La ruptura.
Silencios, miradas huidizas, emociones contenidas, frases breves de esperanza y de rechazo: una noche en vela por la muerte del amor. Se escenifica el fin de la relación de una pareja formada por Riccardo (Paco Rabal) y Vittoria (Monica Vitti) y para ello se realizan todos los planos, todos los ángulos de cámara, produciendo un catálogo cinematográfico de múltiples posibilidades de filmar en el interior de una habitación. La visión del director se manifiesta geométrica y predispuesta a capturar la arquitectura (interior y exterior) del espacio de rodaje.
La Bolsa.
El mundo moderno crea sistemas incomprensibles de generación de beneficios (el capitalismo ficción de Vicente Verdú en versión Sixties), ocultando a su vez el destino de todo el dinero que se pierde: juego de tahúres dedicados a desplumar incautos. La Bolsa de Roma ocupaba en los años de la película el edificio del antiguo Templo de Adriano: augures que realizaban predicciones basadas en el vuelo de los pájaros se reencarnan en corredores de bolsa con el mismo poder de adivinación y las mismas opciones de acierto y de error: dos milenios de historia y no se ha aprendido nada. Los broker en acción desarrollan una coreografía poderosa de gestos y gruñidos, el ring del parquet lleno de apuestas y de tongos, pelea de gallos, que no escapa al ojo certero del director.
La pasión.
Vittoria, belleza sensual de rubia latina se encuentra con Piero (Alain Delon), lobo de las cotizaciones con piel de cordero. Flirteo lleno de sobreentendidos, pura química actoral que aparece cuando al celuloide se le otorgan el máximo de matices. Carga erótica arrebatadora en escotes fugaces y en tirantes rotos, en dos que se buscan y se estrellan, pero el uno contra el otro.
El eclipse.
Epílogo donde desaparecen los protagonistas. Vuelve la experimentación cinematográfica del comienzo y ahora la clave está en el montaje. Las calles desiertas anuncian la llegada de la noche, o de un apocalipsis nuclear o de un eclipse. De un final, sin duda. A mi me pareció un final magistral.
jueves, noviembre 25, 2010
lunes, noviembre 22, 2010
"El buscavidas", de Robert Rossen
Si yo fuera Eddie Felson.
Si yo fuera Eddie Felson habría atravesado un día las puertas de una sala de billar neoyorquina llamada "Ames" llevando bajo el brazo la caja de mi taco como si se tratara de la trompeta de Chet Baker. Habría desafiado al Gordo de Minnesota y habría jugado con él al billar americano durante 25 horas seguidas. Durante aquella noche habría llegado a ganarle 18.000 dolares para volver a perderlos porque una vez que se alcanza la cumbre solo queda descender. Me habría bebido un par de botellas de whisky "J.T.S. Brown" junto a un cartel que dice "No Masse Shots Allowed", habría hecho moverse de su silla al ganster más hijo de puta del garito y me habría partido de risa diciéndole al Gordo lo guapísimo que seguía después de tantas horas de partida. Habría mandado a la mierda a mi socio por no entender que el dinero no cuenta cuando te vas a comer al pez más gordo y me habría desplomado borracho y agotado junto a la mesa de billar, en un suelo mugriento de ceniza y alcohol, por no haberle hecho caso.
Si yo fuera Eddie Felson me habría despertado al día siguiente en un camastro decorado a punta de navaja de un hotel barato, masticando mi resaca y mi derrota, loco por volver a acariciar la gloria y por volver a perderla.
Si yo fuera Eddie Relámpago Felson, todo lo demás qué importa.
