Entre todos los jóvenes turcos que protagonizaron la Nouvelle vague, entre ese grupo de directores franceses que provocaron una convulsión sin precedentes en el arte del cinematógrafo, destacó por mérito propio el nombre de una directora nacida en Bruselas, Agnès Varda. Tanto es así, que su primer largometraje, "La pointe courte", adelanta en un lustro a Chabrol, Truffaut, Godard, Resnais o Rivette como impulsores de la ola: en el comienzo fue ella. Varda fue una artista total del celuloide que no sólo influyó notablemente en el panorama cinematográfico francés de los años 60 sino que posteriormente sería pionera en el cine realista y de estilo documental que luego llevaría al reconocimiento internacional a cineastas como Ken Loach o los hermanos Dardenne. Particularmente y por desgracia, cuando me toca nombrar a una cineasta fundamental, es de los pocos nombres que se me ocurren.
"Cleo de 5 a 7" es el recorrido vital de Cleo (Corinne Marchand) durante las cinco y las siete de la tarde del primer día del verano. Cleo es una cantante bella y admirada que se encuentra angustiada ante la expectativa de recibir una noticia trascendental. Esas dos horas (en realidad, hora y media de metraje) comienzan con una visita a una echadora de cartas, una adivinadora del porvenir: la superstición como rémora de un pasado de ignorancia más preocupado por mantener el miedo como negocio seguro, que por ofrecer salvoconductos para una vida plácida. En este sentido, se puede considerar la cinta como un pasaje hacia el existencialismo, corriente filosófica dominante en la época y que afirma al ser humano en la experiencia directa de su día a día, libre de ataduras basadas en creencias indemostrables.
Dos horas dividas en breves capítulos, de pocos minutos cada uno, y cada uno dedicado a Cleo y a las personas con las que convive y se encuentra en esa tarde de junio: la adivinadora, la secretaria, el amante, el compositor de sus canciones, una antigua amiga modelo de bellas artes, la gente de la calle, hasta encontrarse con un soldado a punto de ser enviado a la guerra en Argelia (el trasfondo político de la época se resalta en la película). Y a la vez que el espectador acompaña y comparte con Cleo sus vivencias y preocupaciones, Agnès Varda invita a realizar un paseo extraordinario por París: de la Rue Rivoli al café Le Dome, del barrio de Montparnasse al parque Montsouris, la cámara sigue a Cleo enfocándola con precisión y con una fotografía espléndida: desde los balcones de los bulevares o caminando a pie de calle, viajando en coche, taxi o autobús, en la intimidad funesta de su casa (la secretaria, Angèle, interpretada por Dominique Davray es un símbolo opresivo del que urge deshacerse) o en los cafés desbordantes de vida. Cleo en busca de su salvación, de su felicidad, un anhelo cotidiano para cualquiera que esencialmente consiste en perder el miedo a vivir.
No, no la vi esta.
ResponderEliminarMe la anoto Licantro. Es bueno saber de usted en estos tiempos
Abrazo!
Gran película de una gran directora, directora de gran imaginación, buen gusto y sensibilidad cinematográficas, lúcida en todo sentido y siempre comprometida e infatigable. Dudo que tenga película "mala" o "mediocre" en su filmografía.
ResponderEliminarSaludos!