domingo, mayo 09, 2021

"Milou en mayo", de Louis Malle

La lista de obras maestras filmadas y firmadas por el cineasta francés Louis Malle es impresionante: "Ascensor para el cadalso", "El fuego fatuo", "Un soplo en el corazón", "Lacombe Lucien", "Adiós, muchachos", "Atlantic City", "Vania en la calle 42". Siempre polémico, siempre genial, sin miedo a abordar temas que propicien debates intensos alrededor de asuntos considerados tabúes absolutos, tanto para la hipócrita vida social de su época como para la falseada fachada histórica de la Francia heroica de La Résistance: resquebrajaduras en el monolito antinazi.

Así pues, ¿en qué mayo podría estar Milou sino en el Mayo de 1968, mítico símbolo revolucionario de la lucha contra el capitalismo? Guerra de Vietnam, imperialismo, autoritarismo, explotación. Las causas a combatir durante aquella primavera parisiense eran muchas y buenas, loables en su inmaculado repertorio, pero sobre todo ponían en relieve las profundas contradicciones del movimiento: estudiantes burgueses contra la burguesía que los alimentaba, que les proporcionaba un status superior, que les acogería amorosamente en cuanto se sacaran el título. Serán los sindicatos obreros, que veían a las agrupaciones de estudiantes universitarios como juegos de niños de papá aburridos de sus privilegios, los que realmente pondrían en apuros al presidente Charles De Gaulle y al primer ministro Georges Pompidou al convocar huelgas generales que paralizarían la nación francesa durante días.

Ese telón de fondo convulso y ya legendario (De Gaulle disolvió el gobierno y convocó elecciones en junio que, paradójicamente -o no tanto- supusieron un avance de los conservadores de derechas y un retroceso de las posiciones izquierdistas) es el que se encuentra la familia de Milou (Michel Piccoli), convocada a reunión en la hacienda familiar tras el fallecimiento de la abuela, matriarca del clan. Días de luto y duelo transfigurados en un alocado velatorio, exequias insensatas que se balancean entre el miedo tribal a la pérdida de prebendas que puede reportar la revolución radiada y la codicia innata del reparto de la herencia, ese vicio consuetudinario de todos los biennacidos. 

Las pulsiones sexuales escondidas durante años entre los que disfrutaron juntos de largos veranos despreocupados de manteles blancos y sudores refrescados en riachuelos privados, terminan de configurar una estupenda comedia del año 1990 que se puede adjetivar de forma certera como berlanguiana: "La escopeta nacional" en versión francesa, ruedo ibérico emigrado a viñedos del norte, aquellos a los que trashumaban cada año nuestros esforzados vendimiadores: lucha de clases esperpéntica y caricaturizada, que pone el foco en el lado ocupado por una burguesía alejada de los problemas del mundo real y presentada como un ente aterrorizado ante el fin de su ensoñación: una cinta que es una hipérbole indudable, pero que acierta al exhibir falsedades, ranciedades y patetismos que perduran hasta hoy. Gran película.

viernes, abril 30, 2021

"El faro", de Robert Eggers

Desde su extraordinario primer largometraje, "La bruja", se hacía de rogar la llegada de una segunda propuesta fílmica del director novel Robert Eggers. Llegó en la forma de "El faro", película que, como en el caso de su ópera prima, tiene querencia hacia la extrañeza, lo sobrenatural, lo psicológico y, ante todo, la irrefrenable advocación por el maligno: el demonio dentro de ti. Paradójicamente, con este faro no se puede asegurar que el cineasta haya vuelto a ver la luz. La que queda certificada es su habilidad para la construcción de ambientes opresivos: lugares solitarios y aislados, de estricta tranquilidad deshabitada, que sin embargo no son más que telones de camuflaje, trampantojos de una calma tensa que deviene fantasmagórica: el hotel Overlook de "El resplandor" de Stanley Kubrick como referencia certera para ubicaciones que vampirizan la voluntad y el espíritu de sus ocupantes. Y el malogrado Jack Torrance, el epítome del incauto que buscando la paz queda atrapado en abismos de locura.

