Son tierras para el águila, un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín.
En el año 1935, durante el apogeo del fascismo en Italia, el pintor y médico Carlo Levi debe abandonar Turín, desterrado a una localidad del sur, de la región conocida entonces como Lucania, justo en el medio del arco del pie de la península. Desterrado y confinado: malos tiempos para los intelectuales, peores aún si son contrarios al régimen y pésimos si además tienen un apellido judío.
Nos ha dado más América que Roma, sostienen sin inmutarse los habitantes del pintoresco pueblo de Aliano, inmigrantes de ida y vuelta al otro lado del Atlántico, marchados por el retraso económico al que empuja un olvido secular y que regresan porque no hay nada más peligroso que la nostalgia. La promesa de un gran imperio africano en Abisinia (Facetta nera, bella Abissina, aspetta e spera, che già l´ora si avvicina) y con ella la restauración de la gloria ancestral de Roma, no despierta mucha ilusión en un país formado por estados de identidad ajena: el norte rico, el sur pobre: como ahora y como aquí: la película muestra dos historias paralelas, la italiana y la española, la Europa mediterránea y atrasada, pero también el símbolo de la "España vaciada", eslogan infructuoso que solo aporta palabrería y réditos políticos.
Pueblos asomados a las montañas que se deslizan colina abajo por la erosión inclemente del tiempo. Las figuras del médico o del maestro eran vistas como salvadores, personajes de prestigio que traían el bien a la comunidad, esperanza de prosperidad y bienestar, auténticos misioneros en tierra salvaje. Y lo siguen siendo en una época en que lograr que no se cierre el colegio o el consultorio es la última espoleta de la que tirar antes de extinguirse y desaparecer del mapa. Eran la luz y el conocimiento para aquellas tierras sin pan, en el sentido que intentó dar Luis Buñuel a su documental sobre Las Hurdes, otro paralelismo a considerar. Curanderos, rogativas, escapularios, apariciones marianas, santos milagrosos. Restos de paganismo que se incorporaron a la religión católica en una suerte de sincretismo favorecedor de la expansión del cristianismo y que resultaba imposible erradicar.
Francesco Rosi rueda su película a finales de los años setenta, cuando aún era posible ver llegar del campo a los campesinos con las mismas bestias de carga y los mismos aperos que se venían empleando desde la Edad Media, cuando aún el agua corriente y la energía eléctrica no estaban presentes en todas las casas y cuando aún eran visibles las huellas del paso de los siglos en las grietas de los encalados. Esa pátina de verosimilitud rotunda, reloj congelado durante décadas, se hace evidente en cada rincón y en cada rostro, permitiendo disfrutar en plenitud de una cinta en la que todo lo que en ella aparece y en la que todo lo que en ella se cuenta, alcanzan el valor genuino de la verdad incuestionable y elevan la película a la condición de relato antropológico.
recuerdo esta película cuando se estrenó por el año 79 por tratar el tema de los exiliados políticos que aquí teníamos muy reciente. También me acuerdo de dos buenas actrices en el reparto: Irene Papas y Lea Massari.
ResponderEliminarSaludos!
Borgo.