Si yo fuera Eddie Felson habría atravesado un día las puertas de una sala de billar neoyorquina llamada "Ames" llevando bajo el brazo la caja de mi taco como si se tratara de la trompeta de Chet Baker. Habría desafiado al Gordo de Minnesota y habría jugado con él al billar americano durante 25 horas seguidas. Durante aquella noche habría llegado a ganarle 18.000 dolares para volver a perderlos porque una vez que se alcanza la cumbre solo queda descender. Me habría bebido un par de botellas de whisky "J.T.S. Brown" junto a un cartel que dice "No Masse Shots Allowed", habría hecho moverse de su silla al ganster más hijo de puta del garito y me habría partido de risa diciéndole al Gordo lo guapísimo que seguía después de tantas horas de partida. Habría mandado a la mierda a mi socio por no entender que el dinero no cuenta cuando te vas a comer al pez más gordo y me habría desplomado borracho y agotado junto a la mesa de billar, en un suelo mugriento de ceniza y alcohol, por no haberle hecho caso.
Si yo fuera Eddie Felson me habría despertado al día siguiente en un camastro decorado a punta de navaja de un hotel barato, masticando mi resaca y mi derrota, loco por volver a acariciar la gloria y por volver a perderla.
Si yo fuera Eddie Relámpago Felson, todo lo demás qué importa.
lunes, noviembre 15, 2010
"La playa de los galgos", de Mario Camus
El 29 de enero de 1981, la banda terrorista ETA secuestra a José María Ryan, ingeniero jefe de la central nuclear de Lemóniz. O en una semana se demolía el edificio de la central, que estaba en construcción, o el rehén moría. A pesar de manifestaciones, huelgas y protestas, no se ablandaron los chantajistas: el cadáver, atado y amordazado, aparece en medio del monte con un tiro en la nuca: un asesinato cruel y cobarde que puso de manifiesto la absoluta falta de piedad de los terroristas. Si al apuntarse al carro de la protesta anti-nuclear pretendían sumar apoyos populares, el secuestro y posterior ejecución de Ryan provocó un efecto totalmente contrario (de hecho lo que sí lograron fue detener la construcción de la central, con éste y otros asesinatos y actos de sabotaje; la central nunca llegaría a ponerse en marcha y con ella otros cuatro proyectos: la moratoria nuclear, que aún pagamos en cada recibo de la luz).
¿Quién puede dormir por las noches después de haber cometido un acto tan salvaje?
Dos temas de actualidad: ETA, que tristemente sigue ocupando titulares de periódicos si bien se ve luz al final del túnel de tantos años de violencia, y Mario Camus. El director de cine santanderino (cuenta en su trayectoria con películas como "Los pájaros de Báden-Báden", "La colmena", "Los santos inocentes", "Adosados" o series de televisión como "Los camioneros" o "Fortuna y Jacinta") tendrá un muy merecido Goya de Honor en la siguiente gala de los premios del cine español. El tema de ETA ya era telón de fondo en otra película suya, "Sombras en una batalla". En "La playa de los galgos", a partir de un suceso ficticio pero con referencias claras al descrito al principio de la entrada, Mario Camus crea una historia de víctimas: el asesino (Gustavo Salmerón) convertido en una bestia acosada, un paranoico que vive escondido en el extranjero atemorizado por recibir la misma bala que él disparo a otros; su hermano (Carmelo Gómez), un panadero sin ideales, tímido y solitario, que soporta la carga de tener semejante familiar y que a la vez se preocupa por su destino: 'al fin y al cabo es mi hermano', dice; una bella desconocida (Claudia Gerini): el espectador adivina pronto sus posibles intenciones pero tardará en descubrir sus motivos, uno de los puntales del guión de esta película; y por último una niña paralizada de miedo, la hija de un psiquiatra argentino (Miguel Angel Solá), cuya nacionalidad parece un tópico pero que sirve para enlazar con otro terrorismo, el terrorismo de estado: los vuelos de la muerte (al menos la transición argentina a la democracia ha permitido, años después y tras ignorar los indultos y las vergonzosas leyes de Punto Final del gobierno de Carlos Menem, poner en el banquillo a los responsables de aquellas barbaridades): una película sobre el tema, "Garage Olimpo", de Marco Bechis.
