domingo, noviembre 25, 2012

"El hombre de los puños de hierro", de RZA

Una macarrada infame. Entiéndase que el término macarrada no es peyorativo: eso era lo que pretendíamos ver, una macarrada de kung fu, sin más pretensiones, de esas con las que tan bien nos lo hemos pasado: patadas voladoras y sentimientos de venganza. Pero una macarrada bien hecha, algo que, por lo visto en esta película, no es tan fácil de conseguir como de primeras puede parecer: hasta lo simple tiene su misterio.

Dirigida por RZA. ¿Una compañía aérea? Imdb.com me desvela que esta es su primera película como director pero que tiene una larga trayectoria en el apartado soundtrack, actor o composer: nombres como "Ghost dog", de Jim Jarmusch o "Kill Bill", de Quentin Tarantino, asoman en el listado. Pues qué poco se le ha pegado a este rapero peliculero de esos dos genios del cine y esas sendas obras maestras: sin duda el talento cinematográfico, el arte del ojo detrás de la cámara, no es una habilidad que se adquiera por ósmosis. Una puesta en escena deplorable, un vestuario patético, una fotografía inexistente y una iluminación de linterna de petaca. Un horror. ¿Guión? No le hacía ninguna falta, de hecho incluso puede que haya demasiado: vaya, encima pretencioso. Dado que se trata de la opera prima de un músico capaz de participar en los fantásticos acordes que acompañaban el camino del samurai de Forrest Whitaker en la mencionada "Ghost dog", sería de esperar que al menos la banda sonora fuera decente: ni eso. Igual el chico quería hacer una parodia del género pero no me dio esa impresión, lamentablemente. Postín en el reparto: Russell Crowe. ¿Será él de verdad? ¿No será Kung Fu Panda disfrazado de aventurero inglés? No, pero con el volumen que ha ganado (impresionante) el oscarizado actor neozelandés, y el género en el que se ha metido, quizá protagonice la tercera parte de las aventuras del oso Po, con doblaje de Florentino Fernández, claro. ¿Acabará como Marlon Brando, actuando poco y cobrando mucho? El cuerpo lo va cogiendo.

'Presentada por Quentin Tarantino', reza (RZA, ¿qué querrá decir RZA?¿RZA tus últimas oraciones antes de entrar al cine?) una frase en el cartel de la película. Supongo que será un favor de coleguita porque no aparece en los creditos. Lo mismo a Tarantino le ha gustado y todo. Tampoco sería de extrañar, pues las influencias en la obra del ínclito director estadounidense siempre se han atribuido a lo más bizarro de la estantería del videoclub. Pero Tarantino siempre daba un plus: se tomaba la estética, el ambiente, los temas, sí, aquello tan propio de la serie B y el grindhouse, recursos picoteados de las sesiones dobles y de las horas muertas adolescentes en salas destartaladas, pero trasformando y cocinando hacía un producto sofisticado, a fuego lento, una trama atrapadora donde de repente se lanza un chorro de ron para el flameado y todo arde violentamente. Tarantino cogía lo mejor del género y lo subía a otro nivel, así que chapuzas como "El hombre de los puños de hierro", puestos en comparación, contestan muchos porqués o al menos uno: ¿por qué las de Tarantino son tan buenas?

martes, noviembre 20, 2012

"La extraña que hay en ti", de Neil Jordan


Iris quiere ser Travis, después de tantos años. Después de tantos años, ocuparás el lugar de aquel fulano con cresta punk que se cargó a tu chulo con una Magnum 44 y se convirtió en un héroe para que tú fueras una princesa asomada a un Oscar. Aquel taxista tan raro.

Frágil rubita, la inspiración romántica del tipo que casi se carga a Reagan: disparé a un presidente para que te fijaras en mí.
...the reason I'm going ahead with this attempt now is because I cannot wait any longer to impress you.— John Hinckley, Jr
Y cómo olvidar los ojos del Dr. Lecter atravesándote el alma, devorándote entera sin tocarte: apenas un roce, un dedo que anhela una piel a través de un cristal de máxima seguridad y logra su instante. Mujer, no pillas uno bueno. ¿Qué les das?

