"El río", que puede ser una de mis películas más afectadas, es en realidad la más próxima a la naturaleza. Si no existiera una historia basada en fuerzas inmutables como la infancia, el amor y la muerte, la película sería un documental. Así escribía Jean Renoir sobre la película en su autobiografía "Mi vida y mi cine", delimitando con esas palabras la condición de la cinta como espacio de tensión, de puesta en común de características distintas pero que en este celuloide resultan ser integrables a la perfección: una obra maestra. Confluencia de culturas a orillas del Ganges, el colonialismo fascinado por su posesión, por lo que sucede más allá de la valla: la hacienda como un jardín del edén: la conquista del paraíso. Se mira a los indios, pero no se les ve, no más que como mano de obra barata, fuente de pingües beneficios y espejo de tópicos simplistas (a Renoir los productores de la película le instaban a que introdujera escenas de una caza del tigre, con elefantes y toda esa parafernalia, que era lo que el público occidental, supongo que por influencia de "La vuelta al mundo en ochenta días" de Julio Verne, espera ver en una película localizada en la India). Para abrir mentes y arrojar miradas sin prejuicios, el punto de vista se encarna en una joven adolescente, Harriet (Patricia Walters), enamoradiza, soñadora, al borde de la edad adulta: el impacto del amor, peor aún, del amor no correspondido, idealizado e insatisfecho. Los amantes convertidos en divinidades ancestrales: la música y la danza, el portento de abstraer al espectador y de conducirlo a otra parte (el escritor Javier Marías, en las críticas de cine recogidas en el libro "Donde todo ha sucedido: al salir del cine", declaraba "El río" como una de sus películas favoritas, una que, cuando se ponía a verla, producía en él el efecto de no poder apartar la mirada). Atrapados en un encantamiento, como la cobra hipnotizada por la melodía que surge de una pequeña flauta.
Los ojos curiosos de Harriet, desesperados por vivir, escrutan una sociedad que no se puede aprehender con la acción racional de la Ilustración, sino que requiere la ruptura de cualquier dogma previo. Celebraciones y rituales con miles de años de antigüedad, imbricados en la existencia cotidiana, como la ceremonia en honor a la diosa Kali que se puede ver en la película y que se realizó como una invocación para que no se produjeran accidentes entre los electricistas indios que trabajaban en el rodaje. Renoir filmó aquel culto ancestral y lo incorporó al metraje de la película: ficción y documental. La reverencia a Kali de la religión hindú en oposición al baile de bienvenida al capitán John (Thomas E. Breen), cada civilización sostiene su cultura sobre demostraciones que pueden resultar chocantes a los no educados en ella. "El río" defiende cierto sincretismo, apoyado en la capacidad de aceptar al otro. En una película moderna, "Viaje a Darjeeling" de Wes Anderson, otra película embebida de espiritualidad orientalista, se producía un trayecto místico al generarse el choque cultural, en ella el realismo pasaba a ser mágico, pero en la de Renoir se asienta una idea más poderosa, que es la de hacer que ese tránsito onírico por la existencia resulte costumbrista, pleno de naturalidad, exento de cualquier trascendencia.
La mayoría de actores que aparecen en "El río" son poco conocidos o directamente no son profesionales, de modo que se enfatiza su carácter neorrealista. Colores tenues (la primera vez que Renoir filmaba en color) para personajes imperfectos, de vuelta de todo, víctimas de los horrores recientes de la Segunda Guerra Mundial. Debemos celebrar que un niño muera siendo niño aún. Uno de ellos, al menos, se ha escapado. A los niños los encerramos en nuestras escuelas, les enseñamos nuestros tabúes, los enganchamos en nuestras guerras y no pueden resistirlo. No tienen armadura y los matamos impunemente. Destrozamos a los inocentes, sin darnos cuenta de que el mundo es para los niños. El estremecedor discurso del padre del pequeño Bogey, alerta de la época recién vivida, y cómo la infancia se convirtió en depositaria involuntaria del terror bélico desencadenado. El fatalismo hindú ante la muerte se muestra extraño para el occidental porque, precisamente, no es en absoluto fatalista. La vida y la muerte otra vez más en un ciclo perpetuo de reencarnación: uno muere, uno nace. El río sigue fluyendo.
Has conseguido con tu magnífico texto que me muera de ganas de volver a ver El río, película que vi hace muchos años en un ciclo que dedicaron al director en la filmoteca española. Te reconoceré que la recuerdo gratamente pero no cómo uno de los títulos que más me llegaron de Renoir. Quizá ahora, si la vuelvo a ver, mi percepción cambie. Quizá los años de experiencia, hagan que me llegue más la esencia de esta película. Y por las claves que derrama tu texto, intuyo que así va a ser. También te reconoceré que hay un montón de escenas y momentos que se me quedaron en la memoria... luego algo retuve de ella que no logré desentrañar en el momento que la vi pero que no quiere desaparecer de mi memoria.
ResponderEliminarBeso
Hildy
No, quizás no se trate de lo más reconocido de Renoir, pero es uno de los títulos que han convertido al director en una de las figuras más influyentes en cuanto a producir saltos adelante en la historia del Cine. Jean Renoir poseía un coraje realizar y una capacidad creativa desconcertantes.
EliminarMr. Licantropunk, a este film lo vi hace mucho y tengo un grato recuerdo del mismo. Renoir muestra la India como pocos. Cordiales saludos.
ResponderEliminarEsta junto a la trilogía de Apu de Satyajit Ray, son las películas que más me han impactado a la hora de retratar la India, tienen una profundidad en la mirada que no es nada común.
EliminarNostálgica y evocadora...como el agua que constantemente fluye por el río, así fluye la vida.
ResponderEliminarMuy buena recomendación.
Un abrazo
Hay una edad para ver ciertas películas, de eso no me cabe ninguna duda, y "El río" debe verse con una mirada que ya ha contemplado ciertas cosas desde la atalaya del paso del tiempo.
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