Aquel novelista frustrado que ideó la fértil mas tenebrosa imaginación de Stephen King, se reencarna ahora en el guardián de un faro interpretado por las limitaciones actorales de Robert Pattinson: verle compartir fotogramas con la maestría acreditada de Willem Dafoe es, cuanto menos, aleccionador. La cinta, muy atractiva visualmente (el arte visionario, romántico y mitológico de William Blake o las aberraciones tentaculares de H. P. Lovecraft dan apoyo estético y argumental a las fantasías alucinatorias de cualquier artista posmoderno), con un encuadre de película antigua y un blanco y negro tan tétrico como luminoso, resulta apabullante en su extremosidad, tanto que termina produciendo desconexión, desinterés y bostezo sin remedio, sensaciones que lastran el resultado: escenas tan escatológicas que terminan siendo pueriles se alternan con otras dominadas por la violencia desatada (en exceso) del desenfreno alcohólico acompañado de una tensión sexual no resuelta: "Brokeback mountain" en el faro del fin del mundo.

Los mares del norte, lugares inhóspitos, aterradores, colmados de amenazas: hic sunt dracones: donde se escondían los monstruos, donde siguen escondidos. Y las sirenas, voluptuosas y mortíferas, los peores de todos ellos.

domingo, abril 18, 2021

"La madre del blues", de George C. Wolfe

Ma Rainey's Black Bottom, título original de la película, que era a su vez el nombre de una de las canciones más populares de la cantante Gertrude Pridgett, conocida como Ma Rainey, primordial dama del blues. Si para su distribución en el mundo hispanohablante, donde no sería sencillo conocer la coincidencia con el tema musical, se hubiera optado por la traducción literal del título, ese "trasero negro de Mamá Rainey" podía haber traído cola en este infierno de ofendidos instantáneos que nos toca habitar: el adjetivo políticamente incorrecto, fácilmente convertible en vilipendio racial. No hace mucho que mi asombro, que ya no se asombra de nada, digirió de mala manera la noticia de que en algunos centros escolares estadounidenses se anunciara la censura y retirada del alcance de los alumnos de la magistral "Matar a un ruiseñor", tanto la novela de Harper Lee como la adaptación cinematográfica de la misma que realizó Robert Mulligan (también se puede disfrutar en forma de novela gráfica). Se me ocurren pocas obras capaces de remover conciencias de forma más intensa, de acercar mensajes de injusticia social de manera más certera a nuestra despistada juventud perdida. El motivo principal de la prohibición del libro residía en el uso del término "nigger" a lo largo del texto: la "n-word", que dicen en público los pudorosos, al igual que usan la "f-word" como eufemismo de sus enfados: negrata y joder: si no las digo no existen, fin del problema. Pero existen, el lenguaje no es el problema: "I'm not your negro", buen documental de Raoul Peck sobre la figura del activista negro James Baldwin, coetáneo de otros nombres más famosos en la lucha por los derechos civiles, como los de Martin Luther King Jr., Medgar Evers o Malcolm X. O la reciente "Una noche en Miami…" de Regina King, acerca del encuentro en una habitación de hotel de Malcolm X con el cantante Sam Cooke y los deportistas Cassius Clay (aún con ese nombre) y Jim Brown. Black Lives Matters y sus reivindicaciones sociales, sus contradicciones y sus desdichas, siguen llenando metros de celuloide.

Una jornada de trabajo, la grabación de un disco de blues durante un tórrido día de verano en Chicago, en los años veinte, antes de la Gran Depresión, cuando todavía era posible soñar con éxitos y fortunas. La película está basada en una obra teatral homónima y esa herencia estética es indisimulable y se deja notar durante todo el metraje: a la estupenda ambientación, a los logrados maquillaje y vestuario, se une el diálogo incesante característico de un libreto generado para su interpretación diaria en un escenario. Ahí brilla singularmente esta película (por favor, actívese la versión en idioma original en las opciones de audio), un drama agridulce que cuenta para su destaque con las fantásticas interpretaciones de Viola Davis y, sobre todo, de Chadwick Boseman: la pantera negra entona un canto del cisne sensacional: actor fallecido prematuramente el año pasado y para el que no sería en absoluto descartable que el premio Oscar a mejor protagonista que se entrega el próximo 25 de abril, le alcance póstumamente. Gloria eterna.

martes, abril 13, 2021

Dieciséis

Este pequeño Licantropunk cumple dieciséis años y, como de costumbre, la persona que recuerda todas las fechas le hace un regalo, el libro "Wes Anderson" escrito por Ian Nathan, un volumen lindamente editado por Cúpula que recoge la trayectoria cinematográfica del cineasta de Houston. Wes Anderson ha sabido obtener ese anhelo artístico que está al alcance de muy pocos y que es el de lograr un sello de autor personal y reconocible, a través de una visión moderna, imaginativa y minuciosa del arte del cine. "Academia Rushmore", "Moonrise Kingdom", "Los Tenenbaums". "El Gran Hotel Budapest", "Fantastic Mr. Fox", títulos señeros que son analizados en el libro con profusión de detalles de sus contenidos y abundancia de fotografías de sus formas.

