Durante la pasada gala de los Premios Goya aparecía nominada, de cuando en cuando, una película de la que se veían fugaces secuencias y que llamaba la atención por su puesta en escena: una película raruna cuya trama parecía transcurrir en una extraña construcción. "El hoyo", estrenada en noviembre del 2019, había pasado discretamente por taquilla aunque sí había tenido buena acogida en festivales como Sitges o Sundance. Parecía ser otro título de los que atraviesan los cines con más pena que gloria, una cinta que quedaba fuera del alcance de la mayoría de espectadores, una historia que recordarían cuatro cinéfilos trasnochadores. Hasta que llegó a Netflix.
El reparto igualitario de la riqueza, en este caso de lo más esencial: la comida. Veo muchos documentales de "La 2", qué le vamos a hacer, y aunque los de naturaleza no sean mi género favorito, me han contado en más de uno de ellos que en muchos grupos de animales de la misma especie primero comen los poderosos, los machos alfa de la manada, y después, en una inamovible pirámide de fuerza bruta, se alimenta el resto hasta llegar, eslabón tras eslabón, a los marginados de la comunidad que se dedican a rebuscar entre las sobras. Si quedan. Por tanto parece de lo más natural y un factor intrínseco a la evolución de la especie humana, realizar una división social entre fuertes y débiles: unos sobreviven y los otros no. Y este tema ya lo abordaba de forma magistral y elegante Alfred Hitchcock en "La soga" de 1948 o James DeMonaco, en un estilo más rotundo, con "La purga" de 2013. Te mato porque quiero y porque puedo. Pero no todo es tan maniqueo, ni tan darwinista. Si algo distingue al ser humano y lo aleja de sus instintos primitivos, es la capacidad de sentir empatía, piedad y un incuestionable (no siempre) impulso de justicia social. Los de abajo permanecen doblegados hasta que encuentran un líder revolucionario que los ponga en marcha y un camión cargado de AK-47 con munición de sobra.
Una cárcel vertical donde la comida disponible desciende de nivel en nivel en una gran mesa rectangular, menguando los víveres disponibles en cada parada. Esta estructura surrealista, kafkiana, de edificio distópico e irrealizable, hace recordar otras películas como la canónica "Cube" de Vincenzo Natali o "La cabaña en el bosque" de Drew Goddard, lugares de arquitectura imposible en los que es inútil intentar sobrevivir, no digamos ya quitar el gotelé de las paredes. Dos encarcelados por celda y cada preso puede cumplir su condena con el objeto que desee llevar al penal, ya sea un arma, una mascota, una tabla de surf, o un libro. La inmortal novela de Cervantes, nada menos, elige el condenado Goreng (Ivan Massagué) y no cabe duda de que junto a su compañero de celda Trimagasi (Zorion Eguileor) forman un trasunto eficaz de Quijote y Sancho: idealismo y pragmatismo compartiendo aventura.
La película tiene una trayectoria sangrienta que se apoya en el gore más violento, antropofagia incluida, lo que lleva a pensar que su celuloide solo tiene el objeto de provocar emociones desagradables en el espectador, ese vicio de serie B que obtiene productos huecos que se olvidan en cuanto aparece la palabra "Fin" en la pantalla. Pero "El hoyo" no abandona tan fácilmente el hipocampo como lo hace con las tripas. ¿De qué es alegoría "El hoyo"? Del Infierno. Obvio, como indica la constante muletilla de Trimagasi. Un lugar de rígida administración al que se accede por condena efectiva o por pacto faústico: vender tu alma por conseguir un puesto en la estructura de poder que toque o por lograr, al fin, dejar de fumar. Y si Dante Alighieri describía el Infierno en la "Divina comedia" dividiéndolo en nueve círculos, este hoyo abismal consta de 333 niveles. 333 niveles multiplicado por 2 ocupantes por nivel... número diabólico. ¿Y cómo demoler el Infierno, el más equitativo de los medios para aplicar justicia, balanza infalible a la que no se le escapa ninguno de los que logran escabullirse de las leyes terrenales? Pues encontrando un fallo en el sistema. Un inocente incuestionable.
la verdad que fue una sorpresa grata para mi, no daba 5 centavos por ella y Netflix la salvo y me la hizo valorar. Tanto que criticábamos a esta plataforma y ahora nos viene a salvar el encierro. Mas o menos como este Quijote...
ResponderEliminarLa importancia de las plataformas ya era muy grande antes del confinamiento necesario, pero la ocasión ha propiciado el empujón definitivo.
EliminarQue tal Licantropunk!
ResponderEliminarMe dejo un poco de mal cuerpo, es de esas que cuando las terminas le sigues dando vueltas a la historia.
Estupenda tu reseña, saludos!
Muy buena película de género. Demostrando que se puede hacer sci-fi inteligente y contundente en nuestro país.
ResponderEliminarGrata sorpresa y nombre a seguir...
Un saludo.