
Las últimas películas dirigidas por Martin Scorsese (exceptuando, claro, los documentales rockeros "No direction home" y "Shine a light", dedicados a Bob Dylan y los Rolling Stones, respectivamente) han tenido como protagonista masculino a Leonardo DiCaprio. Su eterna cara de niño ha copado los fotogramas de "Gangs of New York", "El aviador", "Infiltrados" y "Shutter Island" y, según se ha anunciado, es el candidato ganador a interpretar el papel de Frank Sinatra en el biopic que está preparando Scorsese: supongo que no tendrá que cantar o que al menos pondrán un playback de
The Voice. Seguro que el director neoyorquino ha visto algo especial en el actor californiano ya que lo ha convertido en su actor fetiche después de cortar con Robert De Niro, su novia de toda la vida, tras el rodaje de "Casino" (mi compañera de platea confundió esta tarde a Elias Koteas con De Niro; la verdad es que estaba caracterizado de forma que era casi irreconocible, pero no, no era el gran Bob: quizás lo confundió con el Frankenstein que hizo De Niro). Y aquella, "Casino", fue su última gran película, el final de su periodo clásico. El resto, a mi entender, no ha mantenido el nivel, no ha vuelto a realizar una cinta que se pueda considerar tan buena como aquellas. "Infiltrados", en algún momento. De cualquier modo "Shutter Island" es la película en la que más me ha gustado DiCaprio, que demuestra tener cierto empaque para interpretar un papel de personaje trastornado, marcado por la tragedia (el empaque lo puede dar la edad, simplemente, al estar más cerca de los cuarenta que de los treinta o puede venir también -es patente- de haber cogido unos kilos: aumenta la presencia en pantalla al llenar el fotograma de forma natural).
"Shutter Island" es un thriller psicológico en el que a la trama se le dan más vueltas de tuerca de las debidas. Se embarulla y no se acierta a cerrar el círculo de forma correcta, algo que no importa en absoluto si te llamas David Lynch y tu intención es volver loco al espectador, pero tratándose de Scorsese, no creo que ese fuera su ánimo (a partir de este punto creo que va a haber algún
spoiler: avisado queda el lector). Dos detectives van a un manicomio de alta seguridad a investigar la extraña desaparición de una paciente. Enseguida empieza a surgir la sospecha de que en el lugar se están realizando experimentos poco éticos, al estilo de los lavados de cerebro que llevaban a cabo los norcoreanos con los prisioneros yanquis en "El mensajero del miedo", obra maestra de John Frankenheimer (hablando de Sinatra por la puerta asoma) que tiene un reciente
remake de Jonathan Demme. Hubiera sido interesante una película que se atreviera a plantear ese tema en el terreno usamericano, desde la óptica de los años 50, en plena guerra fría: no había necesidad de retorcer mucho más un guión que ya ofrecía suficientes subtramas y buenos personajes para realizar una gran película. Pero los que ven conspiraciones por todas partes son carne de frenopático, nos dice la moralina de la cinta, así que la trama gira hacía la caída en la locura de un excombatiente de la Segunda Guerra Mundial que participó en la liberación del campo de concentración de Dachau y que, de vuelta a la vida civil, sufrió una terrible tragedia familiar: lo que sea con tal de impactar al espectador. O al menos intentarlo. Y al final no se sabe con certeza qué es verdad y qué es alucinación, porque para que el pliegue del guión se justifique habrá que negar muchos de los hechos que ocurrieron en la primera parte: el espectador vio fantasmas sin saberlo y no lo sabrá nunca. Supongo que en la novela en la que se basa la película (del escritor Dennis Lehane, el mismo que escribió "Mystic River") la acción fluye mucho mejor, sin los saltos a los que obliga limitarse a dos horas de metraje. Suele pasar.
En fin, después de ver esta película sólo me queda clara una cosa: DiCaprio y Sinatra se parecen como un huevo a una castaña.