espiritual: todos sospechosos, sentimiento de culpabilidad generalizado: control absoluto del pensamiento y del comportamiento: nadie es libre (recomendación de un cómic sobre el tema: "Una vida en China", del dibujante Li Kunwu: tiras autobiográficas).

Pero hasta el contexto social más amargo y desesperanzado no será inmune a las historias de amor. Y la que esta película pone en pantalla es tan desmesurada en cuanto a la pureza e inocencia que contiene, que el contraste con los propósitos del partido comunista chino, de que la patria sea el único objeto de amor y atención por parte del pueblo, es enorme. Lo individual frente a lo común, la devoción luchando contra la obligación: el enamoramiento entre Sun y Jing no es vía de escape, es vía principal: todo lo demás es prescindible.

Para no perderse en sumideros de cursilería, la puesta en escena debe ser convincente y las actuaciones no dejar resquicios: los síntomas de dos adolescentes enamorados, un mal común que han padecido la mayoría de habitantes del planeta y que son síntomas (ese extraño estado mental) fácilmente reconocibles, deben mostrarse sin excesos, si bien el nivel de las tonterías que cualquiera puede hacer por amor, supera muchas veces lo imaginable. En mi opinión, la película, basada en una historia real, lo consigue: el punto justo para un drama romántico implacable, tan hermoso como amargo.