
Los personajes de Adam Lang y su mujer Ruth (Olivia Williams) son un reflejo más que casual de las figuras de Toni y Cherie Blair, pero las motivaciones que muestra la película para justificar las causas por las que el mandatario británico acompañó a George Bush en su felonía de Irak parecen descabelladas. O no. Porque la película, basada en la novela "El poder en la sombra" de Robert Harris, desgrana la trama con tal precisión y elegancia que por qué no pensar que si Bush no era más que una marioneta tonta manejada por poderes ocultos (o no tan ocultos) otro tanto podía suceder al otro lado del Atlántico con su homólogo inglés: el trío de las Azores eran la versión chunga de Triki, Coco y Gustavo de Barrio Sésamo: unos monigotes con el brazo del titiritero metido por el culo.
Ewan McGregor hace recordar a antiguas actuaciones del propio director, como cuando encarnó a Trelkovsky en "El quimérico inquilino" y el pisito de París con sus secretos y sus vecinos enigmáticos transformado en esta ocasión en la residencia de retiro de un político, o a Alfred de "El baile de los vampiros", un investigador por accidente, atrapado en el ojo del huracán. De cualquier modo, obra maestra del polaco, que se llevó el Oso de Plata al mejor director en el último festival de cine de Berlín, un premio que no recogió por estar en arresto domiciliario. Y ya puestos a elaborar conspiraciones más allá de la duda razonable: el repentino interés en meter a Roman Polanski entre rejas (treinta años pasan desde que fue cometido el delito: tiempo de sobra han tenido para trincarlo, digo yo, que esconderse no se ha escondido mucho y ahora ya tiene 76 años: demasiado viejo para el talego), ¿será debido a que se ha puesto a filmar temas políticamente escabrosos, como recientemente le ha pasado a Jafar Panahi? Eso me vino a la cabeza al salir del cine. Qué tontería. ¿Verdad?