jueves, diciembre 30, 2010

"Los viajes de Gulliver", de Rob Letterman

Los viajes de Jack Black. Este cómico estadounidense ha creado un estereotipo de él mismo, una especie de treintañero adolescente, cándido y fantasioso, bailongo y optimista que, contra todo pronóstico, acaba consiguiendo a la chica: relaciones pueriles y tontunas, aburridas y faltas del menor indicio pasional. Tanto es así, tan al servicio está el guión del protagonista, que termina infantilizando y aculturizando (el rey cambia su uniforme por un chándal y los palacios dieciochescos se llenan de carteles publicitarios: signos de la grandeza de la civilización usamericana colonizando/destrozando cualquier lugar del mundo al que llegue) a todo el reino de Lilliput. Cuando Hollywood agarra un clásico lo destroza sin compasión y ahora le toca el turno a la conocida obra de Jonathan Swift, generando un tostón lamentable.
En cuanto al 3D, sigo sin verle la gracia: objetos planos dispuestos en hileras, como recortables en un teatro de papel; fondos demasiado desenfocados para la era digital; imagen más oscura a cuenta de tener que ponerse las gafitas; y para colmo dos euros más la entrada (valga esa contribución desinteresada como salvavidas del negocio cinematográfico: mi granito de arena para que las salas de cine sigan programando cine-basura en su mayoría y le sigan echando la culpa al pirateo vía Internet de que el público no acuda en masa a comprar sus palomitas). Quitando algunas escenas especialmente realizadas para invadir la platea (pájaros volando, balas de cañón, vuelos entre montañas, personajes en caída libre: los puntales estéticos de los grandes argumentos de la historia del cine), el resto no se justifica en absoluto. Si la película es plana no hay tridimensional que la salve.
Ahí un síntoma que no falla: la mayor parte del público son niños, lo que echan es una comedia y no se oyen risas... rollo al canto.

martes, diciembre 28, 2010

"Shoah", de Claude Lanzmann

¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz?, se preguntaba el filósofo alemán Theodor Adorno.
Campo de exterminio de Treblinka, con una productividad diaria que alcanzaba 15000 unidades. Un tren llegaba al apeadero de la entrada del campo y en tres horas (¡en tres horas!) su cargamento quedaba transformado en cenizas, en humo que salía por las chimeneas, en partículas que cubrían el cielo de toda Europa, en polvo que quizá aún sigamos respirando. Empujadores, peluqueros, limpiadores, jaladores, horneros, excavadores: grupos de judíos que colaboraban a golpe de látigo y de hambre y que necesitaban el exterminio para asegurar su propia supervivencia, paradoja terrible con la que es imposible convivir. Serán muchos de los que salgan vivos de los campos cuando se liberen y serán también los testimonios más demoledores, los que conmuevan al espectador hasta el tuétano.
Trenes de la muerte atraviesan el continente, cruzando pueblos donde los lugareños se pasan el pulgar por el gaznate, símbolo certero de un odio secular. La compañía de ferrocarriles alemana cobraba al estado (en realidad se pagaba con lo requisado: el judío pagaba su muerte de principio a fin) por cada viajero, si bien ofrecía tarifas para grupos y los menores de cuatro años viajaban gratis: el holocausto a precios de excursión a la playa. Criterios económicos, evaluación de costes, como los que estremecían al leerlos en la magnífica novela "Las benévolas" de Jonathan Littell. "Shoah" es el momento de mirar y de oír, durante casi diez horas de filmación: nadie debería ver esta película, todo el mundo tiene que conocerla. Rodada entre finales de los setenta y principios de los ochenta, todas las imágenes son contemporáneas, ninguna es histórica: raíles que atraviesan bosques desiertos, campos de cultivo, y que van a parar a descampados en ruinas donde asoma alguna chimenea o llegan hasta campos de concentración en los que se han preservado las instalaciones para preservar la memoria: turismo de masacre. Y mientras tanto hablan víctimas y verdugos creando un documento imperecedero y que seguirá siendo doloroso dentro de siglos. Hablan hasta romperse y arrastran consigo al observador del otro lado de la pantalla. En Israel, en Estados Unidos, en Polonia, en Alemania, en Corfú. Nazis que ahora sirven jarras de cerveza en Frankfurt o escriben guías de viaje de los Alpes, polacos que viven en las casas que antes ocupaban los ricos del pueblo o que recuerdan con pavor la vida del ghetto de Varsovia y judíos, por supuesto, eterna diáspora. Uno de ellos cuenta como, rodeado de cadáveres por todas partes, pensó que era el último judío. Casi lo consiguen.
El director interroga a los testigos sin piedad, consciente de que el celuloide generado será inigualable por ningún papel mecanografiado, por ningún artefacto arqueológico: en primera persona: yo estaba allí, yo lo vi, yo sobreviví.
Esta película duele.

sábado, diciembre 25, 2010

"Thought of You", de Ryan Woodward


Thought of You from Ryan J Woodward on Vimeo.

