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Rambo, el estereotipo de héroe bélico de los ochenta, un nombre propio (curiosamente inspirado en el del poeta Rimbaud) convertido en adjetivo reconocible para calificar a cualquier asesino en serie amparado por una bandera y un uniforme. El personaje nace en la novela "Primera sangre" de David Morrell, en el año 1972: la derrota de Vietnam y los soldados que al regresar a casa son vistos como perdedores y asesinos sangrientos. En la película "Acorralado" de Ted Kotcheff, basada en la novela, el enemigo de John Rambo es su propio pueblo, sus compatriotas, el sheriff que lo trata como un apestado. Pero Ronald Reagan debuta en la Casa Blanca y se terminan los complejos de culpa: "Rambo" de George P. Cosmatos, se estrena en 1985 y regresa a Vietnam a ajustar cuentas. "Tras ver Rambo anoche, ya sé lo que haré la próxima vez" dijo Reagan después de ver la película: un guerrero auténtico cumple su misión sin importarle las consecuencias y no obedece ordenes de burócratas endebles que son los que realmente pierden las guerras. "Government is the problem", dijo el ínclito actor-presidente en su toma de posesión. La guerra fría se calienta a toda pastilla y el cine se llena de combatientes solitarios armados con un M-16: Arnold Schwarzenegger, Michael Dudikoff, Chuck Norris (al parecer Chuck Norris también iba a aparecer en "Los mercenarios" pero durante el casting realizó una patada voladora que descabezó a la mitad del equipo de rodaje: Don't fuck with Chuck): más brutos que un arado de vertedera.
"Los mercenarios" será un homenaje y una parodia, pues no se lleva a engaño en cuanto a sus intenciones y expectativas (será la sabiduría de la edad y Stallone que sigue sacando réditos a pasados esplendores sin pretender deslumbrar con la profundidad psicológica de sus personajes: gracias), de aquel cine lleno de músculos, balas y sangre. Acción hiperviolenta condensada en 90 minutos, actores que están cerca o ya han sobrepasado la barrera de los 60 años de edad (Stallone y Schwarzenegger ya la han pasado, y Bruce Willis, Mickey Rourke o Dolph Lundgren no andan ya muy lejos de calcular los años de cotización para jubilarse; Dolph Lundgren, por cierto, está muy bien en su papel de soldado pasado de vueltas: cuidado con pensar que es el típico gigantón estúpido, ya que al parecer tiene un coeficiente intelectual de 160 y estudió en el MIT antes de dedicarse a la actuación) y una forma de hacer cine que ha pasado a la historia: ahora el héroe es tipo Matt Damon (o Jet Li o Jason Statham que también aparecen en "Los mercenarios" como ejemplos de cambio generacional), una máquina de matar con pinta de estudiante de intercambio: el amasijo gigantesco de carne, moldeado a base de pesas y anabolizantes, ya no está de moda, al menos en el celuloide.
Eso sí, la platea cuajada de chavalada sigue rugiendo más fuerte cuanto mayor es la salvajada o la fantasmada. Hay cosas que no cambian nunca. ¡Es la hora de las tortas!