sábado, septiembre 20, 2008

"The Fountain", de Darren Aronofsky

Hace poco leí sobre el tiempo perdido en el tiempo ganado y esa reciente lectura me hace vincular esta película a ese tema. La búsqueda de la inmortalidad es ganarle la partida al tiempo, claro. Pero nadie quiere pasar esos años regalados, robados, convertido en una momia centenaria que pasa sus días postrada en un lecho: olor a naftalina y vinagre. La fuente de la eterna juventud (nada de muere joven y deja un cadáver bonito: que el cadáver sea bonito y cuanto más tarde mejor) será el mítico El Dorado. Pero el adjetivo eterno no resulta nada atractivo: ¡qué pesadez!. Es de lo que cualquiera escapa en una tarde aburrida (=eterna). Connor McLeod es el único inmortal superviviente tras siglos de luchar a espada en "Los inmortales" de Russell Mulcahy y, victorioso, reclama su premio final: el derecho a morir. Eutanasia o muerte sin sufrimiento (lo de muerte digna no lo entiendo: no creo que haya muertos indignos: esos ya no se preocupan; lo de agonizar sin dignidad, eso lo entiendo muy bien), que es lo que significa el término, aunque de todos modos muchos nos vamos como llegamos, dando gritos y llorando. Antes de ese momento, durante el tiempo que a cada uno le va a tocar gastar, cada cual se cuidará mucho de decidir bien donde emplearlo.
De este gran director (acaba de llevarse el León de Oro de la Mostra de Venecia por "The Wrestler") es la peor de las tres que ya he visto, lo cual no quiere decir que la película sea mala, si no que no alcanza el esplendido nivel de las otras dos: "Pi" y "Requiem por un sueño". "The Fountain" la protagonizan Rachel Weisz, a la que le basta esbozar su dulce sonrisa para llenar un fotograma, y Hugh "Lobezno" Jackman, al que en esta ocasión le cortaron sus tres garras. Enferma terminal ella, investigador médico enamorado él: tono sensiblero. El se siente terriblemente culpable (más allá del dolor) por no haber ido con ella de paseo una tarde de nevada que ella se lo pidió, poco antes de morir (¡hala!, ya conté que se muere). Esos pespuntes dramáticos me recuerdan aquel anuncio que promocionaba el cine español ironizando sobre la desgracia de un niño que está triste por que su padre no ha ido a verle jugar al beisbol (caracoles, caracoles). Sentimentalismo de todo a 100 como recurso comercial descarado. Si Hugh Jackman hiciera el papel de un borracho putero y maltratador que se gastaba al poker la pasta para las medicinas de ella, el remordimiento que le aflige estaría bastante más justificado. Pero el motivo de no ir de paseo es que su vida está ocupada en la búsqueda desesperada de una cura para el tumor que está matando a su mujer. En fin, el rollo ese del tiempo que contaba al principio.
La película tiene una parte fantástica muy amplia para que la historia no se quede en una trama de las típicas de Meg Ryan o Julia Roberts. Se trata de una rara mezcla de cultos mayas, budismo tibetano e inquisición española (leyenda negra hispana como tópico al uso de representación del mal que emerge de las religiones), muy espiritual pero que tampoco acaba de convencer, con mucho de búsqueda intelectual (como en "Pi") y de los riesgos de la ciencia (el moderno prometeo: en "Pi" se castigaba al que se asomaba al conocimiento absoluto). Y aunque es una parte que lía más que explica, muy bonitas las imágenes. Eso sí.

miércoles, septiembre 10, 2008

"WALL-E", de Andrew Stanton


vida.

(Del lat. vita).

1. f. Fuerza o actividad interna sustancial, mediante la que obra el ser que la posee.