Lo tomo prestado de "La casa del tiosain": siempre merece la pena darse una vuelta por allí.
Esta pequeña animación (y la canción que la acompaña) puede inspirar buen ánimo, que a fin de cuentas es el mayor anhelo que se puede tener en estos días. Eso tan fugaz llamado felicidad. Esos instantes.

Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
I thought of you and where you'd gone
and let the world spin madly on

Everything that I said I'd do
Like make the world brand new
And take the time for you
I just got lost and slept right through the dawn
And the world spins madly on

I let the day go by
I always say goodbye
I watch the stars from my window sill
The whole world is moving and I'm standing still

Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
The night is here and the day is gone
And the world spins madly on

I thought of you and where you'd gone
And the world spins madly on. 

"World Spins Madly On" - The Weepies

lunes, diciembre 20, 2010

"Leonera", de Pablo Trapero

Una chica, acusada de cometer un turbio crimen pasional, va a la cárcel. No va sola: rápidamente los fotogramas desvelan que está esperando un hijo. La actriz protagonista, Martina Gusmán, excelente actriz y esposa del director, Pablo Trapero, aporta a su actuación un plus de verismo: su propio embarazo. No sé en que orden sucedió (¿fue primero la película o el huevo?) pero desde luego la situación fue oportuna: así es más fácil meterse en el papel.
Maternidad y presidio, dos factores que deben conducir al producto de un buen guión, más aún si, como es el caso, no se ahorra en sutilezas. Pero la cinta expone lo necesario, sin caer en excesos (la otra película que he visto de este director, "Carancho", estaba demasiado ida de vueltas; al cine de realismo social hay que cogerle el punto y tener cuidado con no pasarse en el efecto; "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu es otro ejemplo de arroz pasado), algo muy complicado en una situación que es excesiva por sí misma. En Argentina una madre puede tener al niño viviendo con ella en la cárcel hasta que este cumple cuatro años. Ese lazo es un salvavidas afectivo para la reclusa pero se plantea la cuestión de si ese lugar es indicado para criar un hijo: el patio de la cárcel convertido en patio de guardería: el guardia hace la ronda por encima del muro alambrado, con el dedo en el gatillo del rifle (un punto fuerte de este director es el realismo en la puesta en escena: ambientes y escenarios convincentes sin lugar a dudas). ¿Qué será más traumático, la separación o la posible conversión del niño en un Kaspar Hauser asocial? Decide la madre, que precisamente por eso sólo hay una. Y a una madre decidida, no hay quien la pare.
"Carancho" me decepcionó pero con "Leonera" hemos hecho las paces. Y no me importa que "Leonera" sea anterior a "Carancho" porque yo las he visto en este orden. O sea, la última de Pablo Trapero es muy buena. Y punto.