Un asesinato produce una onda expansiva de dolor que alcanza a todos los que se encuentran cerca, propone el director, que prepara en esta historia un fuerte cóctel de crímenes y sentimientos, con personajes densos encarnados en excelentes actores, y dedica una película a un tema que no tiene mucha presencia en nuestro cine y que cuando alguien se decide a llevarlo a fotogramas, suele levantar más ampollas que pasiones.
¿Quién puede dormir por las noches después de haber cometido un acto tan salvaje?
Dos temas de actualidad: ETA, que tristemente sigue ocupando titulares de periódicos si bien se ve luz al final del túnel de tantos años de violencia, y Mario Camus. El director de cine santanderino (cuenta en su trayectoria con películas como "Los pájaros de Báden-Báden", "La colmena", "Los santos inocentes", "Adosados" o series de televisión como "Los camioneros" o "Fortuna y Jacinta") tendrá un muy merecido Goya de Honor en la siguiente gala de los premios del cine español. El tema de ETA ya era telón de fondo en otra película suya, "Sombras en una batalla". En "La playa de los galgos", a partir de un suceso ficticio pero con referencias claras al descrito al principio de la entrada, Mario Camus crea una historia de víctimas: el asesino (Gustavo Salmerón) convertido en una bestia acosada, un paranoico que vive escondido en el extranjero atemorizado por recibir la misma bala que él disparo a otros; su hermano (Carmelo Gómez), un panadero sin ideales, tímido y solitario, que soporta la carga de tener semejante familiar y que a la vez se preocupa por su destino: 'al fin y al cabo es mi hermano', dice; una bella desconocida (Claudia Gerini): el espectador adivina pronto sus posibles intenciones pero tardará en descubrir sus motivos, uno de los puntales del guión de esta película; y por último una niña paralizada de miedo, la hija de un psiquiatra argentino (Miguel Angel Solá), cuya nacionalidad parece un tópico pero que sirve para enlazar con otro terrorismo, el terrorismo de estado: los vuelos de la muerte (al menos la transición argentina a la democracia ha permitido, años después y tras ignorar los indultos y las vergonzosas leyes de Punto Final del gobierno de Carlos Menem, poner en el banquillo a los responsables de aquellas barbaridades): una película sobre el tema, "Garage Olimpo", de Marco Bechis.
Un asesinato produce una onda expansiva de dolor que alcanza a todos los que se encuentran cerca, propone el director, que prepara en esta historia un fuerte cóctel de crímenes y sentimientos, con personajes densos encarnados en excelentes actores, y dedica una película a un tema que no tiene mucha presencia en nuestro cine y que cuando alguien se decide a llevarlo a fotogramas, suele levantar más ampollas que pasiones.
jueves, noviembre 11, 2010
Faemino y Cansado
Un viejo anhelo se ha cumplido: ver actuar en vivo a la pareja de cómicos que más me han hecho reír sentado delante de una televisión. Ahora también son la pareja de cómicos que más me han hecho reír sentado en un teatro e intuyo que alcanzarían ese logro independientemente de donde me encuentre yo sentado. O de pié.
Pareja dispar, como es común en el negocio de la carcajada: caracteres opuestos que se complementan a la perfección: el derroche gestual de Faemino y la verborrea incansable (precisamente) de Cansado. La estructura del espectáculo es parecida a la del ya mítico "Orgullo del tercer mundo" que hacían para la segunda cadena de Televisión Española en el año 1994: media hora de reír hasta llorar que esta noche se ha convertido en hora y media. Y casi me echo a llorar, pero más de nostalgia que de risa, cuando han aparecido en el escenario personajes como el Gran Mimón o Arroyito y Pozuelón (estos últimos sin cigarro en la mano y sin coñac en la copa -corrección: espectadores pegados al escenario acreditan que sí había coñac: se olía- y tampoco ha sonado en su entrada el "Dame veneno" de Los Chunguitos, pero no importa en absoluto). El absurdo mezclado con lo cotidiano como fuente inagotable de humor (fuente de la que han bebido otros como los chicos de "La hora Chanante"), estilo que crea legiones de seguidores fanáticos: humor arriesgado que al principio sorprende, extraña, ante el que no se sabe muy bien como reaccionar, pero una vez que le coges el punto no tienes escapatoria posible: partirse la caja, morir de risa.