Sweet sexteen. Lo que sucede conviene, dicen, y que después de tantos años este blog perdure es un asunto del que no dudo de su conveniencia. Para mí, al menos: el ejercicio de redacción que espabila la mente y detiene el tiempo: la búsqueda siempre incompleta del adjetivo certero, del sustantivo adecuado, de las palabras que acompañan a la esperanza inagotable de encontrar la próxima gran película que me falta por ver.

domingo, abril 11, 2021

"Los muertos no mueren", de Jim Jarmusch

Jim Jarmusch, sello de autor indie, también se apunta, sin prejuicios, a la moda zombi, y realiza una comedia: zom com o zomedy, un género dentro de otro género. Ya con "Sólo los amantes sobreviven" se aproximó al cine de terror, fantástico o sobrenatural, logrando con aquella película una obra de mayor trascendencia y recorrido que con "Los muertos no mueren" y, por supuesto, mucho más personal: fantaseando sobre una posible historia de amor entre vampiros, cuajó una alegoría de sus circunstancias vitales. O eso parecía.

Un tanto de metáfora de la sociedad actual, velada apenas, desea introducir Jarmusch en esta de zombis: el muerto viviente es el vivo muerto cotidiano de nuestra época, el ser mediocre y mediatizado, acaparador y codicioso, que surge del lema ubicuo del consume hasta morir: y, si fuera posible, seguir consumiendo después: escapar de la sepultura en busca de una tienda, de un bar, de wifi gratuita: las adicciones banales persisten al cruzar al otro lado.

El director se va de rodaje con los amigotes, con los sospechosos habituales: Bill Murray, Tom Waits, Iggy Pop, Tilda Swinton, su pareja la realizadora Sara Driver y otra larga lista de caras conocidas del cine estadounidense. Y seguro que se lo pasaron fetén haciendo esta película: fiesta privada de Halloween, divertimento ajeno que, sin embargo, alcanza al espectador, al que le será sencillo pasar un buen rato viendo esta película. Sin demasiadas pretensiones, se llega a un nítido homenaje al cine de serie B, a la saga "Creepshow" (creepy es el adjetivo empleado exhaustivamente durante todo el metraje), a los antiguos cómics de terror, a las películas de Romero y a los podridos decimonónicos que emergen de las tumbas de los cementerios en noches de plenilunio al estilo canónico, en contraste con la reanimación inmediata que está más en boga desde que se estrenó, hace una década, "The Walking Dead", genuino culebrón interminable del resucitado posmoderno y que realmente devolvió a la vida a esta horda infinita de impíos antropófagos.

miércoles, marzo 31, 2021

"Vicky Cristina Barcelona", de Woody Allen

Polémica película para un director polémico: con él llegó el escándalo. Y ese escándalo, conocido por todo el mundo, complicó encontrar la financiación necesaria (a pesar de que las películas de Woody Allen se distinguen por su bajo presupuesto) para que el director de Brooklyn mantuviera su cadencia de una película por año. Llegó a un acuerdo con Mediapro, conocida por todo el mundo, al menos el de aquí, también, para que la compañía del no menos polémico Jaume Roures financiara tres rodajes, el primero de los cuales sería "Vicky Cristina Barcelona" (después vendrían "Conocerás al hombre de tus sueños" y "Midnight in Paris").

Cuentan las malas lenguas que el contrato, mefistofélico, obligaba a que ese primer componente del trío debía ser rodada en Barcelona, de modo que el prestigio artístico del cineasta quedara unido por siempre al nombre de la ciudad condal, más aún, ese nombre tenía que aparecer obligatoriamente en el título. Así, el nefasto rótulo de la película podía ser fruto del pataleo y posterior zanjado de la cuestión contractual por parte del director: el chantaje monetario se hace patente en que la cinta aparezca a ratos como un publirreportaje bastante cutre. También sale Oviedo, sí, pero si se hace caso a la reciente autobiografía de Woody Allen, "A propósito de nada", la escapada a Asturias parece justificada por el amor que Allen asegura tenerle al sitio.

