martes, diciembre 08, 2020

"Mank", de David Fincher

Pulso un botón en el mando a distancia, un botón que tiene al lado el dibujo de un micrófono, y pronuncio cuidadosamente 'Ciudadano Quein'. El sortilegio tiene efecto, el conjuro funciona, y al instante aparece como un espectro, en la pantalla del televisor, espejito mágico, el inmortal título dirigido por Orson Welles en 1941, bobina lista para la proyección, para que el cinéfilo afortunado del siglo XXI pueda volver a disfrutar de esta pieza artística fundamental de la Historia del cinematógrafo. A la noche siguiente, otra vez cerca de la medianoche, que para eso estamos de puente, digo 'Mank', y, en fin, parece que mi voz no está tan afortunada como el día anterior, pero con varios movimientos de la "varita" y pulsaciones sobre la misma, constato que el embrujo no fue cosa de casualidad, que el hechizo sigue en marcha y que la tecnología moderna continúa siendo la mejor aliada de estos tiempos confinados.

¿Quién es el autor de una película? Esta pregunta la he formulado en varias ocasiones a lo largo de la existencia de este blog y siempre la he resuelto con la misma respuesta: el director. Supongo que es una contestación propiciada por haber visto tanto "cine de autor", pero que en otras formas de realizar cine, como era la factoría hollywoodiense en su época dorada, el concepto autoría estaba más difuminado: la industria del cine, con técnicas fordianas de fabricación y, como muestra la propia "Mank", ejércitos de guionistas produciendo diálogos a destajo. Para cineastas incontestables como John Ford o Alfred Hitchcock, el guion es, por lo general, un artefacto ajeno, y no por eso se cuestiona la firma al final del metraje.

"Mank" explicita esa dialéctica competitiva entre director y guionista. La propia "Mank" parte de un guion elaborado por Jack Fincher, el padre de David Fincher, fallecido hace casi dos décadas, y aunque en los créditos figura como autor único del script, me cuesta pensar que esas hojas, que han esperado su momento para volcarse en estupendos fotogramas, no hayan sido enmendadas en mayor o menor parte. Para la ópera prima de Orson Welles, niño prodigio del panorama audiovisual estadounidense de los años treinta, ocho candidaturas a los premios Oscar fueron anotadas, pero sólo se recogió una estatuilla (la única que recibió Welles en toda su carrera, además de un Oscar honorífico otorgado en 1971), precisamente la de mejor guion original, galardón a compartir con Herman J. Mankiewicz, conocido por sus amigos como Mank: aquello más que a gloria, le supo a cuerno quemado a ambos.

Pero más interesante aún que las condiciones de rivalidad en las que se escribió un mito legendario como "Ciudadano Kane", la película de David Fincher permite al espectador aspirar el aroma cinematográfico de los grandes estudios de Hollywood, aproximarse a las figuras controvertidas de sus propietarios y de sus estrellas, un paseo en el tiempo que además transita por el duro terreno baldío de la Gran Depresión: codicia, recelo al forastero, xenofobia, desigualdad social: ayer como hoy. Y con otra vuelta de tuerca se llega al centro de la trama, que es la de poner de manifiesto las motivaciones que tuvo Mankiewicz de realizar un retrato tan feroz como finalmente piadoso de, a la sazón, el gran magnate de la prensa William Randolph Hearst. Las circunstancias históricas de este personaje, su impresionante poder y sus maquiavélicas intenciones, ya me las contó el imprescindible Manuel Leguineche en "Yo pondré la guerra", magnifica semblanza del conflicto bélico hispano-estadounidense de la Guerra de Cuba de 1898. Lo leí hace muchos años pero recuerdo que lo que se contaba de Hearst no era nada bueno. Tanto "Ciudadano Kane" como "Mank" siguen buscando la clave de su figura excesiva, manipuladora y cruel, una indagación psicológica que no puede conformarse ni justificarse con el hallazgo de un carcomido trineo de madera llamado Rosebud.

