La lista de defensores de los derechos humanos que han sido asesinados a lo largo de la historia es realmente larga. Raza, sexualidad y religión, un trío maldito. Capítulo aparte merecen los perseguidos por su defensa de los derechos civiles (se distinguen estos de los derechos humanos en que son los que establece una nación dentro de su territorio) en Estados Unidos durante el siglo XX: desde las víctimas más conocidas hasta las más anónimas, que serán legión. Harvey Milk fue un conocido activista de los gay rights durante los años setenta en la ciudad de San Francisco, meca gay por antonomasia. Fue la primera persona que habiéndose declarado abiertamente homosexual alcanzó un alto cargo político y desde su situación de poder luchó por obtener lo que cualquier ciudadano tiene por el simple hecho de serlo, sin padecer ninguna discriminación por sus preferencias sexuales. Hasta hace bien poco esas discriminaciones existían en España y eran amparadas por las leyes. Ya no, al menos en el orden jurídico, porque en el orden social es más difícil terminar con los prejuicios.
Al ver la película llama la atención comprobar que el debate rancio de la consideración del homosexual como un enfermo, como un depravado, se sustentaba hace tantos años sobre los mismos argumentos insostenibles que siguen apareciendo en la actualidad. Y sorprende (o no sorprende nada) que el mismo apoyo a esas posturas conservadoras siga procediendo de sectores ultrareligiosos. Será verdad que veinte años no es nada (que febril la mirada) y que treinta son aún menos. Debate cansino.
El director Gus Van Sant, uno de mis favoritos, tiene dos trayectorias paralelas: una que se diría más independiente y otra más comercial en la que, paradójicamente, habría que situar "Mi nombre es Harvey Milk". Una cinta de típica factura hollywoodiense (sacrificio heroico, comunidad luchadora de nobles ideales, catarsis de la masa emocionada) con buenas actuaciones (la noche de los Oscar ganó Sean Penn pero debió ganar Mickey Rourke: también puedo resultar cansino si me lo propongo) que apenas se ve sacudida por escenas de amor que ya no pueden, no deben, espantar a nadie. Al que se escandalice por eso, que se lo haga mirar.
Es verdad que Milk entra dentro de la línea más comercial de Van Sant, pero a mí me gustó mucho, y me pareció merecido tanto el Oscar a Sean Penn como al guión. Bajo la dirección de Van Sant no parece ni él, creo que es seguramente uno de sus mejores papeles. Y será todo lo comercial que quieras, pero es una crítica de tomo y lomo a la doble moral norteamericana (aunque sería trasladable, claro, como bien apuntas) que, a pesar de haber superado los escollos concretos que trata el film, está más que vigente. Técnicamente es también muy buena, en fotografía, documentación y montaje.
ResponderEliminarPara mí, infravalorada. He querido en varias ocasiones comentarla en mi blog, pero por una razón u otra no lo he hecho todavía. Caerá.
Un saludo ;)
Aunque es comercial, es buena, es rompedora y es justa. ESo es importante a la hora de calibrar su mensaje y su calidad. Sus actores extraordinarios, Penn, mi actor favorito y fetiche, increible.
ResponderEliminarUna película valiosa, necesaria, porque quedan muchas miradas despistadas por centrarse.
ResponderEliminarEs una película valiente y necesaria,muy bien ambientada y con unas buenas interpretaciones.
ResponderEliminarMe gusta tu manera de reseñar las películas.
Un abrazo.