Desmontando a Van Damme. El belga más famoso del mundo después de Tintín. Van Damme haciendo de Van Damme, ese joven campeón de karate que se buscó las habichuelas en Hollywood, que alcanzó fama mundial y que ahora, a punto de cumplir los 50, se mira al espejo: una carrera forjada a base de hostias que la vida le ha devuelto con creces: cinco matrimonios, adicción a las drogas, trastorno bipolar: ruina económica y moral. El declive del estereotipo de héroe de acción de los 80, lleno de esteroides y violencia sanguinaria: ahora pega más el estilo Bourne de Matt Damon: un chaval cualquiera repartiendo estopa. Van Damme se confiesa ante la cámara y llora, un logrado momento en que el superhombre, siempre por exigencias del guión para lo bueno y para lo malo, se vuelve un pobre hombre: el ídolo cayendo.
Película de atraco chapucero con rehenes al estilo de "Tarde de perros" de Sidney Lumet (uno de los ladrones, el más violento, tiene un peinado clavado al de John Cazale: nítido homenaje) o de "La estanquera de Vallecas" de Eloy de la Iglesia (esta no creo que la haya visto el director, pero seguro que le iba a gustar). Brillante, divertida, ágil: sorprendente director aunque se embarulla un poco al final pero mantiene un buen nivel en toda la cinta, con alguna escena sobresaliente.
The Muscles from Brussels ha logrado un puñado de buenas críticas con su actuación en esta película: hay vida más allá del alcance de las patadas voladoras. Desmontar y reciclar. Pues que le vaya bien.
domingo, enero 31, 2010
miércoles, enero 27, 2010
"El enigma de Kaspar Hauser", de Werner Herzog
Kaspar Hauser plantado en el centro de la plaza de Núremberg: la estatua de la otredad. La mano izquierda enseña un sobre lacrado, la derecha sostiene un sombrero negro y un par de devocionarios y su rostro congelado muestra la expresión de pasmo del que ha sido arrojado a un mundo nuevo. Esa imagen se instaló en mi mente infantil como un aguafuerte inalterable el día que por primera vez vi esta película: Bruno S. y su enigma acompañándome durante tantos años.
Cada uno para sí y Dios contra todos es la traducción del título original, "Jeder für sich und Gott gegen alle", contundente título para la obra de un contundente director, conocido por sus rodajes extremos (la semana pasada leí una entrevista que le hacían a propósito de su última película, "Teniente corrupto": el entrevistador cometió el error de llamar remake a esta obra: 'No he visto el "Teniente corrupto" que ha filmado, cómo se llama, Ferrero, Ferrari...': puro ego). ¿El hombre nace o se hace? ¿Qué es la inteligencia? ¿Un regalo natural para unos pocos o una potencia a desarrollar que habita en todo ser humano? La abrupta aparición de Kaspar Hauser en el año 1828 fue un suceso muy célebre para la época. Llamó la atención de nobles bienintencionados y estudiosos ávidos de experimentación, que terminaron convirtiéndolo en poco más que un fenómeno de feria (la película hace recordar a "El hombre elefante" de David Lynch: otra otredad amarga). Pasó toda su vida, hasta la adolescencia, encerrado en un sótano sin más compañía que un caballito de madera, sujeto al suelo cubierto de paja con una cadena, vestido con harapos y lleno de suciedad. No sabe caminar, apenas balbucea un par de frases, se alimenta de pan y agua. A las pocas semanas de ser liberado de su cautiverio lee y escribe mejor que muchos de sus conciudadanos y muestra una gran capacidad para razonar y argumentar (la inteligencia es la capacidad de establecer conexiones) aunque se ve atrapado en una moral social que es incompresible para cualquiera que no haya pasado su existencia asimilando (más que entendiendo) rígidas convenciones contra natura como pueden ser la religión o los usos y costumbres de la vida pública. Cuando le preguntan si sufrió mucho durante sus años privado de libertad, él responde que no: no conocía otra cosa. La mente que no se usa, descansa: el tonto es feliz.
Y si enigmática fue su aparición, más misteriosa puede ser aún su muerte: muere apuñalado en 1833, cinco años después de su segundo nacimiento. Se especula con que pudiera ser el hijo oculto de algún príncipe bávaro o incluso del mismo Napoleón, primero encerrado y después asesinado para que no pudiera reclamar los privilegios de su cuna. Quién sabe.