Entonces, ¿es "Vicky Cristina Barcelona" algo más que un anuncio comercial bien pagado? Pues apartando la morralla tópica (que, por otro lado, produjo que la película fuera un éxito en Estados Unidos, y, en España, mucho criticar, pero fue la tercera película más taquillera del año 2008) y propagandística, sosteniéndose en las estupendas actuaciones de Penélope Cruz o Rebecca Hall (de nuevo Allen como enorme director de actrices) se asoma una de las películas más sensuales y provocadoras del gran genio del séptimo arte, un metraje en el que se desmontan los presupuestos argumentales de su mercenaria primera parte para volver a incidir en las contradicciones de la alta sociedad estadounidense, acostumbrada a obtener todo lo que desea firmando un cheque, todo excepto el talento y la sabiduría, bienes impagables que solo son otorgados por la inquietud y la constancia. La cultura, ese ansia.

domingo, marzo 14, 2021

"Black Beach", de Esteban Crespo

Llegaba de nuevo la gala de entrega de los premios Goya, un evento anual que no me suelo perder y, de nuevo también, llegaba sin haber visto apenas uno o dos de los títulos que atesoraban alguna nominación, carencia cinéfila por mi parte que, me temo, se repite en los últimos años y cuya causa se balancea entre el desinterés por la mayoría del cine español actual y la falta de oportunidad de contemplarlo.

Decidí ponerme al día con dos de las cintas que tenía más a mano (de la mano del mando a distancia) y que eran "Adú" de Salvador Calvo y "Black Beach" de Esteban Crespo: películas que compartían la singular condición de africanistas y que en lo que respecta a "Adú", primus inter pares en cuanto al número de cabezas de Goya capaz de recolectar: la más del año en nominaciones, pero en estos premios eso puede significar nada o muy poco a la hora de alcanzar la ansiada lista final de ganadores: cabezones jibarizados.

Primero vi "Adú" y tengo que reconocer que durante el primer tramo de proyección fueron múltiples las tentaciones de parar el rollo y pasar a otra película, sonrojado ante un guion tan plano. Sin embargo aguanté como el cinéfilo entregado que me considero (con peores fotogramas me he topado muchas veces y llegué hasta el alivio salvador del "The End")  y el metraje fue capaz de ofrecer algunos buenos momentos. "Adú" es una historia de vidas cruzadas con tres cauces: un niño que quiere llegar a España, un guardia civil de los que vigilan la valla de Melilla y un filántropo animalista que tiene una hija drogadicta (o algo así). Esta última será la trama más atractiva de las tres, solo sea porque esta interpretada por Luis Tosar y Anna Castillo y parezca la menos sensacionalista, efectista o simplista del trio. Aunque también lo sea.

"Black Beach" encabeza el título de la entrada del blog por la sencilla razón de que me gustó más. Tiene su enjundia esta intriga que discurre por la cloacas de la política internacional, protagonizada de modo convincente por Raúl Arévalo, especie de Jason Bourne de ONG sin licencia para matar pero sobrado de pundonor. Impíos dictadores africanos, voraces multinacionales petrolíferas y altos funcionarios maquiavélicos aderezan un potaje de buena digestión en la que el condimento castizo lo aporta Candela Peña haciendo, como de costumbre, de Candela Peña. Dos cintas para una tarde pregoyesca que al menos sirvieron para poner el foco del espectador en África, olvidado vecino de abajo de todo el mundo. Excepto de los chinos, claro.

domingo, febrero 28, 2021

"The Assistant", de Kitty Green

En octubre de 2017, el movimiento #MeToo alcanzó un impulso mediático extraordinario al hacerse públicas las acusaciones de abuso sexual contra el todopoderoso productor cinematográfico Harvey Wenstein, fundador en los años setenta, junto a su hermano, de Miramax (en honor a sus padres, Miriam y Max), empresa peliculera que fue en su día emblema del cine independiente y que terminó distribuyendo algunos de los mayores taquillazos de las últimas tres décadas.

Y precisamente una película independiente será la que se introduzca en el despacho neoyorquino del presidente de esa compañía cinematográfica de la que usted me habla, para mostrarle al espectador lo que sucedía allí antes de octubre de 2017, en el intervalo temporal estirado más allá de cualquier convenio laboral razonable de un interminable día de trabajo, un lunes cualquiera del invierno, blue monday seguro, en el que la secretaria directa del tirano innombrable, déspota womanizer, dictador caprichoso, se debate entre su empleo y su conciencia, interpretada magistralmente y de forma ubicua por Julia Garner, aquella intrépida hillbilly de la notable serie "Ozark".

