El Departamento de Empleo del Estado de Florida era un lugar agradable. No había tanta gente como en el de Los Ángeles, que estaba siempre a tope. Ya era hora de que tuviese un poco de suerte, no mucha, un poquito bastaba. Cierto que yo no tenía muchas ambiciones, pero tenía que haber un lugar para la gente sin ambiciones, quiero decir un sitio mejor que el que se reserva habitualmente para esta gente. ¿Cómo coño podía un hombre disfrutar si su sueño era interrumpido a las 6:30 de la mañana por el estrépito de un despertador, tenía que saltar fuera de la cama, vestirse, desayunar sin ganas, cagar, mear, cepillarse los dientes y el pelo y pelear con el tráfico hasta llegar a un lugar donde esencialmente ganaba cantidad de dinero para algún otro y aún así se le exigía mostrarse agradecido por tener la oportunidad de hacerlo?
Charles Bukowski "Factotum", Cap. 55
Este párrafo de "Factotum" circula por Internet (en concreto la larga interrogación del final, si bien en una traducción bastante más políticamente correcta que la que yo apunto: aplicar eufemismos a los textos de Bukowski es un sinsentido) como ejemplo de la mansedumbre forzosa de la clase trabajadora actual. La reflexión de Jean Luc-Godard en "Dos o o tres cosas que yo sé de ella" entronca con esa de Bukowski, si bien trasciende el objetivo expuesto de sobrevivir a toda costa, de ganar dinero como sea para mantener una casa y una familia (o al menos esa loable ambición de alimentarse y dormir bajo un techo), para llevar esa postura a un podio descerebrado. Un ama de casa de una familia acomodada se prostituye y se va de tiendas a fundirse el beneficio: la prostitución como alegoría de la alienación total a las metas del capitalismo: consume hasta morir, compra sin descanso, vive atrapado en un maelstrom infinito de deseo vacuo, imposible de satisfacer. Si en "Vivir su vida" Godard ya había abordado el tema de la prostitución desde un punto de vista austero, enfocado en el drama vital de su protagonista (hipnótica Anna Karina), pincelando una estética desposeída y gris, en "Dos o tres cosas que yo sé de ella" la perspectiva será política: la civilización del culo que se anunciaba en "Pierrot el loco" es ahora diseccionada y analizada con propósito documental: documental estilo Godard, por supuesto. Intelectualismo cinematográfico extremo: descolocar al espectador que se interroga por la naturaleza de lo que está viendo, sometido a la subversión de las reglas narrativas del cine, obligado a encontrar la relación entre la imagen y su significado: relativismo fílmico. El fin es crear un lenguaje nuevo porque todo conocimiento humano está delimitado por una gramática descriptiva: sólo se conoce lo que se puede nombrar.
La guerra del Vietnam es protagonista del telón de fondo, conflicto alentado por el capitalismo que invade, que globaliza, proceso de aculturación que sólo tiene billete de ida, aculturación rentable y castradora en su uniformidad mediocre. Porque, ¿quién es ella, esa de la que se saben dos o tres cosas? Ella es París, una ciudad en plena transformación en los años 60. En el pasado uno se atribuía la ciudad, je suis parisienne, la ciudad formaba al individuo porque la ciudad poseía un carácter propio que se transmitía al habitante. Ahora es la no-ciudad la protagonista: centros históricos transformados en parques temáticos de los que se ha desterrado al nativo, convertido en habitante forzoso de periferias graníticas como nichos o de aberrantes extensiones de adosados clónicos. Comercios todos iguales, parques todos iguales, calles todas iguales, sin importar el pueblo, la provincia, el país. Sabes que estás en otra ciudad porque te lo dice el GPS o porque el oído percibe diferencias de pronunciación, y eso si es que llegas a entablar conversación con algún lugareño. El individuo más sólo cada vez, más prostituido y más angustiado, obnubilado por promesas fallidas de bienestar aséptico e insulso. Al año siguiente del estreno de "Dos o tres cosas que yo sé de ella" dicen los libros de historia que se produjo en Francia una fuerte reacción en contra de la sociedad de consumo que denunció Godard en su película, algo que llaman Mayo del 68.
Cine y revolución.