La chica del corazón de oro. Un cuento sobre una niña llamada Corazón de oro, un recuerdo infantil, condujo a Lars Von Trier a escribir y rodar "Rompiendo las olas". I crossed the ocean for a heart of gold, cantaba Neil Young. Pero Bess (Emily Watson) no será la única chica buena que aparezca en la filmografía del director danés. Selma (Björk) en "Bailar en la oscuridad" o Grace (Nicole Kidman) en "Dogville", alcanzarán notables cotas de bondad, si bien sería más acertado definir su comportamiento como sumisión a la voluntad ajena o, mejor aún, a la maldad ajena: tonta de puro buena: estajanovistas del consentimiento. Lars Von Trier es un estupendo director de actrices. Consigue que algunas de ellas echen el resto y borden actuaciones capaces de alzarse con el aprecio rotundo de la crítica internacional. De hecho, he leído escritos feroces contra las películas de Von Trier pero no recuerdo malas críticas hacia las interpretaciones de sus protagonistas absolutas. Mira por dónde, hoy igual le cae una...
La mujer y la religión, temas recurrentes en su carrera. Bess vive en un ambiente opresivo, tierras de penumbra del norte de Escocia dominadas por una severa comunidad calvinista, impermeable a cualquier señal de alegría (¿cómo no recordar "El festín de Babette" aquella joya de otro gran director danés, Gabriel Axel? El dogma vencido por el pecado de la gula). Se casa con un trabajador de una plataforma petrolífera, Jan (Stellan Skarsgård), historia de amor que parece contagiarse por el hedor rancio y malsano que emana del pueblo de Bess y que amenaza con terminar no mal, sino mucho peor: el barco donde los ojos claros de Udo Kier, un habitual del cine de Lars Von Trier, vigilan la puerta del Infierno. La verdad es que "Rompiendo las olas" se encuentra entre las películas de este director que menos me han gustado. La estética sucia, el movimiento continuo de la cámara, el estilo documental, el grano gordo de la fotografía, la dictadura del paisaje (la naturaleza poderosa y el hombre sometido a lo que ésta quiera hacer de él: el cine de Antonioni y sobre todo "El grito", aunque en ésa la víctima sea el hombre), todo estupendo. Pero creo que el hartazgo y el aburrimiento me surgen por la actuación intensa de Emily Watson, lunática, bipolar y alucinada que, aunque sean exigencias del guión, se conduce con una impostura (le quedaría mucho por rodar, era su debut frente a las cámaras) que me arroja fuera de los fotogramas, me desconecta de la trama y me induce al bostezo: tan plomiza la atmósfera que el celuloide terminó por convertirse en un plomo.
Una lástima.
Pero la canción de Neil Young, no.
miércoles, octubre 29, 2014
jueves, octubre 23, 2014
"NYMPH()MANIAC", de Lars von Trier
Cierre (de momento y si fueran tres) a la trilogía de la depresión, junto a "Anticristo" y "Melancolía", de la depresión que el director danés, parece ser, padeció en su día. Trilogía genial, al menos en las dos primeras, no tanto en esta larguísima (en dos volúmenes) "Nymphomaniac". Trilogía del trampantojo: ni "Anticristo" es una película de terror, ni "Melancolía" es cine de catástrofes, ni "Nymphomaniac" es una porno. En las tres se exploran estados alterados de la personalidad, ya sean producidos por circunstancias externas, altamente traumáticas, que desencadenan el drama, o por las características ocultas en la naturaleza del ser humano, alelos combinados de forma caprichosa y sorprendente: pura química: la química de la mente y de los recuerdos, sobre todo de éstos, que se desvanecen como el nitrato de plata de un antiguo daguerrotipo, produciendo una impronta siempre falsa: lo único que es importante recordar, que todo recuerdo es mentiroso.
