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Fuimos a ver esta película en la semana de su estreno en España, pero no pudo ser. Es decir, compramos la entrada en taquilla, ocupamos el asiento que más nos gustó en un cine semivacío, esperamos tranquilamente el comienzo de la proyección y empezamos a ver la película: tenía bastante expectación por verla y últimamente es complicado encontrar un momento propicio para ir al cine: debe haber varios astros bien alineados y es una ocasión que no se debe desperdiciar: vamos a ver esta que dicen que es buena. Pero mediada la proyección mi acompañante decidió que ya había visto bastante: lo que no logró Lars Von Trier con su
"Anticristo" lo consiguió un director chino, Lu Chuan, al mostrar eficazmente, con gran verosimilitud, las salvajadas cometidas por el ejército japonés cuando conquistaron la capital de China en el año 1937. Lógico, por otro lado: aquel danés contaba desvaríos de la mente, fábulas, mientras que este chino hablaba de realidad, de historia verídica: el infierno de la guerra, la actividad humana más terrible, la que asfixia a todas las demás: cuando hay guerra no hay otra cosa. Así que mejor dejar la película para otro día que encima hace buena tarde. Hala, vayámonos de paseo.
La primera mitad de "Ciudad de vida y muerte" es una buena película bélica (el libro "Esto es un infierno. Los personajes del cine bélico" de Guillermo Altares, es muy recomendable para empaparse del género), de las que siguen la estela que dejó marcada Spielberg en "Salvad al soldado Ryan".
Is that you John Wayne? Is this me?, preguntaba Matthew Modine,
Bufón, en "La chaqueta metálica": el estereotipo de héroe guerrero que conduce a la épica y llena las oficinas de reclutamiento, inmaculados buscadores de gloria que se creen capaces de resistir el ataque del enemigo hasta el último hombre: alcanzar la
areté griega y después morir. Los chinos también tienen héroes, claro, y son capaces de ensalzar el patriotismo en sus fotogramas como han hecho los occidentales durante décadas. Quedó claro en esta película o en aquella buena película de guerra coreana llamada
"Lazos de Guerra".
Pero cuando el "
Duke" de turno desaparece de la pantalla y la violencia del combate deja paso a las despiadadas atrocidades llevadas a cabo por el bando victorioso contra los prisioneros, contra mujeres y niños (hasta la Primera Guerra Mundial incluida, el mayor número de víctimas en una guerra se producía siempre en el ejército: a partir de ese punto las estadísticas se invierten y la mayor mortalidad será de ahí en adelante para la población civil: el signo de los tiempos es delatador de la locura moderna), especialmente contra jóvenes chinas forzadas a formar
Joy Divisions violadas por batallones de despiadados soldados japoneses, entonces el espectador empieza a removerse inquieto en su asiento: cientos de miles de muertos que eran cientos de miles de indefensos. Y no es que se haga hincapié en mostrar esas barbaridades en detalle, pero tampoco es necesario. En "La lista de Schindler" de Steven Spielberg, el comandante de un campo de concentración (impresionante actuación de Ralph Fiennes) se dedica al tiro al blanco, desde el balcón de su residencia, contra los prisioneros judíos dispersos por el recinto: recién levantado se desayuna cada mañana con unos cuantos asesinatos azarosos: la vida del vencido no vale nada para el ganador, más aún si el derrotado es considerado una raza inferior: los judíos para los nazis o los chinos para los japones: tu vida me pertenece y la piedad es un sentimiento que no se tiene con la escoria. Si la finalidad de esta película era trasmitirle al espectador la carga dramática de la guerra y la infinita crueldad que es capaz de manifestar el ser humano, en ese caso enhorabuena: misión cumplida.
He vuelto a ver la película, esta vez hasta el final. La he visto sólo, naturalmente.