Cada uno para sí y Dios contra todos es la traducción del título original, "Jeder für sich und Gott gegen alle", contundente título para la obra de un contundente director, conocido por sus rodajes extremos (la semana pasada leí una entrevista que le hacían a propósito de su última película, "Teniente corrupto": el entrevistador cometió el error de llamar remake a esta obra: 'No he visto el "Teniente corrupto" que ha filmado, cómo se llama, Ferrero, Ferrari...': puro ego). ¿El hombre nace o se hace? ¿Qué es la inteligencia? ¿Un regalo natural para unos pocos o una potencia a desarrollar que habita en todo ser humano? La abrupta aparición de Kaspar Hauser en el año 1828 fue un suceso muy célebre para la época. Llamó la atención de nobles bienintencionados y estudiosos ávidos de experimentación, que terminaron convirtiéndolo en poco más que un fenómeno de feria (la película hace recordar a "El hombre elefante" de David Lynch: otra otredad amarga). Pasó toda su vida, hasta la adolescencia, encerrado en un sótano sin más compañía que un caballito de madera, sujeto al suelo cubierto de paja con una cadena, vestido con harapos y lleno de suciedad. No sabe caminar, apenas balbucea un par de frases, se alimenta de pan y agua. A las pocas semanas de ser liberado de su cautiverio lee y escribe mejor que muchos de sus conciudadanos y muestra una gran capacidad para razonar y argumentar (la inteligencia es la capacidad de establecer conexiones) aunque se ve atrapado en una moral social que es incompresible para cualquiera que no haya pasado su existencia asimilando (más que entendiendo) rígidas convenciones contra natura como pueden ser la religión o los usos y costumbres de la vida pública. Cuando le preguntan si sufrió mucho durante sus años privado de libertad, él responde que no: no conocía otra cosa. La mente que no se usa, descansa: el tonto es feliz.
Y si enigmática fue su aparición, más misteriosa puede ser aún su muerte: muere apuñalado en 1833, cinco años después de su segundo nacimiento. Se especula con que pudiera ser el hijo oculto de algún príncipe bávaro o incluso del mismo Napoleón, primero encerrado y después asesinado para que no pudiera reclamar los privilegios de su cuna. Quién sabe.
domingo, enero 17, 2010
"La cinta blanca", de Michael Haneke
Haneke y la maldad. En las películas de este director la maldad suele ser leit motif propiciatorio de las tramas. Maldad por celos de "La pianista", por envidia clasista o maldad gratuita de "Funny Games", por venganza de "Caché". La maldad caníbal de un mundo en extinción para "El tiempo del lobo". Y se llega al germen de la maldad en "La cinta blanca": de padres perturbados, niños perturbadores: un grupo de pequeños guiados por una joven niña con aspecto de líder de secta que viven en un pueblo germano de principios del siglo XX donde empiezan a suceder hechos violentos. La película se ha querido interpretar como un retrato de la sociedad europea que provocó la Primera Guerra Mundial y el nacimiento del nazismo. No lo veo. Lo primero fue una guerra provocada por los conflictos de intereses entre los colosos del poder económico en el escenario continental, donde Alemania era la potencia emergente que reclamaba un nuevo reparto colonial frente al dominio de ingleses y franceses, y las luchas nacionalistas balcánicas derivadas del desmoronamiento del imperio turco, principalmente. Lo segundo, el auge del nazismo y el ascenso de Hitler al poder, fue consecuencia del fin de lo primero con la derrota alemana. De considerar la conexión de algún suceso histórico de la época con el espíritu de la película, me quedaría con la revolución rusa y su derrumbe del poder religioso, noble y burgués, autoritarismos muy presentes a lo largo de toda la trama.
Cualquier tiempo pasado fue mejor, dicen. Sistemas feudales de propiedad, labradores dueños de parcelas irrisorias (en el comienzo del cómic "El arte de volar" de Altarriba y Kim, se presenta sin ambages a un campesinado español misero y miserable que se puede comparar al contemporáneo de "La cinta blanca": ejemplos cercanos) que sobreviven gracias a los jornales conseguidos trabajando las tierras del noble o del rico hacendado de turno y que no saben si en la estación siguiente su familia va a pasar hambre: esas sí son las condiciones para una guerra: civil o revolucionaria frente a una burguesía que quiere conservar el status quo a toda costa. Para colmo de males, un orden social basado en la asfixia de los impulsos naturales y en rígidas convenciones morales y espirituales: dura crítica al luteranismo hipócrita.