En "Nymphomaniac" se acude constantemente al recuerdo, flash-back, que si no mentiroso, al menos puede resultar increíble por descabellado: será que mis recuerdos tienen más de descabello que de descabellados. La confesión al ser puro, al individuo alejado de cualquier contaminación mundana, aquel en el que toda experiencia adquirida nunca fue experimentada, en el que todo conocimiento surge de las páginas asépticas de los libros. Es, por tanto, el conocimiento teórico del sacerdote (en teoría: la virtud del sacerdote se supone, perdón, se suponía), del que no conoce el pecado y sin embargo, gran paradoja, está acreditado para escuchar relatos tumultuosos y emitir dictámenes. Acotaciones será lo que reparta con fruición de listillo Seligman (Stellan Skarsgård) al escuchar las andanzas de Joe (Charlotte Gainsbourg) y esas acotaciones son lo mejor que ofrece esta cinta: la transformación en parábolas, en conexiones metafóricas que dan pie a un sermón de propósitos moralizantes: la religión forma buena parte del trasfondo ético de la trama: el pecado (volumen I) y la penitencia (volumen II): Joe el demonio y el judío Seligman... el otro. Sus diálogos son la parte más interesante de la película.
La búsqueda acaparadora de Joe, el ansia frenética de agotar sus capacidades sexuales destruye a todo el que se acerca a ella, Seligman incluido, y su trayectoria vital se pude asimilar a la de una yonki irredenta, una persona desahuciada de sí misma que antepone satisfacer su adicción a cualquier otra cosa, el yonki que cada vez necesita una dosis mayor para retornar al nirvana del chute, una cumbre del gozo que termina siendo inalcanzable. Charlotte Gainsbourg exigida al máximo, otra vez: Lars Von Trier no le ha concedido tregua en las películas mencionadas en esta entrada. Y sorprende toparse con Shia LaBeouf lejos de automóviles robóticos y ropajes hollywoodienses, lo mismo que sorprende la intervención genial de Uma Thurman en otro de los mejores pasajes (la señora H. del tercer episodio de los ocho que componen "Nymphomaniac") de la cinta, uno que remite al cine más antiguo de Von Trier, el de "Los idiotas" y el nihilismo cinematográfico del movimiento Dogma.
Genitales digitales: si la pornografía es sexualidad circense simulada, en algunas escenas de "Nymphomaniac" la cualidad de simulación es mucho más extrema aún. Y si el efecto que pretende la pornografía es el de conducir al espectador a un estado de excitación sexual, "Nymphomaniac" lo único que puede conseguir en ese sentido es que el voyeur ocasional aborrezca el sexo para el resto de sus días. Joe balancea de la lujuria a la tristeza post coitum y de ahí a la impotencia y la ira. El pecado capital se hace mortal y de nuevo Lars Von Trier, ese loco, pero magistral, cineasta danés, ni hace prisioneros, ni da cuartel.
En "Nymphomaniac" se acude constantemente al recuerdo, flash-back, que si no mentiroso, al menos puede resultar increíble por descabellado: será que mis recuerdos tienen más de descabello que de descabellados. La confesión al ser puro, al individuo alejado de cualquier contaminación mundana, aquel en el que toda experiencia adquirida nunca fue experimentada, en el que todo conocimiento surge de las páginas asépticas de los libros. Es, por tanto, el conocimiento teórico del sacerdote (en teoría: la virtud del sacerdote se supone, perdón, se suponía), del que no conoce el pecado y sin embargo, gran paradoja, está acreditado para escuchar relatos tumultuosos y emitir dictámenes. Acotaciones será lo que reparta con fruición de listillo Seligman (Stellan Skarsgård) al escuchar las andanzas de Joe (Charlotte Gainsbourg) y esas acotaciones son lo mejor que ofrece esta cinta: la transformación en parábolas, en conexiones metafóricas que dan pie a un sermón de propósitos moralizantes: la religión forma buena parte del trasfondo ético de la trama: el pecado (volumen I) y la penitencia (volumen II): Joe el demonio y el judío Seligman... el otro. Sus diálogos son la parte más interesante de la película.
