Una vez leí una historia sobre un tipo, un profesor de Amsterdam, que se acostaba en su piso neerlandés y se despertaba en una casa de Lisboa. "La historia siguiente", de Cees Nooteboom, relataba el suceso con una naturalidad sorprendente, describiendo aquella situación inusitada y la habitación portuguesa en la que despertaba el profesor Herman Mussert a la perfección. Y en esta película he visto lo que con aquel relato imaginé. En otra ocasión leí una historia sobre un tipo, otro tipo, un marinero japonés que se niega a volver a embarcarse, harto de tanto océano, de la soledad infinita, de cantos de sirena que ojalá que llegaran a escucharse, enamorado al fin de una mujer que tiene dos piernas y no la cola de una pescadilla, una novela que se llamaba, se llama, "El marino que perdió la gracia del mar", y que contaba con la imponente firma de Yukio Mishima: una historia tan rotunda como la muerte del propio Mishima. Estos déjà vu literarios que me asaltaron absorto en la contemplación de "En una ciudad blanca", solo pueden entenderse como presagios de estar presenciando una película magnífica: vivimos una parte de nuestras vidas, una parte que no es poca cosa, en los libros y en las películas, vivencias ajenas que reconstruimos como propias.
Un marinero suizo, menudo oxímoron. El padre era un mecánico suizo y la madre una emigrante italiana, revela Paul, Bruno Ganz, a su amada Rosa, la camarera interpretada por Teresa Madruga, y esa confesión es un dato de su verdadera biografía, una circunstancia anecdótica que, sin embargo, se puede emplear para dar, de refilón, carta de naturaleza al talento inmenso de Bruno Ganz y su condición indiscutible de máxima figura del panorama actoral europeo. Su fallecimiento ha pasado más o menos desapercibido para los medios de comunicación españoles: menos desapercibido para los medios escritos, que suelen disponer de una sección cultural, y más desapercibido para los audiovisuales, en los que la cultura, sostienen imperturbables, es un veneno para la audiencia. Y no les falta razón. Pero la noticia ha sido destacada para la biblioteca pública que suelo frecuentar, la denominada "Gonzalo Torrente Ballester": un nombre que es un manifiesto cultural en sí mismo. Al poco de producirse la lamentable pérdida, ya habían preparado una estantería con una recopilación de las películas más notables en la que había participado el gran actor suizo. Y "En la ciudad blanca" era un título que no había visto.
"En la ciudad blanca" será a partir de ahora otro hito de mi memoria sentimental de celuloide, no sólo por dar cuerpo a algunos de mis mejores momentos como lector, a los que se podrían unir otras referencias literarias más obvias para el lugar de rodaje, Lisboa, como son los escritos de Fernando Pessoa o, por ejemplo, "El año de la muerte de Ricardo Reis" de José Saramago, sino porque si algún día me pierdo es bastante posible que me encuentren en la capital portuguesa (o en cualquier otra ciudad del poniente ibérico), cartografiando refugios laberínticos de calles estrechas, piedras viejas pero llenas de vida que detienen el tiempo. A Bruno Ganz ese tiempo congelado, la posteridad, la inmortalidad cinematográfica, se le concedió al interpretar a Adolf Hitler, nada menos, en "El hundimiento" de Oliver Hirschbiegel, pero la excelencia la había alcanzado mucho antes, en títulos como "Nosferatu, vampiro de la noche" de Werner Herzog, "El amigo americano" o "El cielo sobre Berlín" de Wim Wenders, "La eternidad y un día" de Theo Angelopoulos o, por supuesto, ahora lo sé, "En la ciudad blanca" de Alain Tanner. Adiós, Bruno Ganz.
Aún no la he visto, pero ya la tengo a tiro. Se nos fue otro gran actor, el amigo Bruno que volaba sobre Berlín; como se suele decir: nos quedan sus películas.
ResponderEliminarMr. Licantropunk, muy bonito homenaje para un grande; me apunto el titulo y como bien dice Ethan: nos quedan las peliculas. Saludos.
ResponderEliminarEn el que fue uno de sus últimos trabajos : Tren nocturno a Lisboa" ya como secundario junto a Jeremy Irons regresó a Lisboa. Qué tiene Lisboa?
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