Muy buenos actores y una gran ambientación de la época retratada, llena de cuartos en penumbra (excelente fotografía en blanco y negro) y personajes lívidos plenos de tristeza lánguida (el maestro de escuela, esperanzado e inteligente, será el contrasentido necesario, la luz entre tanta necedad). Y como es norma del autor, Haneke no resuelve: da pistas, propone, hace pensar al espectador que debe poner bastante de su parte si quiere solucionar la trama. Aunque tampoco hace ninguna falta.
Cualquier tiempo pasado fue mejor, dicen. Sistemas feudales de propiedad, labradores dueños de parcelas irrisorias (en el comienzo del cómic "El arte de volar" de Altarriba y Kim, se presenta sin ambages a un campesinado español misero y miserable que se puede comparar al contemporáneo de "La cinta blanca": ejemplos cercanos) que sobreviven gracias a los jornales conseguidos trabajando las tierras del noble o del rico hacendado de turno y que no saben si en la estación siguiente su familia va a pasar hambre: esas sí son las condiciones para una guerra: civil o revolucionaria frente a una burguesía que quiere conservar el status quo a toda costa. Para colmo de males, un orden social basado en la asfixia de los impulsos naturales y en rígidas convenciones morales y espirituales: dura crítica al luteranismo hipócrita.
Muy buenos actores y una gran ambientación de la época retratada, llena de cuartos en penumbra (excelente fotografía en blanco y negro) y personajes lívidos plenos de tristeza lánguida (el maestro de escuela, esperanzado e inteligente, será el contrasentido necesario, la luz entre tanta necedad). Y como es norma del autor, Haneke no resuelve: da pistas, propone, hace pensar al espectador que debe poner bastante de su parte si quiere solucionar la trama. Aunque tampoco hace ninguna falta.
jueves, enero 14, 2010
"Cuento de invierno", de Eric Rohmer
Una mujer y tres hombres. Ante un cruce de caminos, ella no sabe cuál escoger. En realidad lo sabe muy bien, pero se adentrará en cada uno de los senderos: las mujeres en el cine de Eric Rohmer son personajes femeninos poderosos que, aunque sometidos a incertidumbres y dudas perennes, son dueñas de sus decisiones y es el hombre, débil pelele amoroso, el que acaba sin opción. Félicie juega con sus amantes mientras espera que aparezca su verdadero objetivo, Charles, aquel amor de verano con el que perdió contacto por una confusión absurda al dejarle sus señas. Toda esperanza de rencuentro parece perdida.
Casualidad y azar, pero religión como MacGuffin que hace que pase algo. El mismo argumento del filósofo Blaise Pascal para justificar la necesidad de la religión y el acierto del creyente en Dios (“El corazón tiene razones que la razón ignora. Hay que apostar siempre a favor de la existencia de Dios, pues si no existe no perdemos nada, y si sí existe ganamos todo; en cambio, si apostamos a favor de su no existencia, no ganamos nada si no existe, y si sí existe habremos perdido todo”) que aparece en "Cuento de invierno", ya lo incluyó el director en "Mi noche con Maud", otra obra maestra de indecisiones: Maud es el diablo que tienta a Jean Louis: lo imperdonable en este caso es no haber pecado.
El cine de Rohmer muestra personajes ante encrucijadas vitales: la chica que no sabe donde ir de vacaciones en "El rayo verde", un asunto trivial que termina agobiando al propio espectador, o Adrien, el protagonista de "La coleccionista", que intenta manipular los devaneos sexuales de la joven Haydée (la coleccionista... de hombres), una batalla perdida de antemano. Caracteres cotidianos retratados sin ningún artificio y que se desenvuelven con una naturalidad extraordinaria, logrando un cine narrativo de diálogos profundos e ironías sutiles donde al espectador le es muy sencillo sentir empatía con las situaciones planteadas. La vida misma, la vida de cualquiera. Gran cine.
Un maestro que ya es eterno, uno de los protagonistas de la Nouvelle Vague que se ha ido a hacerle compañía a Truffaut y que deja un legado cinematográfico imperecedero.
