Roland Emmerich, heraldo del apocalipsis cinematográfico. Seguro que es el director de cine que más ciudades, megaurbes superpobladas, ha reventado en una sucesión impactante de fotogramas desmesurados: la catástrofe como leitmotiv artístico. El desencadenante puede ser una invasión extraterrestre, un monstruo surgido del océano o, el peor de todos en cuanto a que es el que tiene más posibilidades de producirse, el efecto devastador del cambio climático. Y a Emmerich se le podrá acusar tanto de alentar panoramas poco halagüeños para el futuro de la humanidad, como de exhibir una vena patriotera que lo mismo rompe que enmienda: el héroe, por supuesto estadounidense (Emmerich, por cierto, es alemán, allí inició su carrera, cine fantástico y de ciencia ficción, hasta que tuvo la oportunidad de saltar el charco para dirigir nada menos que a Jean-Claude Van Damme en "Soldado universal", uno de los mayores éxitos del karateka belga). Hollywood paga los platos rotos, y, puestos a elucubrar, el héroe puede ser el mismísimo Señor Presidente. ¿Se imaginan a Mariano Rajoy pilotando un F-18? Pues Bill Pullman, aquel músico de "Carretera perdida" de David Lynch, pasará a la posteridad del cine como el actor que encarnó al sacrificado presidente Thomas J. Whitmore. Estas cosas sólo pasan en el cine, me temo. La película tiene un guión pésimo en su mayoría, colmado de diálogos insulsos y previsibles, en eso no hay ninguna sorpresa, como tampoco es sorprendente el abrumador despliegue de efectos especiales: de hecho es uno de los motivos de pagar la entrada.
20 años han pasado de la "Independence Day" original: la ocasión la pintan calva para hacer pasar de nuevo al público por caja. En 1996 "Independence Day" desbordó las taquillas mundiales, colocando a la vez en primera línea al actor Will Smith, ese primo rapero y gracioso de la comedia televisiva que no se perdía nadie en los noventa, "El principe de Bel-Air". A Will Smith, a su desvergüenza fresca y cachonda (supongo que dos décadas después ya no es esa su característica principal como actor) se le echa de menos en esta segunda parte, secuela que, por otro lado, tiene su mejor punto en el rencuentro con muchos de los secundarios (las dos partes lucen reparto coral) que dieron lustre a la primera: Jeff Goldblum, encasillado como mente brillante, deus ex machina, desde que hizo "Parque jurásico" para Steven Spielberg o el mencionado Bill Pullman sacado del asilo pero dispuesto, de nuevo, para el combate. Dos serán los actores de reparto que, sin embargo, marcarán la diferencia: el magnifico Judd Hirsch interpretando al padre de Goldblum y dando, otra vez, la réplica de Sancho Panza a tanto iluminado megalómano, y el inquietante Brent Spiner como el doctor Okun (se hizo famoso interpretando al androide Data de "Star Trek: La nueva generación": no intenten buscar el parecido). Si Goldblum encarna a la ciencia responsable, sostenible y concienciada, un poco meliflua, Spiner da rienda suelta al científico que va a pulsar el botón rojo sí o sí, aquel para el que la obtención del conocimiento es una meta a la que no se le pueden interponer barreras morales. Y sí, en la película también aparecen otro montón de actores, jóvenes y guapos, cuyo nombre desconozco y que no pienso buscar, actores que no tienen ninguna otra virtud más allá de su juventud y su belleza. Veinte años perdidos, en fin.
Mr. Licantropunk, de este director, al que le gustan las peliculas de desastres y que alguna vez fue uno de los probables directores para: Spider - Man, he visto varios de sus films y, humildemente, me aventurare a escribir que fue con muy pocos en los que a su lado le falto una musa inspiradora, por supuesto que la tuvo bien a su lado con la primera ID4. Esta esperadisima segunda parte, que tardo varios años en rodarse, aun no he tenido oportunidad de ver, pero la vere. Saludos.
ResponderEliminarPara Roland Emmerich se me ocurre decir que nunca me aburrió y que produce cine de calidad. No es poca cosa.
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