El ser humano abocado a la extinción como una especie más: todas terminan por desaparecer por una u otra causa. La última esperanza reside en la fuerza vital de un robot abandonado durante siglos entre los despojos de un planeta anegado de basura. Robinson Crusoe y su fiel cucaracha Viernes. La inteligencia artificial dedicada a la elaboración de algoritmos de supervivencia, de lograr un autómata autónomo que lleve a cabo su misión indefinidamente: hay mucho que limpiar y una máquina que dura setecientos años a pleno rendimiento, justifica cualquier inversión: la utopía del movimiento continuo. Tarea inútil de cambiar la mierda de sitio, de colocarla, de reducir su espacio, de disimularla, como barrer las pelusas del suelo para esconderlas debajo de la alfombra. La empresa privada, uno de los villanos preferidos de la ciencia ficción, se ha adueñado del mundo y ha pensado en todas nuestras necesidades (el discurso moderno del crecimiento sostenible suena como la oración de ánimas que las mujeres de La Alberca pronuncian al anochecer entre toques de esquila: marketing de cementerio). Si este planeta ya no vale, nos hacen otro y ya está, que siempre andamos quejándonos de todo. Consume hasta morir.
Replicante en busca de sentimientos, pistas, respuestas. Roy Batty asesina a su padre ajedrecista pero Wall-e no tiene impulsos homicidas, esa instrucción no figura en su código fuente. Su evolución (algoritmos genéticos: intuición darwinista) le conduce por derroteros de comportamiento humano, senderos de empatía entre pasos de baile y estallidos de burbujas de embalajes: robot, maduro por obsolescencia, busca ente tecnológico afín para entablar amistad. Y si la máquina es capaz de acercarse a la deducción y el aprendizaje, al cariño y la ternura, también es capaz de caer en la locura, locura cibernética que introduzca el caos necesario para que brote la lucidez: alguien voló sobre el nido del cuco de la clínica para automatismos desahuciados.
Las máquinas cuidarán de los últimos restos de la humanidad como la tía solterona que se encarga de acompañar el final de una abuela moribunda, simplemente por tener una misión que cumplir, algo que hacer, un motivo para levantarse por las mañanas. Humanidad agonizante atrapada en un cuerpo mórbido: sanguijuela insaciable hinchada hasta la invalidez. Y el esclavo acaba convertido en el amo, con la referencia inevitable al HAL 9000 de "2001: una odisea del espacio" de Stanley Kubrik (y también la música de Richard Strauss, claro).
Suficientes elementos para considerarla una obra maestra del cine de animación, donde más allá de unos personajes dedicados al público infantil (en su momento pensé que era una continuación de aquel "Cortocircuito" de John Badham; afortunadamente, no, pero el cacharro se parece mucho) anida una historia potente, fascinante. Una gran película.
(Me leo y me doy miedo: igual me he pasado un poco con el tono trascendente. De hecho, si le preguntas a Alicia que de qué va la película, te dirá que es la historia de amor de Wall-E y EVE. La típica comedia romántica, en fin).

martes, septiembre 02, 2008

"Los girasoles ciegos", de José Luis Cuerda

Otra película de la guerra civil... sin guerra civil. Las hay de la preguerra y de la posguerra, de los presos y de los represores, de los exiliados y de los topos. Los maestros de la ILE apedreados, falangistas salvados del paredón, la muerte de Lorca, el rapto de la vaquilla, el vuelo del Dragon Rapide y Franco jugando al mus (Envido, envido y si hay pares catorce). Hasta la fantasía de un fauno tiene a la guerra civil como telón de fondo. Grandes y pequeñas películas. Pero, ¿y la guerra? ¿para cuándo una película sobre la guerra? Más allá de "Tierra y libertad" de Ken Loach, no me viene a la memoria ninguna que presente el frente de batalla y no se me ocurre el motivo. Será la pasta que exige hacer una producción bélica digna o será que ningún director se atreve a presentar cuál es el bando de los buenos o cuál el de los malos, aunque esta excusa no la veo clara. Sin ir más lejos, José Luis Cuerda y Rafael Azcona lo tenían muy claro en la película que he visto hoy. Quizá setenta años son pocos y hay que esperar una generación más, o dos, para hacer esa película inédita, que cuente vidas de héroes y de villanos reales luchando en el Ebro, en el Jarama, en Brunete, en Madrid, con nombres y apellidos: el bisabuelo aquel que fue un asesino genocida. Pues qué le vamos a hacer.
Hoy mismo el juez Garzón ha dado orden de remover las memorias y hacer justicia y no ha faltado quien se rasgue las vestiduras: la iglesia ha dicho que sus archivos son inviolables, algo que hasta ahora yo pensaba que la constitución española solo se lo otorgaba a la figura del rey. Ay, tonto, el rey de reyes: ahora caigo. Justicia divina.
La película se centra en la figura de un diácono (un precura, para que nos entendamos) que ha luchado en la guerra civil como alférez del bando franquista, dando rienda suelta al lado pecador más salvaje, y que empieza a dar clase en un colegio de Orense. Se encapricha de la madre de un alumno (la cabra tira al monte), interpretada por Maribel Verdú, que mantiene oculto en casa, emparedado, a su marido, Javier Cámara, antiguo profesor de literatura que es buscado por su pasado republicano para darle el paseo. "Los topos", aquel gran libro de Jesús Torbado y Manuel Leguineche. El guión póstumo de Rafael Azcona está basado en el libro del mismo título de Alberto Méndez, otro difunto, y tiene el tono tragicómico característico. Más trágico al superar el ecuador de la película. José Luis Cuerda dirige otro torpedo contra la línea de flotación de la iglesia española y su actuación durante el régimen de Franco, tema habitual de la cinematografía nacional que ya está bastante repasado. Sin embargo, merece la pena contemplar la última colaboración entre director y guionista (otras de ellas: "El bosque animado" o "La lengua de las mariposas": casi nada).
Una película de la guerra civil que no va a gustar a nadie, parafraseando el título del buen libro de Juan Eslava Galán. Esa es la que aún no se ha hecho.