domingo, marzo 20, 2022

"Spencer", de Pablo Larraín

Me pregunto si hoy en día los menores de treinta años, en general, tendrán una idea o conocimiento o al menos una vaga intuición acerca de quién fue Diana de Gales, por otro lado ubicua y mundialmente conocida en el periodo que va desde que se casa con el príncipe Carlos de Inglaterra en 1981 hasta su trágica (y caldo de cultivo de conspiraciones) muerte en accidente de tráfico en París en 1997. Durante la década de los 80 (siempre los 80) las instituciones monárquicas conservaban un prestigio formidable, un aura de clase superior alimentada de forma incesante desde los informativos, las revistas del corazón y la propia vida social elitista del conjunto del planeta, que colocaba a esta aristocracia superlativa en un escalón más cercano a la divinidad de lo que cualquier otro mortal podría siquiera soñar: Inglaterra, Suecia, Japón, Bélgica, Mónaco, la propia corona española: príncipes y princesas azulísimos que parecían prolongar eternamente el fueron felices para siempre de los cuentos infantiles. La notable serie "The Crown" ha contribuido como ninguna otra a rescatar aquellos años dorados, ejemplificando con la corte de los Windsor, sin renunciar a mostrar tanto luces como sombras, aportando así una versión eficaz del contexto histórico, algo de lo que "Spencer" carece por completo: para las nuevas generaciones que no hayan seguido la mencionada serie de Netflix, será una película repleta de personajes ininteligibles.

Pablo Larraín (como ya realizó, de manera más lograda, con la figura de la viuda de JFK en "Jackie"), genera una especie de thriller psicológico alrededor de la inesperada, para el resto del mundo, infelicidad plena de Lady Di: tres días de Navidad en familia convertidos en un tormento existencial: la mansión real de Sandringham transformada en el hotel Overlook de "El resplandor" (toques Kubrick no le faltan al metraje): la tradición apasionada por lo inmóvil sepultando el ánimo de cualquier innovación, una barrera de protección ante la amenaza que supone la modernidad para privilegios ancestrales asentados en el apellido familiar. La cinta fabula con una Diana esquizofrénica a la que asaltan los fantasmas del presente pero también los del pasado: su infancia y primera juventud se presentan como un jardín idílico resguardado por el modelo paterno: Spencer, apellido de soltera, alegoría de un Rosebud particular.

Sensacional papel protagonista de Kristen Stewart, actriz que parece haber alcanzado un grado de madurez interpretativa apropiado para cualquier reto actoral que le pongan por delante, abandonando de este modo el riesgo de ser asfixiada por su antigua condición de icono cinematográfico adolescente (recuerda a la trayectoria que tuvo Natalie Portman hasta que destrozó todos sus límites en "Cisne negro" de Darren Aronofsky). Stewart como Spencer da lustre a un guion que en su media resulta algo plomizo y deslavazado, ocurrente y falto de convicción. Y su ruborizante final, mejor ni mencionarlo.

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