-Acompáñeme al calabozo del teatro. -Qué va, qué va, qué va,... ¡yo leo a Kierkegaard!
Pareja dispar, como es común en el negocio de la carcajada: caracteres opuestos que se complementan a la perfección: el derroche gestual de Faemino y la verborrea incansable (precisamente) de Cansado. La estructura del espectáculo es parecida a la del ya mítico "Orgullo del tercer mundo" que hacían para la segunda cadena de Televisión Española en el año 1994: media hora de reír hasta llorar que esta noche se ha convertido en hora y media. Y casi me echo a llorar, pero más de nostalgia que de risa, cuando han aparecido en el escenario personajes como el Gran Mimón o Arroyito y Pozuelón (estos últimos sin cigarro en la mano y sin coñac en la copa -corrección: espectadores pegados al escenario acreditan que sí había coñac: se olía- y tampoco ha sonado en su entrada el "Dame veneno" de Los Chunguitos, pero no importa en absoluto). El absurdo mezclado con lo cotidiano como fuente inagotable de humor (fuente de la que han bebido otros como los chicos de "La hora Chanante"), estilo que crea legiones de seguidores fanáticos: humor arriesgado que al principio sorprende, extraña, ante el que no se sabe muy bien como reaccionar, pero una vez que le coges el punto no tienes escapatoria posible: partirse la caja, morir de risa.
-Acompáñeme al calabozo del teatro. -Qué va, qué va, qué va,... ¡yo leo a Kierkegaard!
lunes, noviembre 08, 2010
"La ola", de Dennis Gansel
El aula convertida en metáfora del mundo, microcosmos social, como en la magnífica "La clase" de Laurent Cantet. "La clase" recorría un año escolar alcanzando un grado de verismo extraordinario: el día a día también puede producir fotogramas asombrosos (y me viene a la memoria otra obra maestra con trasfondo de colegio: "Hoy empieza todo" de Bertrand Tavernier). "La ola", por otro lado, abarca una semana, el tiempo que dedica un grupo de alumnos a estudiar un tema muy concreto, la autocracia: con clases prácticas los conceptos siempre se fijan mejor en el intelecto. La acción trascurre en Alemania (la trama está basada en un experimento que se realizó en un instituto californiano en los años sesenta y que se denominó la tercera ola, y que siguió una trayectoria muy parecida a la que se refleja en la película de Dennis Gansel), de modo que cualquier referencia a dictaduras o totalitarismos es intrínsecamente problemática. 'Ahora es imposible que suceda algo como aquello', dice un alumno al recordar la época del nazismo: el profesor recoge la frase como si le hubieran arrojado un guante.
Un líder carismático que imponga orden y un uniforme que iguale a ejemplares humanos diversos, reducción a la media, y que asiente la idea de pertenencia a un grupo. Disciplina, iconografía, saludos, ideología y, por supuesto, un conjunto de desencantados, de inseguros, de náufragos: una panda de adolescentes buscando su lugar en el mundo. Las tribus urbanas de los ochenta no eran solo la identificación en símbolos, vestimentas y gustos musicales, también eran el desprecio al ajeno, al otro: el que no está conmigo, está contra mi: heavis, punkis, rockers y pijos: todos a la greña. El grupo se protege como una manada, el débil se hace fuerte y aparece la violencia, inevitable, cualidad que echa por tierra cualquier buena intención. Sin embargo la película no presenta a grupos de jóvenes especialmente conflictivos o rebeldes, no se trata de aulas incendiarias como las de "Rebelión en las aulas" de James Clavell, "El sustituto" de Robert Mandel o "Mentes peligrosas" de John N. Smith. El experimento de "La ola" triunfa con chavales típicos de clase media: los fascismos triunfaron siempre con masas de gente corriente.
