Hace mucho, mucho tiempo, se consideraban éxitos cinematográficos navideños a aquellas películas que se estrenaban en los cines a mediados de diciembre y a las que las largas colas que propiciaban frente a las taquillas aseguraban que el título se mantuviera en la marquesina hasta llegada la primavera. O más. Ahora, esos "taquillazos" nacen a partir de producciones que, tras un breve paso por las salas de proyección (algunas ni eso), aparecen repentinamente en las plataformas de cine online, esa forma moderna de consumir cine que se ha generalizado en el común de los hogares hasta convertirse en ubicua y dominante y que permite disfrutar de la película con total normalidad, sin tener que aguantar a los ejércitos de maleducados anónimos que pueblan los patios de butacas de hoy en día: parece ser, inopinadamente, que el considerable precio de una entrada no incluye la posibilidad de ver la película con tranquilidad. Los propietarios de los cines (los mercaderes y el templo) han transformado sus negocios en kioscos ruidosos y sucios, incompatibles con la admiración hacia el Séptimo Arte, así que, recordando el nombre de un estupendo disco en directo del grupo "Extremoduro", por mi parte podéis "iros todos a tomar por culo", acompañados de vuestras puñeteras palomitas, vuestra mierda de teléfonos móviles y vuestros estridentes papelitos de caramelos. He dicho.
Qué mejor película para cerrar un año cuasi apocalíptico (la vimos el 30 de diciembre) que una que anuncia el fin del mundo. Catástrofes naturales (Filomena, el volcán de la Palma, etc.), sanitarias (sobra mencionar el covid: para mí es mucho más importante la pandemia de salud mental que está sepultando el ánimo de nuestra sociedad) y económicas (si no lo creen así, denle un vistazo al recibo de la luz: tener un suministro energético viable y ajustado en precio es un pilar fundamental de la economía de un país) han recorrido el año 2021 y son un heraldo de penalidades para el porvenir. Por qué ha triunfado "No mires arriba". Esa pregunta la he oído y leído en diversos medios y parece una pregunta retórica: cómo no va a triunfar. El sarcasmo que destila la cinta apunta con precisión de francotirador hacia los poderes que marcan el ritmo de nuestro día a día y trazan una senda suicida hacia un futuro poco halagüeño. Una clase política mediocre, multinacionales tecnológicas con pocos escrúpulos a la hora de manipular a sus usuarios y medios de comunicación analfabetizadores apuntalan sin reparo la cuesta abajo de la calidad de la especie humana: contenidos vacuos para codicias desmedidas.
Adam McKay ya había dirigido en el pasado otras películas de denuncia que disparaban en la misma dirección que "No mires arriba", títulos como "La gran apuesta" o "El vicio del poder", que realizaban ejercicios de autopsia minuciosa para hitos desgraciados del siglo XXI como las guerras en Irak o Afganistán o la crisis financiera del 2008, pero que no tuvieron el eco inmenso de su última cinta. A ese triunfo popular también contribuye un reparto de campanillas (Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Cate Blanchett, Jonah Hill, Mark Rylance, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande,..) y la potente vis cómica de la historia: al apocalipsis pero con una sonrisa en los labios. En ese sentido se diferencia del drama que, con la misma base argumental (o astronómica) firmó el genial Lars Von Trier hace unos años: "Melancolía", obra maestra en la que su inmensa profundidad emocional no permitía al espectador otra cosa que no fuera desintegrase a la vez que lo hacía el planeta en el que habita. O habitaba. Lo teníamos todo y no lo sabíamos, sentencia DiCaprio casi al final, en ese instante en el que ya no existe vuelta atrás y las segundas oportunidades nunca llegaron a pasar de la primera.