jueves, julio 08, 2021

"Luca", de Enrico Casarosa

Me quedaré con la incógnita de saber (no pienso buscarlo) si esta película ha sido patrocinada por Piaggio, fabricante de la moto Vespa, genuino icono del motor italiano, al menos del más popular, desde que se presentó al público en 1946. Y fue no menos icono, al igual que el también nacido en Italia Seat 600, del Desarrollismo español iniciado a finales de los años cincuenta (en una Vespa cabían tres adultos, como nos enseñó Vicente Aranda en "Camina o revienta": Eluterio Sánchez "El Lute" y dos compinches desvalijando una joyería madrileña: un ladrillo y una motocicleta para escapar de la miseria secular española: más cornadas da el hambre). La pasión desbordada que demuestran por la "avispa" con ruedas los evadidos del piélago Luca y Alberto, tritones marinos anhelantes de secano y asfalto, es sin lugar a dudas el leitmotiv de la trama.

Un cartel muestra a la anterior pareja que más hizo por promocionar las ventas mundiales del vehículo: Gregory Peck y Audrey Hepburn conduciendo una a la vera del Coliseo romano. Ese fotograma ilustrado de "Vacaciones en Roma" de William Wyler aporta una pista sobre el carácter de "Luca": no se homenajea la identidad (o al cine italiano, como he escuchado en alguna parte), sino a ese cine que ha hecho de Italia un tópico para turistas. Y para dejar bonito el panfleto de agencia de viajes, el territorio representado en "Luca" es el litoral de Liguria recorrido cada año por miles (o millones) de turistas en el periplo conocido como Cinque Terre: fotos maravillosas extraídas a codazos por saturación de móviles apuntando a multitud de caretos selfi que arruinan la belleza del paisaje (Portorrosso se denomina el pueblo donde trascurre la aventura terrestre de Luca, topónimo imaginario que es muy parecido a Monterrosso, uno de los pueblos más visitados en esa zona de la costa italiana, aunque parece ser que el nombre en realidad es un homenaje a la película de animación "Porco Rosso" de Hayao Miyazaki, homenaje, a su vez, a la aviación italiana).

Tras "Coco" Pixar vuelve a asomarse a culturas "exóticas" o, más bien, a sus formas más reconocibles e idílicas por poco profundizadas: paseos ligeros fuera de Estados Unidos, algo muy típico de las producciones de Disney, dando lugar a una comedia amable, espectacular visualmente, con el acostumbrado guion recurrente, por políticamente correcto, que aborda el sempiterno miedo al otro, al extraño, al forastero, al inmigrante, y su consabida aceptación sin barreras al final del folio: historia plana que, a diferencia de los añorados clásicos de la época dorada de la productora cinematográfica del flexo saltarín, no emociona hasta la lágrima. Porque así era.

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