'Todos los lunes te tomas una pastilla para poder acudir al aula', le dice el profesor Rainer Wenger a su mujer, profesora también. El maestro que consigue, al fin, la atención de los alumnos, su motivación y su seguimiento incondicional: un sueño. Al final, una pesadilla. Cuidado con abrir la caja de los truenos. Volverán banderas...
Una película muy interesante.
Un líder carismático que imponga orden y un uniforme que iguale a ejemplares humanos diversos, reducción a la media, y que asiente la idea de pertenencia a un grupo. Disciplina, iconografía, saludos, ideología y, por supuesto, un conjunto de desencantados, de inseguros, de náufragos: una panda de adolescentes buscando su lugar en el mundo. Las tribus urbanas de los ochenta no eran solo la identificación en símbolos, vestimentas y gustos musicales, también eran el desprecio al ajeno, al otro: el que no está conmigo, está contra mi: heavis, punkis, rockers y pijos: todos a la greña. El grupo se protege como una manada, el débil se hace fuerte y aparece la violencia, inevitable, cualidad que echa por tierra cualquier buena intención. Sin embargo la película no presenta a grupos de jóvenes especialmente conflictivos o rebeldes, no se trata de aulas incendiarias como las de "Rebelión en las aulas" de James Clavell, "El sustituto" de Robert Mandel o "Mentes peligrosas" de John N. Smith. El experimento de "La ola" triunfa con chavales típicos de clase media: los fascismos triunfaron siempre con masas de gente corriente.
'Todos los lunes te tomas una pastilla para poder acudir al aula', le dice el profesor Rainer Wenger a su mujer, profesora también. El maestro que consigue, al fin, la atención de los alumnos, su motivación y su seguimiento incondicional: un sueño. Al final, una pesadilla. Cuidado con abrir la caja de los truenos. Volverán banderas...
Una película muy interesante.
miércoles, noviembre 03, 2010
"Himalaya", de Eric Valli
Película que tiene el honor de ser la primera película nepalí nominada al Oscar a la mejor película extranjera. Pero como exponente de lo que debe ser la cinematografía del Nepal, no creo que sea un buen ejemplo: la coproducción francesa (que debe ser casi total: la película tiene pinta de haber costado sus buenos francos) invade los créditos: director, productores, guionistas, todos los técnicos, la banda sonora. Todo francés menos los actores, claro. Desde el comienzo tiene pinta de documental de National Geographic, no en vano su director ha trabajado (me cuenta la wikipedia) como fotógrafo para la famosa Society durante la mayor parte de su carrera. Pinta de documental y más tarde de cuento infantil, de tradición oral embellecida por siglos de contarla: la acción puede transcurrir en época actual o ser del siglo III a.C.: no hay ningún signo de modernidad en las imágenes.
La historia se inicia con una caravana (mucho pelo de yak en los fotogramas) que regresa a un pueblo aislado del Himalaya. Retorna con el cadáver del jefe del poblado que ha muerto durante el viaje: angostos desfiladeros que atraviesan la tierra yerma y desierta del techo del mundo. Al parecer el cargo de jefatura debe ser hereditario, de modo que el padre del jefe muerto (antiguo jefe a su vez, llamado Tinle) quiere que sea su nieto Passang el ocupante del trono, frente a otro pretendiente local, Karma, que parece más dotado para guiar caravanas por las montañas y ser el reyezuelo de esta pobre gente: a falta de democracia, la ley del más fuerte. Al difunto, de momento, entierro ritual: despedazar el cadáver y que se lo coman los buitres: eso sí que es un funeral ecológico.