La virtud de la cinta estará en dejar lo peor para el fuera de plano: rumores y maledicencias para prácticas inmorales que parecían verdad y que resulta que lo eran: puertas cerradas y reservas de habitaciones de hotel para la hora del almuerzo. Harvey Wenstein pena los estragos que produjo en forma de acoso, agresión o violación a docenas de mujeres, con una condena de veintitrés años de presidio, pero la película amplía el foco para denunciar de modo incontestable prácticas de abuso de poder que se consideraban naturales, obvias e incluso necesarias para todos los que rodeaban al depredador y miraban para otro lado mientras la empresa proporcionara puestos de trabajo y beneficios: pacto mefistofélico de silencio que es uno de los aspectos más repugnantes del escándalo. Wenstein fue la primera pieza de un dominó imparable: el Efecto Wenstein, ola descontrolada que alcanzó a empresas, organismos y gobiernos de todo el mundo y que ha llevado a considerar la reforma de códigos de conducta e incluso penales de muchos países, una ola que aún no ha parado y a la que le queda mucho territorio por anegar.

domingo, febrero 07, 2021

"Bajocero", de Lluís Quílez

Durante los años setenta y ochenta del siglo pasado, se hicieron múltiples películas, muy violentas, en las que un héroe (o antihéroe) en solitario, un campeón invencible heredero de los míticos guerreros griegos, combatía el mal con pocas palabras y muchos disparos: el ánimo sacrificado de poner orden en el mundo, de equilibrar el fiel de la balanza más allá de consideraciones morales o contratos sociales ilustrados. En esa tendencia cinematográfica de gran éxito y popularidad, se puede considerar como título primordial del género a "Harry el Sucio" de Don Siegel, con el inspector de policía Harry Callahan, interpretado por Clint Eastwood, impartiendo la justicia que a una parte de la ciudadanía, harta de corrupción y recovecos judiciales, le parece tan obvia como necesaria: la transformación del servidor de la ley en su intérprete: el funcionario público que aparta los legajos que le estrujaron la retina cuando estudió las oposiciones y que juró defender cuando le dieron una placa. Adiós a todo eso. Recuerdo que a esas películas muchos críticos les ponían la etiqueta de "cine fascista", un epíteto, el de fascista, que se sigue empleando con la misma ligereza en la actualidad, hasta diluir su significado. En cualquier caso, solía tratarse de cine policiaco muy entretenido en el que siempre había un momento en el que el espectador, expectante, se preguntaba si el justiciero de turno sería capaz de apretar el gatillo: el ángel o el diablo, cada uno sentado en un hombro. De poli bueno a poli malo sin necesidad de dos actores y en un viaje sin retorno.

"Bajocero" (no entiendo la necesidad de esta redacción errónea para el título) es una película española cuyo protagonismo está ocupado por el Cuerpo Nacional de Policía: atendiendo al éxito reciente de la serie "Antidisturbios" de Rodrigo Sorogoyen, sólo cabe decir ¡Más madera! El traslado nocturno e invernal de unos presidiarios de un penal español a otro dará lugar a un buen thriller, tan bien realizado como estupendamente actuado, una película que da lustre a las películas de acción rodadas en España. Esa cuerda de presos la compone un catálogo diverso de estereotipos criminales, seis ejemplos de identificación simple: el rumano violento, el inmigrante lumpen, el contable corrupto, un yonqui fuera de época, el viejo chorizo nacional y, para cerrar este grupo salvaje patrio, el delincuente juvenil. El ladrón bueno, el ladrón malo: ¿a quién le ofrecerá redención el guionista y a quién condenará irremediablemente? Sin duda, será un reflejo de lo que la propia sociedad detenta en la actualidad cual masa rencorosa y atemorizada, atribulada por los brutales crímenes y las horrendas violaciones que han arrasado los noticieros de los últimos años. Sin comentar nada más para que el que no haya visto la película tenga ocasión de reflexionar sobre lo escrito, solo queda añadir que esta película no hay quien se la crea: imposible que Javier Gutiérrez, con su altura, hubiera pasado las pruebas físicas para acceder a la Escuela Nacional de Policía de Ávila (Abulae in caelo inmotum lumen). Aunque, claro, hace nada interpretó a un entrenador de baloncesto... La magia del cine.

