¿Qué es un muggle? Si usted no ha leído nunca un libro de la saga "Harry Potter" (como es mi caso), de la escritora J. K. Rowling, pero sí ha visto alguna de las adaptaciones al cine (como es mi caso) de las aventuras del joven mago, le sonará más escuchar la pronunciación "maguel" (¿eso no es el nombre de un pastel?). ¿Nada? Pues sepa usted que es uno de ellos (como es mi caso: ya paro), excepto si es usted estadounidense: entonces sería un nomaj, según se cuenta en "Animales fantásticos y dónde encontrarlos", que no en vano trascurre en el país con más nomaj por milla cuadrada.
Un muggle es, precisamente, lo que todo aquel que se haya sentido absorbido por el mundo mágico de Harry Potter le gustaría dejar de ser. En 2017 se cumplirán veinte años de la publicación del primer tomo, "Harry Potter y la piedra filosofal", y a pesar del tiempo pasado el fenómeno sigue vigente: muchos de los niños y niñas de ahora siguen esperando cada mes de septiembre la carta que les acepte, al fin, como integrantes del selecto Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, aunque ni en broma formarían parte de la casa Slytherin del mismo centro: a rezar para que el sombrero proclame Gryffindor en el reparto.
El universo de Harry Potter no es más que otra vía de escape para evitar la mediocridad cotidiana. Desde la más temprana infancia ya se percibe con rotundidad que los mundos producidos por la imaginación son sin duda mejores que aquel en el que ha tocado vivir: hobbits de Tolkien, jedis de Lucas, los Vengadores de Stan Lee y Jack Kirbi: la cultura popular ha aportado durante décadas los iconos necesarios para seguir soñando.
El séptimo y último volumen se publicó en 2007 y la entrega final en celuloide se estrenó en 2011. ¿Quién es el valiente capaz de matar la gallina de los huevos de oro? J. K. Rowling ha publicado otros libros, empleando el subterfugio del seudónimo trapacero, pero el éxito cosechado ha sido inversamente proporcional a la distancia tomada respecto de su creación principal. Ahora se pasa al guión cinematográfico, basándose en un libro suyo publicado en 2001, una suerte de catálogo de bichos, e inicia una nueva serie que resulta ser una precuela: el viejo truco. "Animales fantásticos y dónde encontrarlos" cruza el charco y se sitúa en Nueva York en los años veinte, aunque en un espacio histórico alternativo que enfrenta a magos y a muggles (o nomajs): la desconfianza hacia el otro, al distinto, peor aún, al más poderoso, una idea muy explotada en los cómics que nos hablaban de mutantes con superpoderes. Toma protagonismo un animalario de hálito mitológico, zoología fantástica también dotada de habilidades extraordinarias, con lo que la película termina emparentada con el género de catástrofes: Godzilla surgiendo de las aguas. La lograda ambientación de época se diluye en un hilo argumental desordenado, prolongado en exceso, algo que ya era patente en muchas de las películas del ciclo Potter. Aún así, un triunfo entre los fans de la escritora, devotos dispuestos a atrapar cualquier mínima pista que les acerque al espíritu de aquel gafotas inadaptado que volaba libre cabalgando una escoba. Harry somos todos.
miércoles, noviembre 30, 2016
lunes, noviembre 28, 2016
"600 millas", de Gabriel Ripstein
En Estados Unidos es más fácil comprar un rifle que un coche: ¿será esto lo que llaman la América de Trump? En realidad es la América de todos los presidentes que hubo antes de él: si alguno intentó ponerle límites a la famosa Segunda Enmienda, fracasó en el intento. Del sur al norte se produce tráfico de drogas, de animales exóticos, de personas, esas a las que se les quiere colocar un muro infranqueable. Pero, ¿qué se contrabandea en sentido contrario? Armas, una mercancía en eterno Black Friday: llenar el maletero de metralletas compradas en la armería de la esquina, calidad garantizada, y cruzar la frontera hacía México, donde los agentes de aduanas son mucho más permisivos que sus colegas del norte. Desde la facilidad de compra de un buen arsenal doméstico para cualquier pacífico ciudadano yanqui, las armas viajan hacia el mercado seguro de los cárteles de la droga. Igual que antes se traía tabaco de Andorra o pantalones de cuero de Melilla, el trapicheo de la oferta y la demanda asegura un negocio boyante e ininterrumpido: las balas del norte, los muertos del sur.
"600 millas", la cifra que alcanza el cuentakilómetros de una road movie que ilustra el viaje hacia el sur de un joven mexicano (Kristyan Ferrer) y un agente federal (Tim Roth). Cine de frontera para ilustrar la profunda hipocresía de unas relaciones entre países vecinos que se necesitan mutuamente, casi tanto como se desprecian: te quiero mientras me seas de utilidad, después te abandonaré sin el menor remordimiento. El apellido Ripstein del director es inequívoco. Como su padre, vocación por los planos secuencia, estáticos muchos de ellos, con la acción abandonando el encuadre para retornar a él y seguir desgranando pistas de este juego de la verdad, juego que termina con una mentira colocando los títulos de crédito y un espectador atónito ante la podredumbre del mundo.
