Mis sueños son en blanco y negro. No sé si será algo peculiar o si se trata de una característica general del territorio de la ensoñación. Quizás el color no entra dentro de lo poco que queda en el recuerdo al rato de haber sonado el despertador. Sostenía Tarkovsky que no importaba si el cine se hacía en color o en blanco y negro, que lo verdaderamente importante lo constituía la luz y la sombra, que esa era la impronta que quedaba fijada en la mente. En cualquier caso, yo sueño en blanco y negro, sí, la misma ausencia cromática que padecía el chico de la moto, interpretado por Mickey Rourke, en "La ley de la calle" de Francis Ford Coppola. Y es posible que esa carencia, si es que debemos llamarla así, unida a que el rodaje de "Nueve cartas a Berta" se realizara en la ciudad de Salamanca, mapa habitual de mis paseos nocturnos (los que hago dormido y, cuando se da la ocasión, también despierto), sea la que produzca un impacto tan grande de esta película en mi consciencia. En mi conciencia, también.
Hay otras películas que retratan con maestría las condiciones sociales de España bajo la dictadura de Franco, títulos como "Surcos" de José Antonio Nieves Conde, "Calle Mayor" de Juan Antonio Bardem o "Mi tío Jacinto" de Ladislao Vajda; otras que hablan de exilio como "La guerra ha terminado" de Alain Resnais y otras en las que se empieza a vislumbrar la apertura, pero aún con la pesada losa del franquismo encima: "El desencanto" de Jaime Chávarri. La de Basilio Martín Patino tiene la virtud de reunir todos esos temas en un metraje individual. Todos esos y alguno más. La película con la que se podría establecer un paralelismo, no tan descabellado, para "Nueve cartas a Berta", sería "El graduado" de Mike Nichols, rodada al otro lado del Atlántico pocos años después. La encrucijada vital en la que se encuentran Lorenzo (Emilio Gutiérrez Caba) de esta parte y Benjamin (Dustin Hoffman) allende los mares, es prácticamente la misma. La diferencia más notable es que uno habita la escala de grises del invierno charro y el otro se tuesta bajo el sol de California, pero el despiste de ambos es similar: la encrucijada de la edad, del qué hacer con las ambiciones cuando se termina el periodo de formación y el pertenecer a una familia sin problemas económicos acuciantes concede cierta libertad de elección. Transcribo un párrafo del libro "Historia de la muerte en Occidente" de Philippe Ariès, que estoy leyendo actualmente y que me parece certero en esta reflexión: Hoy en día el adulto experimenta tarde o temprano -y cada vez más temprano que tarde-, el sentimiento de que ha fracasado, de que su vida de adulto no ha conseguido ninguna de las promesas de su adolescencia. Este sentimiento se halla en el origen del clima de depresión que se extiende entre las clases acomodadas de las sociedades industriales. "Nueve cartas a Berta" y el drama existencial de Lorenzo, frente al tono de comedia de "El graduado" relatando las tormentosas relaciones de Ben Braddock, surgen, en fin, del mismo sentimiento de insatisfacción y de las mismas ansias de enmendarlo. La crisis de los cuarenta ha bajado su media de edad de modo escandaloso en los últimos cincuenta años.
"Nueve cartas a Berta" es una historia de claudicación. Se puede pensar que no es claudicación sino conciliación, ese pacto con uno mismo que trae la edad, dicen, sentar la cabeza y madurar, pero no, es claudicación y derrota, dolorosa y sin retorno. Lorenzo escribe cartas a Berta, una joven que conoció durante una estancia en Londres. Ella es hija de un intelectual español exiliado y parece ser que el efecto que produjo esta chica en Lorenzo, en sus sentimientos y en sus esperanzas, fue demoledor. Berta representa no sólo el amor lejano, ese amor reforzado e idealizado por la distancia, sino también una forma de vida muy distinta: la libertad de pensamiento, las posibilidades ideológicas, las oportunidades profesionales más allá de la endogamia universitaria o del futuro acomodaticio de empleado de la caja de ahorros: sobremesas de mesa camilla y brasero, veladas de partida y puro en el casino, domingos de vermú en la Plaza Mayor a la salida de misa. ¡Ah!, la Iglesia, omnipresente de principio a fin de la película, recordando al espectador de 1966 cuál era uno de los más poderosos pilares del Estado (habrá quien piense que lo sigue siendo: se quedarían alucinados si supieran hasta dónde llegaba entonces su presencia).
