Hace unos días tuvimos ocasión de asistir a una charla sobre la figura de Luis García Berlanga, cineasta del que este año se cumple el centenario de su nacimiento. El acto, moderado por el periodista Jesús Ruíz Mantilla, contaba con la presencia del excelente actor Miguel Rellán y el no menos excelente director de cine Manuel Gutiérrez Aragón. Entre anécdotas o meditaciones o revelaciones de gran enjundia sobre el carácter o el trabajo o la vida del eximio director valenciano, apareció también el tema de la crisis actual del cine español y de cómo la celebración berlanguiana (adjetivo que figura en el diccionario español gracias a la propuesta del académico Gutiérrez Aragón) había despertado el interés del público por revisar obras maestras del pasado en blanco y negro, como lo son "Plácido" o "El verdugo": interés por el pasado, que no por el presente de nuestro cine. La producción cinematográfica española de los últimos años destaca en títulos olvidables, de consumo fácil, sobre todo en comedias banales, veraniegas, como lo eran aquellas españoladas de la época del destape setentero, pero sin destape. El profeta de este rentable y abundante condumio fast food es sin duda Santiago Segura, que, desde unos inicios bien bizarros, se ha pasado al humor blanco del cine para todas las edades: otra cosa no, pero visión comercial no le falta.
En esta racha se inserta la muy publicitada (cualquiera que haya seguido la Eurocopa por televisión se habrá dado cuenta) "Operación Camarón": ubicuidad del título a cargo de la cadena televisiva que participa en la producción. Y ese es uno de los puntos calientes en el apreciable demérito de calidad artística del séptimo arte nacional en los últimos años: rentabilizar el producto a toda costa, apartando sin rubor la menor intención de que las neuronas del espectador activen una mínima sinapsis de su cerebro. Sin embargo "Operación Camarón", a diferencia de muchos otros títulos de los que ni quiero ni puedo acordarme, tiene un pase: reparto de notable vis cómica, con nombres como Julián López o Natalia de Molina (que atesora dos premios Goya), buen ritmo, rodaje solvente (qué bien se le dan a los nuevos directores españoles las escenas de acción), capacidad de intriga, diálogos acertados y, ante todo, duración ajustada a una canónica hora y media de proyección. Nada mal, en fin.
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