Casualidad y azar, pero religión como MacGuffin que hace que pase algo. El mismo argumento del filósofo Blaise Pascal para justificar la necesidad de la religión y el acierto del creyente en Dios (“El corazón tiene razones que la razón ignora. Hay que apostar siempre a favor de la existencia de Dios, pues si no existe no perdemos nada, y si sí existe ganamos todo; en cambio, si apostamos a favor de su no existencia, no ganamos nada si no existe, y si sí existe habremos perdido todo”) que aparece en "Cuento de invierno", ya lo incluyó el director en "Mi noche con Maud", otra obra maestra de indecisiones: Maud es el diablo que tienta a Jean Louis: lo imperdonable en este caso es no haber pecado.
El cine de Rohmer muestra personajes ante encrucijadas vitales: la chica que no sabe donde ir de vacaciones en "El rayo verde", un asunto trivial que termina agobiando al propio espectador, o Adrien, el protagonista de "La coleccionista", que intenta manipular los devaneos sexuales de la joven Haydée (la coleccionista... de hombres), una batalla perdida de antemano. Caracteres cotidianos retratados sin ningún artificio y que se desenvuelven con una naturalidad extraordinaria, logrando un cine narrativo de diálogos profundos e ironías sutiles donde al espectador le es muy sencillo sentir empatía con las situaciones planteadas. La vida misma, la vida de cualquiera. Gran cine.
Un maestro que ya es eterno, uno de los protagonistas de la Nouvelle Vague que se ha ido a hacerle compañía a Truffaut y que deja un legado cinematográfico imperecedero.
domingo, enero 10, 2010
"Los abrazos rotos", de Pedro Almodóvar
Creo que no he visto "Los abrazos rotos" de Pedro Almodóvar. Debe ser otro título u otro director. Quizás se trate de alguna excelente película polaca que, al traducir el título para el mercado español, se ha quedado con el nombre de "Los abrazos rotos". No puede ser que esta sea la película maltratada por la crítica nacional (por allende los mares empieza a ser candidata a mejor película extranjera: en los Globos de Oro, en los Bafta; en las candidaturas a los Goya ha sido ninguneada: no es ninguna sorpresa). Debe ser otra. Esta que he visto esta noche es una gran película. Si no es la mejor que he visto del ínclito manchego, cerca le anda.
Un trabajo de madurez artística, un nuevo camino. En cierto modo me ha recordado el autorretrato cinematográfico de Takeshi Kitano en "Takeshis'" y su vistazo a un intenso pasado artístico. "Chicas y maletas" (la película dentro de la película) parece un homenaje a una etapa anterior, a aquellas comedias melodramáticas, algo costumbristas, llenas de actrices alteradas y de hondo carácter urbano, que le lanzaron a la fama: la escena del re-montaje de (a su vez) la escena de la conversación entre Penélope Cruz y Carmen Machi (clásico momento almodovariano) parece un intento de enmendar errores pasados: innecesario: una película hay que acabarla, sí, porque hay que darla por finalizada para que se estrene, pero una auténtica obra de arte siempre queda inacabada. La ceguera del director será una acertada metáfora de la obsesión por la imagen, de la búsqueda estéril del perfeccionismo a cualquier precio : el cineasta como un voyeur enfermizo, referenciado en "Peeping Tom (el fotógrafo del pánico)" de Michael Powel, frente a la conveniencia de cerrar los ojos en busca de nuevas perspectivas, y para ello nada, para un ciego, como la voz de Jeanne Moreau en "Ascensor para el cadalso" de Louis Malle: homenajes a los que se añade el de "Stromboli" de Roberto Rossellini. Puestos a hacer homenajes, que sean a lo mejor de lo mejor.
Por ponerle algún pero a la película, no me gustó Blanca Portillo: se la ve forzada y sobreactuada en una cinta que se desarrolla en su mayor parte con una placidez tremenda, con suaves movimientos de cámara como contraste a un guión con bastantes intrigas, tramas y subtramas (algo que siempre es de agradecer), aunque tampoco me convenció cómo se resolvieron algunas de ellas. Tampoco me molestó demasiado.
Las películas de Almodóvar son un ejemplo de buen cine de autor, de autor español, del que además suele ser bendecido por la taquilla. Una especie nacional en extinción, como el lince ibérico. O como los críticos tranquilos.
