Al fin, la caída, en este larguísimo prólogo de "La Guerra de las galaxias", estas precuelas que suponen los episodios I, II y III, agujero de gusano que nos conduce directo al año 1977 y a la siguiente generación de los Skywalker. El angel caido del universo maniqueo de George Lucas. La soberbia, la ira. ¿Qué mejor que la matanza de los inocentes jovenes Jedi para corroborar el descenso a los infiernos, camino sin retorno pavimentado de buenas intenciones? La tragedia esta servida. Y todo encaja de la mejor forma posible, ha tenido 28 años para pensárselo.
Es sabido que "La guerra de las galaxias" cambió la industria del cine. Primero fué Spielberg con el taquillazo de "Tiburón" en 1975, pero luego Lucas demostró que la recaudación no termina en la taquilla sino que continúa en las jugueterias y en los grandes almacenes. Money, money. De hecho, el más rico de Hollywood.
Y esto es cine, el más espectacular que se haya visto nunca. Y todo es falso, pero también lo era el bar de Casablanca, que tuvieron que inventarlo después de la película, para que los turistas tuvieran donde ir.
Lo peor de esta, y de las dos anteriores, monigotes aparte, sin duda han sido los dos actores que han encarnado al futuro Darth Vader: Jake Lloyd y Hayden Christensen. El primero por hacer de niño baboso (claro, que con el complejo de Inmaculada Concepción de la madre: cómo narices le explicaba al muchacho de dónde vienen los niños, el pobre debía estar hecho un lio pensando que su padre eran un montón de bichos que se habian cepillado a su madre) y el segundo por ser el perfecto adolescente descerebrado: va armado, conduce a toda leche, no le hace caso a su maestro, prepara un cristo cada vez que le llevan la contraria y encima deja preñada a la novia (normal, con las explicaciones de la madre). En fin, o se hacía informático o acababa en el reverso tenebroso. La elección era clara.
Siempre nos quedará Han Solo.
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