J. J. Abrams vuelve a pilotar el Halcón Milenario después de conducirlo un rato durante el "Episodio VII: El despertar de la Fuerza", ocasión en que lo hizo, a mi entender, de forma sumamente eficaz, aunque fuera a base de copiar sin reparo los pilares argumentales del “Episodio IV: Una nueva esperanza”, germen del drama interestelar de la familia Skywalker. Rian Johnson tomó el mando para el "Episodio VIII: Los últimos jedi" y mantuvo el nivel galáctico, si bien empezaba a hacerse patente el abuso en el empleo de los acostumbrados personajes planos (y muy monos, eso sí), que han supuesto un continuado lastre (ewoks, Jar Jar binks, Darth Vader de niño, el pingüinillo que aparece en el episodio VIII y que no sé cómo se llama, etc.) de la impresión crítica generada por esta gran ópera espacial (¡esa banda sonora!) que siempre brilló, ante todo, en el matiz épico de su pasión heroica. Abrams pilota de nuevo pero pierde el rumbo durante buena parte del metraje.
Se podría entender que se ha preestablecido un reparto ecuánime del protagonismo concedido a los personajes genéricos de Star Wars en esta tercera trilogía, de modo que el episodio VII se centraría en Han Solo (Harrison Ford), el VIII en Luke Skywalker (Mark Hamill) y el IX en Leia Organa (Carrie Fisher). Esta ecuación proporcionaría una coartada al episodio IX, pues el fallecimiento prematuro de la actriz Carrie Fisher supuso un indisimulable trastoque de los planes originales que la productora Disney podría tener a la hora de amortizar la compra de Lucasfilm. Así, dos terceras partes del episodio IX son empleados en una atolondrada “búsqueda del tesoro” en la que se encajan, de cuando en cuando y de mala manera, recortes antiguos de Carrie Fisher interpretando a la princesa Leia: fotogramas reciclados que no han sido incorporados a la cinta de una forma mínimamente elegante: un despropósito: tantos nombres en los créditos y ninguno capaz de alzar el dedo para señalar una torpeza tan evidente.
Quedará el esperado desenlace, una parte final –parte contratante de la tercera parte– que será la que pueda salvar la galaxia y al menos ofrecer respuesta al mayor enigma planteado en esta última trilogía, que será el del origen de Rey (Daisy Ridley). En cuanto a sus compañeros Poe (Oscar Isaac) y Finn (John Boyega), pasean por este capítulo sin la menor oportunidad de lucimiento, sobre todo en el caso de Boyega: de renegado stormtrooper a descafeinado general rebelde. El cuarto joven héroe en discordia, Kylo Ren/Ben Solo interpretado por Adam Driver, será el personaje por el que al actor, que está a punto, si no lo es ya, de convertirse en icono de prestigio para el Séptimo Arte, le preguntarán como anécdota en las entrevistas que están por venir.
Rey, Poe y Finn, un ménage à trois para el que el cine del siglo XXI se encuentra menos receptivo que el del siglo
XX y que se va a quedar en pálido reflejo del trío formado por Leia, Luke y
Han. La actualidad, de consumo rápido y escasamente paladeado, no permite el
asentamiento de los mitos cinematográficos: el suceso cinéfilo que se anclaba indeleble
en una generación pasó a la historia, difícilmente se vuelve a dar, y cualquier alegoría trascendente dura lo
que un tweet y vale lo que es capaz de recaudar. Pero a los que los inmortales acordes
de la música que John Williams compuso para la saga les provoquen un escalofrío
en la espalda, a esos la fuerza les acompañará siempre.
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