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"El desencanto" ha vuelto a la vida estos días desde las catacumbas de las filmotecas. La Academia de Cine ha proyectado en días consecutivos "El desencanto" de Jaime Chávarri y "Después de tantos años" de Ricardo Franco. Ambas películas documentales hablan de la familia de Leopoldo Panero y la segunda fue rodada dieciocho años después de la primera, en 1994, como una especie de epílogo. Jaime Chávarri era amigo de Michi Panero, el menor de los hijos de Panero, y tenía la intención de hacer un cortometraje sobre la inauguración en Astorga de una estatua dedicada a la memoria del poeta en su ciudad natal, catorce años después de su muerte. El corto acabará siendo largo, una impresionante sucesión de testimonios de la viuda e hijos del insigne poeta, la mirada profunda a una familia anclada entre dos mundos: el ocaso del franquismo y el surgimiento de las libertades: España, 1976.
Leopoldo Panero fue
rojillo en su juventud pero esta veleidad reaccionaria quedó definitivamente atrapada en la órbita falangista durante la guerra civil. El régimen está ávido de personajes que aporten lustre cultural a la camisa azul del
¡Muera la inteligencia! (Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo, Gonzalo Torrente Ballester, etc.: la pluma, el yugo y las flechas: dominarán la vida literaria oficial de posguerra). Leopoldo Panero se casa con Felicidad Blanc, una niña bien que conoce en Madrid durante la guerra y más adelante irán a vivir a Astorga con sus tres hijos varones, a la sombra del Teleno y del palacio episcopal diseñado por Gaudí. Astorga es la esperanza de una vida acomodada de caserón antiguo y burguesía rural, de paseos entre encinas y lecturas arrimadas al brasero de la mesa camilla, holgando en el disfrute del prestigio y del honor que daba/quitaba aquel padre amoroso de todos los españoles, rígido y adusto como debe ser un padre como Dios manda: "Oh, ruina del Alcázar./ Yo mirarte no puedo, / convulsa flor de otoño, sin asombro / Vivero de esforzados capitanes. / Nido de gavilanes. / Huevo de águila: Franco es el que nombro", como decía Gerardo Diego traspasando el límite conocido de la lisonja. El desencanto es el fin de las expectativas truncadas. Leopoldo Panero resultará ser, para su familia, un hombre ensimismado en sus pensamientos y su obra e incapacitado para el cariño. Peor todavía: un padre alcohólico y brutal.
Los hermanos Panero, familia literaria: Juan Luis, Leopoldo María y Michi. "El hombre que casi conoció a Michi Panero", título de una canción de Nacho Vegas que mitifica al autor sin obra, protagonista de la movida madrileña e icono intelectual y literario de los años setenta. En el documental aparece como un joven atractivo algo ambiguo, locuaz. Por contraste con sus hermanos poetas, es el que parece más lúcido, más sensato, la apuesta segura de que este iba a ser el que enterraría a los otros dos que se muestran como carne de suicidio avocada a la sepultura o al frenopático: no será así, si no que será el primero en fallecer. El mayor es Juan Luis, de aspecto bohemio impostado, como si quisiera destacar sus dones por encima de sus posibilidades, lastrado por la expectativa que el apellido genera en su obra y oscurecido por la popularidad de su hermano Leopoldo María. Este último, la auténtica oveja negra, es huésped habitual de los psiquiátricos nacionales pero ha alcanzado el reconocimiento por su obra poética. El poeta maldito más conocido del panorama literario español. Sus primeros internamientos fueron provocados, no por sus dos intentos de suicidio que revelaban una personalidad depresiva e inestable, si no por dos síntomas que seguro que figuraban en los manuales médicos de la época: comunismo y drogadicción (repartir panfletos y fumarse un canuto: sus pecados no fueron más allá). Los electroshocks de los manicomios españoles de los años sesenta lo convirtieron en un Makoki de la lírica. Culpará directamente a la madre de sus sufrimientos en el testimonio más desgarrador de la película, y el documental sobre el poeta Leopoldo Panero terminará siendo una condena rotunda del modelo de familia ejemplar de la España de la dictadura y el relato crepuscular del fin de una saga, de un apellido que ocupa un lugar destacado en la historia de la literatura y del mejor cine español. De culto.