lunes, mayo 10, 2010

"A través de los olivos", de Abbas Kiarostami

A principios de los noventa (del siglo pasado, claro: los ochenta, los noventa, ¿cómo se llama la primera década del siglo XXI? ¿los diez?: pues suena bastante mal) se produjo un terremoto devastador en Irán, el peor de su historia. El director Abbas Kiarostami viaja al norte del país a rodar una película, en realidad una trilogía de la que "A través de los olivos" es la tercera y última: no he visto las dos primeras que, por supuesto, habrá que ver.
Actores reclutados entre los habitantes de la zona: ¿qué sucedería si la pareja que tiene que interpretar el papel de un matrimonio estuviera formada, en la vida real, por dos chicos del pueblo, una joven estudiante y su incansable pretendiente? Ella, una huérfana por causa del terremoto que ahora vive con su abuela. El, un albañil que no tiene una casa que ofrecerle a su pretendida, condición indispensable para que la abuela de ella consienta el enlace: el enamorado pobre con más esperanzas que opciones, como si fuera un personaje sacado de "Las mil y una noches": el humilde muchacho que se quiere casar con la princesa al final del cuento. A toda costa. Ain't no mountain high enough.
El director salta al set de rodaje encarnado en el único actor profesional de la cinta (Mohamad Ali Keshavarz, según los créditos: advierte al espectador de su condición al principio de la película: metacine nada más comenzar), y se pone a alcahuetear, convirtiendo la historia en una posible comedia romántica situada en el país de los ayatolás. Tomas y tomas de la misma escena para un director inasequible al desaliento, lo mismo que Hossein es sordo a las negativas que obtiene en respuesta a sus sueños: la fe inquebrantable del joven es el símbolo del pueblo que logra superar la mayor de las tragedias.
Camionetas que transitan senderos que atraviesan pueblos derruidos, que no desiertos, propiciando conversaciones con aquellos que hallen por el camino. Campos de olivos que se aferran a la tierra, inmunes a temblores, espectadores silenciosos de las vidas de esa curiosa especie bípeda.
Cine que conmueve y que asombra.

3 comentarios:

  1. Yo creo que el mérito de Kiorastami es saber salirse de lo habitual entre cineastas que hacen Cine del retrato calcado de la realidad, casi documental, que como dices al final del artículo conmueve y asombra. Hace que la vi pero sobre todo recuerdo el final, cuando al protagonista se le saca de plano y el que hace de director de la película ocupa su lugar para poder observar la propia escena final. Todo un puntazo que eleva el film más allá de neorrealismo y lo acerca a la maestría.

    ResponderEliminar
  2. No la he visto. De Kiarostami he disfrutado (porque su cine se disfruta, y mucho) "El sabor de las cerezas" y "El viento nos llevará", altamente recomendables las dos; más modernas que esta trilogía de la que hablas que quiero ver cuanto antes.
    Saludos!

    ResponderEliminar