"600 millas", la cifra que alcanza el cuentakilómetros de una road movie que ilustra el viaje hacia el sur de un joven mexicano (Kristyan Ferrer) y un agente federal (Tim Roth). Cine de frontera para ilustrar la profunda hipocresía de unas relaciones entre países vecinos que se necesitan mutuamente, casi tanto como se desprecian: te quiero mientras me seas de utilidad, después te abandonaré sin el menor remordimiento. El apellido Ripstein del director es inequívoco. Como su padre, vocación por los planos secuencia, estáticos muchos de ellos, con la acción abandonando el encuadre para retornar a él y seguir desgranando pistas de este juego de la verdad, juego que termina con una mentira colocando los títulos de crédito y un espectador atónito ante la podredumbre del mundo.
lunes, noviembre 14, 2016
"Corre, Lola, corre", de Tom Tykwer
A finales de los años 90 se produce cierta evolución estética en la composición, en el montaje, se realizan películas imbricadas sobre una estructura de pegadizos temas pop y que por tanto se pueden considerar herederas del videoclip. En los estertores del grunge, cineastas novatos como Danny Boyle, Guy Ritchie o Baz Luhrmann, alumbran celuloides propicios para una generación urbanita que ha crecido mirando la MTV y que está capacitada para un nuevo lenguaje audiovisual.
La propuesta del alemán Tom Tykwer en "Corre, Lola, corre", aparece como una de las más imaginativas de la hornada, un collage técnico en el que sobresale la imagen rotunda, icónica, de Lola (Franka Potente, dibujo animado de pelo rojo al viento) corriendo con decisión de velocista por un Berlín recientemente reunificado. Lola, la hija descarriada del presidente de un banco, dispone de veinte minutos para salvar el pellejo de su novio Manni (Moritz Bleibtreu), un camello de poca monta que ha perdido una bolsa con el dinero de un traficante de escasa empatía.
¿Habíamos mencionado videoclip? ¿Por qué no mencionar también videojuego? Tres vidas y un tiempo limitado para superar la pantalla, para elegir el camino correcto y tomar las decisiones adecuadas: cruces entre universos paralelos que demarcan un futuro probable. De vuelta a la casilla de salida el juego se reinicia y a correr otra vez. Qué quieres que te diga, chica, Manni no parece mal tipo, pero... con un menda así te vas a hartar a correr.
La propuesta del alemán Tom Tykwer en "Corre, Lola, corre", aparece como una de las más imaginativas de la hornada, un collage técnico en el que sobresale la imagen rotunda, icónica, de Lola (Franka Potente, dibujo animado de pelo rojo al viento) corriendo con decisión de velocista por un Berlín recientemente reunificado. Lola, la hija descarriada del presidente de un banco, dispone de veinte minutos para salvar el pellejo de su novio Manni (Moritz Bleibtreu), un camello de poca monta que ha perdido una bolsa con el dinero de un traficante de escasa empatía.
¿Habíamos mencionado videoclip? ¿Por qué no mencionar también videojuego? Tres vidas y un tiempo limitado para superar la pantalla, para elegir el camino correcto y tomar las decisiones adecuadas: cruces entre universos paralelos que demarcan un futuro probable. De vuelta a la casilla de salida el juego se reinicia y a correr otra vez. Qué quieres que te diga, chica, Manni no parece mal tipo, pero... con un menda así te vas a hartar a correr.
domingo, noviembre 06, 2016
"El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares", de Tim Burton
De entrada el reparto anima. El protagonismo cae en Eva Green como Miss Peregrine (¿será el relevo fijo de Helena Bonham Carter?), actriz que ha dado sobradas muestras de virtuosismo macabro en la serie televisiva "Penny Dreadful", y en Asa Butterfield como Jacob (¿será el relevo fijo de Johnny Depp?), aquel niño de profundos ojos melancólicos que deslumbró en "La invención de Hugo" de Martin Scorsese o en "El juego de Ender" de Gavin Hood, y al que se le puede aventurar un brillante futuro como actor. Pasaba por allí Samuel L. Jackson, que parece que se toma la película a cachondeo, y deja muestras de magisterio actoral el gran Terence Stamp.
Intentando ser imaginativa, la trama termina por ser embarullada: el bucle temporal que ancla la escuela de Miss Peregrine en un solitario día de 1943, inicialmente bien explicado, acaba siendo un laberinto de celuloide. Tenía buena pinta esa escuela de jóvenes talentos (versión X-Men) o de niños Jedi (versión Starwars), pues a pesar de no ser una idea excesivamente original, se compensa con las habilidades desconcertantes de los pequeños. Pero la película cansa por repetición, ya que la segunda mitad se centra en presentar múltiples enfrentamientos entre fuerzas del bien y del mal, en distintos escenarios, escenas de combate pobremente justificadas que redundan en cierto aburrimiento visual: aparece el tedio, el producto inflado, el guión paupérrimo.
En una escena se vislumbra el barrio de adopción de "Eduardo Manostijeras", prácticamente el mismo plano, aquel típico suburbio californiano que también era el entorno de origen de Tim Burton. Y al origen debería volver el cineasta de Burbank, en busca de las raíces de su estilo: menos es más: renunciar a la pirotecnia visual ("Big Eyes" parecía avanzar en ese sentido), al producto lucrativo, a que la firma Burton sea un parque temático. El cuento sencillo de "Big Fish", la trama patética de "Ed Wood", el relato lúgubre de "Sleepy Hollow": la imaginería sensible y macabra que caracterizaban a aquel fenómeno ilusionante que se denominó cine de Tim Burton.
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