sábado, diciembre 11, 2010

"Lejos de la tierra quemada", de Guillermo Arriaga

A veces el día a día tiene momentos que te arrojan del encefalograma plano cotidiano, sorpresas o casualidades que parecen colocadas a posta en el camino. Hoy fui al quiosco a buscar el diario "Público": me lo guardan todos los viernes desde hace un par de años, ya que ese día el periódico trae una buena película de regalo. Digo bien, regalo: 2 euros es el precio del periódico, película en DVD incluida. Digo bien, buena película: hace nada "Sacrificio" de Andrei Tarkovski o "Fanny y Alexander" de Ingmar Bergman. En fin, basta de publicidad o de consejos subliminales.
Entre los miles de películas que el periódico podía decidir regalar hoy, le ha tocado el turno a la que da título a esta entrada. Esta misma semana dediqué una entrada a "Biutiful" de Alejandro González Iñárritu y mencioné que no había visto la película de su antiguo socio, Guillermo Arriaga: la providencia me la tira encima del mostrador del quiosco de Luis y, por supuesto, he visto la película esta misma noche: a estas señales no se les puede dar la espalda.
Si tuviera que poner en la balanza ambas películas para decidir cuál de las dos es mejor, no necesito ni tan siquiera poner en marcha el DVD, me basta con mirar la carátula: Javier Bardem es un gran tipo, pero aquí dice que las protagonistas son ¡Charlize Teron y Kim Basinger!: 2-0  y el arbitro aún no ha puesto en marcha el crono. Bromas aparte, me ha gustado más la de Guillermo Arriaga: no quiere decir que sea una obra maestra, pero es que "Biutiful" me gustó muy poco.
La cinta se inicia como un puzle de personajes que el espectador deberá colocar en el lugar adecuado. Puede parecer una película de vidas cruzadas como "Babel", la última del tándem Iñarritú/Arriaga, o como "Crash" de Paul Haggis, pero en este caso es una única historia contada en distintos planos temporales: el pasado construye una tragedia que lleva su dolor hacia el presente. Infidelidades y romances de mestizaje fronterizo, aunque el conflicto racial no está presente en la historia, contraponen la tierra quemada de Nuevo México, donde se produce la pasión y el drama, con el frío Portland, remoto lugar de escondite y de olvido. Historia de errores irreparables y de redención salvadora.
Destaca la actuación de Charlize Theron mientras que Kim Basinger parece tan ida como de costumbre. Buen debut en la dirección cinematográfica para Guillermo Arriaga que, eso sí, ha contado con un reparto de lustre hollywoodiense. En cuanto a la estética, me ha recordado a ratos a John Sayles. Al cine de Iñárritu no se le parece absolutamente nada.

miércoles, diciembre 08, 2010

"Biutiful", de Alejandro González Iñárritu

Cuando salí del cine pensé que era la primera decepción gorda cinematográfica del año pero es que ya no me acordaba de "Alicia en el País de las Maravillas" de Tim Burton: el subconsciente que trata de eliminar los malos recuerdos. Voy a poner algo de "Biutiful" antes de que se me borre del hipocampo.
La obra que he visto anteriormente de este director me ha gustado mucho: "Amores perros", "21 gramos" y "Babel". Después de esta última tuvo un divorcio sonado con el guionista Guillermo Arriaga que no estaba de acuerdo con la política que sigue este blog (es una forma de decirlo) de adjudicar en los títulos de la entrada el nombre del director como autor de la película. ¿De quién es la película?, ¿del director o del guionista? Arriaga se sentía eclipsado y pensaba que merecía más reconocimiento en el éxito mundial de "Babel". Pues hala, cada uno por su lado. No he visto la película que ha dirigido desde entonces Guillermo Arriaga, "Lejos de la tierra quemada", pero he tenido la mala suerte de ver la de Alejandro González Iñárritu. Ay.
Porque el guión es lo que falla. No falla Javier Bardem, que se esfuerza al máximo (aparece también Eduard Fernández y me acuerdo de una película en la que compartió protagonismo con Bardem, "Los lobos de Washington" de Mariano Barroso, muy buena: aquello sí que era verismo), como de costumbre (pasaba algo parecido en "No es país para viejos" de los hermanos Coen: en gran medida la película era él) y recibió nada menos que el premio al mejor actor en el último festival de Cannes por este trabajo (el único motivo que se me ocurre para recomendar esta cinta). Falla una historia que mezcla lumpen, agonía vital, inmigración ilegal y realismo mágico pero todo liado de la forma más efectista posible: secuencia con un golpe de efecto, secuencia de Barcelona de noche pretendidamente lírica; secuencia con otro golpe de efecto bochornoso, secuencia de Barcelona bajo la lluvia pretendidamente lírica; secuencia con golpe de efecto especialmente zafio, secuencia de unas hormigas en un cristal húmedo que de lírica no tiene nada... y así dos horas, erre que erre. El cineasta repite la estética de "Babel" pero se excede (se regodea) en sus primeros planos, carentes de emoción, sentimiento que se busca de la forma más fácil y peor construida. Sensiblería en vez de sensibilidad. Y mucha grandilocuencia, que a saber qué quiere decir la palabra grandilocuencia. Y a mirar la hora en la penumbra de la sala, que se hace tarde y esto no se acaba nunca.
Dicen que The Glimmer Twins no son nada sin Keith Richards.
Igual es verdad.