Un trabajo de madurez artística, un nuevo camino. En cierto modo me ha recordado el autorretrato cinematográfico de Takeshi Kitano en "Takeshis'" y su vistazo a un intenso pasado artístico. "Chicas y maletas" (la película dentro de la película) parece un homenaje a una etapa anterior, a aquellas comedias melodramáticas, algo costumbristas, llenas de actrices alteradas y de hondo carácter urbano, que le lanzaron a la fama: la escena del re-montaje de (a su vez) la escena de la conversación entre Penélope Cruz y Carmen Machi (clásico momento almodovariano) parece un intento de enmendar errores pasados: innecesario: una película hay que acabarla, sí, porque hay que darla por finalizada para que se estrene, pero una auténtica obra de arte siempre queda inacabada. La ceguera del director será una acertada metáfora de la obsesión por la imagen, de la búsqueda estéril del perfeccionismo a cualquier precio : el cineasta como un voyeur enfermizo, referenciado en "Peeping Tom (el fotógrafo del pánico)" de Michael Powel, frente a la conveniencia de cerrar los ojos en busca de nuevas perspectivas, y para ello nada, para un ciego, como la voz de Jeanne Moreau en "Ascensor para el cadalso" de Louis Malle: homenajes a los que se añade el de "Stromboli" de Roberto Rossellini. Puestos a hacer homenajes, que sean a lo mejor de lo mejor.
Por ponerle algún pero a la película, no me gustó Blanca Portillo: se la ve forzada y sobreactuada en una cinta que se desarrolla en su mayor parte con una placidez tremenda, con suaves movimientos de cámara como contraste a un guión con bastantes intrigas, tramas y subtramas (algo que siempre es de agradecer), aunque tampoco me convenció cómo se resolvieron algunas de ellas. Tampoco me molestó demasiado.
Las películas de Almodóvar son un ejemplo de buen cine de autor, de autor español, del que además suele ser bendecido por la taquilla. Una especie nacional en extinción, como el lince ibérico. O como los críticos tranquilos.
lunes, enero 04, 2010
"Malditos bastardos", de Quentin Tarantino
El coronel Hans Landa (Christoph Waltz: un desconocido para mí... hasta ahora) es el auténtico protagonista. El cazador de judíos que se comporta como un notario de provincias, educado y melifluo, un funcionario resignado a sus tareas (parece un personaje de la novela "Las benévolas" de Jonathan Littell: los responsables de los campos de exterminio evalúan las vidas de los prisioneros en términos de coste y beneficio) que oculta a un impulsivo homicida: el salvaje que aparecerá en su momento. "Qué mas da", dirá mientras ve correr a Shosanna Dreyfus, sin saber que un precipitado gesto de piedad puede acabar con el Tercer Reich, con un régimen de terror y violencia total, despiadado por definición.
La película comienza como un spaghetti western: la música entre un tímido comienzo de Para Elisa y los guitarrazos de un film de Sergio Leone: una del oeste en medio de una granja francesa: el campesino que corta leña en su casa de la colina mientras por el camino se acercan los cuatreros nazis. Capítulo primero: Once upon a time... in Nazi-occupied France. Esa invitación al suspense atenaza al espectador consciente de que en cualquier momento se va a producir la tragedia, que esos diálogos intrascendentes, esas escenas tranquilas, suelen preceder a impresionantes balaceras en las películas de Tarantino. También se verá en el cuarto capítulo de la cinta, el llamado Operación Kino, el mejor a mi parecer junto con el primero. Reglas del juego cinematográfico, marcas de autor asentadas desde hace décadas: desde Alfred Hitchcock, al menos. Incluso aparece un homenaje al maestro con unas imágenes de "Sabotaje": el niño que transporta cintas cinematográficas como si se tratase de amonal.
Celuloide explosivo. El cine (espacio, materia y arte) como instrumento de venganza histórica conforma la idea principal del film: un what if... que introduce personajes históricos en la trama (me recuerda a "El gran dictador" de Charles Chaplin, más aún, "Ser o no ser" de Ernst Lubitsch con teatro en vez de cine; y en el plano literario, "El hombre en el castillo" de Philip K. Dick: una referencia lejana pero una recomendación que siempre apetece hacer: ¿qué hubiera pasado si los Aliados hubieran perdido la guerra?). Hasta se producirá un combate de películas: la del carnicero francotirador Fredrick Zoller (Daniel Brühl demostrando una inusitada potencia de fuego) y la de la cinéfila francesa (Mélanie Laurent, otro gran descubrimiento). Cine destructor o cine redentor: todo depende del bando en el que se luche.