domingo, enero 31, 2021

"Lux Æterna", de Gaspar Noé

A Gaspar Noé le persigue una escena, quizás la más famosa de su filmografía, aquella en la que, en la película "Irreversible", se retrata con crudeza una violación en un solitario paso peatonal subterráneo, secuencia interpretada además por Monica Bellucci, incuestionable sex symbol del cine europeo: polémica sobre polémica. Y, sin embargo, es "Irreversible" una película realmente buena, un extraordinario ejercicio de arquitectura cinematográfica que se puede ver lastrado porque para el recuerdo sólo queden esos sórdidos y violentos fotogramas. A Noé se le adjudicó instantáneamente el puesto de vigente "niño terrible" del cine francés, y lo peor que puede hacer un buen director de cine con esas simplificaciones es intentar sostenerlas como sea.

"Lux Æterna" resulta ser un mediometraje generado en colaboración con la marca de moda Yves Saint Laurent, un germen de campaña publicitaria que se pasó de anuncio comercial y que no alcanzó la dimensión de película canónica: si todo este rollo se monta para vender ropa carísima, el malditismo y la rebeldía quedan de lado, me temo. El metraje a mí me recordó a esas proyecciones extrañas que se ven en los museos de arte moderno, trabajos personales que suelen renunciar al argumento para potenciar la puesta en escena y, ante todo, el aspecto visual de la obra. En ese sentido "Lux Æterna" tampoco llega a ningún lado. Se propone como un guion de metacine, de nuevo poniendo en tela de juicio la autoría de los filmes, un triángulo maldito entre director, productor y guionista al que se añade, como en "Lux Æterna", el puesto de director de fotografía (seguro que alguna película ha sido realizada por ese "best boy" que aparece en muchos créditos y que nunca he sabido a qué tareas se dedica, a parte de ser un chico estupendo, eso sí). Múltiples citas incrustadas de directores como Godard, Dreyer o Buñuel e insertos de fragmentos de la cinta muda "La brujería a través de los tiempos" de Benjamin Christensen. Pues eso, metacine: cine alrededor del cine.

Mi única incursión en el mundo de la actuación tuvo lugar como intérprete menor en la obra de teatro "Proceso, anatematización y quema de una bruja en un ensayo general", de Ramiro Pinilla, drama en el que la representación de un juicio de la Inquisición española termina con la actriz principal, no la bruja, ardiendo en una pira bien nutrida de alcohol de quemar con el que empapamos un montón de algodón: los efectos especiales en la droguería del barrio. El trasfondo de aquel argumento se centraba en el periodo de la Transición, era fuertemente político, y la ejecución de la bruja suponía un mensaje de represión de la libertad recién alcanzada: el casting enloquece y es el autor el conducido al holocausto: ¡Vivan las caenas! Charlotte Gainsbourg, símbolo libertario del cine moderno, será la que termine en la hoguera. O quizás lo sea el espectador, aturdido por pantallas dobles que cuentan tramas paralelas imposibles de seguir y, sobre todo, al borde de la epilepsia fotosensible por tanta luz de discoteca restallando en su retina. El director de fotografía, ese golpista que en cuanto le dejan meter mano se convierte en dictador.

domingo, enero 24, 2021

"Un condenado a muerte se ha escapado", de Robert Bresson

Sostenía Robert Bresson que con la invención del cine sonoro se había logrado introducir, al fin, el silencio en el cine. Así, sostenía además Robert Bresson que en "Un condenado a muerte se ha escapado", probablemente su mejor película junto a "Pickpocket", el gran fallo había residido en añadirle una banda sonora extradiagética que acompañara a la trama, un grave error, sostenía Bresson, y ello a pesar de que la partitura estuviera firmada por Wolfgang Amadeus Mozart. Sostenía muchas cosas Robert Bresson, tantas que escribió un libro con todas ellas, sus aforismos, un compendio singular titulado "Notas sobre el cinematógrafo", que he leído como debe hacer cualquier cinéfilo aplicado, y que constituye una intransitable colección de sentencias extrañas que, sostenía Bresson, constituían la innegociable metodología que aplicaba a su obra. O no.