A los cinco minutos de empezar estoy tentando de dejar que el DVD pase a mejor vida: el doblaje al castellano resulta pueril, diálogos new age, no te crees que la gente común hable de esa forma. Pero ya que este título lo mencionó un amigo del que fiarse, le daremos una oportunidad: cambiar a versión original subtitulada resulta ser un acierto, como la mayoría de las veces: parece mentira lo bonito que es el nepalí bien entonado, fíjate tú.
Asistiremos a una incruenta guerra carlista entre Tinle y Karma. El primero representa la tradición y la superstición y quiere mantener sus privilegios a toda costa (viejo mezquino) y el segundo da muestras de iniciativa y pragmatismo aunque tampoco parezca, precisamente, un revolucionario del Mayo francés. De todos modos este último será el que se lleve mis simpatías. La cinta se ve como una película de aventuras (de esas para ver "en familia": ay, que calificativo más cruel) entretenida y bonita. La vida del ser humano que pasa penalidades sin cuento para sobrevivir en los medios más inhóspitos recibe en esta ocasión un punto de vista idealizado y amable: catarsis final y son los dioses los que vencen, lamentablemente. Sociedades ancladas en religiones ancestrales y en ritos ininteligibles de adivinación y culto a las fuerzas de la naturaleza.
Recomendación por recomendación: "A time for drunken horses" de Bahman Ghobadi (sí, el director de "Las tortugas también vuelan"). En esa salen caravanas que atraviesan montañas, como en "Himalaya", pero son caravaneros más acordes a la realidad. Lamentablemente, también.
La historia se inicia con una caravana (mucho pelo de yak en los fotogramas) que regresa a un pueblo aislado del Himalaya. Retorna con el cadáver del jefe del poblado que ha muerto durante el viaje: angostos desfiladeros que atraviesan la tierra yerma y desierta del techo del mundo. Al parecer el cargo de jefatura debe ser hereditario, de modo que el padre del jefe muerto (antiguo jefe a su vez, llamado Tinle) quiere que sea su nieto Passang el ocupante del trono, frente a otro pretendiente local, Karma, que parece más dotado para guiar caravanas por las montañas y ser el reyezuelo de esta pobre gente: a falta de democracia, la ley del más fuerte. Al difunto, de momento, entierro ritual: despedazar el cadáver y que se lo coman los buitres: eso sí que es un funeral ecológico.
A los cinco minutos de empezar estoy tentando de dejar que el DVD pase a mejor vida: el doblaje al castellano resulta pueril, diálogos new age, no te crees que la gente común hable de esa forma. Pero ya que este título lo mencionó un amigo del que fiarse, le daremos una oportunidad: cambiar a versión original subtitulada resulta ser un acierto, como la mayoría de las veces: parece mentira lo bonito que es el nepalí bien entonado, fíjate tú.
Asistiremos a una incruenta guerra carlista entre Tinle y Karma. El primero representa la tradición y la superstición y quiere mantener sus privilegios a toda costa (viejo mezquino) y el segundo da muestras de iniciativa y pragmatismo aunque tampoco parezca, precisamente, un revolucionario del Mayo francés. De todos modos este último será el que se lleve mis simpatías. La cinta se ve como una película de aventuras (de esas para ver "en familia": ay, que calificativo más cruel) entretenida y bonita. La vida del ser humano que pasa penalidades sin cuento para sobrevivir en los medios más inhóspitos recibe en esta ocasión un punto de vista idealizado y amable: catarsis final y son los dioses los que vencen, lamentablemente. Sociedades ancladas en religiones ancestrales y en ritos ininteligibles de adivinación y culto a las fuerzas de la naturaleza.
Recomendación por recomendación: "A time for drunken horses" de Bahman Ghobadi (sí, el director de "Las tortugas también vuelan"). En esa salen caravanas que atraviesan montañas, como en "Himalaya", pero son caravaneros más acordes a la realidad. Lamentablemente, también.
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