martes, noviembre 17, 2020

"La muerte de Stalin", de Armando Ianucci

Beria, Kruschev y Molotov. Malenkov, Breznev y Zukov. Y por supuesto Stalin. La Historia del siglo XX ha estado protagonizada en gran medida por un conjunto de apellidos soviéticos que han quedado anclados en el trasfondo de la cultura popular (siempre que una nueva reforma educativa no se lleve por delante lo poco que queda en mencionado trasfondo). Así que verlos exponiendo sus miserias personales en una comedia negra, muy negra, nigérrima tal vez, originan una película estupenda. La caricatura (el tirillas Steve Buscemi, con su acento neoyorquino, dando vida al enérgico -zapatazos en la sede la ONU incluidos- Nikita Kruschev) se desentiende de la exactitud del suceso histórico pero no coloca un velo encima de las atrocidades cometidas durante dos décadas de estalinismo, sino que las desnuda y las muestra despojadas del menor sentido común, reducidas a lo que fueron, un ejercicio vacuo e inmisericorde de paranoia asesina. El comunismo bolchevique instaurado por Lenin sustituyó al zar por el estado, un cambio de figuras que no aportó a la vez una mejora en las condiciones sociales y económicas de los millones de habitantes que, a duras penas, intentaban sobrevivir a la incompetencia de sus gobernantes. Parafraseando a Theodor Adorno, hacer comedía después de Stalin sería un acto de barbarie, pero no hay que descartar el intento de realizar a la vez un pequeño ejercicio de memoria, un remedo de esperpento valleinclanesco en el que la sonrisa sea buen pretexto para fijar mejor los conceptos.



miércoles, septiembre 23, 2020

"Postales desde el filo", de Mike Nichols

En 1987 la actriz Carrie Fisher publica la novela "Postales desde el filo", un relato íntimo, basado en sus propias vivencias, en el que la protagonista, Suzanne, cuenta cómo intenta rehacer su vida después de que sus experiencias con las drogas la llevaran al borde de la muerte. El libro presenta una mezcla de géneros, de la narrativa en tercera persona al formato de diario personal, pasando por un prólogo de carácter epistolar que es el que propociona el título al drama literario y, de paso, a la película, aunque en ésta encaja fatal: demasiado abrupto ese "Postcards from the edge" para un filme que más parece una comedia romántica que el desencajado testimonio del infierno cotidiano de la adicción a las drogas.

La película prefiere darle protagonismo a la relación entre Suzanne y Doris, o, fotogramas leídos entre líneas, entre Carrie Fisher y su famosa madre, la también actriz Debbie Reynolds. Debbie Reynolds cuenta en su filmografía con el hito eterno de haber compartido cartel con Gene Kelly en "Cantando bajo la lluvia" de Stanley Donen y estuvo casada durante breves años con uno de los cantantes de mayor éxito de los años cincuenta, Eddie Fisher: esas rutilantes estrellas que se aproximan sin remedio como si Newton fuera un casamentero. De ese corto, pero archiconocido, matrimonio, nacieron Carrie y su hermano Todd. Eddie abandonó a Debbie para engrosar la lista de maridos de Elizabeth Taylor y Debbie se casó más veces: otra lista de fracasos. Así que todos los tópicos imaginables de cómo se crían los hijos de las grandes estrellas serían de aplicación en el caso de Carrie Fisher, imaginable sino fuera porque la indómita princesa Leia Organa tuvo a bien contar su vida de todas las formas posibles y dejar poco margen para la imaginación del público, incluyendo en sus confesiones el fantástico monólogo teatral llamado "Wishful drinking": los estadounidenses son los genios del marketing y venderse a uno mismo, si se da la ocasión, no admite ningún tipo de pudor, aunque sea para comerciar con sus miserias personales.

 Mike Nichols prepara unas madre e hija "de película", nada menos que Shirley MacLaine y Meryl Streep frente a frente, dando rostro a un conflicto materno-filial que trasciende el ámbito hogareño para adentrarse en los retorcidos senderos de odio de los celos profesionales, pero todo contado de forma lígera, sin ensañamientos, sin llantinas inconsolables, redondeando el reparto con otros grandes nombres de la época como Dennis Quaid, Gene Hackman, Richard Dreyfuss o Annette Bening: show must go on: más que un drama, una fiesta, un casting permanente, donde el broche lo pone Meryl Streep cantando a pleno pulmón con la salud innegable de sus espléndidos pómulos sonrosados de ascendencia centroeuropea: la belleza insólita del rehab hollywoodiense. Carrie Fisher falleció repentinamente el 27 de diciembre de 2016. Debbie Reynolds lo hizo un día después.