domingo, diciembre 05, 2010

"Gru, mi villano favorito", de Pierre Coffin y Chris Renaud

El malo de la película, pero el malo muy malo, el supervillano que trama maldades a escala planetaria, el que sale en las películas de James Bond: esos calvos maléficos como Blofeld, jefe de SPECTRA, papel inolvidable de Donald Pleasence, o el Doctor Maligno, su alter ego cachondo que se enfrenta a Austin Powers, alter ego cachondo a su vez del 007 al servicio de Her Majesty.
Edipos mal curados que quieren dominar el mundo. Se mezcla con "Tres solteros y un biberón" de Coline Serreau (en realidad tres biberones y un solterón) y "Annie" de John Huston y se obtiene una película muy entretenida: la ocurrencia de las pirámides del inicio es fantástica y el ritmo de la cinta no decae. Animación bien realizada, se ve que Universal Pictures también quiere meter la cabeza en el negocio del blockbuster de dibujos animados que atrae a la taquilla a públicos de todas las edades y no repara en gastos. Salen unos personajillos muy divertidos llamados Minions que hacen recordar a los Oompa Loompa, los ayudantes de Willy Wonka, aunque no se les parecen en nada: las cápsulas de plástico amarillo que hay dentro de los huevos Kinder, con ojos (uno o dos), patitas y monos azules de trabajo, y muchas ganas de fiesta.Un nombre llama la atención en los créditos: Sergio Pablos, creador de la historia: parece que también hay españoles metiendo la cabeza en esto y rápidamente se piensa en "Planet 51" de Jorge Blanco. Que siga.
Lluviosa y fría tarde de domingo, ¿dónde van a estar mejor los niños (y los mayores) que dentro de un cine, seco y calentito? Y si encima la película está bien, en ningún sitio.

miércoles, diciembre 01, 2010

"Copia certificada", de Abbas Kiarostami


¿En qué se diferencia una copia perfecta del "David" de Miguel Angel de su original? El espectador que pasee por la Plaza de la Señoría de Florencia no tiene porqué saber que la verdadera está en la Galería de la Academia: su mirada la hace auténtica y el placer estético es el correcto. El valor intangible de la originalidad se encuentra en el concepto. La paradoja es que la copia crea originales, una constante en el arte: realizando un retrato del rostro de La Gioconda, Leonardo Da Vinci crea la obra más famosa de la historia y la representación tiene mayor importancia que aquel al que representa: la imagen pasa a la posteridad mientras que la vida de La Monna Lisa es una incognita intemporal (¿Leonardo travestido?). La naturaleza es la única creadora de originales, aunque se trate de un cuñado tartamudo, y la labor del genio queda reducida a un momento de iluminación revelada o de habilidad innata, prohibida al resto de los mortales.
La ilusión cinematográfica como paradigma de la copia, representación del mundo: ilusión de realidad. A los replicantes de "Blade Runner" de Ridley Scott, se les implantaban recuerdos (recuerdos de otros: de la sobrina de Tyrell, por ejemplo) para hacerles creer que habían tenido una infancia, un pasado, una serie de vivencias que construyen una personalidad ad hoc. Y en "Recuerda" de Alfred Hitchcock, un amnésico Gregory Peck se apropia de la identidad del Dr. Edwards, construyendo un nuevo presente y enamorando a Ingrid Bergman: locura y amor ciego íntimamente relacionados: el estado de enamoramiento es una anomalía que merma la percepción y hunde el nivel intelectual del enfermo.
Suplantación. Una camarera (igual que el espectador de la estatua de "David") cree que una pareja sentada en la mesa de su restaurante son en realidad matrimonio y a partir de ese momento se obra el prodigio. El giro argumental propicia que el culto escritor, independiente y seductor, ocupe el lugar del marido ausente, y la asunción de ese cambio, la conciencia de la transformación, acarrea una serie de problemas. Conyugales, por supuesto. Personas enamoradas de cuando estaban enamoradas se anclan al pasado, contemplado con nostalgia, sin ser capaces de adaptarse al paso del tiempo, sin reconocer que aquellos días ya no volverán aunque se retorne a aquella pintoresca pensión de la luna de miel (la trama transcurre colocando en el trasfondo una boda en la Toscana italiana, qué romántico, qué idílico, un rito ancestral de matrimonio acorde a los cánones católicos que, forzosamente, debe convertirse en un día de felicidad aunque el celuloide destile escepticismo). El director instala a sus actores frente al espejo, y hace que se interroguen sobre la imagen devuelta, como si ellos también miraran una estatua, un reflejo que han de interpretar. Averiguar las respuestas a las mismas preguntas que se hacían los filósofos antiguos, los replicantes y Siniestro Total, pero desde la cotidianidad y la mediocre vida común: el yo desnudo y la verdad cruel.
Mirando la pantalla nos vemos a nosotros mismos.