sábado, agosto 10, 2019

"Leto", de Kirill Serébrennikov

De nuevo el ciclo "Filmo Verano" de los cines Van Dyck de Salamanca nos ofrece la ocasión de ver el mejor cine del año: cine en versión original subtitulada y con un programa conformado por películas de las que no suelen aparecer en las multisalas de los centros comerciales: cine invisible, pero el cine que deberías ver. Primero fue "Razzia" de Nabil Ayouch, después "A la vuelta de la esquina" de Thomas Stuber y, a continuación, "Leto" de  Kirill Serébrennikov: magnífico y sorprendente trío de cine diverso y fantásticamente realizado. Hubo una cuarta, final de viaje, "Touch me not" de Adina Pintilie, flamante vencedora del Festival de Berlín de 2018, que se va a quedar sin entrada en este blog por la sencilla razón de que no me gustó nada: ni me emocionó, ni conecté con la trama en ningún instante y ni tan siquiera me provocó desagrado, aunque el esfuerzo vertido por la directora en ese sentido no cabe duda de que fue notable: curiosas las preferencias cinéfilas de algunos jurados.
Leningrado, primera mitad de la omnipresente década de los ochenta. Memorias de Natalia Vassilievana (Irina Starshenbaum), esposa de Mike Naumenko (Roman Bilyk), el que fuera líder del grupo musical "Zoopark", una de las bandas pioneras del movimiento rock en la extinta U.R.S.S. La vida personal de esta pareja se transforma en ménage à trois cuando entra en escena (nunca mejor dicho) Viktor Tsoi (Teo Yoo), compositor y cantante que formaría "Kino", conjunto post-punk que tuvo un gran éxito en sus cinco años de trayectoria: tanto Mike como Viktor tuvieron muertes prematuras, una de las condiciones que contribuyen a forjar leyendas del rock: die young. Esta parte romántica de la película, relación sin complejos, culpabilidades o remordimientos, a lo "Jules y Jim" de François Truffaut, no será lo más destacable de la cinta.
Comienza la película con una actuación de "Zoopark" en el Rock Club de Leningrado. El auditorio lleno, jóvenes que se revuelven inquietos en sus asientos, meciéndose tenuemente al ritmo de las canciones, sin osar el menor aspaviento: cualquier transgresión de ese inmovilismo pactado tácitamente, produce que incómodos vigilantes de la moralidad que pululan, expectantes, por la platea, se abalancen sobre el criminal: el espíritu rebelde del rock, la música del enemigo, un sentimiento que más vale no tolerar en exceso.
La censura, la economía de medios de la autarquía soviética, el buscarse la vida para lograr disfrutar, como sea, de cantos de sirena procedentes del otro lado del telón de acero, todo eso queda reflejado a la perfección en la película. Pero donde de verdad brilla esta película, que en realidad es un título de cine musical, es, precisamente, en su banda sonora, nutrida tanto por las actuaciones de sus protagonistas como por varios insertos de temas ajenos ("Psycho Killer" de Talking Heads, "Passenger" de Iggy Pop, "Perfect Day" de Lou Reed, etc.) convertidos en números musicales canónicos del género, secuencias que convierten durante unos instantes la pequeña sala del cine Van Dyck en trasunto de aquel teatro ruso retratado en blanco y negro: el culto al rock, universal y al alcance de cualquiera: rock, my religion.

1 comentario:

  1. Pinta bien para ver cómo se veía el rock en los ochentas en esa parte del mundo... llegaría algo difuminado, tarde, tal como llegó a estos rincones del mundo.
    Pinta bien también por las canciones consagradas que mencionás.

    Abrazo Licantro!

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