Rubita frágil, te veo empuñar tu calibre 9 mm mientras aprietas los labios alineados en un rictus de fiereza desesperada que nadie sospecharía en tu cuerpo menudo, un arrojo casi desmentido por los ojos cerrados (pero igual te recuerdo braceando y con los ojos bien abiertos en una oscuridad ansiosa, deteniéndonos el pulso mientras husmeabas la trayectoria certera para abatir a Buffalo Bill, aquel terrible coleccionista de piel ajena: otra de tus amistades peligrosas, Clarissssss...: no estaba nada mal el trofeo, a pesar de que tus zapatos baratos no pegaran con un bolso tan caro, como te dijo Hannibal). Ojos cerrados que sin embargo aprietan el gatillo, al azar, y dan en el blanco: los rudimentos del oficio de matar: alguno tiene que ser el primero, el primero es el más complicado, y tú le cogiste rápido el tranquillo, chica lista. El tranquillo y el vicio: la pólvora y la sangre: Charles Bronson cría malvas, amiga mía, ahora tú eres la justicia. Y no lo haces nada mal.

Después de tantos años, tantos años juntos, Jodie, y sigues siendo una actriz excelente.

martes, noviembre 13, 2012

"En la casa", de François Ozon

El ejercicio de escribir. Todo parte de la mera combinación de un rosario limitado de caracteres alfabéticos. Qué sencillo es escribir. La p con la a, la t con la o y ya tengo un pato: la épica del individuo frente al mundo. Y si repetimos la secuencia, pero cambiando la última letra de la palabra por una a, se obtiene el inicio de un conflicto de pareja. Imaginar una situación y después múltiples caminos de estilo: cómo contar lo mismo de muchas formas distintas, introduciendo en la elección de cada verbo y de cada adjetivo un matiz fundamental, un carácter genético del texto creado que convertirá el resultado en un éxito o en un fracaso: cada palabra cuenta: un escritor entregado es carne de frenopático.

El profesor promueve la creatividad del alumno: el efecto pigmalión. Modelar un talento virgen, pero realizar esa tarea altruista motivado más allá de lo ético y de lo necesario, llevado al extremo: el profesor, superado ampliamente en capacidad por el alumno, se ve arrastrado por el remolino de pulsión narrativa incontenible que desarrolla el chico: la creación de un monstruo. El estudiante toma conciencia de su superioridad y se vuelve cruel con el maestro: la relación de poder se da la vuelta (como sucedía en "El indomable Will Hunting": de lo peor de Gus Van Sant, por cierto). Uno no tiene nada que perder, el otro lo puede perder todo.

La película, que ha ganado la Concha de Oro en el último Festival de Cine de San Sebastián, está basada en la obra de teatro "El chico de la última fila", de Juan Mayorga: tendré que leerla (encontrar una sesión de teatro donde la representen será mucho más complicado) para comprobar de dónde sale un guión tan magnífico como el de "En la casa": diálogos magistrales, tragicómicos, que se desarrollan en una puesta en escena soberbia, sorprendente. El profesor Germain (Fabrice Luchini) se cuela en las escenas del joven Claude García (Ernst Umhauer) para pulirle el estilo "en directo": la vida sucede y condiciona el relato, de modo que la vivencia debe corregirse in situ en aras de lograr un texto perfecto. El profesor y su mujer Jeanne (Kristin Scott Thomas), conforman un estereotipo de pareja común al cine de Woody Allen: mediana edad, cultos, de profesiones liberales: insatisfacción vital pero en diálogo permanente. No es casual, además, que vayan al cine y, puestos a ver una, entren a ver "Match Point": el profesor de tenis (o de matemáticas) se cuela en la familia.