La búsqueda acaparadora de Joe, el ansia frenética de agotar sus capacidades sexuales destruye a todo el que se acerca a ella, Seligman incluido, y su trayectoria vital se pude asimilar a la de una yonki irredenta, una persona desahuciada de sí misma que antepone satisfacer su adicción a cualquier otra cosa, el yonki que cada vez necesita una dosis mayor para retornar al nirvana del chute, una cumbre del gozo que termina siendo inalcanzable. Charlotte Gainsbourg exigida al máximo, otra vez: Lars Von Trier no le ha concedido tregua en las películas mencionadas en esta entrada. Y sorprende toparse con Shia LaBeouf lejos de automóviles robóticos y ropajes hollywoodienses, lo mismo que sorprende la intervención genial de Uma Thurman en otro de los mejores pasajes (la señora H. del tercer episodio de los ocho que componen "Nymphomaniac") de la cinta, uno que remite al cine más antiguo de Von Trier, el de "Los idiotas" y el nihilismo cinematográfico del movimiento Dogma.
Genitales digitales: si la pornografía es sexualidad circense simulada, en algunas escenas de "Nymphomaniac" la cualidad de simulación es mucho más extrema aún. Y si el efecto que pretende la pornografía es el de conducir al espectador a un estado de excitación sexual, "Nymphomaniac" lo único que puede conseguir en ese sentido es que el voyeur ocasional aborrezca el sexo para el resto de sus días. Joe balancea de la lujuria a la tristeza post coitum y de ahí a la impotencia y la ira. El pecado capital se hace mortal y de nuevo Lars Von Trier, ese loco, pero magistral, cineasta danés, ni hace prisioneros, ni da cuartel.
sábado, octubre 18, 2014
Revista. La Caja de Pandora nº 9 "Guerra"
Art by Tomas Serrano
"La Caja de Pandora", fanzine digital sobre cine y otras artes, revista en la que tengo el placer de participar, lanza un nuevo número. En esta ocasión un especial "Guerra", uno de los géneros cinematográficos por excelencia, sobre todo desde que se verificó su efecto propagandístico y patriotero, su capacidad para inflamar el espíritu guerrero del ciudadano más pacífico: de la sala de cine a la de reclutamiento.
Este pequeño Licantropunk contribuye al contenido de la publicación con un escrito sobre una película que quedó marcada en su día como uno de los títulos más dolorosos que jamás contemplé: "La tumba de las luciérnagas" de Isao Takahata. El cine bélico muestra en esta cinta su vertiente más acertada: el cine antibélico: los desastres de la guerra. Desde el candoroso anime del estudio Gibli surgen unos fotogramas desgarradores que no tienen contemplaciones a la hora de remover conciencias, de desvelar toda la crudeza que la situación de huérfanos de guerra abandonados a su suerte puede contener. Un verdadero horror. Una película que hay que ver.
Enhorabuena por este fantástico ejemplar de la revista a todos los que colaboran en ella y, por supuesto. a José Ángel de Dios, su director, coordinador, maquetador, además de articulista: nueve números ya y otro anunciado.
A "La Caja de Pandora" se puede acceder a través de:
http://cajadepandoramagazine.blogspot.com.es/2014/10/la-caja-de-pandora-especial-guerra.html
Lectura on-line: http://content.yudu.com/Library/A364xo/LaCajadePandoraEspec/resources/index.htm?referrerUrl=http%3A%2F%2Ffree.yudu.com%2Fitem%2Fdetails%2F2407083%2FLa-Caja-de-Pandora-Especial-Guerra
Enlace de descarga:
https://www.dropbox.com/s/lef6bw0k1h3mqs9/LA%20CAJA%20PANDORA%20GUERRA.pdf?dl=0
"La Caja de Pandora", fanzine digital sobre cine y otras artes, revista en la que tengo el placer de participar, lanza un nuevo número. En esta ocasión un especial "Guerra", uno de los géneros cinematográficos por excelencia, sobre todo desde que se verificó su efecto propagandístico y patriotero, su capacidad para inflamar el espíritu guerrero del ciudadano más pacífico: de la sala de cine a la de reclutamiento.
