Introducirse hasta la médula de los ambientes retratados: verosimilitud de la puesta en escena. Las esquinas de los bajos fondos donde el crack es ofertado en pequeños envases de tapas amarillas, escondidas en manos rápidas de niños vestidos con enormes camisetas blancas, acosados por policías dipsómanos y desesperanzados, incapaces de contener la marea de la droga: comisarias de bajo presupuesto en la zona oeste. Escuelas públicas bajo mínimos que son un alternativa inútil ante el dinero rápido de la calle. Políticos ávidos de poder que nunca cumplen sus promesas. Sindicatos de estibadores dispuestos a hacer la vista gorda respecto al contenido de las mercancías descargadas. Periodistas locales que embellecen sus historias más allá de lo fidedigno. Baltimore podrido en todas direcciones, y la serie esta rodada allí pero podría ser cualquier otra metrópoli, o ninguna, como en aquella mítica serie llamada "Canción triste de Hill Street", una precursora indudable.
Detectives con imaginación y ganas de realizar auténtico trabajo policial. Las escuchas. Desde el año 2002 que se empieza a rodar la serie hasta el 2008, la época de la última temporada, la tecnología evolucionará desde el pinchazo de una cabina de la calle hasta la captura de imágenes en mensajes MMS. Y los métodos para acabar con tanta delincuencia llegarán a soluciones descabelladas: declarar zonas urbanas de legalización (Hamsterdam) que concentren guetos de delincuencia o crear asesinos en serie de conveniencia para atraer la atención de los políticos y aumentar las dotaciones económicas del departamento de policía.
Cada temporada es un caso policial, una película repartida en una docena de capítulos: lo ideal sería verlos del tirón, sin esperas semanales. Diálogos incesantes que acaparan la atención del espectador: el primer capítulo se ve con precaución pero a partir del tercero sólo existe devoción: como un buen disco que entra en la mente después de varias escuchas y ya no vuelve a salir.
Al principio, en los créditos, siempre la misma canción de Tom Waits, "Way Down in the Hole", interpretada por un cantante distinto en cada temporada y el propio Tom Waits en la segunda.
You gotta keep the devil
Way down in the hole.
Way down in the hole.
Soy adicta a las series (me temo que de momento sólo a las norteamericanas y sus maravilloso guionistas refugiados, si hacemos caso a los que nos cuentan), y suelo darme hartones de capítulos seguidos, que como en los buenos libros, es la manera de saber si merece la pena y aguantan el envite.
ResponderEliminarAyer mismo hablábamos de The Wire, la tengo pendiente. Me contaban que no se puede ver en versión original: la rapidez de los diálogos y el argot de los personajes la hacen incomprensible.
Será mi próxima adicción y ya te contaré...
Buen lunes!
Buenas, y si, cuando llega el final de temporada, o bien el final de una serie cuesta, es doloroso despegarse... pero despues uno entra a ver viejos capitulos y ya esta, asunto arreglado. Un saludo.
ResponderEliminarEstimado Licantropunk, le he elegido para un juego cinefilo, como a su vez me han elegido a mi, en caso de que quiera participar solo tiene que pasar por el blog para leer de qué se trata, un saludo.
ResponderEliminarPoco más de 2 semanas me ha llevado devorar ávidamente las 5 temporadas, y ayer me tuvo hasta las 6 de la mañana enganchado al televisor con los últimos capítulos.
ResponderEliminarHa sido una experiencia completamente recomendable.
Estos personajes me acompañaran por mucho tiempo.
Uno de los pocos “nueves” de mi “filmaffinity”.