Claude, embrión de escritor genial pero que aún no cuenta con el bagaje de la experiencia como mecanismo productor de la mejor literatura: la descripción del sentimiento que se ha padecido o disfrutado se trasmite certera al lector cuando éste la reconoce como veraz y sincera. El objeto de sus primeros textos será la clase media acomodada a la que él aspira a pertenecer: Tom Ripley, el personaje de Patricia Highsmith, penetrando en una estrato social más elevado. Desde la exclusión, satiriza esa burguesía mediocre con desprecio clasista. Paradójicamente (o naturalmente) esa aspiración maquiavélica de pertenencia desemboca en el deseo irrefrenable por Mme. Artole (Emmanuelle Seigner: Mme. de Polanski, en realidad: "Frenético" o "Lunas de Hiel"). La pasión adolescente, imposible de contener, será el empuje que realmente condicionará la historia: suplantar al hijo para terminar suplantando al marido y, por supuesto, acabar derrotado para que la siguiente novela sea aún mejor. Gran película: ver "En la casa" reafirma el deseo de seguir yendo al cine, de seguir probando y esperando. La búsqueda continúa.

Germain y Claude sentados en un banco de un parque, contemplando con atención los balcones de un edificio de viviendas, sin cortinas cegadoras, visión despejada (ahora "La ventana indiscreta" de Alfred Hitchcock, claro: Allen, Highsmith y Hitchcok: algo muy bueno tiene que salir de esto). La colmena humana: en la casa, en cada casa, una historia. Sólo en alguna de esas casas se producirá el encuentro afortunado entre la historia que merece la pena y el escritor adecuado. El número de combinaciones ganadoras es finito. Y escaso.


jueves, noviembre 08, 2012

"Fin", de Luis Sampieri

Cuando llegas a la etapa de la adolescencia, desde la sabiduría de la infancia, te conviertes en un imbécil (airado, en el mejor de los casos), aunque en ese tiempo de despiste vital, no lo sabes. Te das cuenta después. ¿Por qué te das cuenta? Porque la condición de imbécil ya no la pierdes, te acompaña siempre, y el hábito y la costumbre te otorgan, al menos, el conocimiento de saberlo. Un imbécil. Y más vale que lo sepas, que eres un imbécil, pues los que ni tan siquiera saben que lo son, no miden las consecuencias de sus actos: un imbécil descerebrado imbuido de soberbia, que cree que sabe: lo peor de todo. La adolescencia y el horror vacui: una vida por llenar y encima conseguir que merezca la pena.

Tres jóvenes (apunto otra historia con parecidos ingredientes, otra película excelente, "Iceberg" de Gabriel Velázquez: sorprendentes formas de relatar), un chico y dos chicas, quedan. Parece que no se habían visto las caras nunca: encuentro negociado en un chat de Internet. ¿Tú eres Mishima?, le espeta incrédulo él a una de ellas, una muchacha con la cabeza cubierta con un hiyab islámico. Ese alias, Mishima. Al espectador no se le desvela el propósito de la cita. Se suben los tres al coche del chaval y se van al monte (ahora es el automóvil del Sr. Badii en "El sabor de las cerezas" de Abbas Kiorastami el que llega al recuerdo; como en aquella, no se mostrarán motivos ni se darán explicaciones).

Todo instrumento narrativo que se precie debe ser una fábrica de preguntas. Así, hay películas en las que suceden infinidad de cosas, la acción exprime cada fotograma y el ruido, ya sea en el ambiente o en los diálogos, es incesante. Al cabo de un rato de salir del cine, la película desaparece de la memoria. En cambio hay otras, las menos, en las que parece que no pasa nada pero, qué paradoja, anidan en tus pensamientos durante largo tiempo. Y, te preguntas, desolado: ¿por qué seremos tan imbéciles?

(No confundir este "Fin", con "Fin" de Jorge Torregrossa, la película basada en la novela de David Monteagudo que se acaba de presentar en el Festival de Cine de Sevilla. Para leer sobre ella, nada mejor que la estupenda crónica de mi colega Ethan: yo creo que antes de verla leeré primero el libro, que lleva tiempo esperándome).

domingo, noviembre 04, 2012

"El ladrón de palabras", de Brian Klugman y Lee Sternthal

Cuando en los créditos del final leí en la pantalla 'Written and Directed by Brian Klugman & Lee Sternthal', me dije antes de salir corriendo de la sala: ya está, este engendro lo ha pergeñado un bufete de abogados: Klugman&Sternthal. No he mirado bien, pero seguro que en algún pasillo recóndito de Ikea venden kits para hacer películas: la película klugmansternthal de Ikea: sentimientos prefabricados de rápido montaje: no se olvide de su llave Allen.

