Un hombre conduce su vehículo por las calles de Teherán. Va más pendiente de los transeúntes que de la carretera. Sin duda está buscando a una persona. Al espectador le costará un rato adivinar a quién busca y, mucho más rato aún, para qué le busca. La primera pregunta se contesta cuando establezca su primera conversación con un hombre al que acaba de escuchar hablar por teléfono: busca a un desconocido. Por el tono de la conversación y las frases empleadas averiguamos, además, que la persona a la que busca debe ser alguien necesitado de dinero, alguien dispuesto a llevar a cabo una tarea a cambio de una elevada suma de dinero. Sexo, robo, asesinato. ¿Qué será? Nuestra menguada imaginación se apuntala estúpidamente en el conocido refrán del piensa mal y acertarás.
Recoge a un joven soldado que se dirige a su cuartel después de un permiso. La conversación intrascendente, larga, que se establece entre el conductor y el soldado, acrecienta nuestra incertidumbre, nos sienta en el asiento del copiloto y nos hace receptores de la sospechosa oferta. Nos hemos montado en el coche de un desconocido, un hombre de buen aspecto y correctamente vestido que conduce un vehículo todoterreno y que nos lleva a un lugar apartado para realizar un, suponemos, pequeño trabajo. El joven soldado huirá corriendo colina abajo al enterarse de su siniestra misión.
La muerte es una experiencia ajena. Es el punto final de una vida y como tal, no tenemos recuerdos de ella, es más, vivimos como si no supiéramos que vamos a morir. Con la edad supongo que se aproxima inevitable el miedo a la muerte, expectativas de agonía o dolor o incluso de la condenación del alma. La claustrofobia aterradora, la posibilidad de ser enterrados vivos: esa sí que nos hace volver corriendo en busca del taxidermista turco.
Película de preguntas. Al final quedarán sin respuesta tanto el destino final del protagonista como los hechos que le han llevado a tan desdichada situación. El suicidio como el fin de una expectativa, como la entrada en un callejón sin salida. Cul-de-sac. Al llegar a ese punto hay que hacer lo mismo que se haría cuando nos perdemos entre las callejuelas de una ciudad desconocida: volver sobre nuestros pasos y probar en otra dirección. Eso es lo que hace el señor Badii conduciendo su automóvil por caminos polvorientos. La búsqueda del impulso vital de seguir adelante. Quizá se encuentre en cosas mínimas. Como el dulce sabor de una cereza.
El entierro musulmán («dafan»): el cuerpo se deposita, tumbado sobre su costado derecho y con el pecho y la cara en dirección a La Meca, en una fosa excavada directamente en la tierra (con la profundidad suficiente para que no salgan los olores y el cuerpo esté protegido de los animales carnívoros), sin féretro alguno. Por último, se vuelve a rellenar dicha fosa con la misma tierra que se evacuó al cavarla. Sobre ella no se pondrá adorno alguno.
Me gusta Kiarostami.Comparto con és la política de la lentitud,que hoy por hoy es la mejor forma de oponerse a la acelerada sucesión de productos culturales y a las pseudoexigencia de un público que en teoría se muestra cada vez más impaciente,piensan que su materia prima es el tiempo.Kiarostami ha deseado siempre hacer una cine "sin historia",en que el espectador no quede sujeto a la narración,a los significados verbales,ni a una percepción pasiva.Ese "ser ahí las cosas" a un cine sometido a la tiranía del significado y el relato;un cine que va haciendo a un cine del programa y la gestión del guión.
ResponderEliminarEl sabor de las cerezas es posiblemente una de sus mejores películas.
Excelente post.
Un abrazo.
muy buen post para una película difícil de explicar....
ResponderEliminarNos leemos y (si quieres) nos enlazamos!!!!
A mi también me gusta Kiarostami, es como dice el cine de las preguntas sin respuetas, es pura poesía, y además te quedas desconcertado pero lleno.
ResponderEliminarMe gustan, como los libros, las obras difíciles, que den pie a que pongamos mucho de nuestra parte.
Ví esta película por pura casualidad un día al encender el televisor. Y al igual que cualquiera y conforme avanzaba la historia, la incertidumbre me fue creando más interés en lo no dicho.
ResponderEliminarEs una locura, un desdén por lo inútil; dándole sin lugar a dudas un excelente antídoto a lo que queda en el aire.
Gusto en leerte de nuevo.