Francia ocupada. En Lyon, el teniente Fontaine (François Leterrier) es interrogado (antes de que empiece el metraje) en el tristemente célebre Hotel Terminus, sede local de la Gestapo, y desde allí es conducido a la no menos triste fortaleza militar de Montluc, breve viaje en el que el intrépido Fontaine ya llevará a cabo su primer intento de huida. Las memorias de André Devigny, héroe de la Resistencia, son respetadas para el rodaje de su evasión, otra entrada para un género, el de las prisiones y sus fugas, que siempre se disfruta: la imaginación, la improvisación, la tensión. Robert Bresson, cineasta zen, que pasó dieciocho meses en un un campo de concentración alemán durante la Segunda Guerra Mundial y que, por tanto, conocía bien las condiciones de vida de un prisionero de guerra, transforma al espectador en el condenado: el actor despojado, un hueco libre apto para la inmersión, para que el observador se convierta en el personaje y experimente sus sufrimientos y sus esperanzas. Retoque de lo real con lo real. Películas lentas donde todo el mundo galopa y gesticula; películas rápidas donde casi nada se mueve. Genio y figura este Bresson. Gran película.

domingo, enero 17, 2021

"Palabras para un fin del mundo"', de Manuel Menchón

El año pasado fue el año de Benito Pérez Galdós o el de Ludwig van Beethoven, pero también fue un año de Miguel de Unamuno y Jugo, como lo fue el anterior: todos los años parecen ser el año de Unamuno. Si en 2019 su figura protagonizó una de las películas destacadas de la temporada, "Mientras dure la guerra" de Alejandro Amenábar, el documental "Palabras para un fin del mundo" de Manuel Menchón vuelve a subir a la palestra pública los aspectos más controvertidos de los últimos capítulos de la biografía del eterno rector de la Universidad de Salamanca.

El director Manuel Menchón ya había dedicado un largometraje a Unamuno, la cinta "La isla del viento", poniendo el foco en sus días de destierro en Fuerteventura durante la dictadura del general Primo de Rivera: Miguel de Unamuno era un genio sobrado de genio (la primera vez que se encontró con Ramón del Valle-Inclán, otro genio iracundo, en la Carrera de San Jerónimo, siendo presentados por Pio Baroja, tuvieron que separarlos para que no se liaran a bofetadas). Sus ideas y, ante todo, su prestigio internacional (el régimen nazi alemán maniobró para impedir que le fuera concedido el premio Nobel), eran un botín codiciado por cualquier bando: tener a Unamuno en la foto aportaba una pátina de lustre y legitimidad.

Pero el intelectual salmantino nacido en Bilbao (los charritos nacemos donde nos da la gana) era mal compañero de viaje: demasiado crítico, demasiado rebelde, demasiado lúcido: A veces callarse es una forma de mentir, meditaba el filósofo en su mortal proclama del 12 de octubre de 1936. Demasiado incómodo. Menchón aborda, en una exposición de las circunstancias tan sentimental en su estética como bien argumentada en su fondo, la cuestión del fallecimiento de Don Miguel: el famoso olor a zapatilla quemada, ¿fue por causa natural o inducido por la "Causa General" que el golpe de estado del 18 de julio articuló desde su nacimiento y prolongó durante cuarenta años? Unamuno muerto pero nunca enterrado, referencia certera para inconformistas testarudos y pensadores letraheridos.

sábado, diciembre 26, 2020

"El pastor", de Jonathan Cenzual Burley

Si existe un título cinematográfico emblemático para las fechas navideñas, ese es sin duda "Qué bello es vivir" de Frank Capra. En esa película se retrata la lucha de un hombre integro y honesto, George Bailey (James Stewart), un idealista capaz de renunciar a sus sueños para combatir los abusos de un malvado ricachón de folletín decimonónico, el señor (tal cual) Harry Potter (Lionel Barrymore), un Mr. Scrooge sin fantasma que lo enderece, de insaciable apetito inmobiliario. Sí, en los años cuarenta el capitalismo salvaje ya hacía temblar las hipotecas del pueblo llano, la clase trabajadora golpeada sin piedad por los embates de especuladores urbanísticos sin escrúpulos.