Un escritor que no encuentra editorial para sus novelas se topa con un texto ajeno olvidado en el fondo de una vieja cartera, páginas magistrales sin dueño: el genio siempre ha sido propiedad del que se lo encuentra y del que lo patenta, no del que realmente lo tiene. Akebono me recuerda que en los relatos de "Obabakoak" de Bernardo Atxaga se dice que sólo se debe plagiar a los clásicos, ya que esos nadie se los lee. Pero lo que hace este remedo pijo, mimado y sobrealimentado de imitación de escritor no es plagiar: copia la novela punto por punto y la publica obteniendo un gran éxito. Por tanto, no es el plagio el tema de la película, sino la suplantación: obtener los honores que no te corresponden. Sobre la suplantación hay grandes películas: "Con faldas y a lo loco" de Billy Wilder o "Copia certificada" de Abbas Kiarostami, por poner un par de ejemplos. Jugar con la identidad ajena siempre ha dado mucho... juego. Pero hay que ponerle pasión, claro, el director debe transmitirle un sentimiento a su obra, y esta película tiene la misma pasión que un McPollo.

El punto de partida de la trama no es malo, no sé a quién le robarían la idea, pero la putada de todo esto del cine es que tienes que llenar un mínimo de hora y media de metraje: la idea hay que materializarla en algo digno que merezca el nombre de película. Y para eso ya no tengo palabras que describan el resultado: ni me apetece buscarlas, ni mucho menos robarlas.

A Klugman o a Sternthal, a uno de los dos, Jeremy Irons le va a dar un ósculo. O, al menos, osculito. El de la izquierda es el ladrón de palabras, ay, nadie le hace caso.

viernes, noviembre 02, 2012

"Zombis nazis", de Tommy Wirkola

El del terror no es un género cinematográfico que en los últimos años me atraiga especialmente, menos aún si el gore es el subgénero dominante en la cinta: la chanfaina nunca fue lo mío. Hace años (muchos) algo más, Stephen King y todo eso, pero hasta el ínclito escritor estadounidense se pasó a la ficción histórica: por ahí tengo "22/11/63", a la espera. Aún así, de vez en cuando hay que darse una vuelta por barrios menos frecuentados, a ver cómo han ido cambiando las calles, comprobar si hay comercios nuevos, algún parque o si finalmente aquel bar donde pasaste una buena tarde echó ya el cierre.

"Zombis nazis" es una película noruega del año 2009 que ya cuenta en su título para el público español ("Dead snow" parece que es su título original: bueno, no, en realidad es "Død snø": ¡vaya!, ¡qué fácil es el noruego!) de qué va la trama, para que nadie se lleve a engaño: zombis de antiguos nazis que atacan a un grupo de jóvenes que han ido a pasar el fin de semana a una casa en la montaña. Por lo visto en esta película, la cosa no ha cambiado mucho si tomamos como referencia propicia "Posesión infernal" de Sam Raimi: ya llovió desde 1981, también nevó, pero todo sigue igual. En vez del libro maldito del  "Necronomicon" (la invención de Lovecraft creo que entonces era más popular que ahora), en esta ocasión será un tesoro fruto de la rapiña nazi el Macguffin indicado para despertar al mal sepultado. Y el resto, las líneas maestras de la acción, más o menos lo mismo. Sale hasta una motosierra como la de Ash Williams, el personaje de Bruce Campbell en la trilogía a la que daría origen el gran éxito de "Posesión infernal" (o "The Evil Dead": en Noruega se dice igual, por supuesto...). También abunda el tono cómico que en las últimas entregas Sam Raimi se aplicó en deslizar entre tanta hemoglobina : mercromina y chistes para que todo quede en una exageración, en un caricatura. Posiblemente, en un homenaje, en una traducción del inglés al noruego.

En fin, un rato entretenido, para qué negarlo, pero el terror habrá que buscarlo en otro lado, porque si no voy a pensar que esto del miedo en el celuloide se ha quedado más congelado en el tiempo que el bueno del Capitán América. ¿Alguna sugerencia?