Un grupo salvaje de vengadores judíos. Un grupo apenas creado y que en el siguiente fotograma ya es un mito temido: el Oso Judío, el Golem invencible (y ahora me acuerdo de "Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay" de Michael Chabon: judíos que combaten creando superhéroes de cómic para que le zurren a Hitler: venganza en efigie). 8 hombres con la misión de recolectar 800 cabelleras nazis: crueles y despiadados como lo ha sido el ejercito alemán con sus correligionarios. Un batallón suicida y una joven superviviente, ángeles justicieros cuya fuerza de voluntad puede llevarles a cambiar el destino ya escrito hace muchos años. 70 van ya, de un pasado inamovible. Sólo existe el pasado.
Tarantino reescribe la historia a su manera y lo hace, además, de forma políglota, un acierto que le permite jugar con los acentos (la ausencia de subtítulos en algún momento, para jugar también con el espectador situado en el fuera de campo) y los malentendidos de lenguajes ajenos, situaciones que debieron ser habituales entre personajes llegados de todas partes para morir en tierra extranjera. Y a pesar de algún altibajo final, al autor le sale una buena película. Como de costumbre.
La película comienza como un spaghetti western: la música entre un tímido comienzo de Para Elisa y los guitarrazos de un film de Sergio Leone: una del oeste en medio de una granja francesa: el campesino que corta leña en su casa de la colina mientras por el camino se acercan los cuatreros nazis. Capítulo primero: Once upon a time... in Nazi-occupied France. Esa invitación al suspense atenaza al espectador consciente de que en cualquier momento se va a producir la tragedia, que esos diálogos intrascendentes, esas escenas tranquilas, suelen preceder a impresionantes balaceras en las películas de Tarantino. También se verá en el cuarto capítulo de la cinta, el llamado Operación Kino, el mejor a mi parecer junto con el primero. Reglas del juego cinematográfico, marcas de autor asentadas desde hace décadas: desde Alfred Hitchcock, al menos. Incluso aparece un homenaje al maestro con unas imágenes de "Sabotaje": el niño que transporta cintas cinematográficas como si se tratase de amonal.
Celuloide explosivo. El cine (espacio, materia y arte) como instrumento de venganza histórica conforma la idea principal del film: un what if... que introduce personajes históricos en la trama (me recuerda a "El gran dictador" de Charles Chaplin, más aún, "Ser o no ser" de Ernst Lubitsch con teatro en vez de cine; y en el plano literario, "El hombre en el castillo" de Philip K. Dick: una referencia lejana pero una recomendación que siempre apetece hacer: ¿qué hubiera pasado si los Aliados hubieran perdido la guerra?). Hasta se producirá un combate de películas: la del carnicero francotirador Fredrick Zoller (Daniel Brühl demostrando una inusitada potencia de fuego) y la de la cinéfila francesa (Mélanie Laurent, otro gran descubrimiento). Cine destructor o cine redentor: todo depende del bando en el que se luche.
Un grupo salvaje de vengadores judíos. Un grupo apenas creado y que en el siguiente fotograma ya es un mito temido: el Oso Judío, el Golem invencible (y ahora me acuerdo de "Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay" de Michael Chabon: judíos que combaten creando superhéroes de cómic para que le zurren a Hitler: venganza en efigie). 8 hombres con la misión de recolectar 800 cabelleras nazis: crueles y despiadados como lo ha sido el ejercito alemán con sus correligionarios. Un batallón suicida y una joven superviviente, ángeles justicieros cuya fuerza de voluntad puede llevarles a cambiar el destino ya escrito hace muchos años. 70 van ya, de un pasado inamovible. Sólo existe el pasado.
Tarantino reescribe la historia a su manera y lo hace, además, de forma políglota, un acierto que le permite jugar con los acentos (la ausencia de subtítulos en algún momento, para jugar también con el espectador situado en el fuera de campo) y los malentendidos de lenguajes ajenos, situaciones que debieron ser habituales entre personajes llegados de todas partes para morir en tierra extranjera. Y a pesar de algún altibajo final, al autor le sale una buena película. Como de costumbre.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)