La Armuña, comarca donde habito, no presenta de entrada grandes similitudes con el ficticio pueblo de Bedford Falls donde Capra rodó su inmortal drama de profundo carácter religioso, pero determinados paralelismos argumentales con "El pastor" de Jonathan Cenzual pueden ser excusa propicia para apuntar, una vez más, que el mundo es un pañuelo. En "El pastor", Anselmo (Miguel Martín) vive en una casa dotada de escasas comodidades, en medio del secano raso del campo armuñés, cuidando de sus ovejas en soledad: el buen salvaje, en el sentido planteado en la obra de Jean Jacques Rosseau y, por tanto, un ser pacífico, recto en su moral y, por supuesto, incorrupto. E incorruptible. La parcela desde la que contempla los espectaculares amaneceres y atardeceres que tiñen de colores vivos (la fotografía de la película es fantástica, revelando a un autor con excelente ojo de cineasta) los cielos que nos cubren, se convierte en objetivo de una constructora de bloques de chalets adosados, ese horror moderno (mi retina está acostumbrada a pasear por calles de un pueblo medieval donde cada casa es distinta de la siguiente, aun más, donde cada ventana de cada casa era distinta de cualquier otra de las ventanas de la misma casa) de uniformidad rentable: queremos su terreno para hacer una pista de pádel, le sueltan tan ufanos al pastor, absortos en su estupidez de mediocridad contemporánea. Anselmo contesta que no, inmune a la avaricia, y se despliega el conflicto en la pantalla, cuando, ante la negativa rotunda del pastor, sólo debería existir el sinflicto (le tomo ese genial sustantivo a Leonardo Padura).

En "Qué bello es vivir", la tragedia vital que lleva a George Bailey a acariciar tendencias suicidas alcanza un punto de inflexión cuando éste se lanza desde un puente a las heladas aguas (aguas bíblicas) del río de Bedford Falls para salvar al ángel que vino a salvarlo a él y a terminar de redactar una parábola de santos modernos volcados en el amor al prójimo y faltos de codicia. Anselmo también se tira a un pozo para rescatar al niño que se ha caído bordeando la seguridad incierta del brocal. Sin embargo, rescatar a ese angelito de su ahogamiento le sirve únicamente para llevarse una hostia (nada bíblica) del padre. Porque estos campos castellanos (la madre en otros tiempos fecunda en capitanes, madrastra es hoy de humildes ganapanes: Antonio Machado bien lo sabía) no dejan entrever la posibilidad de un final hollywoodiense, y estos asuntos de fincas, lindes y heredades (Jonathan Cenzual, con el que tengo orígenes comunes en el más bello pueblo de la Sierra de Francia también, sin duda, lo ha de saber) pueden acabar como el rosario de la aurora: de Frank Capra a Sam Peckinpah, para que me entiendan en términos de ética y estética del celuloide, aunque el sello que coloca Jonathan Cenzual es de nombre propio y certero. Gran película.

lunes, diciembre 21, 2020

"Rififí", de Jules Dassin

Le Noir. En el cine negro europeo "Rififí" es una referencia segura, no sólo por ser un ejemplo arquetípico del género (el director Jules Dassin inició su carrera en Hollywood y su potente carga visual tuvo que cruzar el Atlántico cuando fue incluido en las listas negras del infausto senador Joseph McCarthy), sino porque el disfrute de su contemplación está asegurado: los amantes de las narrativas canónicas del cine criminal, heredadas de los ejemplos mayestáticos de la literatura y el cine estadounidense de los años treinta y cuarenta, tendrán sin duda en esta cinta su rififí (termino del argot lumpen francés que viene a significar armar una buena bronca: después de la película pasó a denominarse así el método butronero que se enseña, manual de uso preciso, en el metraje). Para que me entiendan, en cuanto a su trama "Rififí" no se suele colocar junto al inescrutable "Alphaville" de Jean-Luc Godard, pongamos por caso.

Dejando atrás sus tipos duros (ya no hay tipos duros como los de antes) y sus mujeres fatales (ya no hay mujeres fatales como las de antes), su estética poderosa y su magnético blanco y negro, lo que logra hipnotizarme en esta película, sin permitirme el menor parpadeo, es la coreografía exacta que despliega el cuarteto que se dispone a reventar la caja fuerte de una joyería parisiense. Esas escenas hacen pensar que el guion de la película se construyó como si fuera la preparación concisa y planificada al detalle del atraco, un entrenamiento meticuloso que los actores tuvieran que repetir y repasar una vez tras otra durante semanas para alcanzar ese ideal del golpe perfecto, sin la mínima fisura. Todo perfecto, menos las imprevisibles pasiones románticas de cada cual, claro. Cherchez la femme.