Dodes 'Ka-Den, Dodes 'Ka-Den.
Ocho cortes en las muñecas y seis en el cuello. Y menos mal que su familia estaba cerca para poder atajar el intento de suicidio, para que al gran maestro Akira Kurosawa le quedara vida para realizar algunas de sus obras maestras como "Dersú Uzalá", o "Ran", o "Kagemusha", títulos imprescindibles de su filmografía que llegarían después de superar la depresión que sucedió al fracaso monumental de "Dodes 'Ka-Den".
Dodes 'Ka-Den, Dodes 'Ka-Den.
Quizás fracasó porque al público japonés de 1970, en plena expansión económica tras las penurias de la posguerra, no le apetecía contemplarse en un retrato cruento y patético de la marginación extrema; la existencia cotidiana de un poblado de chabolas que malvive entre la pobreza, el alcoholismo, el hambre, la locura, falto de cualquier moral y esperanza y harto de mierda y conformismo. Una mirada poliédrica dirigida hacia personajes desgarrados, basculando desde un cierto espíritu naíf, e incluso cómico, hasta la tragedia familiar más terrible. Primera película en color de Kurosawa y, en cierto modo, la cinta parece un experimento, la resolución de una serie de ejercicios prácticos para abarcar las posibilidades dramáticas del nuevo formato.
Dodes 'Ka-Den, Dodes 'Ka-Den.
La onomatopeya del ruido que produce un tranvía al cruzar las arterias metálicas de las grandes ciudades. Cuando yo era un niño, había un chico en mi barrio que se pasaba el día corriendo por las calles, sujetando una tapa redonda de detergente "Colón" entre las manos, e imitando con su voz los sonidos de un potente motor de automóvil. ¿Qué fue de los locos del vecindario, esas leyendas urbanas que eran tan reales como el barro que llenaba nuestros zapatos de niños del extrarradio? Soñar despierto para evadirse de la realidad y nunca aceptarla. El mundo es un lugar terrible y Kurosawa lo sabía.
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