Este pequeño Licantropunk contribuye al contenido de la publicación con un escrito sobre una película que quedó marcada en su día como uno de los títulos más dolorosos que jamás contemplé: "La tumba de las luciérnagas" de Isao Takahata. El cine bélico muestra en esta cinta su vertiente más acertada: el cine antibélico: los desastres de la guerra. Desde el candoroso anime del estudio Gibli surgen unos fotogramas desgarradores que no tienen contemplaciones a la hora de remover conciencias, de desvelar toda la crudeza que la situación de huérfanos de guerra abandonados a su suerte puede contener. Un verdadero horror. Una película que hay que ver.
Enhorabuena por este fantástico ejemplar de la revista a todos los que colaboran en ella y, por supuesto. a José Ángel de Dios, su director, coordinador, maquetador, además de articulista: nueve números ya y otro anunciado.
A "La Caja de Pandora" se puede acceder a través de:
http://cajadepandoramagazine.blogspot.com.es/2014/10/la-caja-de-pandora-especial-guerra.html
Lectura on-line: http://content.yudu.com/Library/A364xo/LaCajadePandoraEspec/resources/index.htm?referrerUrl=http%3A%2F%2Ffree.yudu.com%2Fitem%2Fdetails%2F2407083%2FLa-Caja-de-Pandora-Especial-Guerra
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lunes, octubre 06, 2014
"Boyhood", de Richard Linklater
Lo importante será poner en valor esta película más allá de su condición especial, es decir, saber si hay una película detrás del experimento técnico cinematográfico. A fin de cuentas, el espectador no tiene por qué conocer de antemano las circunstancias del rodaje de esta cinta. Supongamos que un montador extrae una secuencia de cada uno de los capítulos de las tropecientas temporadas de la serie "Cuéntame como pasó" y las pone una a continuación de otra, de modo que se obtenga un metraje de tres horas (un montador realmente avezado en condensación de tramas) en el que se asiste a la evolución del niño Carlos Alcántara (Ricardo Gómez) desde los siete a los veinte años. Cuestiones de estilo y estética aparte, ¿no se obtendrían dos películas muy parecidas? Y si, en vez de acudir al famoso culebrón sobre la Transición, tomamos a François Truffaut rodando la episódica vida de Antoine Doinel desde la crecedera piel de Jean-Pierre Léaud (en un intervalo de veinte años, interpretó a Doinel en cinco títulos distintos) el ejemplo tendrá más lustre.
Pero la apuesta de Richard Linklater ha sido otra, un ejercicio antropológico rodado durante más de una década, apenas tres días de rodaje por año, un ejercicio premeditado, sin depender de que un índice de audiencia permita que una historia, y su grupo de actores, prolongue la trama hasta límites sólo alcanzables por productos televisivos. Y Linklater no es un novato en ese no uso del maquillaje para caracterizar la edad de sus actores: su trilogía romántica "Antes del... amanecer, atardecer y anochecer" es otro ejemplo de paciencia cinematográfica, de proyecto a largo plazo. Podría haber realizado un documental, pero "Boyhood", la niñez de un chico, es una ficción que procura ser veraz. Y lo logra. Nadie puede poner en duda que las circunstancias vitales del joven Mason (Ellar Coltrane) son creíbles. ¿Qué caracteriza, qué restringe y condiciona la infancia más que ninguna otra cosa? ¿El divorcio de los padres? ¿El trato violento de los mayores? ¿La humillación del colegio? ¿Las compañías, sean las buenas o las malas? Saltos en el tiempo hacia momentos que pueden ser clave o no, lo fundamental o lo cotidiano, y un espectador que debe llenar el espacio en blanco entre escenas, para adivinar los cambios en la vida de Mason. Nada del otro mundo, tampoco: una dramatización que intenta representar una realidad bastante estándar: la falta de pasión de la costumbre.