El fin de la locura para Lorenzo, un final que nos destroza porque nos otorga un espejo para reconocernos. Basilio Martín Patino mueve su cámara, con más cariño que desprecio, por esta rancia capital de provincias (además de otras localizaciones como el cercano pueblo de Morille o, ya en la sierra, Valero: el paisaje serrano resulta ser transformador para el espíritu atormentado de Lorenzo: transformador pero no queda muy claro si para bien... o para mal). La cámara camina (nadie me podrá negar que ecos de la Nouvelle Vague resonaron en la calle Compañía) por la ciudad antigua en una temprana noche de invierno (un paseo parecido al que se relata en la novela "Sucinta historia del mes de noviembre" de Francisco J. Pastor González, otro enamorado sin remedio del Alto soto de torres), un trayecto mágico entre fantasmas de Humanismo y Renacimiento, de aularios y cafeterías, de piedras centenarias y farolas solitarias. El trayecto sin rumbo que, un día cualquiera, de diario, avanzado ya el otoño, cuando se apaguen los tumultos del turismo y de los estudiantes, entre la niebla y el silencio, lance rotundo al ánimo el peso de la memoria: la nostalgia por aquellas batallas perdidas que, sin dudarlo un instante, volverías a pelear. Y a perder.
Hombre, igual me animo a ésta...
ResponderEliminarNo sé si le va a gustar, pero tiene el interés añadido de observar los cambios que ha tenido el panorama urbano de la ciudad desde entonces. Y lo mismo encuentra a algún conocido de sus años mozos...
EliminarHoy no quiero ensuciar este precioso texto con mis palabras. Solo decirte que he soñado leyendo. Salamanca. Hace mucho tiempo que la visité y no descarto otro viaje de ida a través de ensueños cinematográficos.
ResponderEliminarFuerte abrazo, amigo.
Gracias Francisco. El cine nos hace revivir un pasado que, aunque no lo hayamos vivido nosotros mismo, lo sentimos como propio. La película está rodada antes de que yo naciera pero muchos de los paisajes urbanos retratados habitan en el recuerdo de mi niñez. Y aunque sea un retrato sepultado por la implacable voracidad urbanística (y en algún caso incluso necesaria: se ven algunos barrios que realmente necesitaban un repaso) si no la imagen al menos la impronta y el espíritu de algunos rincones ha resistido al paso del tiempo. Creo.
EliminarTotalmente de acuerdo, nueva ola a la española (y rima); buenísima película para recomendar, que se vea el cine que se podía haber hecho en esa época con un poco más de libertad. La vi hace unos años y entonces me pareció que se partía en dos en el último tercio.
ResponderEliminarSaludos.
En el último tercio el que se parte es el espectador, o al menos a mí me doblegó el espíritu: los sueños sueños son.
EliminarNo lo tome como una expresión disparatada o una declaración de amor, pero me vinieron ganas repentinas de caminar por las calles que usted camina. Un abrazo, maestro.
ResponderEliminarGracias Dario. A ver cuándo podemos dar ese paseo juntos, aunque sea en el celuloide.
EliminarEstoy de acuerdo, qué buen texto! he disfrutado de aupa, señor mío.
ResponderEliminarEsta peli en concreto la tengo apuntada, saqué el título de un documental que hablaba de películas españolas "fuera de la norma" durante la dictadura. Ahora tengo más ganas de buscarla...
Tras ver este cine siempre se me quedan las tripas anudadas al pensar en mis mayores viviendo un mundo tan gris y mezquino, una atmósfera de ese calibre, pesada y oscura (por ejemplo, con la preponderancia de la Iglesia, como bien comentas). Y me recuerdo a mí misma que estuvo ahí, a la vuelta de la esquina. A veces da vértigo pensar los pocos años transcurridos.
Saludos!
Basilio Martín Patino tiene otro título llamado "Queridísimos verdugos" (por ahí la tengo, en el blog) que también es de visionado obligatorio. Otro baño de mundos perdidos... o no tanto.
EliminarMr. Licantropunk, me la apunto, por ahora me quedo con el texto. Cordiales saludos.
ResponderEliminarSi algún día la ve y le gusta, recuerde que fue en Licantropunk en el primer sitio en el que escuchó hablar de ella.
EliminarLicantropunk, paladeando cine desde 2005. Oh yeah!!
Nueve cartas a Berta es una de mis tristes lagunas... pero con un texto tan bueno como el que has realizado, me has animado a nadar.
ResponderEliminarMe encantan, ya lo sabes, las referencias y los diálogos entre películas... y me ha parecido tan atractivo esa conversación entre EL GRADUADO y NUEVE CARTAS A BERTA...
De Basilio Martín Patino, me quedé también con muchas ganas de ver su documental sobre el 15M, Libre te quiero.
Besos
Hildy
Tengo pendiente el documental del 15M, del que oí hablar muy bien en un programa de "El séptimo vicio" en el que participaba el propio Patino. En Salamanca es nuestro cineasta particular, al menos entre los clásicos, así que qué menos que enorgullecerse de este paisano, que además sería un envanecimiento justificado.
EliminarUn texto impresionante, lleno de sentimiento y fuerza. Realmente me ha llegado. En cuanto a la película, una de las grandes olvidadas y plena de desencanto no tan encubierto como la época podría hacer pensar. Cuídate y me han gustado y mucho, tus letras
ResponderEliminarMuchas gracias, Plared. El impacto de la película ha sido muy fuerte, no la había visto y la verdad es que creo que he llegado a ella en el momento oportuno.
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