El paso de la edad representado de forma un tanto simplona por la ambientación, pistas almacenadas en una cápsula del tiempo: la evolución de las videoconsolas, de los televisores, de los teléfonos móviles, de la música, hasta el fenómeno Harry Potter hace presencia. Ellar Coltrane y Lorelei Linklater (sí, hija de) dos hermanos prisioneros en un álbum de recuerdos de familia, no logran producir gran empatía, sobre todo ella, que de un inicio prometedor (la graciosa escena de falsa pelea en el dormitorio) de niña de armas tomar se diluye rápidamente en adolescente sosa. Si algún personaje de la trama ha conseguido conmoverme, sin duda será el del padre, interpretado por Ethan Hawke, un actor que nació casi el mismo año y casi el mismo día que yo: su metamorfosis en los fotogramas será aterradora: adiós al Pontiac GTO y a la pinta de músico cool, hola al rifle y la Biblia, o, lo que es lo mismo, la rebeldía aplacada por la edad y eso tan perro llamado circunstancias. Y la música como única redención posible.
Mason convertido en fotógrafo: la vida filmada ahora es el ojo que mira y se rebela además contra la invasión tecnológica actual: romper la cuarta pared, salir por la puerta de atrás del decorado y, como Truman, el hombre verdadero, el que logró escapar de la caverna platónica, ponerse a salvo de la mirada constante (la palabra precisa, la sonrisa perfecta) y no volver nunca más. Y, por si no nos vemos luego, buenos días, buenas tardes y buenas noches (esto último, dedicado especialmente a su mencionada trilogía, Mr. Linklater).
Pero la apuesta de Richard Linklater ha sido otra, un ejercicio antropológico rodado durante más de una década, apenas tres días de rodaje por año, un ejercicio premeditado, sin depender de que un índice de audiencia permita que una historia, y su grupo de actores, prolongue la trama hasta límites sólo alcanzables por productos televisivos. Y Linklater no es un novato en ese no uso del maquillaje para caracterizar la edad de sus actores: su trilogía romántica "Antes del... amanecer, atardecer y anochecer" es otro ejemplo de paciencia cinematográfica, de proyecto a largo plazo. Podría haber realizado un documental, pero "Boyhood", la niñez de un chico, es una ficción que procura ser veraz. Y lo logra. Nadie puede poner en duda que las circunstancias vitales del joven Mason (Ellar Coltrane) son creíbles. ¿Qué caracteriza, qué restringe y condiciona la infancia más que ninguna otra cosa? ¿El divorcio de los padres? ¿El trato violento de los mayores? ¿La humillación del colegio? ¿Las compañías, sean las buenas o las malas? Saltos en el tiempo hacia momentos que pueden ser clave o no, lo fundamental o lo cotidiano, y un espectador que debe llenar el espacio en blanco entre escenas, para adivinar los cambios en la vida de Mason. Nada del otro mundo, tampoco: una dramatización que intenta representar una realidad bastante estándar: la falta de pasión de la costumbre.
El paso de la edad representado de forma un tanto simplona por la ambientación, pistas almacenadas en una cápsula del tiempo: la evolución de las videoconsolas, de los televisores, de los teléfonos móviles, de la música, hasta el fenómeno Harry Potter hace presencia. Ellar Coltrane y Lorelei Linklater (sí, hija de) dos hermanos prisioneros en un álbum de recuerdos de familia, no logran producir gran empatía, sobre todo ella, que de un inicio prometedor (la graciosa escena de falsa pelea en el dormitorio) de niña de armas tomar se diluye rápidamente en adolescente sosa. Si algún personaje de la trama ha conseguido conmoverme, sin duda será el del padre, interpretado por Ethan Hawke, un actor que nació casi el mismo año y casi el mismo día que yo: su metamorfosis en los fotogramas será aterradora: adiós al Pontiac GTO y a la pinta de músico cool, hola al rifle y la Biblia, o, lo que es lo mismo, la rebeldía aplacada por la edad y eso tan perro llamado circunstancias. Y la música como única redención posible.
Mason convertido en fotógrafo: la vida filmada ahora es el ojo que mira y se rebela además contra la invasión tecnológica actual: romper la cuarta pared, salir por la puerta de atrás del decorado y, como Truman, el hombre verdadero, el que logró escapar de la caverna platónica, ponerse a salvo de la mirada constante (la palabra precisa, la sonrisa perfecta) y no volver nunca más. Y, por si no nos vemos luego, buenos días, buenas tardes y buenas noches (esto último, dedicado especialmente a su mencionada trilogía, Mr. Linklater).
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